Estos días, en todo Estados Unidos, la clase política del país está obsesionada con mapas. El año pasado fue un año de censo, así que este año toca revisar los límites de los distritos electorales tanto en los legislativos estatales como en la cámara de representantes en Washington. Es ese bonito y entrañable ejercicio que vemos en los sistemas políticos con circunscripciones uninominales consistente en que los políticos escogen a sus votantes, y no a la inversa.
No sé si recordaréis, hace unas semanas, el temor entre las filas demócratas de que los muy mediocres resultados electorales de noviembre del 2020 se convirtieran en una desventaja persistente durante la toda la década. Los distritos electorales son definidos a nivel estatal, no nacional, y el GOP controla, ahora mismo, muchísimos más gobiernos estatales que los demócratas.
Para empeorar las cosas, un puñado de estados controlados por el partido demócrata habían adoptado reformas para despolitizar el proceso, poniendo en manos de comisiones independientes o los tribunales el dibujo de cada circunscripción para evitar que nadie abusara del sistema. Esto llevaría a que, en lugares como California, donde el GOP es minoritario, el mapa electoral vaya a incluir distritos que les sean favorables para garantizar que saquen algo de representación. Los republicanos, mientras tanto, no tienen esta tendencia a atarse las manos a la espalda, y había pánico de que en lugares como Texas poco menos iban a extinguir a sus rivales.
Tras meses de trabajo y luchas políticas entre bastidores, tenemos por fin una cierta idea sobre cómo el entusiasta trabajo de gerrymandering de todos los implicados va a dejar el mapa de la cámara de representantes. Para sorpresa de muchos, resulta que no es el desastre sin paliativos que temían los demócratas.
Es más, el mapa les es casi favorable.
Al dibujar un mapa electoral, los políticos tienen ante sí dos intereses contrapuestos. Por un lado, quieren asegurar su resultado, es decir, que el distrito electoral que ya ocupan sea tan inexpugnable como sea posible. Por otro, quieren maximizar el número de distritos ocupados por miembros de su partido.
Un ejemplo. En un lugar como Texas, que sigue siendo conservador pero que está poco a poco moviéndose a la izquierda, muchos legisladores hayan visto como sus márgenes de victoria han ido disminuyendo durante la última década. Esto quiere decir que, si no tocan los distritos, es posible que durante los próximos años sus elecciones sean más competitivas y puedan perder, así que tienen un incentivo considerable para redibujar su circunscripción para que incluya más votantes republicanos.
Cuando hacen eso, sin embargo, inevitablemente estarás moviendo votantes demócratas a otro distrito que no es el tuyo. Dado que no quieres debilitar a un compañero de partido, la estrategia más sensata es enchufar tantos demócratas como sea posible en una circunscripción que tenga un representante demócrata y listos.
Esta clase de movimiento se le apoda “packing”, y consiste en meter a todos los votantes de la oposición en tan pocos distritos como sea posible. Es una forma eficaz de evitar que saquen más escaños (y que tengan representantes ganando con un 70% del voto en su distrito) pero no te sirve para aumentar tu nivel de representación.
Mirando el mapa y el proceso de toma de decisiones del partido republicano estos últimos meses, la tendencia ha sido a hacer esta clase de gerrymandering defensivo, dirigido a defender a sus propios cargos electos, en vez de ser agresivos e intentar colocar a representantes demócratas en distritos más vulnerables.
Aparte de estas decisiones tácticas, el GOP también se ha encontrado que en muchos de los lugares donde tienen la opción de dibujar distritos los mapas ya les eran muy favorables. El último ciclo de censo y re-districting fue justo después de las desastrosas legislativas del 2010. Este año controlan menos estados que entonces, así que necesariamente van a perder algo de terreno.
Los demócratas, mientras tanto, se han encontrado que en tres estados con mapas preparados por comisiones no-partidistas estas les daban un dibujo muy favorable (California, Nueva Jersey y Michigan), y sólo dejaban mapas medio decentes para el GOP en dos estados pequeños (Arizona y Montana). Por añadido, en los estados que controlan en solitario han hecho gerrymanders extremadamente agresivos buscando aniquilar a los republicanos (Illinois, Nuevo Méjico, Oregón), potencialmente sacando más escaños que ahora.
Quedan aún algunos estados para terminar de dibujar sus distritos (y unos cuantos están litigándolo todo en los tribunales, como era de esperar), pero como señala David Wasserman en Cook, es muy posible que, en las legislativas del 2022, haya más distritos en liza donde Biden sacó más votos que Trump que en el 2020. Es decir, es posible que el mapa final sea más proporcional de lo que es ahora.
Esto no quiere decir, por supuesto, que los demócratas vayan a ganar las mid-terms. Aunque habrá más distritos donde ganó el presidente, Biden ganó en el 2020 por cuatro puntos y medio, y es muy, muy, muy improbable que los demócratas ganen este noviembre por ese margen. El mapa deja un buen puñado de representantes demócratas “a tiro” de un buen año del GOP, porque el partido ha tomado más riesgos intentando maximizar el número de escaños que pueden obtener, pero ha dejado a más miembros vulnerables. Es muy probable que esta estrategia tenga sentido a largo plazo, ya que en ciclos electorales menos hostiles que las mid-terms los demócratas pueden aspirar a sacar mayorías decentes en la cámara de representantes.
También a largo plazo, el mapa salido de este ciclo seguramente aumente aún más la polarización del país, ya que el número de distritos competitivos ha caído en picado. En el 2020, entre los estados que han “cerrado” ya sus mapas, hubo 62 distritos donde las diferencia entre Trump y Biden era de menos de 10 puntos. En el 2022, hay sólo 46. Cada vez hay menos distritos competitivos porque los cargos electos buscan protegerse a sí mismos en circunscripciones muy homogéneas, haciendo que en la práctica nunca puedan perder elecciones.
Hay cuatro estrategias básicas para hacer gerrymandering:
Hay una “táctica” adicional llamada “prison gerrymandering” que consiste en cambiar la ley electoral para hacer que los presos encarcelados cuenten como población en el distrito donde cumplen condena, a pesar de que no tengan derecho a voto. Dado que Estados Unidos mete tanta gente en la cárcel, esto puede hacer que un político en un distrito rural tenga un montón de electores (literalmente) cautivos inflando su población sin que puedan protestar o votar en su contra.