Política

El misterio del kibbutz

5 Sep, 2018 -

¿Es sostenible una sociedad altamente igualitaria y a su vez de libre pertenencia? Seguramente esta es una de las preguntas más importantes en ciencias sociales, y sin embargo es muy difícil de estudiar con el rigor empírico con el que es posible contestar a otras preguntas menos trascendentales. En The mistery of the Kibbutz:  Egalitarian Principles in a Capitalist World, Ran Abramitzky nos ofrece una respuesta a partir de la experiencia de los kibbutzim israelís. Los kibbutzim fueron un conjunto de comunas fundadas por jóvenes pioneros socialistas y sionistas, tradicionalmente dedicadas a la agricultura, en las que sus miembros vivían en la igualdad más absoluta. No existían salarios ni propiedad privada, y los hijos eran criados en comunidad, como proponía recientemente Anna Gabriel[1]. Los primeros kibbutzim se establecieron en la Palestina Otomana a principios del siglo XX, y proliferaron hasta ser más de 250 comunas, con más de 100000 kibbutzniks, alrededor de un 3% de la población israelí.

El libro es un resumen de la investigación académica de Abramitzky acerca de los kibbutzim (aquí, aquí, y aquí), y puede leerse a dos velocidades – cada capítulo incluye un apéndice con una descripción del análisis econométrico para quien quiera entrar en detalles técnicos. Abramitzky proviene de una familia kibbutnzik, y más allá de los datos, el libro está repleto de anécdotas que motivan e ilustran las ventajas e inconvenientes de la vida igualitaria en comunidad y el cómo y el porqué de las normas de convivencia kibbutznik. Pero este es un libro interesante mucho más allá de una experiencia en particular, y a lo largo del libro Abramitzky desarrolla un marco conceptual de la interacción entre incentivos y desigualdad, un marco útil y fácilmente aplicable al estado del bienestar, a empresas cooperativas, o a cualquier organización con cierto grado de redistribución y participación voluntaria.

El primer problema fundamental de incentivos que amenaza la sostenibilidad de organizaciones igualitarias es un problema de selección adversa, o de incentivos a participar. Sencillamente, los más interesados en repartir el fruto del trabajo colectivo a partes iguales suelen ser los menos productivos. Sin embargo, si sólo ellos participan, la situación puede volverse insostenible. Para combatir este problema, los kibbutzim establecieron un proceso de selección seguido de un periodo de prueba de uno a dos años al final del cual se votaba acerca de la incorporación definitiva de los candidatos. En este proceso, además de credenciales educativas, se tenían en cuenta credenciales ideológicas de compromiso con el socialismo y la vida comunal.  Un sacrificio importante que podía desmotivar a posibles gorrones era el requisito de renunciar a toda propiedad privada individual preexistente, sin posibilidad de recuperarla, o la separación de padres e hijos, quienes vivían en residencias separadas y eran criados conjuntamente por la comunidad. Un precio tal vez demasiado alto si uno no está realmente convencido del modus vivendi kibbutznik.

Los datos muestran que aquellos con un nivel más alto de estudios y salarios más bajos eran los más propensos a incorporarse a un kibbutz – tal vez porque la educación era un criterio de admisión y los salarios pre-kibbutz eran difíciles de verificar, lo que sugiere que pese a seleccionar a buenos candidatos, la selección adversa no desaparecía del todo.  Igual que se trataba de atraer a buenos candidatos, se intentaba evitar la fuga de cerebros. Los kibbutzniks debían renunciar a toda su propiedad privada al entrar en el kibbutz, no podían acumular ahorros -ni a escondidas, pues no había metálico, todo era en especie-, y solían especializarse en actividades importantes para el kibbutz pero poco valiosas para el mundo exterior. Todo ello aumentaba considerablemente el coste de abandonar el kibbutz. Los kibbutzniks con mayores niveles educativos y más potencial en el mercado laboral seguían siendo los más proclives a abandonar el kibbutz, pero la mayor parte no lo hacían.

Más allá de la selección de personal, los kibbutzim se enfrentaban a un segundo problema fundamental, inherente al igualitarismo, de incentivos a esforzarse cuando lo que se recibe está desconectado de lo que se aporta – un problema que se agrava si además las aportaciones individuales son difíciles de medir. Los kibbutzim combatieron este problema especializándose en actividades fácilmente cuantificables (litros de leche ordeñados, naranjas recogidas, comidas preparadas) y recurriendo a la presión de grupo, siendo obligatorio vivir y trabajar en el kibbutz, reduciendo la privacidad al mínimo. El tamaño reducido de las comunas, de entre cien y mil habitantes, y el comedor común como epicentro de la vida social facilitaban el cotilleo y las sanciones sociales contra los kibbutzniks que no se esforzaban. La motivación ideológica también ayudaba, pues para muchos participar de una empresa colectivista era motivo de satisfacción per se. Las posiciones de prestigio dentro del kibbutz, como la tesorería o la secretaría, eran otra forma de recompensar contribuciones ejemplares. Los datos muestran que la tasa de empleo y las horas trabajadas por los kibbutzniks eran mayores que las de otros israelís parecidos, lo que parece indicar que efectivamente no había grandes problemas de free-riding, aunque es imposible descartar diferencias en la calidad de lo trabajado.

En resumen, los kibbutzim desarrollaron una serie de mecanismos que hicieron que su experiencia colectivista tuviera una vida relativamente larga y funcional, superando sus problemas de incentivos, conviviendo con la tentación de la sociedad capitalista a unos pocos kilómetros, y siendo un grupo con prestigio social. Con el tiempo, sin embargo, surgieron problemas. El primero fue que las segundas y terceras generaciones estaban menos ideológicamente motivadas que los fundadores, pese a estar socializadas en el kibbutz, lo que repercutía en su buen funcionamiento y en la capacidad de retener a los kibbutniks más productivos. El papel crucial de la ideología, de la vigilancia, y de la selección de candidatos como antídotos contra los incentivos perversos posiblemente ilustra los límites del potencial de crecimiento de organizaciones altamente igualitarias. De algún modo no deja de ser paradójico que un cierto elitismo sea un ingrediente importante para que un número relativamente reducido de gente pueda vivir en igualdad.

El segundo problema fue una crisis de deuda, tras un cambio inesperado de política monetaria en los años 80, que obligó a varios kibbutzim a reformarse y volverse un poco menos igualitarios para poder sobrevivir. Estas reformas suponen otro experimento excepcional, en que ciertos kibbutzim pasaron de la igualdad absoluta a sueldos basados en la productividad – de un tipo impositivo del 100%, a uno de menos del 50%-. Aunque podamos sospechar que en general, la redistribución reduce los incentivos al desarrollo personal, los cambios que solemos observar normalmente son pequeños y de corto plazo, o acompañados de grandes cambios macroeconómicos, lo que imposibilita estimar la magnitud real de su efecto. En el caso de los kibbutzniks, los datos muestran que la reducción de la redistribución tras las reformas efectivamente hizo que estudiaran mucho más, graduándose más a menudo y a sacando mejores notas.

El mensaje del libro no es, por tanto, ni mucho menos unidireccional. La evidencia nos muestra que existen medidas efectivas para contrarrestar los incentivos perversos inherentes a las organizaciones absolutamente igualitarias sin cercenar la libertad de sus miembros, haciéndolas viables bajo ciertas circunstancias, dotando a sus miembros de seguridad económica ante imprevistos y de buenos servicios e infraestructuras públicas. A su vez, incluso dentro de un grupo especialmente proclive a la cooperación de forma incondicional, la experiencia de los kibbutzim nos muestra como cambios redistributivos drásticos tienen un efecto importante sobre decisiones de desarrollo personal con retorno social como la educación, lo que apunta a consecuencias importantes sobre el progreso social en el largo plazo.

 

[1]https://www.eldiario.es/catalunya/CUP-Anna-Gabriel-enciende-tradicional_0_514799365.html

 


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