Decíamos la semana pasada que la campaña para las elecciones presidenciales del 2020 ya había empezado, para goce y disfrute de los que adoramos la política y desesperación de los habitantes de Iowa, New Hampshire, Carolina del Sur y Nevada, que ya deben estar maldiciendo que sus estados abran el proceso de primarias. Los demócratas, tras la victoria de las midterms, creen que tienen números de derrotar a Trump el año que viene. Con las bases muy movilizadas y un banquillo lleno de políticos sedientos de gloria, la lista de candidatos anunciados, probables y posibles es extraordinariamente larga.
En ese artículo y el siguiente intentaré clarificar, en la medida de lo posible, quién es quién en esta carrera presidencial. A un año de los caucus de Iowa, los sondeos son bastante irrelevantes, así que no podemos confiar en ellos aún para dirimir quienes son favoritos, quienes son los candidatos quijotescos y quienes están están aquí para hacerse famosos. La clasificación entre candidatos de primer nivel, candidatos quizás demasiado optimistas, gente con demasiada imaginación y frikis completos es, por tanto, necesariamente subjetiva. Mi criterio de viabilidad, por llamarlo de algún modo, sigue lo que describía aquí hace unos años: políticos como mínimo competentes capaces de generar atención mediática y recaudar fondos a cierto ritmo, y que, como dice Nate Silver, podemos al menos pensar que tienen un camino teóricamente posible para alcanzar la nominación.
Empecemos, pues, con el partido demócrata, y más concretamente, quienes son sus votantes. Silver divide las bases del partido en cinco facciones más o menos claras. Aunque no es un cálculo preciso (y la composición del partido cambia muchísimo de un estado a otro – la variedad demográfica de Estados Unidos es considerable), sirve para evaluar qué coaliciones pueden buscar los candidatos para formar mayorías. Vaya por delante, la suma total es mayor que 100%, dado que muchos votantes están en más de un grupo. Veamos:
Aunque como todos los esquemas mentales esta clase de clasificaciones es un poco torpe, es útil dónde cada candidato puede buscar votos. Hay algunas facciones que tienen muchos candidatos compitiendo en ellas, cosa que acostumbra a ser mala idea, mientras que otras están relativamente «vacías». Repasemos, pues, la lista de candidatos, y cómo pueden ganar:
Los favoritos:
Estos son los candidatos que, a día de hoy, la prensa da como viables, es decir, con una probabilidad razonable de llegar a Iowa y New Hampshire y no quedarse por debajo del cinco por ciento del voto. No todos han anunciado formalmente su candidatura aún, pero todos han dado señales de querer participar.
Senadora por California, relativamente joven (54 años), afroamericana, carismática y con considerable experiencia política. Si tuviera que apostar ahora mismo por quien se llevará la nominación, es ella; es telegénica, progresista pero sin excesos, y es capaz de apelar tanto a moderados como a votantes de color dentro del partido y flirtear con el voto milenial.
En su contra, dos factores a tener en cuenta. Antes de llegar al senado fue fiscal general de California, un cargo que desempeñó de forma competente pero sin tomar riesgos. Algunas voces en el ala izquierda del partido le han acusado de pasar un poco de puntillas sobre los atroces problemas de racismo institucional en el sistema judicial para evitarse problemas.
El otro factor es que sea vista como la favorita desde muy, muy temprano y todo el mundo vaya a por ella incluso antes que coja el ritmo de campaña presidencial. Aunque California es básicamente un país mediano (40 millones de habitantes), es un régimen de partido único, ya que los republicanos poco menos que se han extinguido. Una campaña presidencial es mucho más exigente. Harris empezó esta misma semana metiendo la pata al hablar de su plan sobre sanidad, sin ir más lejos; tiene suerte que nadie está aún prestando demasiada atención.
Senadora por Massachusetts, 69 años, y héroe recurrente del ala izquierda del partido. Antes de ser senadora fue profesora en Harvard, y una de las arquitectas del sistema de regulación del sistema financiero post-gran recesión. A su favor, Warren es elocuente, tiene una credibilidad intachable para los progresistas, una amplia presencia mediática.
En su contra, el sector progresista del partido va a estar llenísimo estas primarias, no tiene una base demasiado sólida fuera de este (latinos y negros tienen mejores alternativas, los moderados también, y los milennials tienen mucho donde escoger), y empezó la pre-campaña pifiando horriblemente algo que debería haber sido fácil, su test genético.
Tengo que contarlo, porque es francamente ridículo. Warren, que es nacida en Oklahoma, solía contar que en su familia siempre habían dicho que tenían antepasados familiares Cherokee, aunque no era oficialmente nativa. Es una historia como cualquier otra de tradiciones familiares, pero algunos conservadores enajenados llevan insistiendo desde hace años que Warren se lo inventó para conseguir su plaza de profesora en Harvard como minoría étnica. Harvard ha repetido por activa y por pasiva que eso no es cierto, pero da igual; es un dogma de fe en según qué círculos del GOP. Incluyendo al presidente, que insiste en llamarla Pocahontas.
Warren, de forma un tanto inexplicable, decidió responder a esta polémica absurda haciéndose uno de esos tests de antepasados genéticos y publicando los resultados para demostrar que tenía un abuelo Cherokee en alguna parte. Esto ya de por sí era algo políticamente cuestionable (¿por qué responder a gente que obviamente no va a cambiar de opinión?), pero Warren casi lo convirtió en una catástrofe. Su equipo sacó un informe lleno de jerga científica que los periodistas fueron incapaces de interpretar, y del que los trolls conservadores (y el presidente) han podido sacar frases fuera de contexto a espuerta en su contra.
De cara a las primarias, el resultado del test es menos importante que la completa y total pifia que fue hacerlo y publicarlo. Muchos observadores (servidor incluido) lo vieron como una mala señal sobre cómo Warren puede competir en unas primarias o unas generales. El entusiasmo por su candidatura se ha resentido. Y sí, es una polémica absurda, pero vaya.
Senador por New Jersey, relativamente joven (49 años), afroamericano, carismático y (muy inusual en unas presidenciales) soltero. Aún no ha confirmado que se presenta, pero parece claro que será así.
Booker es un tipo que me tiene confundido. Es un tipo brillante, capaz de hacer propuestas substantivas en políticas públicas en una amplia variedad de temas que son innovadoras, creativas y están bien diseñadas. Es un orador estupendo, tiene un puñado de anécdotas ridículamente heroicas de su tiempo como alcalde de Newark (salvar a una mujer de una casa en llamas, por Dios) y parece ser muy buen tipo. Es también alguien que parece convencido que su vida es un guión de Aaron Sorkin con él como héroe y protagonista, y que a menudo me parece de un pomposo insufrible.
Creo que no soy el único que piensa así, ya que Booker siempre ha generado recelos en el ala más progresista del partido, que le ve como un vendido a Wall Street. Su vía de acceso a la nominación es a traves de los moderados, negros y milenials. En los dos primeros grupos compite con Harris, que parece estar más de moda estos días (veremos si le dura); con los milenials compite con medio partido, como veremos.
¿No tengo que explicar quién es Joe Biden, verdad? El tío Joe fue vicepresidente con Obama y senador durante una eternidad o dos (llegó al senado en 1972). Es la voz de la experiencia, que es otra forma de decir que tiene 76 años, y la encarnación hecha hombre blanco con corbata del establishment del partido. No ha confirmado aún que se presenta, pero va bien en las encuestas, así que cae en este grupo.
A favor, es un tipo que le cae bien a todo el mundo (es Joe Biden), es carismático, encantador y entrañable, un político a la antigua, y lleva en Washington desde la era Nixon. En contra, el Joe Biden real se parece bastante al Joe Biden de The Onion; como candidato siempre ha sido un tipo indisciplinado con una marcada tendencia a meter la gamba. Tiene, además, un historial larguísimo y el problema que representa que lo que sonaba como progresista en 1980 suena hoy reaccionario. Biden, además, nunca fue progresista de verdad más allá de dos o tres cosas aisladas, así que no tiene demasiados caladeros de votos fuera del sector muy, muy moderado del partido.
Además, esta sería su tercera campaña presidencial. Su intento en 1988 fracasó estrepitosamente (le cazaron plagiando un discurso de Neil Kinnock – y si os suena el nombre, sabéis que Kinnock era muy bueno perdiendo elecciones…), y en el 2008 su candidatura no pasó de Iowa. No sé si los demócratas van a presentar otro perdedor a unas generales, la verdad.
Senador por Ohio, 66 años, muy poca gente le pone en la lista de candidatos de primera fila (ponen a Bernie Sanders en su lugar), pero hay algo que me hace pensar que este es un candidato que deberíamos tomar un poco más en serio.
Sherrod Brown es de izquierdas, y lo es a la vieja usanza: progresista, pro-redistribución, pro-sanidad universal, etcétera, y con un montón de planes detallados sobre cómo llevaría a cabo sus propuestas. Sus medidas son ante todo realistas; Brown no es como Sanders que lanza una idea y después deja el contenido en «subiremos los impuestos a todo el mundo para pagarla», sino que hace los deberes. De todas sus ideas, hay una por la que siento especial debilidad: Sherrod Brown es pro-sindicatos, y lo es sin reservas y sin pedir disculpas. He hablado alguna vez sobre cómo la muerte del movimento sindical en Estados Unidos es uno de los grandes motores de la desigualdad en el país; Brown entiende esto, y habla a menudo sobre qué hacer para remediarlo.
A su favor, Brown es un político que no parece un político; poco pulido, con un peinado cuestionable, incapaz de ponerse bien una corbata. Es populista del viejo estilo, de ir a fábricas y a mataderos y tomarse lo que dice la gente en serio. Puede apelar a la izquierda del partido y a los moderados, y su aire atribulado puede funcionar con los millennial. En su contra, el sector progresista del partido tiene como mínimo tres candidatos (Warren, Sanders y él), los moderados quizás no le teman pero tienen otras ofertas y dios sabe qué van a ver los millennial en un tipo de Ohio.
El resto:
Quedan muchos, muchos candidatos por discutir, con un montón de nombres de peso. De hecho, en las lista de «segunda» categoría que cubriré en el siguiente artículo hay bastantes políticos que bien podrían estar entre los favoritos, y que si no lo están aún es porque o bien aún no han hecho oficial su candidatura, o bien porque con el caos del cierre de gobierno no han conseguido entrar en el debate político estas semanas.
Si Biden no se presenta, el sector moderado del partido va a tener mucho más campo abierto; gente como Amy Klobuchar, Kirsten Gillibrand o Bernie Sanders tienen números para llegar lejos, y hay varios gobernadores (Hickenlooper – un tipo que sólo por su nombre quiero que gane -, Inslee, McAuliffe) que creo que estamos subestimando. El bloque latino está siendo bastante ignorado, y el único candidato latino en activo (Julián Castro) puede aprovecharse de ello, especialmente si llega a Nevada con vida. Y por supuesto tenemos a gente con dinero a espuertas, estilo Michael Bloomberg, que pueden romper la carrera a golpe de talonario.
Queda tiempo para Iowa. Más, en el próximo artículo.