Mañana se celebran la primera vuelta de las presidenciales colombianas. Son unas elecciones especiales para el país: las primeras después de un acuerdo de paz que selló el conflicto civil más antiguo del planeta (y del plebiscito que rechazó los acuerdos por un escaso margen, para su posterior revisado que igualmente dejó a muchos descontentos). También las primeras tras la retirada del actual presidente Santos, quien pasó de candidato favorecido por el expresidente Álvaro Uribe a su mayor enemigo. Cinco candidatos hay en liza: Iván Duque es el del Centro Democrático, partido del uribismo, ubicado en la derecha del espectro (aunque Duque le ha dado un toque más moderado, o eso ha intentado al menos); Germán Vargas Lleras fue vicepresidente con Santos y es una figura de la política tradicional (lo cual incluye clientelismo) ubicada ideológicamente en el centro-derecha; Sergio Fajardo se lanza por el centro progresista con un fuerte mensaje anti-corrupción; Humberto de la Calle tiene una plataforma de viejo centro o centro-izquierda (gracias sobre todo a su compañera en la candidatura, Clara López) muy favorable a la implementación de los acuerdos de paz; Gustavo Petro es el primer candidato netamente de izquierda que se encuentra en posición de pasar a segunda vuelta en mucho tiempo en un país donde la izquierda, sea por falta de demanda electoral o por limitaciones en el sistema, normalmente no ha jugado un rol preponderante. El sistema es sencillo: si alguien logra la mitad más uno de los votos, gana mañana. Si no, los dos primeros se enfrentarán en una segunda vuelta.
¿Qué va a pasar?
No lo sabemos a ciencia cierta. Las encuestas nos dicen lo siguiente, según el promedio que sacamos Kiko Llaneras y yo mismo.
Además, el consenso es amplio: absolutamente todas las casas relevantes ponían a Duque y a Petro en segunda. Así que aquí va mi primera intuición, que es la más sencilla: es probable que Iván Duque quede primero en las elecciones de mañana. No es nada demasiado arriesgado, sino algo que casi todos parecen ya dar por sentado. Lo hará, eso sí, sin los suficientes votos como para ganar sin ir a segunda vuelta. Ningún sondeo de todos los que se han hecho le ha dado un 50%, en ningún momento de la campaña. Y su tendencia ascendente en marzo se detuvo en algún punto de abril-mayo para no remontar. Además, hay antecedentes para pensar que esto es así: en 2014, el candidato del uribismo (Óscar Iván Zuluaga) se quedó por debajo del 30%. Sabemos que el país está dividido en dos mitades ideológicas gracias a la segunda vuelta de entonces y también al propio plebiscito por los acuerdos de paz. Pero también sabemos que cuando se puede escoger entre más de dos opciones esas mitades no suelen mantenerse unidas. El perfil de Duque (joven, aparentemente moderado) está diseñado para romper ese sortilegio y maximizar los votos también en primera vuelta, aunando apoyos uribistas tradicionales y con otros más nuevos. Sin embargo, aunque es probable que esto le dé para pasar del 30% en primera vuelta, es difícil que le coloque en el 51%. No es imposible, y esto debe ser contemplado como escenario alternativo. Pero no es lo más plausible con los datos que tenemos en la mano.
La pregunta pasaría a ser, pues, quién va a acompañar a Duque en la segunda vuelta del 17 de junio. A partir de aquí todo se vuelve más complicado.
La hipótesis central es que Gustavo Petro logrará pasar. Se ha quedado en el entorno del 25% en prácticamente todos los sondeos, siempre manteniendo distancia de sus contrincantes. Ha demostrado una gran capacidad de movilización en calles, plazas y redes sociales. Y definitivamente ha logrado construir un discurso que le encaja a muchas personas jóvenes, de estrato bajo y medio… en definitiva, que están dispuestas a apostarle a un cambio profundo.
Pero estos perfiles son también abstencionistas estructurales. ¿Qué pasa si están diciendo que sí en encuestas y en redes pero luego acuden a votar en menor medida de lo esperado? Que a Petro se le hunde su base. Este es, probablemente, el mayor riesgo que corre mañana. Pero no el único.
La primera hipótesis alternativa es la posibilidad de que Fajardo quede segundo. En Colombia, las encuestas se dejan de publicar por ley una semana antes de la elección. En ese momento, Petro estaba estancado y Fajardo iba en ascenso. La diferencia entre ambos en el promedio, 11 puntos porcentuales, está por encima de la media de error de los sondeos en las últimas elecciones. Pero no está por encima de los errores máximos registrados. Si a Petro le falla su base y a Fajardo le resulta la suya, si con las últimas encuestas y su tendencia, amén de haber realizado una recta final de campaña que ha compensado por la falta de fuerza de las semanas pasadas, quizás logra cierta coordinación del voto progresista moderado que no ha cuajado hasta ahora.
Sin embargo, sería raro que las encuestas en Colombia se equivocasen registrando un voto tan urbano, de clase media y alta, como el de Fajardo. Es más normal que lo hagan infra-representando opiniones vergonzantes, que cambian a última hora (aquí sí entraría Fajardo, pero no en la categoría anterior) o entre otras áreas de la población. Y aquí entra la segunda hipótesis alternativa: que Vargas Lleras queda segundo. Germán Vargas debería ser capaz de controlar la maquinaria (es decir, el voto clientelista) de grandes parcelas del país: pertenece al establishment, fue parte de un gobierno que se distinguió por su capacidad para mover votos a base de reparto de beneficios desde el Estado, y lidera un partido (Cambio Radical) que se destaca precisamente por esas mañas. Si la urna llega donde el encuestador no llegó porque existe un sesgo sistemático que infra-estima la maquinaria, quizás a Vargas le baste para pasar a Petro. Pero para eso también necesita otra cosa, porque la distancia entre su posición en el promedio y el umbral para quedar segundo es demasiado grande: que las cosas se hayan movido en esta semana en su dirección. La maquinaria funciona un poco como un mercado, o como un juego de expectativas. No es que alguien tenga una cantidad X de votos asegurada desde el principio, sino que logra aspirar hacia sí mismo esa cantidad si su victoria es creíble y los beneficios aparejado con la misma también lo son. En ese sentido, los malos resultados demoscópicos son una barrera para que Vargas haya cerrado muchos acuerdos esta última semana: todos los leen, también quienes ponen su voto o el de su gente en el mercado del clientelismo. En cualquier caso, aquí toca prestar atención a medios como La Silla Vacía, que son quienes pisan el territorio y saben qué se está cociendo en cada lugar.
Así, tenemos tres hipótesis razonables: la central, Duque-Petro. La de la ola de centro progresista, Duque-Fajardo. Y la del resurgir de la maquinaria, Duque-Vargas. De La Calle, quinto en discordia, sí queda demasiado lejos como para lograr coordinar suficiente voto en torno suyo. Y la posibilidad de que Duque acabe por no pasar implicaría el insólito caso de la reducción del voto uribista por debajo del 20% (lo cual le haría sacar ¡menos de lo que se obtuvo en las primarias de su plataforma!), o de su emigración hacia otros candidatos. Algo que no hay apenas razones para anticipar.
Un apunte final más personal. Este es mi ejercicio de sinceridad. Con los datos que tenemos sobre la mesa, creo que no es posible estar completamente seguros de nada. Pero creo también que tenemos la suficiente información como para descartar muchos escenarios (los no mencionados aquí), así como para ordenar los que nos quedan en orden de probabilidad. Y este orden corresponde con el que han dado hasta ahora las encuestas. Lo que no sería honesto, insisto, es decir que no sabemos nada (sí sabemos cosas, o creemos que las sabemos), así como afirmar que lo sabemos todo con una certidumbre y una claridad meridana. No es así. Tenemos ciertos escenarios, a todos nos rondan por la cabeza, y todos sabemos más o menos qué haría que uno funcionase o no. Así que hagámoslo explícito. Porque en menos de 24 horas podremos ponerlos a prueba. A nosotros, a las encuestas, y a otros ejercicios más osados.