En política los problemas fáciles ya están solucionados. Los políticos serán muchas cosas, pero no son idiotas; saben que los votantes en general prefieren que les solucionen los problemas a que les dejen el país hecho un cisco. Eso quiere decir que, salvo contadas excepciones, un presidente del gobierno o ministro sueña con encontrarse con problemas de fácil solución, porque pueden arreglarlo, ponerse una medalla y recibir el aplauso del pueblo.
Los problemas que vemos en política, por tanto, no son los problemas sencillos, sino los que no podemos arreglar fácilmente. Son problemas que a veces son técnicamente sencillos de solucionar (el mercado laboral español tiene problemas bastante obvios, y cualquier economista medio despierto puede darte una solución decente), pero eso no los hace menos irresolubles. En políticas públicas, cualquier solución tiene casi inevitablemente ganadores y perdedores, y lo que puede ser fácil sobre el papel puede ser endiabladamente complicado de arreglar para alguien que necesita convencer a una mayoría suficiente de votantes para sacar esa solución adelante.
Todo esto lo digo, como no, para hablar de Cataluña. Más en concreto, sobre uno de los comentarios recurrentes del soberanismo catalán – algo parecido a este tweet:
La solució és fàcil. Es diu democràcia: referèndum d’autodeterminació. https://t.co/F4tYndaQUt
— Carles Boix 🎗 (@boixserra) July 9, 2018
Hay un conflicto entre Cataluña y España, y esto se soluciona votando. Se hace un referéndum, se vota, y lo que salga, salga. Esto está chupado. Ya hemos arreglado el problema.
Dejando de lado que hemos votado un montón de veces en los últimos años en elecciones autonómicas catalanas donde siempre sale el mismo resultado, la realidad es que la solución del referéndum no tiene nada de fácil. Es más, una votación de secesión es un problema endiabladamente complicado desde el punto de vista técnico en un día bueno, y una completa pesadilla social y política a poco que se compliquen las cosas.
Empecemos por las dificultades técnicas, en una lista que dista mucho de ser exhaustiva:
Ninguna de estas cuestiones es irresoluble, pero no son preguntas fáciles. Incluso si fueran decididas por un comité de expertos bajado de una nube tocando el arpa, cada respuesta sería enormemente polémica. Las negociaciones post-votación serían de buen seguro complicadas, y dada la incertidumbre sobre qué sucedería en ellas, el resultado final de estas seguramente serían también polémico (¿queremos secesión si implica no estar en la UE? ¿Qué pasa si el déficit fiscal que nos dijeron resultó ser menor de lo prometido?).
Todo esto, por supuesto, asume que un presidente del gobierno español puede conceder un referéndum de secesión así directamente, porque es «lo fácil». La cuestión es que no puede hacerlo, porque la constitución española en su primer artículo lo prohibe completamente. Los secesionistas, de nuevo, insisten que uno puede interpretar la constitución de forma «democrática» y «seguir los tratados internacionales» (ambos son conceptos legales delirantes, pero supongamos que fueran ciertos), y Pedro Sánchez podría aprobar una votación.
Eso asume, obviamente, que el resto de partidos políticos estatales no le harían filetes de inmediato, que todo el tinglado no acabara en el constitucional, y que el tribunal, inevitablemente, bloquearía todo en menos de una semana. Lo «fácil» sería que todas las instituciones y políticos del estado, muchos de ellos gente convencida que la secesión es una idea radicalmente estúpida, se sentaran y aplaudieran, dejando «votar a los catalanes». Por descontado, creer que esto sea remotamente «fácil» de llevar a la práctica es delirante.
La alternativa sería cumplir la ley, reformando la constitución para permitir referéndums de secesión. Supongamos de nuevo, que ya es suponer, que mediante ingeniería legal creativa el PSOE pudiera sacar adelante esa reforma por el procedimiento ordinario (Art.167) en vez del procedimiento agravado (168). Eso requeriría mayorías de tres quintos en cada una de las cámaras, o absoluta en el senado y dos tercios en el congreso, más un referéndum para ratificarla si así lo piden una décima parte de diputados o senadores. En contra de la opinión de muchos, no creo que conseguir aprobar una reforma así sea algo completamente descabellado, pero de «fácil» no tiene nada en absoluto.
Todo eso, por supuesto, antes incluso de meternos en política: un presidente del gobierno español también representa a millones de votantes, y quiere ser reelegido. Para poder ofrecer la solución «fácil» del referéndum necesitará poder vender esto no a los votantes de Cataluña, sino a los de toda España. Aunque creo que es posible hacerlo, es algo que exigirá una labor titánica de pedagogía política, y que los secesionistas demuestren estar dispuestos a respetar tanto el resultado como los derechos de la minoría no-secesionista en caso de ganar.
Por añadido, toda esta narrativa presupone un ejecutivo catalán unitario y representativo. En realidad (insisto) el conflicto no es entre Cataluña y España, sino que es un conflicto entre catalanes. Somos muchos en la (¡mayoría!) no secesionista que creemos que el referéndum no es en absoluto una solución «fácil», y que sólo la aceptaríamos como válida si cumpliera con una serie de garantías explícitas (nótese que este artículo lo escribí hace 12 años). Cualquier pacto con Madrid no puede sólo entre los secesionistas y el gobierno central, porque los scesionistas distan mucho de representar a toda Cataluña. Antes de llevar la posibilidad de un referéndum a cualquier parte, los no-separatistas tenemos el derecho de exigir un acuerdo dentro de Cataluña – uno que elime el monopolio de las instituciones catalanas por parte del nacionalismo catalán.
Volviendo al principio: si este fuera un problema sencillo, Zapatero lo hubiera arreglado el 2010, y no estaríamos en este desaguisado. El conflicto dentro de la sociedad catalana es enormemente complicado, y solucionarlo va a requerir un esfuerzo político enorme por parte de todos los implicados. El acuerdo final será inevitablemente imperfecto, y no dejará del todo feliz a nadie.
Decir que arreglar el problema catalán es «fácil», y que si hacemos lo «fácil» hay un mundo feliz y sin conflictos al final del túnel no es sólo estúpido, es irresponsable.
—-
Dos notas finales: el referéndum unilateral de independencia fue lo que se hizo el uno de octubre. Si alguien cree que era la otra opción «fácil», la cosa acabó con cero reconocimiento internacional y un montón de políticos en la cárcel. Hacer otro referendum unilateral de secesión tendría exactamente el mismo resultado, porque el estat espanyol es muchas cosas, pero tiene el monopolio de la violencia y lo ejerce (y hace bien).
La solución, donde acabaremos llegando, la sabemos todos :más autogobierno, una ley electoral en Cataluña que permita que los no-nacionalistas ganen de vez en cuando, federalismo fiscal en España. El problema es que llegar a ella no es fácil en absoluto.