Para cualquier economista o politólogo con dos dedos de frente, la corrupción organiznada genera una cierta fascinación. Un sistema de recaudación ilegal organizado es un ente extraño, una organización que combina una extraña variedad de funciones y que a la vez tiene que arreglárselas para ser más o menos anónima.

Es por eso que el último artículo del Gran Wyoming es a su manera una curiosa muestra de Ciencia Política en estado puro. Wyoming describe algo muy sencillo: como un grupo de funcionarios se dedicaban a hacerse ricos a base de hacerse imprescindibles, aprovechando la combinación de regulación sin norte y unos tribunales excepcionalmente torpes.

El político en cuestión usa el poder del estado para abrir paso a a sus amigos a golpe de regulación, a la vez que pone todos los inconvenientes burocráticos posibles a
los que no le pasan pasta. No importa que los pleitos que pone sean absurdos; el ayuntamiento tiene sencillamente todo el tiempo y recursos del mundo, y acaba por sacar a los desleales del mercado a base de generar puro, pesado, intolerable aburrimiento y carísimas facturas legales.

El sistema cumple sus objetivos de forma admirable: es difícil de demostrar su existencia (el político corrupto no hace más que «hacer cumplir la ley»), es efectivo discriminando entre leales y desleales, enriquece al político divinamente, y tiene como único punto de riesgo el mecanismo para recoger los beneficios, algo que no deja de ser un problema de contabilidad creativa.

Más allá de eso, un sistema así es algo realmente estupendo para un político emprendedor. De golpe y porrazo el hombre tiene una red de amigos que le deben favores; infinitos, deliciosos contactos que donarán dinero al partido, hablarán bien de él, y se portarán bien y apoyarán a los buenos pase lo que pase. Los líderes no hace falta
que sepan nada; si uno no pregunta a los pobres pelagatos que cierran fustrados, de lejos no hay nada «demasiado» raro, y oye, el tipo este nos trae muchos, muchos amigos.

¿Hay alguna manera de combatir un engendro de este estilo? Bueno, estos días vemos que sí. Para bien o para mal, un ayuntamiento en España tiene competencias extensas, pero no es el encargado de vigilarse a sí mismo; un estado central o autonomía activa puede husmear con rabia.

Aparte de esto, un sistema de estas características tiene ciertas limitaciones de naturaleza económica. La red de control de licencias es esencialmente un mecanismo para imponer barreras a la entrada a un mercado de forma selectiva a base de incrementar los costes de las empresas; cada puerta burocrática aumenta los costes fijos de quienes se la encuentran, reduciendo márgenese de beneficio.

Estas barreras no siempre son efectivas; si un
mercado es lo suficiente lucrativo, un empresario tozudo estará dispuesto a tragarse el coste en abogados para llegar a esos beneficios potenciales. Por añadido, un político siempre corre el riesgo de «pinchar en hueso»; si en su alegre mecanismo de extorsión se encuentra a alguien muy tozudo, con recursos de sobras y mucho tiempo que perder puede verse obligado a ceder de vez en cuando. Como más lucrativo es el mercado, mayor será la probabilidad de encontrar huesos, y menos creíble la capacidad de poner barreras del político.

Como en todo, la credibilidad es importante. Una red de corrupción es rentable porque puede machacar con legislación a quien no paga; la amenaza de ser echado a golpe de ordenanza municipal basta para mantener a mucha gente fuera. El problema para el político es que su capacidad de intimidación no es ilimitada; si un grupo significativo de gente entra y resiste, no tendrá realmente capacidad de extorsionar a todo el mundo de forma efectiva. Cada negocio que se escape sin
pasar por caja es un incentivo extra para entrar, y un problema añadido a su pequeña gran red. Uno sólo puede usar un cierto nivel de presión antes de hacerse demasiado visible, y eso es lo último que quieres encontrarte.

Es por estos motivos que estas redes tienen un poder limitado. Para empezar, sólo pueden vampirizar sectores con márgenes de beneficio relativamente limitados; si uno negocio es lo suficiente rentable no podrán añadir suficientes costes. Segundo, como más grande es la ciudad, más difícil es mantener el control, al aumentar los costes de control para la red. Tercero, como más visible es un negocio, más difícil será hacerle daño. Si una empresa es capaz de llamar a los medios y tener cobertura, será básicamente inmune a largo plazo.

A todo esto, eso explica bastante de cómo son algunas ciudades americanas. Cuando os pregunteis como en una ciudad como New Haven (municipio en que disolvieron el departamento de narcóticos de la policia, por excesiva podedumbre) el alcalde
gana con un 72% del voto, este es uno de los motivos.


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