Política

Notas aleatorias sobre un gobierno en minoría

5 Jun, 2018 - - @egocrata

El triunfo de la moción de censura de Pedro Sánchez creo que me sorprendió algo menos que a otros observadores, aunque el cómo acabó saliendo adelante fuera algo distinto a lo que esperaba. Mi predicción el miércoles pasado era que el PSOE recibiría los apoyos de Podemos y Ciudadanos, con Sánchez concediendo un calendario electoral a Rivera a cambio de sus votos. Lo que acabó sucediendo fue que el PNV acabó dando los votos decisivos al ahora presidente del gobierno gracias a la combinación (intencionada o no) de Pablo Iglesias ofreciéndole una moción a Ciudadanos sin condición alguna y  la formación naranja aceptando. Dado que apoyar a Rajoy hoy para que le echaran a patadas la semana que viene parecía un mal negocio, los nacionalistas vascos prefirieron darle el empujón ahora y ahorrarse unos comicios donde Ciudadanos pudiera acabar en Moncloa.

Visto en retrospectiva, parece una carambola francamente hábil del líder socialista, un tipo que tiene su biografía política llena de misiones imposibles que acaban por salirle bien. Mi intuición, sin embargo, es que la explicación en el fondo es mucho más simple. El 25 de mayo, el día en que el PSOE presenta la moción, todos los partidos en el congreso excepto el PP (e incluso ese es dudoso) querían librarse de Mariano Rajoy. Lo único que quedaba por debatir era quién iba a substituirle, y la elección entre Albert Rivera y Pedro Sánchez. El primero es temido por el resto de grupos: los nacionalistas catalanes y vascos temen que su constitucionalismo / nacionalismo español (táchese lo que no proceda) sea más efectivo que la tradicional inoperancia de Rajoy; socialistas y podemitas porque ven su auge en las encuestas. El segundo es alguien por el que nadie daba un duro hace apenas dos años, y que llevaba meses intentando sin éxito de que alguien le hiciera caso. En vista de que a Rajoy lo íbamos a echar igual, se dijeron todos, pongamos al tipo que parece inofensivo, al menos por ahora.

Ahora falta por ver si Pedro Sánchez, un tipo que ha muerto políticamante en casi media docena de ocasiones en los últimos cinco años, es realmente tan inofensivo como parece. A Rajoy se le subestimó sistemáticamente durante años por su cara de gallego militante; es posible que al nuevo presidente del gobierno se le esté subestimando por su cara bonita, cosa que tiene cierto mérito.

Repasemos el escenario al que se enfrenta Sánchez, y qué cartas puede jugar durante los próximos meses.

Un gobierno en ultraminoría, pero sin rivales fuertes

El PSOE controla menos de una cuarta parte de los diputados del congreso. Todos los gobiernos en una democracia parlamentaria viven a merced del legislativo, pero en el caso de Sánchez, esta balanza de poder es especialmente abrumadora.

A primera vista, esta relación de fuerzas debería ser un indicador de un gobierno débil que tendrá problemas para mantenerse en el poder. En realidad, esa debilidad esconde que el PSOE es la segunda opción para todos los partidos del hemiciclo, sin que haya mayorías alternativas a la vista que puedan desbancarlo. Rivera prefiere a Sánchez en Moncloa antes que a Rajoy o Iglesias. Iglesias prefiere a Sánchez que a Rivera o Rajoy. Rajoy prefiere a Sánchez antes que Iglesias o Rivera. Dado que alguien tiene que gobernar y ni Iglesias, ni Rajoy, ni Rivera tienen los votos suficientes para hacerlo, Sánchez es presidente del gobierno casi por defecto, sin que haya una moción de censura viable a corto plazo que pueda desalojarle del cargo.

Un gobierno sin margen de maniobra

El hecho que la supervivencia política de Sánchez esté por ahora casi garantizada no quiere decir que su gobierno vaya a ser especialmente productivo. Del mismo modo que el tipo ha acabado en el gobierno porque era la solución menos ofensiva para todos los presentes (incluso para Rajoy- su dimisión bastaba para bloquearle, no lo olvidemos), esto no quiere decir que el resto de partidos políticos vayan a estar por la labor de facilitarle victorias políticas estos próximos meses. En vista de que es poco probable (salvo sorpresas impresvistas, pifias monumentales del PSOE o un espectacular cambio de liderazgo en el PP) que nadie pueda sacar a Sánchez de Moncloa hasta las elecciones, el objetivo común de todos los partidos será intentar que llegue a los próximos comicios tan desgastado como sea posible sin haber conseguido hacer nada.

Obviamente nadie quiere tener la culpa de que todo fracase, así que vamos a ver elaborados rituales teatrales donde los partidos se echan las culpas mutuamente de todo. En la oposición hablarán de «falta de liderazgo» en Moncloa, un presidente que «no negocia» y que vive de cara a la galeria en vez de hacer lo que pide la gente. Sánchez y el PSOE van a hablar del do-nothing Congress y sobre cómo los irresponsables de Podemos, PP y Ciudadanos votan en contra del bien y a favor del mal todo el rato.

El PSOE partirá con cierta ventaja. El partido que está en Moncloa tiene mucho mayor control sobre la agenda política que el resto, y gracias a tener la enorme burocracia ministerial detrás, es mucho más efectivo redactando propoposiciones de ley. Pueden poner temas en la agenda que sean abrumadoramente populares, o temas donde Ciudadanos y Podemos hayan expresado su apoyo en tiempos recientes (RTVE, ley mordaza).  El gobierno, además, puede tirar de reglamentos y decretos en bastantes temas, y tiene el enorme poder simbólico que representa estar en el ejecutivo, con todo el ceremonial del poder asociado.

Aún así, a los votantes en general esta discusión les entrará por una oreja y les saldrá por la otra, ya que a la política no le prestan demasiada atención. El PSOE sacará un buen resultado en las próximas elecciones si la economía va bien, y sacará uno malo si la economía va mal o se declara la cuarta guerra carlista en Osona, el Berguedà y el Pla de l´Estany. Los periodistas se emocionarán mucho con los debates parlamentarios (y yo me divertiré mucho con ellos), pero no cambiarán gran cosa de cara a las urnas.

¿Qué veremos entonces?

Hace un par de años, durante las inacabables negociaciones del 2016 para investir a alguien, quien fuera, como presidente del gobierno, mucha gente ironizaba que la economía española nunca había ido mejor: lo de no tener gobierno nos fue bien. Salvando las distancias, no me extrañaría que el resto de la legislatura fuera parecida a ese 2016, con el país operando más o menos en piloto automático. Discrepo que esto sea lo que más le conviene a España a estas alturas (el país tiene un montón de problemas urgentes, desde un mercado laboral roto a un estado de bienestar que no redistribuye en absoluto, pasando por un horizonte demográfico atroz), pero no es la peor de las alternativas posibles.

Incluso con este panorama, Sánchez puede conseguir sacar adelante algunas cosas. Por un lado, hay un número limitado pero no insignificante de temas donde el ejecutivo tiene muchísima capacidad de maniobra: política exterior, defensa, y nombramientos administrativos/regulatorios. Colocar a Josep Borrell como ministro de exteriores es una señal de que el presidente es consciente que esta es de las pocas áreas donde pueden hacer algo, así que colocar un peso pesado tiene sentido.

Segundo, si hay algo que a la burocracia estatal se le da bien es crear informes, planes directores, libros blancos y demás tochos burocráticos. El PSOE puede (y debería) empezar a impulsar esta clase de trabajos ahora mismo para primero, marcar los parámetros del debate, y segundo, tener un plan coherente con el que ir a las elecciones cuando se acabe la legislatura. El rumoreado observatorio/comisionado sobre la pobreza infantil es una idea excelente, y es algo que ayudará a mover la agenda hacia temas que el partido considera críticos, y con suerte, quizás saque algún ley de rebote.

Tercero, queda el tema de siempre:

Cataluña y el procés que no cesa

Me temo que sobre esto hablaré con más detalle otro día, pero hay unos cuantos elementos a tener en cuenta. Primero, de todos los temas en la agenda política, este es el que divide más al PSOE internamente, y que más peligro entraña para Sánchez. En el mejor de los casos, el tema catalán es un campo de minas para cualquier dirigente socialista y que ya acabó con Sánchez una vez, hace un par de años. Con un gobierno débil, lo será aún más.

Segundo, los partidos secesionistas catalanes viven en un dilema parecido al de los partidos nacionales: Sánchez será mejor o peor, pero es la menos mala de las alternativas viables para ellos para ocupar Moncloa (aparte de Pablo Iglesias, que no es exactamente viable a día de hoy). Aunque hay amplios sectores del independentismo que son firmes partidarios de eso de «que cuanto peor, mejor«, la aplicación del 155 y la ronda de acusaciones por rebelión creo que han curado a muchos de ganas de hacer heroicidades. Los separatistas pueden sabotear a Sánchez poniéndole en saraos constantes (como con otra ronda de saltarse leyes a la torera), pero saben que si lo tumban el siguiente en la lista es Albert Rivera, alguien que desde luego no les va a reir las gracias.

Paradójicamente, nacionalistas catalanes y socialistas viven en una especie de escenario de destrucción mutua asegurada, donde el enfrentamiento sólo lleva a que ambos salgan perdiendo. Quizás de esta guerra fría veamos cierta distensión, si ambos lados actúan con cierta lógica.


Esto es todo por hoy. En los próximos días tocará hablar sobre el resto de partidos, y qué opciones tienen en los próximos meses. El más interesante, de lejos, es el PP, que se enfrentará estos días a mi pregunta favorita para cualquier formación política: ¿ha llegado la hora de echar al líder del partido de su cargo?


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