Hay una línea argumental a la que recurren Fox News, Trump, y un buen puñado de intelectuales conservadores que consiste en acusar a los demócratas de ser racistas contra los blancos. Todos esos programas de discriminación positiva, la retórica woke, las diatribas intelectuales de critical race theory son una señal del odio de los activistas progresistas contra la civilización anglosajona y occidental, etcétera, etcétera, etcétera.
Los demócratas y progresistas acostumbran a tomar esta clase de acusaciones como un ejemplo de proyección, acusando a otros de ser como ellos como estrategia retórica. Ya he hablado bastante de racismo estructural, retórica woke e historias semejantes para dejar relativamente claro que el racismo sigue existiendo en los Estados Unidos, y desde luego, sigue recayendo en la población negra más que sobre cualquier otro grupo. También que el rollo post- moderno todo-es-censurable de ciertos sectores de la izquierda es a la vez mesiánico, un poco cargante, y tremendamente condescendiente. No es, sin embargo, racista, por muy pelmas que sean con sus mea culpas.
Hay algo que merece ser mencionado, sin embargo, de esa crítica de los conservadores y republicanos contra la izquierda, porque no es del todo absurda. Es más, para muchos americanos de raza blanca, está muy cerca de ser casi correcta, aunque no de la manera que el GOP dice.
Una de las cosas que más me sorprendió, cuando me mudé a Estados Unidos, es el concepto de White Trash, o “basura blanca”. Este término se refiere a un cierto tipo de clase social, gente blanca, pobre y con pocos estudios. No significa “pobre” o “clase obrera”, sino que incluye también una identidad cultural: embrutecidos, vulgares, ociosos, borrachuzos, horteras y sin futuro. Es la gente que hace la compra en Walmart y Dollar General, que mira telenovelas, bebe cervezas light espantosas, tiene trabajos manuales, escucha country, sale de casa en pijama a hacer recados y habla un inglés vulgar y torpe.
La white trash está muy presente en la cultura popular americana, aunque casi siempre cuando salen en series o programas de TV están ahí como objeto de burla o ridiculización. Es la clase de gente que salía en Tiger King, Here Comes Honey Boo Boo, Dog the Bounty Hunter, Duck Dynasty, My Name is Earl, Shameless y programas semejantes. No todo el mundo que es white trash es pobre (es más, varios realities sobre el tema son sobre gente con dinero), pero siempre son vistos con condescendencia, mirándolos como esta especie de degenerados extraños que no saben comportarse.
Junto a la white trash encontramos otros conceptos o ideas similares, casi siempre para referirse a pobres de raza blanca. Tenemos hillbilly, para hablar de pobreza crónica en los Apalaches, o redneck, para zonas rurales del sur, o swamp people, para la costa de Luisiana. Nancy Isemberg, en un libro reciente, hablaba de la historia de este concepto, siempre presente bajo un nombre u otro (“Waste people. Offscourings. Lubbers. Bogtrotters. Rascals. Rubbish. Squatters. Crackers. Clay-eaters. Tackies. Mudsills. Scalawags. Briar hoppers. Hillbillies. Low-downers. White n—–s. Degenerates. White trash. Rednecks. Trailer trash. Swamp people.”) y su persistente, tóxica presencia en la cultura americana.
Detrás del estereotipo de white trash encontramos un amplio grupo de americanos que no sólo son vistos con desdén, sino que tienen toda la razón del mundo en sentirse abandonados. La white trash vive en zonas del país con economías deprimidas, estados rurales o post- industriales donde todo aquel que puede se larga en cuanto puede. Son lugares donde el hospital más cercano puede estar en una ciudad pequeña a una hora de distancia, donde el único negocio parece ser un Walmart, dos gasolineras y restaurantes de comida rápida.
Los americanos educados y las clases medias, casi todos en las grandes áreas metropolitanas de las dos costas, los ven como la clase de cavernícolas retrógrados sin remedio que viven en todas esas regiones del país que nunca van a visitar. Los medios y las élites culturales los ven con desprecio.
Nadie con poder parece prestarles la más mínima atención. Los demócratas, al hablar de pobreza, se refieren a ciudades y minorías raciales; quizás a granjeros, si están bucólicos, o mineros, si andan románticos, pero nada más. A los republicanos les gusta recordarles lo mucho que las élites de Washington les desprecian y cómo parecen querer ayudar a esa gente (ah, el resentimiento racial) y no a ellos.
La white trash no es una minoría racial, y este desprecio que sufren, este fracaso sistémico que ha dejado tantas comunidades del país atrás, no es el resultado de racismo anti- blanco, sino del brutal, despiadado clasismo de la sociedad americana. Pero cuando a alguien que vive o se siente cercano a este grupo, o esta identidad cultural, clase social, o como la queramos llamar escucha a alguien decir que las élites progresistas de las dos costas les odian por ser quienes son, y les desprecian, y creen que son mejores que ellos, no les están mintiendo. Están oprimidos, son ninguneados, y son discriminados abiertamente. En Estados Unidos ser racista en voz alta es inaceptable y objeto de muerte civil, casi de inmediato. Mofarse de los rednecks, hillbillies y gente parecida, lo tienes cada día en televisión.
Cuando el sur pobre y rural, o los estados del rust belt votan republicano, por cierto, no es la white trash quienes están haciéndolo. En general, no votan demasiado; están demasiado hartos con todo el mundo para preocuparse por esas cosas. El partido demócrata actual a menudo parece que les hable como si fueran aborígenes, y lo desprecian visceralmente. El partido republicano tenía en Trump alguien que era visto como “uno de los suyos”, alguien que las élites despreciaban, y consiguió ganar muchos apoyos.
Los demócratas pueden recuperar estos votos, pero desde luego, necesitarán un cambio de actitud tremendo para hacerlo. Para empezar, deben sacarse de encima la enorme, insufrible condescendencia que sufre el progresismo en este país (y en todos), y empezar a hablar a sus potenciales votantes como seres humanos. Deben dejar de hablar en códigos extraños (¿equidad? ¿racismo estructural? ¿latinx? ¿interseccionalidad?) y centrarse en lo básico; hablar de oportunidades, de trabajo, de respeto – especialmente respeto, porque si hay algo de lo que están hartos es que todo el mundo les trate como la mierda.
Estos días la izquierda política americana está discutiendo internamente con cierta seriedad sobre qué hacer para recuperar el voto de estos grupos, así que al menos han dejado de ser invisibles. Aun así, queda mucho, mucho camino por recorrer.
En el fondo, sin embargo, hay este aspecto de Estados Unidos que nunca, nunca deja de sorprenderme, y que los americanos parecen incapaces de ver su claridad: este es un país increíblemente clasista, y lo es de una forma mucho más explícita, brutal, y directa que cualquier país europeo fuera del Reino Unido. Este clasismo se oculta tras las inacabables discusiones sobre raza, racismo, y todo lo demás que también permean la sociedad americana, pero es casi siempre ignorado.
Lo curioso, por cierto, es cómo clasismo y racismo no son demasiado distintos. La idea de “raza” es, en realidad, un concepto cultural, algo construido socialmente. La definición de quién es “blanco” (y blanco de verdad, no trash) en Estados Unidos ha ido cambiando con el tiempo, siguiendo las oleadas migratorias. A finales del XIX no incluía irlandeses, polacos o italianos, sin ir más lejos, y su inclusión en el “club” es fruto de la asimilación y la lucha por alcanzar el poder político. Todas esas estatuas de Cristóbal Colón que pueblan Estados Unidos fueron erigidas a principios del siglo XX por ese motivo; eran el símbolo de la comunidad italiana afirmando que ellos también eran colonizadores, parte de los que civilizaron América, y “merecían” ser asimilados.
La white trash no nace o se sostiene por una teoría racializada o una explicación cultural o étnica, pero su existencia como un grupo de “otros”, de gente distinta que están por debajo del resto es también una construcción social. Y del mismo modo que uno puede “dejar de ser” italiano y “hacerse blanco” (cambiar el apellido de Luigi a Lewis y hacerse protestante), uno puede “dejar de ser” trash; no tienes la barrera del color de piel. Pero las barreras para hacerlo son reales, y escapar de la pobreza, aprender los códigos sociales de la clase media y asimilarse es muy, muy complicado.
Recomiendo la serie Ozark, en la que se retratan también los «paletos» blancos.