Política

Autoritarios de extremo centro

24 May, 2018 - - @egocrata

Se ha hablado, y mucho, de la oleada antisistema en occidente estos últimos años y sus múltiples encarnaciones. Eventos como el Brexit, la victoria de Donald Trump, el ascenso del Frente Nacional en Francia, el nuevo gobierno antisistema italiano o la variedad de partidos de ultraderecha en gobiernos de Europa del este son ejemplos claros de este fenómeno. En España, el auge del secesionismo en Cataluña (insisto, el único fenómeno comparable hasta ahora al Trumpismo en nuestro país) no deja de generar titulares. Son partidos que, de forma consistente, ven las instituciones democráticas tradicionales con desconfianza, apelan a la legitimidad de las urnas por encima de la legitimidad de las leyes y que a menudo tienen dejes autoritarios más o menos explícitos.

El problema, en muchos casos, al hablar de estos partidos es la extraña amalgama de categorías ideológicas donde dicen agruparse. Los independentistas catalanes van desde la extrema izquierda al centro-derecho burgués de toda la vida; el Frente Nacional es habitualmente visto como un partido de ultraderecha, pero económicamente es bien poco liberal; Trump (al menos en las primarias del 2016) era del ala centrista del GOP (no, no es coña); el Movimiento Cinco Estrellas italiano habita en algún lugar de la izquierda; y así seguimos. Todos son populistas, todos son antiestablishment, y todos parecen estar navegando en una especie de pastiche ideológico difícil de definir.

David Adler publicaba ayer en el NYT un breve artículo de opinión (desarrollando una idea de uno de sus artículos académicos) que intenta responder a este pregunta. Utilizando datos de la World Values Survey (2010 hasta el 2014) y la European Values Survey (2008), Adler compara el posicionamiento ideológico de los votantes en la tradicional escala izquierda-derecha con una serie de preguntas sobre su nivel de apoyo a instituciones democráticas. Tanto en Estados Unidos como en Europa, los votantes que se definen de centro son los más escépticos con las instituciones y valores democráticos, y los que menos apoyo dan a la idea de elecciones libres y democráticas.

Sólo hay dos excepciones a esta tendencia. Por un lado, en Europa el porcentaje de votantes que dicen que un líder fuerte que no tenga que preocuparse por el legislativo es una buena idea (es decir, un «hombre fuerte») es mayor en la extrema derecha que en el centro (cosa que no sucede en Estados Unidos). Por otro, España es el único país de la muestra donde hay más centristas que derechistas que creen que la democracia es un buen sistema de gobierno. Ser el único país con una dictadura reciente ayuda, supongo.

Estos resultados son interesantes por varios motivos. Primero, cuando los partidos populistas en cualquier lugar del mundo dicen eso de «no somos ni de izquierdas ni de derechas, lo que queremos es solucionar problemas«, resulta que no es retórica, sino que realmente están dirigiéndose a su electorado potencial. Los votantes menos ideologizados tienen, en ocasiones, un ramalazo autoritario que puede ser explotado. No es una idea absurda: si soy alguien al que «no me importa la política» y que cree que «los políticos se pasan el día discutiendo«, las apelaciones antiliberales y contra la «democracia de las élites que no hacen nada más que hablar» es probablemente una idea seductora.

Segundo, es hora de descartar la idea (que deberíamos haber descartado hace tiempo, todo hay que decirlo) que las democracias mueren debido a los ataques de extremistas de toda índole. Aunque es cierto que los comunistas y cavernícolas ortodoxos creen sinceramente en que lo que nos iría bien es una dictadura, estos grupos son lo bastante pequeños como para ser irrelevantes. Cuando una democracia entra en crisis, lo hace porque una parte importante de su electorado está en contra de ella, y el grupo que entra en ebullición, casi sistemáticamente, son las clases medias pequeñoburguesas de siempre. El votante tipo de Trump no es un obrero de un alto horno de Pittsburg que ha perdido su trabajo, sino alguien que tiene un taller mecánico, el contratista que tiene un pequeño negocio de fontanería o el middle manager de un Walmart. Los votantes de partidos populistas no son los «perdedores de la globalización», sino los botiguers enfurecidos de occidente.

Tercero, el centrismo no equivale a moderación. El hecho que un votante o político diga ser de centro no quiere decir que no pueda estar chiflado, o no tener ideas vagamente antidemocráticas. Siempre asumimos que el fascismo es de derechas, pero los datos (y la experiencia histórica) dicen lo contrario.

Este punto, por cierto, también es relevante en dirección contraria: ser claramente de izquierdas o de derechas es compatible con ser pragmático. Es más, creo que es más probable que los pragmáticos tengan una ideología clara, no una ensalada de ideas vagas que se resumen en que «la gente discute demasiado«. Siempre insisto (aunque nadie me cree) que ideológicamente estoy a la izquierda de PSOE y Podemos en muchísimos temas, definiendo izquierdas según el nivel de redistribución que creo necesario. Lo que no hago, sin embargo, es vociferar sobre la casta, inoperancia del sistema y decir que mis ideas no tienen perdedores (admito, por ejemplo, que prefiero gastar dinero en niños que jubilados, en vez de abrazar el realismo mágico), así que se me tacha de centrista o algo peor.

Cuarto, y obvio, no todos los partidos y votantes de centro son monstruos criptofascistas camuflados. La moderación real también existe, por descontado, y hay gente ahí fuera que puede construir racionalmente una ideología a medio camino entre los dos extremos. Lo que los datos parecen indicar es que aunque hay votantes así, la mayoría de centristas prefieren apelaciones populistas a la construcción de consensos. No sé si este es un fenómeno nuevo o es fruto de la crisis económica y cambios sociales recientes, pero al establishment no les iría mal darse cuenta que el problema lo tienen en su casa, en el centro, no los extremos.

Por cierto, Albert Rivera parece sí entender esta dinámica. El cínico discurso del fin de semana quizás fuera una buena pista.


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