Peter Thiel es un personaje fascinante. Nacido en Frankfurt de padres alemanes, tuvo una infancia itinerante siguiendo la carrera de su padre, un reputado ingeniero químico, antes de asentarse finalmente en California. Tras estudiar filosofía y derecho, acabó trabajando en finanzas varios años hasta que a finales de los noventa se hartó y volvió a la costa oeste. En esa época, justo en los primeros días de internet, San Francisco era un hervidero de startups e inversores primerizos; Thiel se las arregló para pedir prestado un millón de dólares a familiares y amigos, y se puso a buscar unicornios.
Su primer proyecto fue un fracaso que le costó $100.000. Su segundo, en 1999, fue una pequeña empresa de pagos por internet llamada Paypal, que rápidamente atrajo la atención del sector; un tal Elon Musk se unió a la empresa al cabo de un año mediante una fusión. Tras traicionar a Musk en un golpe de mano interno, eBay les absorbería el 2002, dejando a Thiel con $55 millones en el banco.
Thiel, desde luego, no tiene nada de tonto, y en los años siguientes se dedicó a invertir en toda clase de startups por Silicon Valley, incluyendo Facebook, Yelp, Stripe, y Spotify. Su fortuna ronda hoy los $2.600 millones de dólares.
Más allá de su talento como inversor (y de la suerte de tener unos cuantos millones de dólares para invertir en Silicon Valley justo cuando internet estalla), Thiel es un hombre peculiar. El tipo, por ejemplo, es conocido por hacer toda clase de cosas extrañas para alargar su vida; la transferencia de sangre de jóvenes de Gavin Belson, el personaje de la serie Silicon Valley, no es un chiste, sino algo que realmente hace Peter Thiel en sus ratos libres. Es también la clase de persona que, aunque se autoproclama libertario y defensor de la libertad contra cualquier tiranía, no dudó en fundirse millones de dólares metiéndole pleitos a Gawker por haberle sacado del armario hasta destruir completamente la compañía.
Donde Thiel es especialmente extraño, sin embargo, es en sus ideas políticas. No es habitual que un personaje público vaya por el mundo diciendo en voz alta que sus dos principales motivaciones políticas son el racismo y el rechazo de la democracia liberal, pero esto es lo que ha dicho el mismo Thiel. El hombre ha escrito que “es hora de despertarse del sopor y la amnesia de la ilustración”, ha criticado el sufragio femenino (porque se interpone con los valores libertarios) y en general tiene una serie de creencias y valores dignas de un troll de forocoches que ha leído demasiados libros de filosofía reaccionaria, sólo que con una enorme cantidad de dinero en el banco.
Con esto de leer tanto, Thiel tiene una vena quijotesca, y se ha metido en política. Tras flirtear con Rand Paul y Ted Cruz en su primera campaña al senado, fue de los primeros en apoyar a Trump el 2016, y desde entonces se ha convertido en una de esas cosas tan extrañas y únicas que viven en los márgenes de la política americana: un power player, una especie de inversor político.
La idea es simple: Thiel tiene montañas de dinero, y está dispuesto a firmar cheques gigantes a aquellos políticos que tienen ideas que son de su agrado. Para anunciar que está disponible para recibir solicitudes de financiación, Thiel tiene una mansión en Washington, da charlas y conferencias en organizaciones conservadoras (la Federalist Society, Cato y demás), donde ejerce de mecenas, y ejerce de gurú ocasional por Fox News y medios adyacentes.
Cuando alguien como Peter Thiel (o los Koch, o Sheldon Adelson, o Soros…) montan una estructura de esta clase, el resultado es una larga cola de candidatos llamando a la puerta, pidiendo desesperadamente una reunión con él y su equipo. Gran parte del trabajo de un político intentando ganar elecciones en este país consiste en esto, babosear de manera humillante a los pies de gente con demasiado dinero intentándoles convencer de que están totalmente de acuerdo con sus ideas. Eso hace que estos personajes puedan tener mucha más influencia de la que vemos a simple vista con sus donativos, ya que su mera presencia basta para generar un campo gravitatorio alrededor de su agenda.
La agenda de Peter Thiel es, como podéis suponer, un poco peculiar. En este ciclo electoral, donde de momento lleva invertidos 20 millones de dólares, Thiel está reclutando candidatos de extrema derecha, la clase de gente que repite sin cesar la mentira de que Trump ganó las elecciones del 2020. Muchos de los peores patanes del GOP que están diciendo que hay que recurrir a la violencia para derribar el sistema (que son bastantes) están recibiendo el apoyo entusiasta de Thiel.
Por supuesto, 20 millones de dólares es una pequeña fracción del dinero que veremos fluir este año en las legislativas americanas, que probablemente se acerque a los mil millones de dólares. Lo inusual de las donaciones de Thiel es que están llegando muy, muy temprano en el ciclo electoral, y van a candidatos que a menudo no parecen estar en posición de ganar las primarias.
Esto puede ser leído de dos maneras distintas. Es posible que Thiel esté tomando esta decisión de forma estratégica porque su motivación no es ganar elecciones, sino mover la agenda del partido republicano hacia el libertarismo reaccionario distópico que tanto parece gustarle. Para ello, no necesita que su candidato gane, sino forzar a que la campaña sea sobre lo que a él le interesa, algo que puedes hacer si metes diez millones en publicidad en unas primarias al senado en Ohio. Su proyecto es a largo plazo, plantando las ideas este ciclo para ir haciéndolas más aceptables y mainstream en el siguiente. Este es el plan, según dice Steve Bannon en este perfil de Thiel.
Mi (limitada) experiencia con donantes y políticos, sin embargo, me lleva a pensar una explicación mucho más sencilla: Thiel no tiene ni puñetera idea sobre qué está haciendo, y está dando dinero a gente que le gusta y le cae bien. Las racionalizaciones ludico- festivas posteriores serán todo lo ingeniosas que quiera, pero en el fondo está regando con dinero a gente que le ha hecho la pelota o que ha sabido venderse. Dado que Thiel está un poco (bastante) chiflado, la gente en esa lista es un pelín excéntrica también. Todo acabará con varios perfiles sobre Thiel, power player y gurú indómito de Silicon Valley, publicidad gratuita para sus otros negocios, y el hombre sintiéndose muy importante, pero no un elaborado plan para transformar el país.
Esto no quiere decir que la mera presencia de Thiel y todos los megamillonarios comprometidos con alguna causa política y dispuestos a esparcir dinero sea inofensiva. El sistema político americano es notorio por tener un montón de debates y temas en la agenda que están muy, muy lejos de la opinión pública en parte porque hay un montonazo de chiflados como Thiel haciéndose los importantes y dando la vara.
Esto sucede, además, tanto a gran cómo a pequeña escala. Matt Yglesias escribía ayer sobre cómo los votantes demócratas con educación universitaria tienden a ser mucho más progresistas que aquellos que no tienen educación superior. Aquellos con más estudios tienden a ganar más dinero, participar más en política, y donar mucho más que el resto, así que los “pequeños donantes” de las campañas demócratas (léase: Bernie Sanders) tienden a ser gente mucho más de izquierdas que el votante mediano. El dinero en política crea distorsiones e incentivos perversos venga de millonarios o de abogados, contables, y universitarios motivados por la causa.
Así que vamos, Peter Thiel es un personaje peculiar, pero es parte de un problema mucho mayor. Pero sobre el dinero en política hablaremos más otro día.