Política

Esto no es una maldita serie

29 Jul, 2019 - - @egocrata

Lo peor que le puede pasar a un político es creerse sus propias fantasías. El artículo del País ayer sobre la «batalla» entre Iván Redondo y Pablo Iglesias sobre y su papel en las fallidas negociaciones para formar gobierno es un perfecto ejemplo sobre qué sucede cuando dos líderes caen en esa trampa.

Resulta que tanto Pablo Iglesias como Iván Redondo creen que serie como House of Cards, The Good Fight o Juego de Tronos son buenas representaciones de cómo funciona la política. Iván Redondo ve la política como un juego de ajedrez con piezas distribuidas de forma aleatoria, todo profundidad estratégica. Todo son maniobras, declaraciones, emboscadas, avances y fintas para dominar el campo de batalla. Todo es un elaborado juego con reglas invisibles donde el objetivo es dominar la narrativa.

Espero sinceramente que Redondo e Iglesias sólo dicen esta clase de chorradas para hacerse los interesantes de cara a la galeria, porque todos estos símiles son una soberana estupidez. La política no es un juego, ni una batalla, ni una elaboradísima partida de rol en vivo donde los votantes asisten extasiados ante las acciones de los dirigentes de cada partido. La política no es un competición de arte dramático donde estás intentando vender relatos a nadie. La política no tiene nada que ver con ninguna de las series que estos dos tipos describen extasiados durante todo el artículo.

Para empezar: el relato no importa una mierda, porque en España, como en cualquier país razonablemente civilizado, el 90% de los votantes no están prestando la más mínima atención a lo que dicen los políticos. Los votantes actúan así en parte porque saben que hay mucho de teatro, en parte porque hay cosas mucho más interesantes que ver en televisión que discursos de investidura, en parte porque ellos son de un partido y votan siempre lo mismo, pero básicamente no están prestando atención. Cuando penséis sobre qué sabe el ciudadano medio de política, pensad en qué sabéis vosotros sobre fútbol alemán, el Giro de Italia, la NFL, o algún evento deportivo similar que está en vuestra penumbra informativa. Sí, sabéis qué es la Superbowl y quizás que los New England Patriots son el mejor equipo de la historia, pero no mucho más. Cuando Iglesias, Sánchez, Calvo, Echenique y compañía se ponen a hacer sus coros y danzas en el telediario, la inmensa mayoría de españoles está pensando en sus vacaciones, hacer la colada o en la vecina del quinto que fuma en el ascensor la muy maleducada, no en narrativas o chorradas similares.

Segundo, los cuatro matados que prestamos atención a narrativas y leemos artículos en El País con el nivel de atención suficiente como para escribir cientos de palabras enfurecidos en un blog (¿quién tiene un blog a estas alturas? Cielos) ante su falta de visión estratégica somos la clase de gente que ya estamos convencidos sobre quién es el culpable. Como (ex)militante del PSOE*, dudo mucho que ningún mensaje que pueda lanzar Pablo Iglesias me convenza de que él no es el culpable del desastre actual. Los militantes de Podemos al otro lado están exactamente en la misma situación. La gente que sigue la política con más intensidad es la gente más partidista, que es a su vez la más difícil de convencer.

Esto no es necesariamente malo (sobre las paradojas de la ideología he hablado otras veces), pero limita mucho la efectividad de cualquier maniobra política. La retórica de Sánchez e Iglesias sólo servirá, en el mejor de los casos, para emocionar y/o soliviantar a los cuatro matados que esto de la política nos interesa mucho, y -con suerte- hacer que uno o dos columnistas en El País digan que alguien va ganando o perdiendo. Más allá de ello, el ruido y la furia de las estrategias políticas y las negociaciones de copete son batallas de egos y monumentales pérdidas de tiempo, pero cambian entre poco y nada en la percepción de los votantes.

Tercero, en política todo es mucho más chusco, improvisado y torpe de lo que parece. Tanto Redondo como Iglesias actúan como si fuesen estos pensadores mágicos capaces de predecir las acciones de todos los actores y las reacciones del electorado con meses de antelación. Son finos estilistas de la palabra, psicólogos del comportamiento del adversario, sociólogos de la percepción de las masas, oráculos de las macrotendencias demoscópicas. La realidad, sin embargo, es que en política nadie sabe lo que va a suceder, los sondeos no te dicen una mierda, nuestros conocimientos sobre los efectos del mensaje político tienden a señalar que no cambia apenas nada** y no hay plan que sobreviva a dos semanas de noticias inesperadas, preguntas impertinentes de periodistas o políticos diciendo una estupidez. La política no es un drama, sino una sitcom donde nadie controla su destino (véase aquí y aquí) y los planes siempre fracasan porque el mundo es un lugar demasiado extraño y surrealista como para que nadie se digne a hacerte caso. La política es Veep, Parks and Recreation o Yes, Minister, no House of Cards.

Cuarto, y para acabar: incluso en la extraña, casi inaudita situación en que la narrativa cuente para algo, los políticos no están jugando al ajedrez, o al ajedrez aleatorio, o al ajedrez aleatorio a ciegas. Están dirimiendo quién va a tomar decisiones que literalmente afectarán a 46 millones de personas durante los próximos cuatro años. Esta idea de que el postureo, el ganar posiciones, la estrategia son más relevantes que sentarse en una mesa y hablar seriamente sobre ponerse de acuerdo para mejorar la vida a 46 millones de españoles es delirante. La insistencia en usar la retórica de guerras, batallas, combates, pugnas y demás flipadas belicistas no hace más que trivializar el hecho que la política, lo que se decide en política, es inmensamente importante, mientras que las bobadas sobre retórica son excusas para no hacer nada.

Mirad, en el fondo la política democrática es una cosa muy sencilla: escogemos a un grupito de gente mediocre para que tome decisiones importantes sobre cosas que afectan a todo el mundo. Son gente mediocre porque en el fondo todos los somos; aparte de Leo Messi, Beyonce y Tom Brady, genios hay pocos y no acostumbran a estar en partidos políticos. Estos mediocres toman decisiones sobre temas importantes porque alguien tiene que hacerlo, y no hemos encontrado un sistema de selección mejor. Los políticos deben recordar siempre dos cosas: primero, que son gente mediocre, y segundo, que están ahí para decidir sobre cosas, no para fliparse con maniobras dramáticas para conquistar la narrativa y chorradas postmodernas de estas.

En la antigua Roma, cuando los generales victoriosos desfilaban por la capital del imperio al frente de sus tropas en un triunfo, el esclavo que sostenía la corona de laureles sobre su cabeza les susurraba siempre al oído «memento mori» – recuerda que eres mortal. Quizás es hora que alguien le recuerde a Redondo, Iglesias, Sánchez, Echenique y compañía que están aquí de paso, no para vivir en la gloria.

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*Milité en el PSM durante años, y había estado en la periferia del PSC antes. Ahora no pago cuotas, así que no debo ser ya militante.
**Digo esto trabajando como director de comunicaciones en un partido político, por cierto. Cualquiera en este negocio con dos dedos de frente sabe que las campañas electorales tienen efectos muy limitados, casi siempre en los márgenes, y que las cosas que marcan la diferencia son bastante más chuscas y menos glamurosas que la retórica de los políticos. Pero de eso hablaremos otro día.


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