Educación

¿Formación profesional en la Secundaria? Apuntes para un debate

18 Oct, 2017 -

Recientemente (mediados de junio de 2017), Eric Hanushek (un reputado economista de la educación de la Universidad de Stanford) publicó un artículo en el diario Wall Street Journal en el que explicaba los inconvenientes de haber cursado Formación Profesional en la Educación Secundaria, al tiempo que advertía de la práctica imposibilidad de trasladar a los Estados Unidos la formación dual existente en países como Alemania (modelo por el que se suspira ampliamente en España).

En nuestro país parece haber un neto consenso –y así se está viendo e las numerosas comparecencias habidas en el Congreso de los Diputados sobre el pacto educativo- en torno a la conveniencia de incrementar la matriculación en la Formación Profesional de Grado Medio (CFGM, Ciclos Formativos de Grado Medio) de quienes se gradúan en la ESO –lo que corroboraría este documento de la OCDE-. De este modo, nos situaríamos en lo que es habitual en la mayor parte de los países de nuestro entorno. No hay el mismo grado de acuerdo con respecto a la denominada Formación Profesional Básica inaugurada por la LOMCE, la cual es considerada por buena parte de la comunidad educativa como una vía escolar de segunda categoría pensada para el alumnado al que se supone incapaz de acabar con éxito la ESO. Los motivos para esta apuesta por los CFGM radican en que las diferentes prospectivas de empleo en función del nivel educativo de la población (por ejemplo, las de CEDEFOP) apuntan a un claro decrecimiento de los puestos de trabajo que requieren formación básica y al consiguiente incremento de los empleos que demandan educación Superior (sea la universitaria o la profesional) y educación Secundaria postobligatoria (especialmente los CFGM en mayor medida que un Bachillerato al que se considera, erróneamente, propedéutico para la universidad).

Si bien es cierto que en los últimos años ha crecido la matrícula en los CFGM, tal incremento se debe fundamentalmente a su configuración como una vía de segunda oportunidad para aquellas personas que abandonaron la escuela tempranamente en los años previos a la crisis económica. Basta para comprobarlo con comparar las edades medias de quienes se matriculan en este nivel con las de quienes cursan Bachillerato. Quizás esto explique los elevados índices de fracaso escolar en la Formación Profesional de Grado Medio. De acuerdo con la Encuesta de Transición Educativo-Formativa e Inserción Laboral el  “94,3% de los jóvenes que termina la ESO continúa en el sistema educativo el curso siguiente. La mayoría lo hace iniciando los estudios de bachillerato (79,6% de los casos). Otro 14,5% se decanta por los Ciclos Formativos de Grado Medio”.

El debate que con este texto se pretende abrir, a raíz del artículo de Hanushek más arriba citado, es el de si los CFGM son la opción más adecuada para afrontar los retos de un mundo laboral en continuo y acelerado cambio o, si una suerte de Bachillerato modificado (que fuese, como indica la propia legislación, tanto terminal como propedéutico) pudiera ser un camino más sensato.

El artículo de prensa de Hanushek se basa en una investigación en la que él mismo ha participado en el seno de un equipo internacional (cuyos resultados fueron enviados a The Journal of Human Resources en abril de 2015 y  publicados este mismo año). Este grupo analizó los datos de una muestra internacional –procedente de la Encuesta Internacional de Alfabetización de Adultos (IALS)- a partir de la cual se puede ver el desempeño laboral de trabajadores de todas las edades a lo largo de su vida profesionalmente activa.

Lo que en esta investigación se plantea es que, si bien durante los primeros años de acceso a la vida laboral las ventajas -tanto en términos de salarios como de nivel de empleo- son claramente superiores para quienes han cursado la rama profesional frente a los que han optado por la generalista –o académica-, con el paso del tiempo tales beneficios se van difuminando. Lo que sucede es que, en un mundo laboral en continuo cambio, las destrezas que se puedan aprender en la Formación Profesional tienen una fecha de caducidad cada vez más próxima a la de la finalización de los estudios. Y no solo esto. Hoy en día es preciso estar en disposición de aprender permanentemente, de aprender a aprender, y esto es algo que resulta más fácil de hacer desde una formación flexible –como sería el caso de la generalista- que desde la suministrada en la red profesional. Los datos muestran contundentemente que esto es así.

A pesar de que los individuos con educación general inicialmente (normalizado a la edad de 16 años) tienen un 6,9% menos de posibilidades de estar empleados que aquellos que cuentan con Formación Profesional, la brecha en la tasa de empleo se estrecha un 2,1% cada diez años. Esto implica que a la edad de 49 años, por término medio, quienes han cursado educación general tienen más probabilidades de estar empleados que aquellos que han cursado formación vocacional.

Por tanto, a partir de los cincuenta años de edad quienes han cursado educación generalista están en mejores condiciones en el mercado de trabajo que quienes estudiaron en la rama vocacional. Se podría pensar que esto se debe a que aquellos que han cursado Formación Profesional trabajan en sectores económicos (o empresas) más expuestos a los despidos masivos o que simplemente prefieren retirarse a una edad más temprana, de modo que su situación en el mercado de trabajo nada tendría que ver con sus destrezas. Para responder a esta cuestión se analizó, con los datos de su Seguridad Social, la situación en Austria. Aunque este país no está incluido en el IALS, tiene un sistema de formación profesional similar al de Alemania y Suiza.

Los datos longitudinales de Austria nos permiten identificar a los trabajadores que perdieron su empleo debido al cierre de su empresa y compararlos con las pautas posteriores de empleo de trabajadores similares que no perdieron su trabajo como resultado de la desaparición de su empresa (…). Estos datos no son perfectos debido a que no informan sobre el nivel de educación. Sin embargo, todos los empleados de Austria están obligados por la Ley de la Seguridad Social (ASVG) a contraer un seguro social obligatorio, el cual los clasifica como trabajadores de cuello azul o de cuello blanco. Podemos interpretar esta diferenciación como un equivalente aproximado al tipo de educación, ya que ambas medidas están muy correlacionadas. A partir de los datos del microcenso de Austria, un simple cruce de estos revela que al menos el 13,4% de los trabajadores clasificados como de cuello blanco tenían una educación general mientras este no era el caso de prácticamente ninguno de los de cuello azul. Para los menores de cincuenta años, las tasas relativas de empleo de los trabajadores de cuello azul tras el cierre están por encima de los trabajadores de cuello blanco. Sin embargo, para los trabajadores de más de cincuenta años las tornas cambian en sentido opuesto.

Un aviso para navegantes: pese a lo que insistentemente se ha dicho aquí, al hilo de la LOMCE, la formación profesional dual (alemana, danesa, suiza o austriaca), explica Hanushek, no es fácilmente exportable.

Los Estados Unidos no pueden replicar rápidamente la asentada historia del aprendizaje profesional de Alemania. El sistema alemán se apoya en medio siglo de experiencia de los empleadores, de estándares nacionales y de un mercado laboral relativamente rígido que confía en la certificación como credencial que sirve para contratar (…). En cambio, los Estados Unidos no han optado por la educación vocacional. En la Secundaria, se ha elegido una vía alternativa de enseñar destrezas básicas tales como las Matemáticas y la lectura para motivar a los estudiantes que no van bien en el currículo general.

Vistos estos datos, parece claro que la Formación Profesional (y excluyo a la Formación Profesional Superior) no es la vía más adecuada para integrarse en un mundo laboral como el actual, y no digamos en el que se avizora para los próximos años. ¿Por qué la insistencia por parte de tantos en este itinerario educativo? Se puede encontrar una respuesta convincente en un artículo publicado en 2009 por Manfred Wallenborn y Stephen P. Heyneman cuyo título (“¿Debería formar parte de la Educación Secundaria la Formación Profesional?”) es una invitación a reflexionar sobre el lugar de la Formación Profesional en nuestro sistema educativo. En realidad, vienen a decir, esta formación poco tiene qué ver con el mercado de trabajo. Más bien responde a la necesidad de apartar a aquellos alumnos a los que la escuela considera poco capacitados para prosperar en ella.

La historia nos enseña que el problema relativo a la decisión de contar con una educación vocacional en la escuela secundaria poco tiene que ver con la educación vocacional. Más bien tiene que ver con los supuestos de quiénes deberían cursarla y por qué a aquellos que la cursan se les debe impedir el acceso a las universidades de élite. En otras palabras, el problema radica en las restricciones sociales asociadas a aquellos que cursan la educación vocacional.

Además, apuntan (y esto es algo que deberíamos tener en cuenta en los debates educativos españoles) que las familias no demandan este tipo de educación. La Formación Profesional podría ser la respuesta del sistema educativo a cómo “aparcar” (“park” en el original) a los alumnos menos académicos. Una observación similar es la que se hace desde ciertos sectores del profesorado, tal y como puede verse aquí.

El mercado de trabajo parece compartir esta visión degradada de la Formación Profesional. Así, de acuerdo con el informe de Adecco (Oferta y demanda de empleo en España, 2015), tan solo el 8,3% de las ofertas de empleo demanda un nivel de Formación Profesional de Grado Medio frente a un 17% de ofertas que solicita un nivel de Bachillerato. Los datos que se apuntan desde Cataluña no invitan al optimismo. Según informaba El Periódico de “los 35 alumnos por clase que este año han empezado un ciclo de formación profesional (FP) de grado medio, cinco estudiantes abandonarán antes de terminar el primer curso y, de la treintena que pase a segundo, solo 16 conseguirán graduarse y obtener el título. De ellos, en los seis meses siguientes, solo uno logrará encontrar un empleo estable en la profesión para la que ha estudiado. Son datos facilitados por el sindicato CCOO en Catalunya, tras el análisis pormenorizado de los distintos estudios hechos en los últimos años sobre el fracaso escolar entre alumnos de FP y las tasas de inserción laboral de estos jóvenes”.

Llegados aquí, la pregunta está bastante clara: ¿qué hacer? La respuesta pasa por una transformación radical de nuestro sistema educativo, de manera que no hubiera espacio para el fracaso escolar y la consiguiente canalización de quienes fracasan hacia la red profesional. Dado que el objetivo de nuestro país –como el del resto de los miembros de la Unión Europea- es que la práctica totalidad de nuestros jóvenes adquiera como mínimo una credencial de Educación Secundaria Superior, no quedaría más remedio que repensar nuestro anquilosado y academicista Bachillerato y cómo dar cobijo en él a la práctica totalidad de la población escolar del correspondiente tramo de edad.

Espero que nadie vea en esta proposición el suspiro utópico de un igualitarista. Más bien se trata de adaptar la escuela a las exigencias de la sociedad. En tiempos pasados las destrezas aprendidas en la escuela y/o los primeros años de la vida laboral podían servir para bandearse a lo largo de toda la vida laboral. Bastaría con pensar, por ejemplo, en los trabajadores de la antigua SEAT. En este contexto, la Formación Profesional pudo haber tenido sentido. Sin embargo, vivimos en un escenario, tanto laboral como social, que demanda trabajadores y ciudadanos que aprendan permanentemente. El siguiente paso será conseguir que todos los ciudadanos tengan educación superior, sea en la universidad o en la Formación Profesional de Grado Superior. Esto es lo que pretendía Obama para Estados Unidos. Por otra parte, el acceso universal a la educación superior es casi una realidad en países como Australia.


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