Sociedad

Mejorar la educación con mejores profesores

22 Oct, 2013 - - @egocrata

Las reformas educativas siempre son motivo de polémica. Hace unos años Michelle Rhee decidió implementar en el sistema escolar de Washington DC un sistema para mejorar la selección de profesores. Para hacerlo, creo una serie de métricas combinando la evolución de las notas de los alumnos en exámenes estandarizados, observación en clase y evaluaciones de estudiantes. De forma paralela creó un sistema de formación continua para aquellos profesores que puntuaban bajo, y un sistema de incentivos monetarios para retener y motivar a los mejores maestros. Los incentivos eran ciertamente potentes: un profesor con buenas notas puede recibir hasta $25.000 de bonus el primer año*, y un aumento de sueldo de casi un 30% si además era consistente.

Como era de esperar, la idea no gustó a los sindicatos de maestros, que hicieron la vida imposible a Rhee y al alcalde que la había nombrado. Rhee no era precisamente diplomática, y muchas de sus decisiones fueron tomadas sin consultar. La presión por mejorar las notas de los alumnos incluso llevó a varios profesores  y colegios a hacer trampas en exámenes. El alcalde acabó perdiendo las elecciones tras varios años de polémicas educativas, con Rhee dejando el cargo poco después. La mayoría de reformas, sin embargo, siguen en los libros, y según un estudio reciente de Thomas Dee y James Wyckoff, parecen haber funcionado realmente bien.

Sabemos que la calidad de los maestros tiene un efecto enorme en el rendimiento académico de los alumnos; todos recordamos ese profe estupendo en el instituto que nos enseño tantísimo, ciertamente, y los datos parecen corroborar que eso funciona. Los autores del estudio no se han fijado tanto en los resultados académicos de los alumnos, sino en analizar si el sistema de incentivos y ayudas ha servido para aumentar la calidad media del profesorado. Primero comprobaron si las evaluaciones realmente estaban detectando a los buenos maestros, algo que efectivamente funcionaba bien. Al estudiar si el nivel de los educadores mejoraba, descubrieron que muchos de los «malos» profesores acababa dejando el trabajo para dedicarse a otra cosa al cabo de poco tiempo tras recibir malas notas, en vez de quedarse e intentar mejorar. Los que se quedaban aprovechaban la formación adicional para mejorar considerablemente.

Mientras tanto, entre los educadores de «élite», la tasa de retención había mejorado muchísimo, merced de las toneladas de dinero recibidas y el sentirse más valorados. Los profesores bien valorados, de hecho, tendían a mejorar aún más el segundo año, probablemente buscando el aumento de sueldo permanente. Se puede ser maestro por vocación, pero el dinero realmente parece aumentar el entusiasmo docente.

Antes de lanzarnos a grandes conclusiones, vale la pena recordar un par de detalles. Primero, es un estudio, en una ciudad, en un periodo de tiempo determinado. Washington DC es una ciudad muy particular (tremenda segregación racial, un retorno paulatino de familias con dinero a la ciudad, barrios marginales terribles), y eso puede haber afectado los resultados. Segundo, como señala David Leonhardt, el estudio se fija en los mejores y peores maestros, pero no da demasiados datos sobre el efecto de los incentivos entre educadores meramente mediocres. Tercero, y no menos importante, el efecto entre los buenos profesores está ahí, pero es bastante limitado; un buen maestro siempre es un buen maestro, al fin y al cabo. El salario más alto probablemente hace menos probable su «fuga» a otro distrito escolar con más recursos, pero no cambia su rendimiento demasiado.

Lo más importante, sin embargo, es comparar este estudio con el modelo español de selección de docentes,  y ver como hacemos exactamente lo contrario. Los centros escolares no tienen ni la más mínima autonomía seleccionando profesores, evaluándolos o decidiendo si los mantienen o despiden. El profesorado, mientras tanto, esta radicalmente en contra de introducir salarios con incentivos al rendimiento o nada remotamente parecido.

El estudio sobre los colegios de Washington DC dice algo completamente obvio: una de las mejores maneras de mejorar la calidad de la educación es contratar mejores profesores, y pagarles bien. Como en casi todas las reformas educativas obvias, sin embargo, implementar esa idea es mucho más complicado políticamente de lo que parece.

*: Una paga extra de $25.000 sonará una barbaridad, pero los salarios en Estados Unidos son altos. Un maestro de primaria recién salido de la universidad puede empezar cobrando $45.000 en un distrito escolar decente; uno con experiencia puede rondar los $80.000 o más. Es un país rico. Las diferencias entre distritos, por cierto, son enormes;  la educación es competencia local.


21 comentarios

  1. Jaime dice:

    Por muy altos que sean los sueldos, cobrar algo más del 50% de tu sueldo (caso que pones bajo) o un poquito menos de 30% (caso del salario que pones alto) como bonus no es algo PARA NADA algo menor.
    Sigue siendo una barbaridad de bonus. Jugosísimo.

  2. Gerardo dice:

    Yo creo que el problema radica en dos aspectos:
    – El desprestigio que se ha instaurado en España de la figura del profesor ( no hay más que ver el ninguneo al que les someten algunos padres)
    – La escasa vocación de muchas de las personas que se encuentran en las aulas, los cuales parecen estar ahí porque no se les ocurrió algo mejor.
    Esta situación, dada la importancia que tiene para un alumno tener un buen profesor, podría paliarse con medidas que controlen la calidad como las que describe el artículo pero seguro que los sindicatos las tirarían abajo. Y es que parece que en materia de educación, por desgracia, somos incapaces de ponernos de acuerdo. http://www.profesorparticularmadrid.com/blog/educacion-publica-vs-educacion-privada

  3. Uno que pasa dice:

    En España se juntan quienes creen poco en la educación pública y unos sindicatos más preocupados en defender sus privilegios que en defender la educación.

    Es una vergüenza. Y a mí la Ley Wert, salvo ciertos aspectos (religión…), me parece una buena Ley.

    Pero nada, que habrá que ponerse la camiseta verde para ser guay.

  4. Alex Lfg dice:

    A mi me pone enfermo que cuando alguien se manifiesta por una educación / sanidad / televisión / ferrocarril / etc.»pública y de calidad», lo que en el fondo quiere decir es «queremos mantener nuestros empleos y nuestras condiciones»

  5. Guillem dice:

    Totalmente de acuerdo; cuando se darán cuenta que las claves para un buen sistema educativo son la calidad del profesorado y la autonomía de los centros. Y no inundar aleatoriamente el sistema de dinero público por que sí.

  6. Corax dice:

    No sé si alguien ha leído el estupendo artículo que se publicó hace ya algún tiempo en The Atlantic:
    http://www.theatlantic.com/magazine/archive/2011/06/the-failure-of-american-schools/308497/

    Uno se da cuenta de que los obstáculos que se encuentra un país civilizado u otro vienen a ser más o menos los mismos; en este caso, también los sindicatos de profesores. Que digo yo que tendrían que dedicarse a estudiar estas cosas (en qué están fallando ellos mismos y cómo ayudar al sistema y por tanto a las nuevas generaciones) en lugar de sacar a la gente a la calle para protestar por la pérdida de privilegios. Pero claro, quién va a ir a la raíz de los problemas tienendo ya su poltrona bien acojinada.

  7. Aunque en la futura ley de educación no se habla explícitamente de productividad sí se habla de eficiencia. Es decir, se habla de comparar los recursos empleados con los resultados obtenidos de manera que cuantos menos recursos se hayan empleado y más logros se hayan conseguido tanto más eficiente se habrá sido. Y el aumento de eficiencia se vincula con un aumento de autonomía de los centros, acompañado de la correspondiente rendición de cuentas; es decir, se deja cierta libertad y se proporcionan recursos para proponer y desarrollar nuevos proyectos educativos pero estos proyectos deben proporcionar resultados que justifiquen la confianza y la inversión que se han concedido.

    En principio parece razonable y necesario. El problema está en que no todos los recursos son cuantificables, como tampoco lo son los resultados. Salvo que asumamos que los recursos son aquellos que se compran o se pagan (edificios, salarios de los profesores, redes informáticas, etc.) y entendamos por resultados las calificaciones y títulos que obtienen los estudiantes. Desde este punto de vista, cuanto más títulos se expendan y más altas sean las notas que se saquen, gastando el mismo dinero, tanto más eficiente será el sistema. Me da la impresión que la futura ley de educación no va mucho más allá de este planteamiento.

    Pero hay muchos otros matices y no todos se pueden contabilizar, solo se pueden percibir sus efectos. Por ejemplo, además de incrementar el porcentaje de aprobados y el número de técnicos cualificados, también son resultados educativos la disminución de conflictos y episodios de violencia, el aumento de la sensibilidad y las manifestaciones artísticas, la flexibilidad y la creatividad ante los cambios, la responsabilidad y el compromiso con los que nos rodean, la satisfacción que cada uno tiene con lo que hace, la implicación de los padres en la educación de sus hijos y un largo etcétera de comportamientos y de actitudes que van más allá de la sordidez de la subsistencia.

    Si esto se tuviera presente, la validez de un proyecto y una metodología no se medirían exclusivamente por el porcentaje de aprobados o la posición alcanzada en un ranking que se construye comparando las puntuaciones que obtienen los colegios en una prueba escrita. Pero me temo que no va a ser así.

    http://www.otraspoliticas.com/educacion/eficiencia-y-rendicion-de-cuentas

    • Jorge dice:

      Resumiendo: como no todo se puede contabilizar, mejor no contabilizar nada.

      Unos buenos resultados academicos estan claramente relacionados con todo lo que mencionas. Una sociedad de borregos incapaces de entender un texto a poco que tenga mas de dos oraciones subordinadas o tres numeros sera mas conflictiva, menos sensible, menos creativa, responsable y comprometida. Ademas, no se implicara en la educacion de sus futuras generaciones. Decir que no se deben medir los resultados academicos me sonaria a conspiracion malvada para crear una sociedad de ignorantes adocenados de no tener en cuenta el Principio de Hanlon.

      Perdon por la ausencia de tildes; teclado extranjero.

  8. Corax dice:

    ¿Habéis leído Stop Stealing Dreams, de Seth Godin?
    http://www.sethgodin.com/sg/docs/stopstealingdreamsscreen.pdf

    ¿No ha llegado el momento de revolucionar la educación, de cambiar completamente de paradigma?

  9. Curro dice:

    A quién le interese el tema le recomiendo ver el documental «Waiting for Superman» donde además se hace mención precisamente a las reformas de Michelle Rhee y a la respuesta del sindicato de profesores (corporativista).

  10. Lo primero que se debería preguntar es: ¿conoce usted el sistema desde dentro? ¿No? Entonces, conviene ser especialmente prudente al opinar al respecto. De forma un tanto telegráfica e incompleta, diagnóstico y terapia:

    – En España no se valora a los profesores porque no se valora el saber. No sólo por nuestro ancestral analfabetismo y nuestra animadversión al “sabihondo”, sino también por la inexistencia de un sistema meritocrático. Si el enchufismo, el nepotismo y el clientelismo (y no el mérito) son los principales mecanismos de acceso a cargos y empleos golosos, difícilmente se valorará un sistema de formación rigurosa.

    – Por ello, el educativo se ha convertido en un sistema de asistencia y reeducación social, en lugar de un sistema de formación de ciudadanos responsables y cultos y de competentes profesionales. Más que universalizar la enseñanza rigurosa, se ha universalizado la “igualación social a la baja”. Una fábrica de borregos adoctrinados (“a la católica” o “a la progre”) y agradecidos a un munificiente Estado que, a poco que nos empeñemos, nos convierte a todos en titulados universitarios.

    – Por supuesto, esos títulos (con excepciones) carecen por completo de valor en cualquier país serio. Pero cumplen una función esencial en nuestro sistema: degradado el valor real de los títulos, la meritocracia es abortada: el monopolio de la selección de élites y la asignación de cargos queda en manos de las oligarquías clientelistas y del chalaneo generalizado.

    – La escasa exigencia del sistema educativo público beneficia, por supuesto, a las clases más favorecidas, pues una enseñanza pública de calidad es la única arma con que cuentan las clases socialmente desfavorecidas para competir con aquellas (de nuevo, más oligarquía y menos meritocracia).

    – Por todo ello, la calidad de los profesores es un asunto absolutamente insustancial cuando el propio sistema está corrupto desde la base. Cualquier medida que no vaya a la raíz del problema (no estamos ante un sistema meritocrático, sino oligárquico populista) está condenado al más absoluto de los fracasos.

    – Por supuesto que, en un sistema educativo riguroso, la selección de los profesores debe ser exigente y meritocrática. Por supuesto que debe valorarse la “productividad” y pagar en consecuencia. Por supuesto que esa “productividad” debe ser valorada multifactorialmente (como bien dice Otras políticas) y, añado, con un sistema de valoración lo más objetivo y lo menos manipulable posible. Por supuesto que ese rigor debe exigirse también a responsables políticos del ramo, directivos, inspectores, padres y alumnos. Y por supuesto, en suma, que la inmensa mayoría de profesores, políticos del ramo, directivos, inspectores, padres y alumnos no quieren oír hablar de meritocracia, responsabilidad de los resultados y “productividad”. Quien propone algo así es tildado de inmediato de clasista y hasta de facha.

    – Si el diagnóstico de la situación es erróneo, la terapia será complemente inútil.

    Un saludo cordial.

    • Siendo muy esquemático, una política de derechas preconizará un sistema educativo basado en la meritocracia mientras que una política de izquierdas defenderá un modelo que busca el igualitarismo; es decir, en un caso se busca seleccionar a los más inteligentes a costa del resto mientras que en el otro se persigue eliminar las diferencias, perjudicando con ello a los que podrían destacar.

      Y en ninguno de los dos casos se beneficia a los más inteligentes, sino a los más listos; a aquellos que saben aprovechar en su propio interés los automatismos, los vicios y las debilidades de cada sistema. Porque alguien realmente inteligente, más que títulos, necesita desafíos a su inteligencia y ninguno de los dos modelos se lo ofrece. El primero solo le suministra una sucesión de contenidos y saberes encadenados que conducen a una meta establecida de antemano mientras que el segundo simplemente le aburre o le hastía.

      En ambos casos tampoco se ayuda a los que no dan la talla, cualquiera que sea lo que se entiende por talla y cualquiera que sea la talla que se establezca. Porque tan poca ayuda es exigir lo que no se puede dar como pedir menos de lo que cada uno podría llegar a alcanzar.

      http://www.otraspoliticas.com/educacion/meritocracia-e-igualitarismo

      • En absoluto.

        La derecha, al menos en España, nunca ha sido meritocrática. La izquierda, en España, rara vez ha fomentado la verdadera igualdad de oportunidades. Ambas han sido, y lo son hoy clamorosamente, oligárquicas, clientelares y populistas. Cada una defiende sus intereses particulares y a su particular parroquia. No confunda meritocracia (que consiste en asignar cargos y empleos en función del mérito) con oligarquía de un color u otro.

        1) Usted distingue listos de inteligentes para ridiculizar el valor del mérito. El mérito no tiene nada que ver con «aprovechar las debilidades del sistema». Eso forma parte de la corrupción que la meritocracia impugna. Con la cobardía del ejemplo: si usted va al médico, quiere que le atienda un buen profesional (a ser posible, el mejor); si va a clase, quiere que le atienda un buen profesor (a ser posible, el mejor); si va al mecánico, al pastelero o al ayuntamiento, lo mismo: quiere buenos profesionales. No que lo atienda el inútil hijo del señor alcalde o la indocta amante del catedrático.

        2) El inteligente no busca títulos «per se»; el inteligente busca títulos cuando esos títulos corresponden a una formación rigurosa. Usted, de nuevo, no desautoriza la meritocracia (que fomenta, repitámoslo, al mejor formado; no necesariamente al más titulado), sino el credencialismo, que es cosa bien distinta.

        3) Disparar contra la meritocracia caricaturizándola es una estrategia típica del pensamiento oligárquico. La meritocracia no margina a quienes «no dan la talla», sino que distribuye cargos y empleos en función al mérito. Para ello, debe formular un riguroso sistema que proporcione igualdad de oportunidades pues, de lo contrario, la meritocracia es imposible. Si usted conoce un principio más justo que el mérito para asignar cargos y puestos, no dude en explicármelo.

        4) Otro argumento oligárquico y populista consiste en relativizar el mérito. «¿Qué es el mérito? ¿Quién decide lo que es el talento?» Una maniobra de relativización que no tiene más objetivo que mantener el sistema antimeritocrático. Como determinar qué es el mérito es cuestión subjetiva e imposible, mantengamos las cosas como están.

        5) Añado: la meritocracia no es incompatible con la redistribución de la riqueza. No se trata de que el talentoso arrase con el inútil o el vago (bueno, en el segunda caso no es tan grave) en una lucha darwiniana. Se trata de que el inútil y el vago no ocupen el lugar que podría ocupar el talentoso.

        Saludos cordiales.

        • P.S.: Y, por supuesto, que el mérito sea el su principio organizador, beneficia a la sociedad al completo. Que nuestros médicos, mecánicos, jueces, profesores, pasteleros y políticos sean seleccionados por el mérito es bueno para todos. ¿Cuál es la alternativa mejor?

          • P.P.S. (Disculpen la fragmentación, pero ando en varias cosas) Un sistema meritocrático no consiste en exigir a todos más de lo que pueden dar: consiste en fomentar que cada uno desarrolle al máximo su potencial. Y, una vez desarrollado, seleccionar en función del mayor mérito. Los «buenistas» atacan la meritocracia tildándola de selectiva, como si todo sistema social no fuera intrínsecamente selectivo. No todo el mundo puede ser médico, alcalde, futbolista de primera división o astronauta porque esos papeles son mucho más limitados que el número total de individuos. La selección se impone siempre: la cuestión es qué principio de selección elegir, no eliminar el principio de selección. En suma, políticas de igualdad de oportunidades y meritocracia. Hasta mejor alternativa, por supuesto.

            • Los sistemas educativos que se construyen sobre uno u otro modelo están llenos de contradicciones. Porque no se puede implantar una escuela inclusiva que mantiene los ingredientes de la meritocracia ni se pueden formar élites con prácticas igualitarias. Y muchos de los que critican la meritocracia y ponderan la educación pública como garante de la equidad, han accedido a ella mediante el sistema meritocrático por excelencia, que es la oposición.

              En este enfrentamiento, cada bando se apropia de ciertas palabras, con las que pretenden reforzar sus argumentos. En un lado se habla de esfuerzo, calidad, exigencia y excelencia, mientras que en el otro se habla de diversidad, equidad y colaboración. Y todas estas cualidades son necesarias en el proceso educativo y está por encontrar la fórmula en la que unas no excluyan a las otras.

              • Usted sigue con sus «dos modelos»: el elitista y el igualitarista, que nada tienen que ver con el modelo meritocrático que propongo. También subraya la confusión de modelos y discursos, asunto que tampoco se discute. Abandono aquí, por tanto, el debate.

                En cualquier caso, si conoce algún principio regulador más pertinente, justo y beneficioso que la igualdad de oportunidades y el mérito (esto es, la meritocracia), no dude en indicármelo.

                Un cordial saludo.

                • Para ser breve, el sistema de méritos en combinación con la igualdad de oportunidades tiene dos serios inconvenientes: la igualdad de oportunidades no existe, aunque se puede intentar que las desigualdades no lo sean tanto, y los méritos no son universales, sino que cada sociedad (o más concretamente algunos de sus miembros) establece los que considera como tales. No obstante, recojo la pregunta y le sigo dando vueltas.
                  Saludos cordiales

                  • Como ya me olía en el punto 4) de mi segundo comentario, el último recurso dialéctico es la relativización nihilista.

                    1) Precisamente porque la igualdad de oportunidades plena no existe, es tan importante establecer medidas que la persigan.

                    2) Que el concepto de mérito o excelencia dependan de cada cultura o cada individuo no desestima su valor. Es preciso acordar qué entendemos por excelencia y mérito y establecer un sistema que los favorezca,

                    3) Es curioso: la sistemática relativización que aplicamos a los principios del interlocutor rara vez la aplicamos a los propios principios. Declarar «imposibles» las propuestas (plausibles) del interlocutor es santificar los hechos o las propuestas propias (indiscutidamente plausibles), si es que las hay.

                    Pero, más allá de los fáciles embelecos dialécticos, sigo a la espera de una alternativa más sensata. De lo contrario, lo de «otras políticas» no es sino mero maquillaje de las «mismas políticas».

                    Saludos cordiales.

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