Hoy me he pasado el día, otra vez, viendo uno de los canales más aburridos del mundo. CT-N, la “Connecticut Network”, es la emisora sin ánimo de lucro que retransmite en directo todos los debates, reuniones y audiencias públicas de la asamblea general del estado, es decir, el legislativo. El comité de empleo y trabajadores públicos se reunía para votar esta tarde sobre una ley en la que estamos trabajando, y yo, alumno aplicado que soy, he estado escuchando el debate entero, 150 gloriosos minutos.

Cosa que era, todo sea dicho, totalmente innecesario, porque estos debates en realidad no suelen importar demasiado.

Un debate aburrido

En primer lugar, en la reunión de hoy el comité votaba diecisiete leyes, y mí sólo me interesaban un par. En el resto había varias importantes pero que no estamos siguiendo de cerca, unas cuantas que no tengo ni la más remota idea de qué van, y unas cuantas que no son más que pequeños cambios técnicos a leyes que ya están en los libros. Así que lo de escuchar el debate entero era ya de por sí bastante innecesario, por mucho que lo tuviera de fondo mientras trabajaba en otras cosas.

En segundo lugar, porque habíamos hecho nuestro trabajo bien antes, y estábamos seguros de que teníamos votos suficientes en el comité para sacar adelante la ley. Que estuviera allí aguantando legisladores explicando al mundo porqué esta propuesta va a ser fabulosa o desastrosa era un poco redundante; habíamos hecho la cuenta, nuestros aliados en el comité la habían confirmado, y sabíamos el resultado con certeza. El debate era teatro, la votación un trámite. El texto iba camino del pleno.

Foto celebrando la aprobación de la ley en comité

Lo que el ojo no ve

En Estados Unidos, y en todas las democracias avanzadas, el procedimiento legislativo es como un iceberg. Hay una parte visible fuera del agua, que son los debates en comité, las comparecencias en audiencias públicas, los discursos en los plenos, las votaciones y demás. La inmensa mayoría del trabajo legislativo, sin embargo, se hace a puerta cerrada, lejos de las cámaras, y es mucho menos dramático de lo parece.

Pongamos, por ejemplo, Fair Workweek, la ley que estamos siguiendo. Esta propuesta lleva años flotando por el Capitolio; no sé exactamente cuándo fue la primera vez que fue presentada, pero fue bastantes periodos de sesiones antes de que empezara a trabajar donde estoy ahora. Recuerdo testificar a favor de ella dos empleos atrás, en otra ONG, como un favor a alguien, hará cosa de seis o siete años. Esta clase de calendarios son habituales; cuando empiezas a trabajar en una campaña legislativa se suele dibujar un plan de tres a cinco años para cosas fáciles y de cuatro a siete para propuestas ambiciosas. La pandemia nos reventó dos periodos de sesiones, así que no vamos tarde.

El hecho de que una campaña legislativa dure años, sin embargo, hace que muchos proyectos de ley sean “heredados” por legisladores nuevos de un año para otro. Sea porque se jubilan, sea porque son ascendidos a otro comité más importante, sea por resultados electorales, o sea por caprichosos cambios de asignaciones legislativas, la composición del comité va variando de un año a otro. Esto hace que cada periodo de sesiones debamos recalibrar apoyos y a veces dedicar una cantidad de esfuerzo considerable a que la prioridad (fracasada) del comité el año pasado vuelva a estar en la agenda. Por suerte, tenemos buenas relaciones con muchos legisladores (y gran parte del trabajo del lobista es establecer esta clase de contactos), así que no partimos de cero, pero no siempre es el caso.

Redactando la ley

Una vez los líderes del comité (en condiciones ideales) o varios legisladores amigos (segunda mejor opción), o el pobre friki que aún te coge el teléfono tras el desastre del año pasado (si algo ha ido catastróficamente mal) es cuando viene el trabajo de definir la ley. En una propuesta que lleva años flotando por el capitolio, lo que se hace habitualmente es coger el texto del año pasado, analizar qué fue lo que salió mal, y cambiar los artículos que te hicieron perder votos. Es un ejercicio frustrante, en no poca medida porque hay veces que alguien te vota algo en contra porque sí, sin darte motivos, y otras en que tu propuesta no llega a ser votada en el pleno porque los líderes de la cámara simplemente tenían otras prioridades.

Una vez tienes un articulado con el que tus aliados en el comité están más o menos contentos (que es, a veces, mucho menos ambicioso de lo que te gustaría) es cuando te toca hablar con otros legisladores, sea de forma directa o indirecta. En mi experiencia, casi nunca trabajas en solitario; siempre intentas tener una coalición de ONGs, sindicatos, asociaciones, grupos de interés o quien quiera que tenga sentido que apoye la ley colaborando durante el proceso. Esto tiene la ventaja de así puedes trabajar en equipo y repartirte a los legisladores, con cada lobista llamando a aquellos que tiene más confianza (a veces por motivos un tanto aleatorios – a menudo me “tocan” los legisladores que hablan castellano, por ejemplo), y la desventaja relativa de que a veces tienes que dedicar una cantidad de tiempo considerable negociando qué clase de concesiones o demandas deben ser incluidas en la ley antes de empezar a trabajar.

Esta ronda de contactos inevitablemente sacará a la luz algunos problemas, bien sean de matiz, bien sean de fondo. Según lo que te venga, te tocará revisar la propuesta otra vez, renegociarla con tu coalición, volverla a plantear a tus aliados, y sondear otra vez a los miembros del comité, echando la cuenta a ver si tienes votos suficientes. Si la cosa más o menos parece que cuadra y los líderes del comité, que son quienes controlan la agenda, tienen números parecidos (porque a veces los legisladores te mienten y les dicen cosas distintas a sus jefes), es entonces cuando vas a tener una de esas audiencias con comparecencias y movilizaciones que contaba el otro día, y cuando el texto irá, por fin, a los abogados.

Abogados

Escribir lenguaje legislativo es difícil. Y el legislativo tiene su oficina con letrados que cogerán tu propuesta, la leerán, y te darán amablemente una larga lista de cosas que son ambiguas, o contradictorias, o están mal redactadas y que recomiendan que cambies. O no, allá tú, pero más vale que lo hagas o les darán el mismo informe al partido de la oposición cuando les pregunten y te darán una paliza con él cuando llegue la ley al pleno.

Hay veces que los cambios son meramente técnicos, y más en una ley que lleva varias vueltas. Hay otras que las ambigüedades del texto son lo suficiente serias como para que los cambios exijan otra ronda de consultas con todo Dios, y las negociaciones subsiguientes te hagan perder votos.

Votaciones… y lo que viene después

Si todo va bien, la propuesta de ley, con pequeños retoques, es lo que te llega a la reunión del comité, lista para ser votada. Has contado tus apoyos, las únicas preguntas y críticas vienen de legisladores que tenías como noes, se vota, y hala, hacia el pleno.

No siempre sale bien. Hemos tenido leyes donde legisladores con los que contábamos han cambiado de opinión. El año pasado, una legisladora presentó por sorpresa una enmienda que básicamente torpedeaba una ley por completo, y resultó tener suficientes apoyos para sacarla adelante. Otras veces alguien se ha quejado en privado y nos han sacado cosas de la agenda en el último momento, para no volver jamás. Y muchas otras, no llegas a tener suficientes apoyos, y dado que a los líderes de un comité ni les gusta perder votaciones ni perder el tiempo, nunca llega a debatirse nada.

El comité, por supuesto, es sólo el primer paso. Para Fair Workweek, la ley va a tener que ir como mínimo a otro comité más, donde potencialmente debes repetir todo este trabajo, sólo que en plazos mucho más cortos (aunque confiamos que no sea el caso). Tras ello, te toca llevar el circo a la cámara de representantes, primero, y al senado, justo después. Y, para terminar, cruzar los dedos para que el gobernador no te dé problemas.

Pero sobre qué hay más allá de los comités hablaremos otro día, porque es otro circo completamente distinto.

Bolas extra:

  • ¿De dónde sale el texto de una ley el primer año de una campaña? Casi siempre es plagiada de otro estado que la aprobó primero, porque hay cincuenta y siempre hay donde copiar. A veces la redacta un legislador. Más a menudo, un lobista.
  • Alguna vez el calendario se te acelera y acaba por crearte problemas. Hace años tuvimos una ley de universidades que una legisladora propuso para empezar a recabar apoyos, pensando en sacarla en 3-4 años. Para su sorpresa, fue votada en comité, llegó al pleno, fue votada sin apenas enmiendas y firmada por el gobernador en pocas semanas. El problema es que la ley no estaba lista, así que quedó una chapuza inmanejable que causó infinitos dolores de cabeza a un montón de gente durante meses, hasta que la enmendamos al año siguiente.
  • Krugman escribe sobre Odesa y la Ucrania que pudo ser.
  • El proceso de confirmación de Ketanji Brown Jackson, la nominada de Biden para el supremo, está siendo un espectáculo bastante vergonzoso.


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