El próximo 26 de mayo de 2019 habrá en España elecciones municipales, autonómicas (las de régimen general) y europeas. Por segunda vez desde 1987 volverá a haber los tres comicios de manera concurrente, lo que sin duda tendrá importantes efectos electorales. Estas elecciones son particularmente importantes para saber en qué medida se consolida o no la transformación del sistema de partidos español, pero también para una Unión Europea que todavía se encuentra en el filo de la navaja. Justamente por esto último, y como creo que del ámbito nacional vamos a hablar bastante durante los próximos meses, voy a entrar con algo más de profundidad en las elecciones europeas para dimensionar su importancia.
Las elecciones europeas; ¿eternas segundonas?
La literatura especializada clasifica tradicionalmente a los comicios europeos como elecciones de “segundo orden”. Según esta idea, como en las elecciones europeas uno no vota de manera directa a un parlamento que escoja un ejecutivo (o un presidente), se considera que su resultado tiene un impacto marginal en nuestra vida. Esto supone que ni los ciudadanos se interesen tanto, ni los partidos inviertan tantos recursos en ganarlas, ni los medios les presten apenas atención a sus debates. El resultado es, por esto mismo, una participación electoral menor a la de otros comicios y que los votantes sean más proclives a votar a partidos de protesta o minoritarios. Las elecciones europeas quedarían reducidas a una forma de dar un toque de atención a los gobiernos nacionales.
Si uno se fija en la participación electoral este carácter secundario de los comicios parece confirmarse. Es más, desde el año 1979 hasta la fecha la afluencia a las urnas no había hecho más que reducirse en todos los países de la UE – aunque con oscilaciones, entre el 90% de participación de las elecciones belgas (que son concurrentes y con voto obligatorio) y el raquítico 13% de Eslovaquia. Sin embargo, en 2014 hubo un dato llamativo: el freno de esta tendencia a la baja. Es verdad que no sabemos si fue un producto del azar o de que cada vez haya una politización mayor de los temas europeos, pero el hecho es que repuntó en los países de la Unión. El año que viene podremos volver a mirar si esas elecciones han marcado un cambio en la tendencia.
Por lo que toca a la participación en España, es sobre todo a partir de 1999 cuando se produce un descenso y estabilización en torno al 45%. Es más, las de 2014 fueron las elecciones menos participadas de la historia (con el 45.81%), lo que no deja de ser llamativo dada su trascendencia a nivel nacional. Esto seguro que va a cambiar con la concurrencia electoral de 2019 – ya que la gente, cuando va a votar, lo hace en todas las urnas que tenga delante. Por lo tanto, ya podemos anticipar una cosa: la participación electoral en las próximas europeas se va a disparar por encima del 60% (siendo conservadores), los valores típicos de los comicios locales y autonómicos.
Una cosa diferente es en qué medida se puede anticipar el voto a partidos protesta o minoritarios en estos comicios europeos ¿Serán empleadas por los votantes como un instrumento de castigo al partido en el gobierno? De entrada, esta tesis ha tenido complicaciones para poder viajar fuera de los países de Europa Occidental – aparte de ser cada vez más disputada. En la zona de la UE, tanto central como oriental no se produce una mayor votación a partidos de la oposición. De todos modos, y aunque es verdad que es mucho anticipar, creo que hay buenas razones para esperar dinámicas bastante congruentes con el comportamiento en las elecciones municipales y autonómicas, como ahora desarrollaré.
La importancia del nuevo reparto
Las reglas de los sistemas electorales para el Parlamento Europeo son tan diversas como la propia legislación de los países miembros. Su único punto en común es respetar tres principios: permitir votar a los residentes, la incompatibilidad entre ser diputado europeo y nacional y que el sistema electoral sea proporcional. Este último asunto no es un tema menor porque justamente gracias a esto los euroescépticos Frente Nacional o UKIP han cobrado fuerza en sus países respectivos – si hubieran tenido que competir bajo el sistema mayoritario nacional la historia podría haber sido diferente. Paradojas de la vida: las reglas electorales europeas justamente han cebado la representación de aquellos que la quieren destruir. En todo caso, dejando de lado este componente el modelo de lista, las barreras electorales, los requisitos de edad para votar y un largo etcétera son bastante distintos según estado.
En España para las elecciones europeas tenemos una circunscripción única en todo el país sin barrera electoral, aplicando la fórmula d´Hondt y con listas cerradas y bloqueadas. El tamaño de la circunscripción es de 54 diputados… Pero eso cambia ahora. Con la salida del Reino Unido han quedado vacantes 73 diputados. Aunque había propuestas interesantes, como la de establecer una lista transnacional europea – es decir, que una parte de la lista se votara en todos los países de manera conjunta – finalmente ha sido rechazada. Esto ha implicado que 46 diputados pasen a la reserva para futuras adhesiones y que 27 se repartan entre los estados miembro. El resultado es que España pasará a elegir 59 diputados al Parlamento Europeo en 2019.
Este reparto hace marginalmente más proporcional el sistema electoral. Para hacerse a la idea, el punto de corte para conseguir escaño en 2014 estaba en los 247.557 votos. Con 59 diputados este umbral se reduce unos 20.000 votos lo que hubiera implicado que, sobre la base de los resultados anteriores, VOX habría conseguido un eurodiputado (dos más hubieran ido al PP y PSOE). Con frecuencia se ignora lo cerca que estuvo este partido de entrar en el reparto.
En todo caso estos datos hay que tratarlos con cautela porque la participación en 2014 fue baja en comparación a la que debemos esperar en 2019 – un hecho que subirá los votos requeridos para el diputado. De este modo, si uno estima una participación del 64% (como en las pasadas elecciones autonómicas) el umbral de representación, con el efecto de los 5 diputados extra, sube sólo hasta los 259.890 votos. No descartemos, por tanto, que fuerzas que hasta hoy eran extraparlamentarios y son penalizadas por el sistema electoral nacional se acaben colando esta vez – sin ir más lejos, el PACMA, un partido cada vez más potente.
Al margen de esto hay previsiones que no son nada descabelladas. Tanto Ciudadanos como Podemos mejorarán su representación – porque partían de posiciones muy bajas en 2014 para sus niveles de apoyo actuales (ya ninguno de ellos sigue siendo un partido minoritario). Pero, además, hay algunas cuestiones interesantes sobre lo que puede contribuir España a otros grupos parlamentarios europeos. De un lado, el PSOE puede ser la delegación más importante –en términos relativos – de socialdemócratas europeos ya que esta familia está hecha trizas. Pero del otro Ciudadanos casi seguro se moverá de ALDE al grupo que pretende formar Macron para 2019 y que podría contar con el PDI.
Este panorama abierto y que apunta cambios en los grupos del Parlamento ¿Lograrán que hablemos más la política de los partidos españoles sobre temas comunitarios en la campaña? Eso ya es más dudoso.
Votar ¿Mirando a España o a Europa?
Un elemento fundamental en la democracia es que los ciudadanos votemos en función del desempeño de los gobiernos – o de los programas que queremos que lleven adelante los partidos. Para eso es clave que asignemos correctamente responsabilidad de cada agente y escojamos la papeleta adecuada para cada nivel. Por ejemplo, que cuando uno vote al ayuntamiento se fije en el desempeño de su alcalde y los programas de los partidos a nivel local, no en cómo lo hace su partido en el nivel nacional o autonómico. Sin embargo, sabemos que este requisito es bastante exigente y muchas veces se vota pensando en varias cosas a la vez – o incluso se castiga a los gobiernos por elección interpuesta.
Las elecciones europeas no son ajenas a este síndrome y suele ser extraño que los ciudadanos votemos (solo) por cómo lo hacen los partidos en el Parlamento Europeo. En las encuestas poselectorales del CIS se pregunta justamente si los ciudadanos, a la hora de decidir su voto, se fijan más en los temas de España, los de la UE o ambos por igual:
Como se ve, el monopolio de los temas europeos en su propia elección es más bien escaso y no demasiado cambiante a lo largo del tiempo. En general más del 50% de los electores solo toman en cuenta el contexto nacional para decidir su voto en las elecciones europeas, mientras que apenas un 15-18% solo temas relacionados con la UE (que se supone que elegimos). La lectura positiva es que quizá ahora hay más ciudadanos que consideran ambos niveles para votar, pero tampoco parece un salto espectacular. Sobre el aparente pico de interés por temas europeos en las elecciones de 2004 probablemente tenga algo que ver con la discusión en curso sobre la malograda “Constitución Europea”, pero es pura especulación. En todo caso, visto que fluctúa un poco entre elección, el contexto importa.
Esto último es decisivo porque en el año 2014, justo cuando la crisis hizo estragos y la UE estaba más que nunca en el alero, es también cuando cae más el voto motivado por la UE y se dispara su motivación por temas nacionales. Esto sin duda va en el sentido de apuntar cómo las elecciones europeas de 2014 fueron básicamente de realineamiento – con una enorme intensidad en el voto protesta que llevaría a la recomposición del sistema de partidos español. Malas noticias, de nuevo, para los temas comunitarios.
Pero quizá este dato es engañoso si no se desagrega en función de grupos ¿Hay un efecto generacional? ¿Se preocupa más por votar según la UE las cohortes que han nacido en ella? Lo cierto es que no se aprecia en las elecciones de 2014 – ninguno de los tramos de edad muestra diferencias estadísticamente significativas. Sin embargo, esto es algo diferente cuando consideramos la posición social. He tomado como base el nivel educativo (que puede aproximar algo esta variable) y las diferencias que se aprecian son más interesantes:
Como se ve, a partir de la finalización de estudios secundarios el interés por ambas arenas se incrementa de manera relevante. Del mismo modo, entre los estudios superiores el considerar exclusivamente también los temas relacionados con España cae de manera significativa – ganando peso relativo los temas europeos. Esto señala que votar considerando también la UE es algo que conecta de manera importante con los sectores con más recursos cognitivos – y de posiciones socioeconómicas más acomodadas. Sea por el lenguaje, por la complejidad, por las políticas (públicas) o por cómo se vende la UE, los asuntos europeos calan con más dificultad entre los sectores más modestos en recursos.
¿Qué podemos esperar para 2019? Probablemente el efecto de la concurrencia electoral vaya a hacer que los debates europeos apenas entren en campaña, aumentando la tendencia de 2014. Al fin y al cabo, recordemos que en esa campaña de todo lo que se habló por parte de los medios fue de los comentarios machistas de un candidato al otro – en un vergonzoso debate contraprogramando el de los spitzenkandidaten – y nada sobre el modelo de Unión (¡con la que estaba cayendo!). Quizá algo inevitable cuando estás en un país tan europeísta como España, donde la UE no es un tema divisivo, pero que no deja de ser dramático con toda la agenda que tenemos pendiente.
Con tres elecciones simultáneas auguro que hablar del fondo de la UE será más difícil todavía justo cuando es más importante que nunca que lo hagamos.
La UE ahí sigue… y España mirando al dedo
Aunque se haya leído con complacencia la llegada de Emmanuel Macron a Francia y la reedición de la Gran Coalición alemana, la UE está lejos de haber pasado la zona de peligro. La formación del gobierno de Italia, la crisis de los refugiados mal cerrada o los nubarrones de una posible nueva recesión son algunos de los retos que nos pillan con muchos deberes sin hacer. España, con Reino Unido en retirada, tendría mucho que aportar y contribuir a la Unión desde una perspectiva crítica e inteligente. Sin ir más lejos, hay que terminar de construir la Eurozona y va en nuestro interés.
Desgraciadamente, no parece que nuestras autoridades sean demasiado conscientes de que la política europea hace mucho que dejó de pertenecer a “exteriores” para ser pura política doméstica. El dilema “O Siria o Soria” en materia comunitaria ya no tiene ningún sentido.
En estas elecciones va a haber importantes cambios en los grupos del Parlamento Europeo y no poco trabajo pendiente. Fuerzas euroescépticas seguro más potentes y unos partidos clásicos en posición más vulnerable, de ahí que cual sea la contribución de España a este panorama vaya a ser crucial. Por eso sería deseable, sabiendo que la participación va a ser alta y que el riesgo de hablar solo de temas nacionales también, que saquemos un pequeño hueco para reflexionar qué nos ofrecen nuestros partidos para la Unión. Guste o no guste, todos los partidos asumen implícitamente que cualquier modelo de país que quieras tener ya no se construye sólo desde casa, necesita de alianzas fuera. Estaría bien pedirles que obren en consecuencia.