Esta semana, en mi vida “normal” (es decir, en el trabajo donde realmente me gano la vida) hemos estado muy, muy, muy ocupados.
El periodo de sesiones de Connecticut en años pares dura poco más de tres meses, desde principios de febrero a la primera semana de mayo. Si quieres tramitar una ley, los plazos son cortos y el calendario ajustado.
Nuestra gran prioridad este año es lo que se conoce como una Fair WorkweekLaw, o ley de semana laboral justa. En Estados Unidos es una práctica habitual de muchas empresas (comercio, restaurantes, hoteles, comida rápida) dar los horarios de trabajo a sus empleados con siete días o menos de antelación, básicamente forzándoles a vivir sin saber cuánto les llamarán para un turno o cuántas horas trabajarán esta semana. Hay montones de evidencia empírica de la que puedo escribir otro día en detalle (si tenéis curiosidad, he escrito sobre ello aquí, aquí y aquí, y unos cuántos artículos más que no he firmado) que dejan claro que esta clase de inestabilidad tienen consecuencias muy negativas sobre los trabajadores. Vemos desde estrés a falta de sueño, una probabilidad mucho más alta de quedarse sin techo, no poder comprar comida o llegar a fin de mes. Sus hijos tienden a perderse muchos más días de colegio y sufren problemas emocionales con mucha más frecuencia.
Hay varios estados que han aprobado legislación regulando y limitando esta práctica, estableciendo plazos mínimos para dar los horarios a los trabajadores (dos semanas, habitualmente) y forzando a la empresa a pagarles compensación si les cambian los turnos o les cancelan horas en el último momento. Esas leyes han funcionado muy, muy bien (no hay muchas leyes que reduzcan la pobreza de un colectivo sin gastar un céntimo, pero estas lo hacen), así que bueno, tenemos muchas ganas que salga adelante.
Que una ley sea obviamente positiva, por supuesto, no quiere decir gran cosa, ni en Estados Unidos ni en ningún sitio. Llevamos años intentándola sacar adelante. Estuvimos cerca el 2019 y estábamos seguros de que el 2020 era nuestro año, pero vino la pandemia. El año pasado conseguimos que fuera votada en el senado, pero se quedó encallada en la cámara de representantes. Este periodo de sesiones tiene que ser aprobada, sí o sí.
Una campaña para sacar adelante una ley es una cosa bastante laboriosa; escribí sobre ello en una serie de artículos sobre la lucha por conseguir que en Connecticut tuviéramos bajas pagadas por enfermedad y maternidad. La campaña de Fair Workweek tiene un aspecto similar, a grandes rasgos, pero requiere aliados distintos y estrategias diferentes.
Para empezar, es una ley más difícil de explicar, así que no puedes “electoralizarla” con la misma facilidad. Con las bajas por enfermedad podíamos ir a un legislador y decirle que si no apoyaba la ley le haríamos la vida imposible en las siguientes elecciones primarias, porque los votantes sabían de lo que estabas hablando. Con Fair Workweek tienes que explicarte, algo que no es del todo factible en unas legislativas estatales con poca cobertura en los medios. Nuestra estrategia, entonces, es mucho más de persuasión y adaptación del mensaje a los legisladores. Por supuesto, intentamos hacer ruido fuera, pero no podemos jugar con hacer que la ley sea un tema de campaña durante varios ciclos electorales.
En nuestra aventura acelerada para sacar la ley adelante, ayer tuvimos uno de los días cruciales de nuestra campaña: el public hearing, o audiencia pública. En Connecticut (y en casi todos los legislativos estatales), todas las leyes pasan por un trámite en el que el público puede acercarse al capitolio y dar su opinión sobre una ley bajo tramitación. Literalmente hay un día de audiencia, te apuntas, y compareces delante del comité que va a debatir la ley en primera instancia. Te sientas, hablas durante tres minutos, y si eres puntilloso, les das también tu opinión por escrito.
Los public hearing son, por un lado, una oportunidad para los legisladores para escuchar opiniones de expertos y ciudadanos preocupados, y preguntarles sobre cómo les impactará la ley. Por otro, son el lugar perfecto para lobistas, emprendedores políticos, activistas y otra gente de mal vivir para movilizar a sus bases, traer a sus expertos, y poner una auténtica cabalgata de ciudadanos soliviantados, preocupados, indignados o lo que convenga para que hablen a favor o en contra de una ley. Dado que Fair Workweek es uno de esos textos donde nuestra audiencia está más dentro del capitolio que fuera, estábamos obligados a montar un buen espectáculo.
Y esa ha sido mi vida esta semana. Para empezar, teníamos que hacer todo lo posible para que testificara tanta gente como fuera posible a favor de la ley. Lo podían hacer por escrito, y nuestro cometido entonces era ayudarles a que enviaran algo al comité (creando una página en internet que automatiza el proceso y pre-escribe un testimonio para ellos), o en persona, y entonces les ayudábamos a apuntarse, avisarles cuando les tocaba para que se conectaran al Zoom e intentar que contaran una buena historia.
Lo único bueno de la pandemia ha sido que las audiencias son a distancia y nos ahorramos tener que llevar gente a rastras a Hartford a que pierda un día testificando.
Teníamos también los expertos. Por fortuna, en esta ley tenemos los hechos de nuestra parte (a ver, siempre tengo la razón, pero en esta ley en particular hay datos), pero nos tocó contactar a los autores de muchos de los estudios sobre el tema y convencerles de que presentaran. En este caso, los contactos con organizaciones nacionales ayudaron mucho, y tuvimos a profesores de Harvard y Chicago y varios think tank de Washington hablando en favor de la ley.
Para que los expertos fueran efectivos, por supuesto, necesitaban algo más de tres minutos para presentar sus estudios, así que también tuvimos que coordinarnos con los legisladores en el comité. Llevamos años trabajando en esta ley y muchos llevamos más de una década por el Capitolio en esta clase de batallitas, así que tenemos una buena relación de trabajo con muchos de ellos. Antes y durante la audiencia les pasamos preguntas que pudieran hacer para alargar la presentación (porque las respuestas no entran bajo el límite de tres minutos), y notas y comentarios para contestar a aquellos que testificaran en contra, si fuera necesario.
Oh, y claro está, me tocaba también comparecer a mí; escribir un texto largo para legisladores, preparar una intervención de tres minutos que sea resultona, y preparar un turno de preguntas que sirva para recalcar todo el bien que hará esta ley.
Han sido muchas, muchas horas de trabajo. Y nos ha salido bien.
Aunque todos estos pasos son necesarios y ayudan a que la ley sea aprobada, todo el proceso de audiencia pública tiene bastante de ritual. Para empezar, estamos bastante seguros de que tenemos votos suficientes en el comité a favor de la ley, así que no estábamos realmente persuadiendo a nadie. La montaña de testimonios a favor de la ley la leerá poca gente (y más contando que hay bastantes que son casi idénticos…), y las intervenciones y preguntas a los expertos no las verán demasiados legisladores. Es más, dado que la audiencia duró doce horas, muchos de los miembros del comité ni estaban cuando sucedieron, fuera porque estaban en otra reunión, o comiendo, o distraídos con el Zoom de fondo.
El total de contenidos, sin embargo, sí que importa, ya que es una señal importante para otros legisladores. Estamos en un periodo de sesiones corto, y el legislativo tiene un ancho de banda limitado para sacar leyes adelante. El Speaker y el líder del senado, entonces, tienen que escoger qué leyes parecen tener más apoyo dentro del grupo parlamentario y están movilizando más gente fuera. Que Fair Workweek tuviera más de un centenar de gente testificando a favor, expertos nacionales, y una audiencia tan concurrida les llamará la atención, por mucho que sepan que todo esto es fruto de una campaña organizada. Hay interés; es una ley que debo tener en cuenta.
Por añadido, el preparar la audiencia nos ha servido también para preparar a los miembros del comité que están a favor de la ley para lo que viene después. Serán estos legisladores los que tendrán que convencer a sus líderes y compañeros de partido que Fair Workweek vale la pena, y es necesaria, por todos estos motivos. Las intervenciones, preguntas, documentos, argumentarios y demás serán su punto de partida para esos debates.
Por supuesto, hay cosas que no controlamos. Mi trabajo mañana, entre otras cosas, será amplificar más la señal para el resto del partido intentando que los medios cubran todo el ruido y trasiego de la audiencia, y cómo la propuesta tiene un apoyo considerable. Mi problema, en este caso, es que dado que hay pocos días de audiencia había otras leyes en la agenda, y quizás los periodistas prefieren cubrir otro tema más polémico.
Los dos próximos meses van a ser frenéticos, qué duda cabe. Y sí, me encanta mi trabajo.