Hispania.

España y el apocalipsis que no cesa

22 Nov, 2018 - - @egocrata

Desde que recuerdo siempre ha habido un sector del tertulianismo español advirtiéndonos del fin inminente de España tal como la conocemos. A principios de los noventa, cuando empecé a seguir la política, la causa del apocalisis a dos meses vista era la corrupción y los GAL. Después vinieron Pujol y los catalanes, seguidos por el neofranquismo aznariano y el neoimperialismo de las Azores, el golpismo de Rubalcaba, ETA y el plan Ibarretxe, el buenismo de Zapatero, la troika y los hombres de negro*, la casta, los populistas seguidores de Chávez, el neofascismo de Ciudadanos, para volver ahora los catalanes. El comentariado alzado en micrófonos enfurecidos ha ido variando (aunque algunos héroes han sido capaces de reciclarse repetidamente oponiéndose a todas las amenazas de esta lista) pero el debate de fondo siempre es en los mismos términos: vamos a morir todos, y el gobierno no está haciendo nada para remediarlo.

Tras la experiencia de las últimas tres décadas creo que podemos decir que el apocalipsis nunca ha acabado de llegar. A pesar de que nuestro debate político está dominado por voces que dicen que España está implosionando, todo lo real se desvanece en el aire y las mujeres y los niños primero, lo cierto es que el país sigue ahí, tirando a su manera, más rico y próspero que nunca y más o menos con los mismos problemas de fondo. Aunque siempre estamos hablando en términos de golpistas, amenaza al país, decadencia y muerte, parece que siempre nos salvamos. Uno casi diría que la misma existencia de España es un milagro.

Lo más probable, me temo, es que esas crisis demenciales de las que siempre hablamos en realidad no sean tales*, y que en el fondo España sea un país relativamente normal. Es más, es incluso posible que nuestro país sea un lugar incluso sorprendentemente tranquilo y civilizado en muchos aspectos, y que todos estos intelectuales aterrados lo que están haciendo es distorsionar el debate, impidiendo que nos fijemos en los problemas reales del país.

El país, ahora mismo, tiene un gobierno en minoría. Esto es perfectamente habitual en sistemas parlamentarios de todo el mundo, y no es una muestra de catástrofe nacional. El gobierno está mandando poco y haciendo mucha declaración simbólica de cara a la galería, porque eso es precisamente como siempre han gobernado los ejecutivos en minoría en todas partes. España tiene un problema de corrupción política considerable, y un sistema judicial que es acusado de forma incesante de estar politizado. Ese mismo sistema judicial que ha metido en la cárcel a un miembro de la Casa Real, un ex-ministro de economía, varios presidentes autonómicos y básicamente toda la cúpula del partido políticos que estaba en el poder en ese momento. La judicatura trabaja lento, pero la UCO ha hecho filetes a un número incontable de políticos estos últimos años. No olvidemos que somos el único país que ha encarcelado a un montón de banqueros tras la crisis financiera del 2008.

La cosa no se queda aquí. España es uno de los países con mayor esperanza de vida del mundo, tiene unos niveles de seguridad ciudadana extraordinarios, infraestructuras de primer nivel, una calidad de vida extraordinaria y es el segundo mayor destino turístico de  todo el planeta. La única rareza relativa española es un movimiento secesionista más o menos serio (aunque ni en eso somos únicos, francamente), pero el intento de separación del año pasado fue resuelto sin pegar un sólo tiro, y nadie parece creer ya que vaya a acabar en nada más que cabreo y gente de mala leche.

Estos méritos, por cierto, se deben en no poca medida en que España es un país que prácticamente se gobierna solo en muchos aspectos. Nuestra clase política es singularmente incompetente en muchos temas, pero siempre se ha tomado la idea de construir una burocracia efectiva en serio, quizás porque muchos de ellos son funcionarios. Nuestro país no enviará al hombre a la luna, pero puede montar monstruos administrativos grises, aburridos y tremendamente eficaces. España es muy buena en cosas de «hacer estado», como tener una policía competente, una sanidad buena, bonita y barata, infraestructuras hechas rápido y a buen precio y trenes que circulan a la hora. Esto quiere decir que por mucho que los políticos hagan el mandril en el parlamento, la inmensa mayoría de temas importantes siguen en piloto automático. Nunca debemos olvida que sólo un contado número de países ahí fuera tienen el privilegio de poder funcionar así. España es uno de ellos.

No obstante, aunque la supervivencia de España como sociedad occidental funcional está básicamente asegurada, es obvio que el país sigue teniendo un montón de problemas francamente importantes. Nuestro mercado laboral es un colosal desastre que requiere soluciones radicales y urgentes. Nuestro estado de bienestar, aunque tiene elementos muy eficaces, es incapaz de redistribuir renta o promover la igualdad de oportunidades. Nuestro sistema educativo es plúmbeo, mediocre e ineficaz, y necesita reformas urgentes. Nuestras universidades son una enorme oportunidad perdida. España carece de un sistema decente de educación infantil, tiene una natalidad espantosa y una tasa de pobreza infantil que asusta. Hemos permitido que los niveles de exclusión social lleguen a ser preocupantes en muchos sitios, y nuestros servicios sociales son claramente insuficientes. Muchos mercados están dominados por monopolios, nuestro sector energético es un chiste de mal gusto y sabe Dios que Renfe necesita reformas de consideración. El cambio climático va a destrozar la economía y el suministro de agua de muchas regiones, y no estamos haciendo casi nada sobre ello. Cualquier gobernante que realmente quiera mejorar la vida de la gente en España debería tener una agenda política gigantesca.

Cualquier problema del párrafo anterior, sin excepción, contribuiría a mejorar el bienestar del país de forma considerable. Debatirlos, negociarlos y votarlos en el parlamento sería un uso mucho más efectivo de nuestro tiempo y dinero. Ninguno de estos temas de esta hipotética agenda se discute, por desgracia, porque estamos todo el santo día hablando del inminente hundimiento del país en una especie de ragnarok postapocalíptico provocado por Puchidemont y hordas de votantes de Vox que viven en las sombras, seguido por otra polémica sobre lo impresentable que es Gabriel Rufián, la última ocurrencia de Puigdemont o las decenas (¡decenas!) de militantes de Vox que han acudido a manifestarse en Alsasua. Los medios y columnistas insisten en dar cientos de horas de cobertura mediática a estas historias de tercera, elevándolas a la categoría de debate existencial sobre la supervivencia de la Nación, mientras nunca hablamos de la miriada de problemas urgentes que sí deberíamos estar prestando atención.

Una de mis anécdotas favoritas de la primera guerra mundial, probablemente apócrifa, es un intercambio de telegramas entre los estados mayores de Alemania y Austro-Hungría cerca del final de la guerra. Los alemanes enviaron un mensaje a Viena diciendo que la situación en el frente era «seria, pero no crítica». Los austríacos respondieron a Berlín diciendo que la suya era «crítica, pero no seria». En España vivimos como alemanes pero debatimos como vieneses. Creo que ya va siendo hora de que nos dejemos de dramatismos histriónicos, busquemos algo de perspectiva y nos concentremos en problemas reales, no desastres imaginarios.


*Nota: un colapso completo del sistema financiero en el 2010/2011 con salida del euro sí estaba cerca de una crisis catastrófica. Era una posibilidad muy remota  (el BCE no lo hubiera permitido), pero no irreal.


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