Ayer Donald Trump hizo algo que puede casi considerarse una admisión de su derrota. No reconoció que Joe Biden ha ganado las elecciones o admitió que quizás había una posibilidad de que su oponente había conseguido más votos que él; tampoco hay que pasarse.
Traducido del trumpista al castellano: el presidente riega de halagos a Emily Murphy, una oscura apparatchik que ostenta el glamuroso cargo de administradora de la administración general de servicios del gobierno federal. La GSA es la agencia que se encarga de mantener las oficinas del gobierno federal; literalmente son los que compran papel, bolígrafos, coches, furgonetas, bombillas, ordenadores, teléfonos, y todo el resto de cacharrería que requiere la administración.
Murphy, de forma un poco aleatoria, es la persona que la ley de transición entre presidentes designa como quien debe autorizar, una vez que está claro quién ha ganado las elecciones, que la administración saliente empiece a colaborar con la entrante para preparar la llegada de los dirigentes del país. Estados Unidos es relativamente inusual entre las democracias avanzadas por la enorme cantidad de cargos de designación directa en manos del presidente, unos 4.000 sin contar asesores (como comparación, en España esa cifra ronda los 400, y somos un país con demasiados cargos políticos), así que el periodo de transición es importante. Recordad que en este país no hay “partidos políticos” en el sentido clásico del término; Joe Biden no llega al poder tras estar varios años como líder de la oposición, con una bancada de diputados de dónde sacar ministros y una larga historia de gente de partido con memoria institucional. El nuevo presidente tiene que designar a los administradores de una burocracia que maneja billones de dólares anuales en dos meses escasos sin apenas un marco de referencia.
La señora Murphy, administradora anónima en el departamento más anónimo del gobierno federal, llevaba semanas negándose a reconocer que Joe Biden había ganado las elecciones. Esto la había convertido en el blanco de las iras de medio país, los demócratas en el congreso, y casi todo el establishment político en Washington, ansioso por pasar página. Pero Murphy seguía sin decir nada.
Hasta ayer. Trump, por un lado, ha recomendado a Murphy que empiece el proceso de transición. Sigue diciendo que va a ganar las elecciones, porque bueno, es Trump, pero es lo más cerca que hemos estado hasta ahora de que el presidente reconozca formalmente su derrota (en un tuit posterior ha seguido con sus bobadas conspiranoicas). Como era de esperar, ni esto han hecho bien del todo; Murphy, en su carta a Biden, dice que la decisión la ha tomado ella sola, porque según la legislación el presidente no tiene ningún papel.
Joe Biden ha empezado a anunciar la lista de miembros de su gabinete y personal de la Casa Blanca, y hay varias cosas que merecen ser comentadas. Para empezar, si hay una palabra que define a los nombramientos hechos hasta ahora es predecibles, una palabra que tras cuatro años de Trump es una de las mayores alabanzas que le puedes lanzar a un político.
Con cada nueva administración, siempre hay las inevitables quinielas sobre quién ocupará cada puesto. Muchos de los nombres son una combinación de filtraciones anónimas interesadas de gente que quiere un puesto en la administración (“oye, Senserrich está sonando mucho para presidente de Amtrak” le dijo Senserrich a un periodista de forma anónima), otras son conjeturas semi- lógicas del nutrido grupo de consultores, lobistas y ex- altos cargo que pululan por la capital. Biden lleva décadas en Washington, y no es alguien demasiado misterioso sobre quiénes son sus amigos y gente de confianza, así que su gobierno no ha generado grandes sorpresas.
El ejemplo más claro es Ron Klain, su jefe de gabinete y la persona más importante en cualquier administración por detrás del presidente. Klain empezó su carrera en Washington como secretario judicial en el supremo a finales de los ochenta (más sobre por qué esto importa aquí), para después trabajar como abogado en el comité judicial del congreso y en la administración Clinton. Fue jefe de gabinete de Al Gore un par de años, y después trabajó como lobista y asesor de un puñado de legisladores demócratas. El 2008, Joe Biden lo nombra su jefe de gabinete como vicepresidente; le conocía de sus días en el Capitolio en los noventa. Vuelve al sector privado el 2011, pero es llamado a filas otra vez el 2014 para dirigir la respuesta de la administración Obama a la crisis del ébola. Vuelve al sector privado, ejerce de abogado y consultor, y este año Biden lo ha recuperado otra vez para el ejecutivo.
En otras palabras, Klain es un ejemplo paradigmático de homo-establishmentus, una criatura 100% Washington. Tiene décadas de experiencia en el gobierno federal y en empresas privadas adyacentes, contactos por toda la burocracia y partitocracia, y un hondo conocimiento del bizantino sistema de gobierno americano. El contraste con la administración Trump, donde el camino más habitual para ser reclutado era salir a menudo en Fox News alabando al presidente, es colosal.
Casi todos los nombramientos de Biden hasta ahora (y no, no voy a hacer una lista de todos) siguen patrones similares. Biden tiene la reputación de tener un buen ojo para descubrir talento (los Clinton, por cierto, eran famosos por lo contrario), así que en la lista hay, al menos sobre el papel, gente con muy buen nivel. La secretaria del tesoro, Janet Yellen fue una excelente presidente de la reserva federal y del comité de asesores económicos de la Casa Blanca. Anthony Blinken, el secretario de estado, trabajó en la administración Clinton, en el senado, y en la administración Obama, junto con varias aventuras en el sector privado. Alejandro Mayorkas, secretario de seguridad nacional, fue fiscal federal, director del servicio de inmigración en tiempos de Obama y abogado de prestigio en el sector privado.
Esta vuelta a la normalidad, a la competencia del Washington pre-Trump, era exactamente lo que prometió Biden durante toda la campaña. Durante las primarias, muchos nos preguntamos si este mensaje era válido o atractivo en los años de la ira populista trumpiana. Biden ganó las primarias por goleada y las generales de forma convincente, así que sí, supongo que fuera de Twitter muchos americanos parecen estar satisfechos con el gobierno de esta clase de élites. Los problemas de desgobierno del país son múltiples y notorios, pero no creo que la selección de personal en la administración Obama sea una parte central de esos males. Los Kleins, Blinkens, Yellens y Mayorkas de turno quizás no serán la clase de gobernantes ambiciosos dispuestos a lanzar las reformas que necesita el país, pero con el senado en manos republicanas y los problemas estructurales del sistema de representación política en el país, esos hipotéticos gobernantes ambiciosos nunca podrían ser confirmados en el senado.
Tendremos, al menos, competencia y gente que cree que su trabajo importa, cosa que no deja de ser una mejora sustancial de lo que tenemos ahora. No sé si será suficiente, pero es necesario.
Seguro que a ese tal Senserrich le gustaría la presidencia de Amtrack? Porque por lo que tengo leído por aquí es la mejor manera de quedarse calvo por estresa. 🙂
Quiero sumarme a esa ola que se está generando para aupar a Senserrich a la presidencia de Amstrak. Joe Biden lo tendrá difícil si quiere encontrar un candidato mejor. Sus conocimientos del mundo ferroviario, su capacidad para analizar redes complejas y su intuición para encontrar los puntos críticos de esas redes, tanto en las de transporte como en las relaciones políticas, le convierten en un candidato idóneo. Espero que el buen juicio de Biden le lleve a tomar esta decisión.
Sí, yo también voto a favor de Roger para Amtrak.
Respecto a volver a la normalidad, Kissinger lo tiene claro:
https://thehill.com/opinion/national-security/527200-kissinger-tells-biden-to-go-easy-on-china
Suena a defenéstrame a Flournoy lo primero de todo… También suena a que, como Trump, no le van a hacer ni puto caso. Pobre hombre, obedecieron sus órdenes cuando eran una cagada detrás de otra, y ahora a su cuasi siglo de vida que habla con bastante más sensatez que nunca no quieren ni verlo delante (Trump hablaba con él y luego hacía exactamente lo contrario de lo que le decía).
Sic transit gloria mundi.
Otro voto para la presidencia de Amtrak.
Y vaya artículo venenoso de The Hill, escrito con la pluma empapada de cianuro, el papel impregnado de curare y el sobre cargado de antrax… no sé qué me resulta más alucinante, si la afirmación de que Kissinger ha manejado la política americana hacia China durante decenios y es culpable de los problemas americanos con China («he managed that policy transition… in a way that arguably has produced America’s greatest diplomatic failure and its most dangerous strategic miscalculation»), la afirmación de que el equipo de seguridad nacional de Trump era «excelente» (a lo cual solo puede responderse ¿Cuál de ellos? y ¿Cuáles han sido sus logros? Porque no ha habido continuidad en ningún cargo y cosas como conseguir que Estados Unidos sufra una derrota humillante en la ONU votando sobre el embargo de armas a Irán indican una incompetencia espectacular) o la lista de agravios chinos incluida, a la que solo puede responderse que Estados Unidos con Trump ha sido impotente para alterar la política de Beijing en ninguno de los campos que cita… y no es que se pueda esperar que con Biden la cosa cambie. Ni los enormes cambios ocurridos en China en los últimos 20 o 30 años tuvieron gran cosa que ver con la política americana (de hecho empezaron muchos años después de la apertura diplomática de Nixon) ni puede Estados Unidos invertirlos.
Hey, el autor se llama Bosco. A lo mejor cuando dice que el equipo de Trump era «superb» usa el sentido castellano de la palabra, altanero, arrogante, y quiere decir que le sobraba soberbia. En ese caso estaría de acuerdo…
Es que todo va en el saco, lo que dice Kissinger, que es significativo, y la forma de presentarlo, y en general, la posición de consenso de EEUU ante China es la del autor del artículo, no cabe engañarse aquí. China ya les ha adelantado en multitud de campos y cuando se haya desplegado en capacidades no podría hacerle sombra ni los EEUU de 1945, en el cénit de su poder. Esto ya nadie se llama a engaño, allá me refiero. La estrategia de Guerra Fría bis ensayada por la, vale, administración Trump no sirve. La URSS era un modelo aparte y poco imbricado en el sistema global, pero China ya es un (varios) órganos vitales globales. Cualquier clase de enfrentamiento «frío» tendrá consecuencias devastadoras y similares a uno «caliente». P.ej. este año ha aprobado una ley para, entre otras utilidades, embargar exportaciones de tierras raras. Son el 85% del mercado mundial. Pueden hundir en semanas toda la industria electrónica de EEUU, defensa incluida. Esto sólo podría escalar a un conflicto abierto, porque nadie en EEUU (paradójicamente, quizá Trump, pero eso ya no es una opción) puede asumir una derrota. No digo ya la administración, digo la cantidad de organismos metastatizados que tienen que hace décadas que van por libre.
China y Japón acaban de acordar un «teléfono rojo» (ya sabemos que ni es teléfono ni es rojo), así que en realidad lo que pasa no es que China se desacople de EEUU, son los aliados de EEUU los que se desacoplan de ellos. Esto tampoco va a cambiar con un vendedor serio en vez de un Robin Williams, es un problema de política con P y eso tiene una inercia brutal, y EEUU toda la vida fue un país con un mal diseño de frenos. Bueno, en general prácticamente todos, pero claro, no es lo mismo una moto que un 16 ejes.
Los nombramientos de Biden para política exterior no son nada tranquilizadores, y no por inesperados. Esta gente simplemente son versiones de Bolton o Pompeo menos zafios y asilvestrados, pero están exactamente en lo mismo. Es increíble que se eche de menos a un personaje como Tillerson (a Kerry en su día lo puteó su propia administración).
No, no se va a volver a la normalidad, se va a bajar el pistón un poco pero se va a intentar por otro lado. Ni parece que esta administración tenga muchas ganas, a pesar de lo que ha dicho Biden más bien espero que se centren en el enorme caos y cenagal doméstico que tienen, porque en caso contrario en 2024 con suerte vuelve Trump, y sin ella alguien mucho peor, mucho más ideologizado como Pence o McConnell.
Y en política exterior, que es lo que más nos afecta directamente, cruzar los dedos para que sea más Trump que Obama. Trump no va a ser, porque no hay nadie tan insensato como para reunirse con Rocketman en una cita inútil e inservible, pero que al menos sirvió para bajar la válvula.
Ni siquiera van a enmendar el desastre de Oriente Próximo. Me temo que lo van a enmierdar.
A ver.