Cuando pensamos en el mercado laboral de una economía avanzada como Estados Unidos, es fácil imaginarlo como una cosa más o menos estable. En una economía hay un número determinado de trabajadores, y la mayoría de ellos empiezan el año en un empleo y acaban el año trabajando en el mismo sitio. El paro aumenta y disminuye en los márgenes, pero el “núcleo” duro de currelas siempre está allí, y los puestos que se crean o destruyen son añadiendo o disminuyendo los ya existentes.
En realidad, un mercado de trabajo es una cosa bastante más caótica y desordenada. Estados Unidos, en un día bueno en un mes cualquiera, destruye unos 100.000 puestos de trabajo. Cada día, del mismo modo, el país crea sobre unos 100.000 nuevos empleos en otros sitios distintos. Al acabar el año, un 15% de los empleos del país han desaparecido, substituidos por otros nuevos.
La cosa no se queda ahí. Cada mes en Estados Unidos sobre un 2-2.4% de la mano de obra dimite de su puesto de trabajo. Dice que ya está bien, ahí te quedas, y se va a buscar trabajo en otro sitio. Esto es, más de una quinta parte de la población empleada abandona voluntariamente su curro cada año, una cifra que se ha mantenido relativamente constante (disminuye durante crisis, aumenta en tiempos de bonanza) durante las últimas décadas.
Tras el cierre de la economía debido a la pandemia el año pasado, sin embargo, estas cifras parecen haber cambiado. Las cifras de dimisiones se hundieron a principios del 2020, cuando más de 22 millones de personas perdieron su trabajo. El número volvió a la normalidad a mediados del 2021, pero después del verano, la cifra de dimisiones mensuales se disparó, pasando de ese 2,2% al mes a rozar el 3%.
Este aumento no parece ser gran cosa, pero en Estados Unidos es bastante extraordinario. Para empezar, aunque la economía se ha recuperado, el número total de empleados sigue estando por debajo del pico del 2019. La tasa de paro es baja (un 4,6%) pero está bastante lejos del 3,5% justo antes del principio de la pandemia, cuando las dimisiones seguían estando en ese 2,2%. Segundo, este es un país donde el mercado laboral está muy sesgado a favor de los empresarios y donde cambiar de trabajo puede a su vez exigir ciertos sacrificios. Como comentaba el otro día, por ejemplo, el número de días de vacaciones que tienes al año puede depender de cuánto tiempo llevas con tu empresa, igual que el acceso al plan de pensiones, bajas por maternidad, y otras prestaciones parecidas. Cambiar de trabajo puede tener un coste importante.
Sin embargo, la gente se está largando… y nadie parece tener del todo claro el motivo. La hipótesis más extendida, y que no me parece descabellada, es que los cierres del año pasado tuvieron un impacto tremendo sobre todo en trabajadores en sectores con condiciones laborales entre malas y atroces, léase hostelería, restauración, comercio y servicios. Si algo hizo bien Estados Unidos entonces fue ampliar la cobertura de desempleo dando una inyección de dinero enorme ($400 a la semana) para que la gente se quedara en casa durante la pandemia, a no ser que su trabajo fuera estrictamente necesario. Durante esos meses muchos, muchos trabajadores se dieron cuenta de lo mucho que odiaban su trabajo y de las condiciones laborales penosas que se habían estado tragando.
Cuando la economía empezó a reabrir, muchos de estos trabajadores en el sector servicios volvieron al trabajo con dudas, y el temor a la pandemia hizo que muchos se quedaran en casa. Los que se reincorporaron se dieron cuenta que sus jefes tenían problemas para contratar a nuevos empleados, así que de repente eran mucho menos prescindibles que antes. Empezaron a pedir que les subieran el sueldo, y si no les hacían caso, se iban, porque sabían que otras empresas estaban desesperadas buscando nuevos trabajadores.
En el lado de los trabajadores de cuello blanco la historia es parecida, aunque menos pronunciada. Muchos hemos descubierto, encantados, que podemos hacer nuestro trabajo desde casa. Cuando las empresas piden que se vuelva a la oficina, muchos empleados o bien han dicho que no les apetece, o han buscado otro puesto en lugares donde sí les dejen teletrabajar. Hace un par de años, era inusual ver ofertas laborales que no pusieran como condición de empleo acudir a la oficina en algún sitio. Estos meses es increíblemente habitual ver a empresas diciendo que se puede trabajar a distancia, desde cualquier lugar del país.
Tenemos, además, el factor añadido de la inmigración. Estados Unidos es un país que depende mucho de mano de obra inmigrante, porque cuando tu tasa de paro está por debajo del cinco por ciento, tu natalidad es (relativamente) baja y tu economía crece a buen ritmo necesitas más trabajadores. La inmigración, tanto legal como ilegal, disminuyó durante los tres primeros años de la administración Trump y cayó en picado el 2020 y 2021 (obviamente). El último censo dio el aumento más lento de población inmigrante desde los setenta, algo que ha dejado a muchos sectores desesperados por encontrar mano de obra.
Es curioso ver, por cierto, los porcentajes de dimisiones por sector y región. Comercio, hostelería y restauración (que siempre tenían más dimisiones) andan por las nubes, sobre el 6% al mes (es decir, más de dos tercios de empleados al año). El número de salidas, por cierto, es mucho más alto en el sur (3,3%) que en el noreste del país (2,2%); el Midwest y oeste están viendo sus cifras aumentar a niveles parecidos al sur. Estas diferencias entre estados me hacen sospechar que las condiciones laborales tienen algo que ver; en el noreste, más progresista, los trabajadores están algo más protegidos (más sindicados, salarios mínimos más altos…), así que es posible que el cabreo previo fuera menor. El noreste, además, no sufrió la oleada de COVID que tuvo el sur durante el verano, así que hay menos camareros hartos de jugarse el pellejo sirviendo cañas que en el sur.
Todo esto, en agregado, tiene varios efectos potenciales curiosos. El primero, y más directo, es que tanta gente enviando a su jefe a la porra ha forzado a muchas empresas a subir salarios. La recuperación, especialmente para trabajadores no cualificados, ha sido excepcional en cuanto a sueldos. La enorme asimetría en poder negociador entre empresa y empleado en Estados Unidos hizo que los salarios no empezaran a subir poco a poco en términos reales hasta que la tasa de paro se acercó o bajó del 4% en los años anteriores a la pandemia. Ahora que tantos currelas han descubierto que les necesitan, la subida de salarios se ha acelerado.
También hemos visto un marcado aumento en el número de mudanzas, ya que, de repente, muchos no necesitan vivir en una ciudad carísima como Nueva York o Chicago para seguir trabajando en una empresa de esa ciudad. Por añadido, hemos visto un aumento gigantesco en la creación de nuevas empresas; la pandemia parece haber dado alas a espíritus inquietos.
Todo esto, en agregado, son buenas noticias para los trabajadores, y probablemente, malas noticias para los empresarios. No quiero ponerme excesivamente marxista, pero hay algo que sugiere un cierto descubrimiento de una conciencia de clase que no habíamos visto en Estados Unidos desde hacía décadas. Durante el otoño hemos visto una oleada de huelgas (¡huelgas!) por todo el país, y no tienen viso de parar.
Antes de que empecemos a cantar todo el poder para los soviets y demos la bienvenida a la clase obrera de Estados Unidos a la lucha proletaria, sin embargo, vale la pena recordar de que esto sigue siendo Estados Unidos, el lugar donde los sueños de socialdemocracia van a morir, casi siempre en el senado. La gran dimisión es fruto de una combinación de circunstancias inusuales que han dado un poder negociador tremendo a los trabajadores, pero estas condiciones en el mercado laboral quizás tengan fecha de caducidad.
La política fiscal expansiva de los últimos meses, primero, va a empezar a desaparecer. Las prestaciones de desempleo han vuelto a su habitual tacañería americana, y los ahorros acumulados durante la pandemia se irán agotando. La elevada demanda nacida de dinero abundante y euforia post-pandemia empezará a normalizarse. Si la inflación sigue alta, la reserva federal echará el freno subiendo los tipos de interés.
Por descontado, si los republicanos ganan las elecciones legislativas el año que viene, cualquier medida pro-trabajador que pudiera salir del congreso será olvidada de inmediato. Dada la ventaja inherente del GOP en ambas cámaras (vía gerrymandering y la primacía rural en el senado) es muy posible que los demócratas no vuelvan a oler tener mayoría en las cámaras durante muchos, muchos años.
Si la pandemia y la gran dimisión posterior han cambiado, como dicen algunos, la forma de muchos trabajadores de ver el mundo (y sospecho que tienen razón), es posible que tengamos una clase obrera más movilizada y militante en años venideros. El sistema político americano, sin embargo, es estructuralmente hostil a reformas y cambios a largo plazo, así que incluso si ese fuera el caso, es muy posible que se quede en nada.
Los demócratas, si fueran listos, intentarían construir una nueva mayoría que buscara ampliar sus bases para incorporar este descontento. Pero claro, hablamos del partido demócrata.