No sabemos por qué los políticos se meten en política. Es un trabajo desagradecido, bronco, desesperante. Los horarios son imposibles, las reuniones interminables, los jefes desesperantes, la agenda infinita. Debes a la vez estar dispuesto a hacer la pelota a miles de personas que no conoces de nada durante horas y aguantar los insultos de miles de personas que tampoco conoces de nada durante décadas. Hay miles cosas completamente fuera de tu control que pueden destruir años de trabajo en diez minutos, y a menudo tus mayores logros serán reclamados como propios por tus sucesores. Antes de llegar a una posición de influencia con cierto poder real, la mayoría de políticos se han tirado años o décadas en la sombra, poniendo horas y horas de tiempo libre en peleas quijotescas a las que nadie presta atención.

Se tiene que estar muy, muy chiflado para ser político. Si uno quiere ser rico, famoso o respetado por todos, hay carreras profesionales mucho menos tóxicas ahí fuera. No sabemos por qué los políticos se meten en política, pero es muy difícil imaginar que hacen esto para buscar la gloria.

En estos últimos meses, en España hemos escuchado a varios candidatos pedir el voto porque son más patriotas que nadie. Ellos aman España, y quieren lo mejor para el país. Debemos votarles porque ellos traerán de vuelta el patriotismo a las instituciones.

Los políticos que se llaman a si mismo patriotas no hacen campaña diciendo qué son ni qué quieren hacer. Su argumento, la base del discurso, es cuestionar las motivaciones de sus oponentes. Ellos están en política porque aman el país, dicen; son patriotas. Sus oponentes no aman a su país, sino que quieren destruirlo. Sus acciones son una cortina de humo. En el fondo de su corazón no creen en la patria, y no quieren este país que nosotros amamos.

De las personas vemos sus acciones, no sus motivos. Escuchamos lo que dicen, leemos lo que prometen, estudiamos lo que proponen, contemplamos lo que construyen, evaluamos lo que implementan, pero no sabemos por qué lo hacen. Están haciendo este trabajo pesado, desagradecido, mil veces vilipendiado, pero no sabemos por qué. Sólo podemos atender a sus hechos y sus palabras, pero no su corazón.

Cuando un partido político apela al patriotismo, a la idea de que ellos son los únicos que realmente aman la patria y que los demás en realidad la desprecian, el debate es imposible. Cuando el argumento es acusar a alguien de odiar el país que está intentando gobernar, o anteponer tu gloria al país, o una teoría conspirativa infalsable parecida, lo que se está exigiendo es un ejercicio imposible de demostrar inocencia, no una discusión real.

En política, y más durante una campaña electoral, debemos exigir a los políticos que nos expliquen y defiendan qué han hecho, y que hablen sobre qué quieren hacer. Lo que no debemos hacer nunca es cuestionar su patriotismo, su voluntad para hacer que el país prospere y sea un lugar mejor. Podemos estar más o menos de acuerdo con su definición de en qué consiste ser un lugar mejor. Podemos albergar dudas y críticas sobre si las medidas que proponen son efectivas para conseguir los objetivos que dicen quieren cumplir. Podemos, incluso, dudar sobre su honestidad, sobre si sus planes corresponden con la agenda que van a implementar realmente. Lo que no podemos ni debemos hacer nunca es cuestionarsus motivos. Hacerlo representa romper el debate, renunciar a ideas, insultar sin el menor viso o interés en tener una conversación racional.

Desconfiad siempre de aquellos que usan como principal argumento el cuestionar los motivos ajenos. Esos políticos no quieren un debate; no quieren hablar de propuestas, ni de políticas públicas, ni de consensos, ni de gobernar. Quieren que votemos por odio, desconfianza o resentimiento, no por programas, ideas o acuerdos.

Ningún político puede hablar de patria y decir que es suya. La patria, el amor por el país, es de todos, no es de nadie.


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