Regreso de una visita a las instituciones europeas en Bruselas con un ánimo entre esperanzado y melancólico. Es difícil no sentir algún grado de simpatía por el proyecto europeo y por las personas capaces que, en el nivel más terreno y burocrático, lo construyen cotidianamente -especialmente si se tiene debilidad por los tecnócratas y el bizantinismo. A la vez, todas las contradicciones y flaquezas de la construcción europea se hacen patentes en el corazón mismo de la Unión.

Y la menor de las contradicciones no es que, pese al mito de la burocracia bruselense, los brillantes edificios oficiales y el absurdo sainete del parlamento duplicado, la UE es una estructura administrativa más bien raquítica. Unos 40.000 funcionarios en toda la Unión; menos, según nos comentó un miembro del cuerpo jurídico del Consejo, que en el Ayuntamiento de Madrid -los datos reales están aquí; con todo, las magnitudes relativas ya son bastante elocuentes. Por supuesto, el «truco» es que la UE no implementa ni controla las políticas, sólo es una
máquina de regular. Aun así, deberíamos tener el dato en mente la próxima vez que se hable de la irrelevancia europea en la escena internacional. Es imposible «pesar» cuando no hay maquinaria pesada, y la maquinaria pesada cuesta dinero y recursos que probablemente los europeos no estamos dispuestos a gastar. Al margen incluso de la cuestión militar, no hay nada en la UE remotamente comparable a la labor ingente y concienzuda de la diplomacia americana que revelan los cables de Wikileaks, ni siquiera de la perfecta coordinación del servicio exterior británico.

Porque, pese a la ilusión dospuntocerista, la política real se sigue haciendo sobre el terreno. Como nos decía una diplomática española en la Representación Permanente, el motivo de estar en Bruselas en lugar de discutir y votar por videoconferencia como en una novela de Asimov es que la presencia física, la convivencia y todo el entramado de relaciones personales y conciliábulos fuera de las sesiones sigue siendo fundamental para alcanzar acuerdos y, de modo más general, alimentar el esprit de corps que precisa un proyecto político común.

Además, como sugería en su momento y sostiene también Roger, conviene no dejarse arrastrar por la visión personalista y naif de la política que promueven los titulares periodísticos y las filtraciones de cotilleos. La inmensa mayoría de la labor política se realiza en el nivel funcionarial, en el de los miles de burócratas y diplomáticos que se dedican a las poco románticas tareas de recabar información, mantener redes de contactos y llevar adelante tediosos procesos administrativos. La política exterior se hace mucho más de abajo hacia arriba que al contrario, motivo por el que la existencia de tal o cual Mr. PESC tendrá poco contenido mientras la UE no cuente con los recursos y la voluntad de actuar cotidianamente por sí misma sobre el terreno. Sí, por supuesto, también
voluntad: la que hace que un país como Holanda, con 16 millones de habitantes, asuma como propio cualquier asunto global y se persone en los órganos correspondientes mientras España, tras décadas de autismo, carece de postura oficial salvo en los que le incumben más directamente. Parece apropiado cerrar estas breves notas con un reconocimiento para los diplomáticos españoles que, en dichas condiciones, llevan adelante la tarea de representar a la nación supliendo con su formación, juicio y conocimiento directo la ausencia de directrices políticas coherentes.


8 comentarios

  1. Javier dice:

    La UE tendría una estructura administrativa raquítica si tuviera algo que administrar.

    Pero para lo que son sus competencias está hichadísima. Son menos que en el ayuntamiento de Madrid porque tienen menos cosas a las que aplicar «tediosos procesos administrativos» que en el ayuntamiento de Madrid.

    No pesan los funcionarios. Pesan las competencias, pesa el presupuesto y pesa el poder puro y duro que hay detrás de las palabras. Ha habido potencias diplomáticas con pocos funcionarios (el Foreign Office en el s. XIX). Pero 1.000.000 de funcionarios del «Ministry of Silly Walks» no sirven para nada.

    ¿De qué servirían millones de funcionarios dedicados a una diplomacia europea? Europa no tiene estatus de gran potencia ya a muchos niveles. Y los demás agentes saben que detrás de sus palabras no hay una voluntad común unida y fuerte. Sólo existen los intereses de los países individuales, cada vez más indolentes y temerosos.

    Y cuantos más «recursos y voluntad de actuar cotidianamente» tengan los países europeos, peor para la UE. Está bien alabar la proactividad holandesa. Pero precisamente esa proactividad es una sentencia de muerte para la diplomacia europea. Porque los intereses holandeses no tienen mucho que ver con, p.ej. los portugueses (al menos no lo de mandar barcos con clínicas abortivas a las costas de otros países europeos).

    En un ejemplo más serio, una llamada de teléfono desde Berlín o París es un veto para la diplomacia europea, en cualquier tema. Si los gobernadores de los estados de EE.UU. tuvieran ese poder, la diplomacia americana tendría el nivel de influencia de la vaticana.

  2. Mario dice:

    >>»Si los gobernadores de los estados de EE.UU. tuvieran ese poder, la diplomacia americana tendría el nivel de influencia de la vaticana.»

    Y sin embargo, cuando Ashton da una rueda de prensa sobre un asunto de actualidad, Al Jazeera English y CNN cortan la programación para cubrir el evento en directo.

    Hay quien necesita un reality check.

  3. Jorge San Miguel dice:

    «el Foreign Office en el s. XIX»

    Hombre, por supuesto. Tampoco ningún ayuntamiento tenía 40.000 funcionarios en el S. XIX. Si comparamos la extensión de los Estados actuales con el S. XIX, estamos sumando peras y manzanas. Y lo mismo en cuanto a RRII: no pretenderá equiparar el mundo actual al sistema de naciones de entonces. La India se gobernaba con unos pocos miles de funcionarios ingleses; ahora pruebe a gestionar una CA con 2000 chupatintas, le deseo buena suerte.

    En cuanto a la relevancia de Europa, podemos poner el carro delante de los bueyes o al revés. Yo, personalmente, me siento tentado de negar la mayor: si la UE pusiera los medios para actuar sobre el terreno, incluso en ausencia de un poder militar fuerte, la irrelevancia no sería tal; no al menos en este grado. Y, desde luego, los intereses distintos de los países de la Unión no favorecen una política exterior común fuerte; y por eso mismo digo que el esprit de corps y la actuación de la UE por sí misma son precondiciones. En cualquier caso, lo que resulta incoherente es quejarse de esa irrelevancia y ponerla como ejemplo de que la UE no funciona, pero no querer ver que no se ponen los medios para ser relevantes.

  4. Javier dice:

    Es que la relevancia es un medio para lograr alcanzar la agenda, que es, literalmente, los fines. Renunciar a lo segundo para lograr lo primero es vender el coche para comprar gasolina.

    Reality check: Mucha gente sale por TV. Rompuy o Ashton no son el teléfono que pedía Kissinger. Querer verles como figuras independientes o equiparables a un presidente o una ministra de exteriores es puro voluntarismo. No veo que sea así como les describe el tratado de Lisboa.

    Claro que hay que prestar atención cuando emiten declaraciones. Porque legalmente no se puede emitir una postura común en política exterior sin el mandato explícito previo y unánime de los estados miembros.

    Y tampoco me parece mal, teniendo en cuenta que son puestos con «déficit democrático» (pedazo de eufemismo, por cierto). Como corresponde a actores políticos. «Coordinadores». «Constructores de consensos». Parecidos al rey.

  5. Vivancos dice:

    Javier, es posible que Kissinger no pidiera los teléfonos de los representantes de la UE, entre otras cosas porque prefería interlocutores con menos escrúpulos y más libertad de acción, o lo que es lo mismo, dictadores y gente de esa calaña.

    En otro orden de cosas, opino que la construcción de Europa está siendo como el urbanismo costero español que ha llevado a la bancarrota a una parte significativa de nuestra sociedad. Hemos urbanizado mucho, quizás demasiado, antes de consolidar lo construido. O lo que es lo mismo, hemos ampliado la Unión buscando cubrir territorio, pero sin pensar en el contenido. Al final mucho solar y poco hogar.
    Debemos añadir en estos tiempos de crisis la inevitable tutela germana, como siempre, que si bien es criticada, es necesaria para recordarnos que todo el monte no es orégano, y que el poco orégano que hay lo tienen ellos. La ausencia de Reino Unido en la zona euro, la incertidumbre de las adhesiones de la Europa del Este, la crisis económica…..Quizás no sea mal momento para plantearse una Europa más eficaz. Lo difícil es hacerlo añadiendo tratados cada tres años a esta historia, con políticos que a duras penas les llega para dirigir su país y con la frontera sur de la Unión al rojo vivo. Por desgracia me imagino que pasará lo contrario, menos europa y más nacionalismo, y si es en España, para que hablar.

  6. cives dice:

    En general, todos los debates sobre la construcción europea tienden a caer en el mismo argumento de «es que no hay un pueblo/voluntad popular/poder fáctico europeo que poner detrás del Estado».

    Eso está muy bien, si no tuviéramos algo parecido a la historia para hablar de ello. Un ejemplo suficientemente visible es el Euro: tenemos una soberanía monetaria y 27 soberanías fiscales y en 1980 cualquiera podría haber dicho que los Estados europeos no tenían ninguna voluntad de renunciar a su política monetaria, no digamos ya a la fiscal. Pero lo mismo me vale para el mercado único, la política comercial externa, etc…

    De forma más general, sobre esto hay un debate en la literatura sobre integración europea. La posición que defiende Javier -de que detrás de la UE están únicamente los Estados- es la visión intergubernamentalista. La idea de que los cambios de circunstancias, las consecuencias inesperadas de las elecciones de los gobiernos y el papel de las élites supranacionales puede conducir a un aumento de la integración es la posición neofuncionalista. Again, el Euro -y la cara que se les habría quedado a Mitterrand, Thatcher y Kohl en los 80 si les hubieran dicho que iban a firmar Maastricht- es un golpe considerable sobre la visión intergubernamental de la integración.

  7. Javier dice:

    Muy bueno lo de las visiones. Totalmente de acuerdo.

    Se puede no estar de acuerdo sobre lo que las cosas deberían ser. O sobre lo que serán. Lo preocupante es que discutamos lo que son. Es posible que en un futuro haya poderosos ministros de la UE. Es más, admito que es incluso probable. Pero hoy no los hay. Con las leyes en la mano, quien corta el bacalao son los estados, sobre todo en temas de política exterior. Eso, independientemente de la cuestión de la voluntad popular o de que las cosas vayan a cambiar.

    Y sin ministros con competencias los miles y miles de funcionarios del post no serían tan poderosos.

    Y, bueno, es obvio que las cosas son posibles en política sin respaldo alguno de voluntad popular. Es más, en la historia de la UE diría que son minoría los actos políticos que han seguido una voluntad popular. Sin ir más lejos, el tratado de Lisboa.

  8. cives dice:

    «Es más, en la historia de la UE diría que son minoría los actos políticos que han seguido una voluntad popular. Sin ir más lejos, el tratado de Lisboa»

    Esto es relativamente cierto porque las competencias que tiene la UE son competencias sobre las que «voluntad popular» (¿quién es esa zorra?) tiende a no existir. http://wulv.uni-greifswald.de/2005_rw_eu/userdata/EU%20Democratic%20Deficit%20-%20G%20Majone.pdf

    Por lo otro, yo solo he intentado señalar que la voluntad política que creemos que es necesaria (y es necesaria) no deriva de una esencia metafísica eterna e inmutable, sino que ha sido históricamente endógena. Mira http://www.uned.es/dcpa/old_Doctorado_1999_2004/Torreblanca/Cursodoc2003/tercerasesion/sanchez%20cuenca%202001%20eup.pdf

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