Una de las peores costumbres de los comentaristas políticos americanos (que, me temo, la prensa española parece obcecada en copiar) es su extraordinaria afición por hacer análisis a muy corto plazo. Estos días muchos comentaristas han llegado a la conclusión de que la semana pasada fue mala malísima para Joe Biden, y se han apresurado a certificar que toda su presidencia está herida de muerte.
Los comentaristas señalan que la administración Biden se enfrentaba a tres crisis atroces y terribles de forma simultánea. Primero, la retirada de Afganistán, de la que ya he hablado demasiado. Segundo, la nueva oleada de coronavirus en los estados del sur del país. Tercero, el huracán Ida devastando Luisiana.
La crisis afgana ha terminado. Ayer a media tarde el Pentágono anunció que el General Chris Donahue, al mando de la 82º división aerotransportada, fue el último soldado de los Estados Unidos en abandonar Kabul. En el proceso evacuaron 123.000 personas, una cifra mucho mayor de lo que los comentaristas creían posible. El atentado terrorista en el aeropuerto empañó la operación, pero la salida del país ha sido mucho más efectiva y menos anárquica de lo que muchos esperaban.
No me repetiré más: creo que Biden ha hecho lo correcto saliendo de Afganistán, poniendo fin a una ocupación estúpida en un país sin ningún valor estratégico para Estados Unidos o Europa. A medio plazo, la retirada creo que mejorará la credibilidad y reputación del país; nadie confía en una superpotencia que decide mantener guerras idiotas sin sentido durante décadas para evitar aceptar la realidad de sus errores y ahorrar un coste político a sus líderes. A los medios americanos les costará una temporada aceptar que la opinión pública hace años que está contra la guerra.
La enésima oleada de coronavirus sigue su camino, devastando los estados del sur. En un país donde cualquiera puede vacunarse sin cita desde hace meses más de 100.000 personas están hospitalizadas por COVID. Durante las dos últimas semanas, 1.348 personas han muerto cada día por esta enfermedad. Algunos estados del sur, como Mississippi, tienen las peores cifras de muertes por cápita de todo el país desde el principio de la pandemia, con la inmensa mayoría de fallecidos en estos tres últimos meses.
El problema, como he comentado repetidas veces, es la combinación entre una campaña de vacunación desastrosa, un partido político que ha permitido que sus voces más extremistas (empezando por Fox News) politizaran e hicieran campaña contra las inmunizaciones, y un número considerable de gobernadores y legisladores republicanos que no sólo han renunciado a tomar medidas para controlar la pandemia, sino que incluso han trabajado activamente para impedir que otras administraciones en sus estados hagan nada.
Ron DeSantis, el gobernador de Florida que está intentando ser más trumpista que Trump, ha llegado a cortar la financiación estatal en educación a aquellos distritos que impongan el uso de mascarillas en las escuelas. El mismo Ron DeSantis, que tiene los hospitales del estado a reventar, está intentando echarle la culpa de la crisis a Biden y a los inmigrantes llegados de Méjico, como si en Florida él estuviera de paso. En Texas, mientras tanto, el gobernador ha prohibidoque nadie haga obligatoria la vacuna, para después sorprenderse de que en el estado haya COVID.
Es bastante obvio que Biden tiene poco que hacer con esta nueva ola de coronavirus, y que todas estas muertes eran previsibles. Es difícil de entender cómo el GOP ha conseguido convencerse de que meter a los estados en los que gobiernan en esta catástrofe es una buena idea, pero así estamos.
Finalmente, tenemos al huracán Ida. Una catástrofe natural es una crisis real, sin duda, pero es casi cómico ver a periodistas poniéndola en la lista de Afganistán y COVID para completar la trilogía de crisis. Ha sido una tormenta colosal, la peor que se recuerda en décadas; más intensa y larga que Katrina. Los diques en Nueva Orleans, sin embargo, han aguantado el temporal, y la respuesta federal está siendo competente y sin estridencias. Medio estado está sin electricidad, como era de esperar, pero no ha habido más drama.
Y desde luego, los huracanes no son culpa del presidente.
Tras dos semanas con todos los medios hablando de crisis sin interrupción, los medios andaban todos ansiosos por proclamar la caída de popularidad del presidente y el abismo, y lo que vemos en los sondeos es… la verdad, nada del otro mundo.
La aprobación ha bajado, en la media de los sondeos, de un 53% a un 47%. Es un descenso, pero no una entrada en barrena. Si miramos además de dónde salen estas cifras con un poco de detalles, Biden de hecho está en números positivos en todos los sondeos excepto Rasmussen (que siempre es muy negativa hacia demócratas), y básicamente empata en Morning Consult. Los medios hablaron como locos de un sondeo de Suffolk que le tenía 41-55, pero todo indica que era una anomalía estadística. La popularidad de Biden se ha resentido, sin duda, pero sus números no son malos.
Algunos analistas están increíblemente sorprendidos de que este sea el caso, como el caso de este sesudo tertuliano de NBC:
Si miras el sondeo que referencia, el porqué de esta “sorprendente” resistencia de Biden es fácil de entender: a los votantes quizás no les gusta demasiado cómo se ha salido de Afganistán, pero lo que suceda en ese país les importa un pimiento. Como descubre aquí sorprendida una periodista del NYT, nadie quería seguir la guerra; lo que decidirá el futuro de la presidencia de Biden es la economía y cuestiones de política doméstica. De aquí unas semanas, cuando nadie fuera de Fox News esté hablando ya de Afganistán, la retirada tendrá un efecto entre escaso y nulo en los sondeos, de no mediar grandes sorpresas.
Es muy, muy, muy fácil, al hablar de política, quedarse en los titulares y noticias del día y creer que tienen un impacto directo en la opinión pública, en las percepciones de los votantes hacia sus dirigentes. Los analistas siempre tienen (¡tenemos!) la tentación de creer que el electorado sigue las noticias con la misma devoción que ellos, y que cuando proclaman que hay una crisis, eso es lo que está viendo el resto del país. Lo que sucede, no obstante, es que el votante medio sigue la política más o menos con el mismo interés y nivel de atención que a la liga ASOBAL de balonmano. Saben que existe, saben que hay partidos cada semana, pero más allá de quién ha ganado el torneo y que este año había olimpiadas, poco te sabrán decir.
Esto puede parecer cínico, pero es bueno para la democracia; basta imaginar qué sería de nuestros sistemas políticos si la opinión pública fuera algo parecido a todos los hiperventilados de Twitter. El éxito o fracaso de los políticos no es nunca cuestión de semanas gloriosas o semanas fallidas, y las estrategias de comunicación que llevan a ganar o perder elecciones no dependen de los titulares de la prensa diaria, sino de cuestiones más fundamentales. Biden ganó las primarias demócratas (y las presidenciales) poco menos que pasando de todas estas maniobras y florituras de los “expertos” – y a veces parece ser uno de los pocos políticos que entiende esta obviedad.
¿Tuvo Joe Biden una mala semana? Sí, eso no lo duda nadie; un atentado con 13 militares muertos (a los civiles afganos la prensa americana ni los menciona), reuniones durísimas con familiares, una pandemia, el final de una guerra. Esto es muy, muy distinto, sin embargo, a que esto importe de cara a las midterms.
Si tuviera que apostar, esta votación en el congreso, poniendo en marcha el paquete de infraestructuras, o esta en Texas, donde los republicanos han sacado adelante esa ley de restricciones al derecho al voto de la que hablaba hace un par de meses, son potencialmente mucho más relevantes.
Y entre el 31 agosto y hoy, Jake Sullivan ha jodido y bien a los franceses y los franceses no son españoles (aunque haya vascos y catalanes). No sé si Sullivan ha asistido a un máster en diplomacia de Victoria Nuland (señora de Kagan, literal), o de Albright, para el caso, pero tocar los cojones e insultar a mí al menos me parece una pésima opción. No sé quién ha puesto a este pollo ahí, tampoco no sé hasta qué punto es cierto que Menendez es uno de los principales jodedores en las negociaciones con Irán, para el caso, le recomiendo a Biden una purga. Ya que Le Drian aclara que no era Trump, sino EEUU, pues lleva razón, así que Biden haría bien en fumigar estilo Trump, por copiarle eso no le desmerece. A Trump es cierto que no le sirvió mucho, pero eso es porque él era un inútil.
De paso que meta a Blinken en el pack.