Durante su epoca en el gobierno, Zapatero apostó por la idea de que una serie de temas tabú se podían revisar: la ley de la memoria histórica, el matrimonio homosexual, la ley de igualdad de las mujeres, el modelo territorial, y la cuestión nacional. Todas ellas eran, de alguna forma, temáticas con una fuerte carga simbólica y que en aquél momento generaban división en la sociedad española. También arrojaron al PP a lanzarse a una especie de tierra de nadie en la derecha dónde se convirtió en un partido potencialmente condenado al ostracismo. La apuesta se puede racionalizar de la forma siguiente: el PP sería llevado a recurrir todos estos temas por una parte de su electorado, pero si se aguantaba el golpe, en retrospectiva la historia vindicaría y consolidaría la hegemonía electoral del PSOE.
En retrospectiva es innegable que esta estrategia tuvo bastante éxito. Zapatero ha pasado a la historia como el hombre que resolvió el conflicto vasco. Argumentos contra la memoria histórica son absurdos cuando uno lo plantea en la esfera internacional. Hoy el matrimonio homosexual, en aquel entonces una apuesta arriesgada, se ha convertido en algo bastante generalizado en el mundo occidental. Y las leyes de igualdad de género ocurre lo mismo. Los manifestantes de aquella época, la jerarquía católica y su radio han sido dejados en la cuneta de la historia.
El éxito tiene una excepción bastante clara: la cuestión catalana, y el problema «nacionalista». De todos los elementos de esta agenda, el resultado ha sido el contrario al esperado: la estrategia de oposición del PP tuvo éxito, en Cataluña las expectativas crecieron mucho más de lo que tenía encaje en la carta magna, y en el resto de España aparecieron dos partidos (UPyD y Ciudadanos) que intentaron capitalizar a los descontentos con esta medida. El modelo territorial/nacional del Estatut no solo no tenía un apoyo suficiente para ser estable a medio plazo en su momento, sino que este apoyo solo ha caído desde entonces a ambos lados del Ebro.
Primero el procés impugnó el orden constitucional subrayando su incapacidad para colmar las expectativas catalanas. En la mente de mucha gente, diría, los que se oponían al derecho a decidir , o a la idea de una España plurinacional, iría a parar al mismo pie de pagina histórico que Rouco Varela o Blas Piñar. Lo que hemos descubierto desde entonces es que esto no era totalmente realista, y la idea de que una mayoría muy bien organizada política y culturalmente puede decidir irse de un país, mientras que los que se oponían a ella serían vistos como residuos del fascismo es algo que merece ser reconsiderado. Al menos mientras sigan existiendo países como Italia o Francia como democracias reconocidas, es improbable que países que quieran parecerse a ellas sean vistos como reductos autoritarios.
Otro aspecto que hemos descubierto es que sacar el problema identitario ha hecho volar por los aires el consenso alrededor de muchos temas que se consideraban adquiridos. Uno de ellos es, por ejemplo, el tema lingüistico. La semana pasada publicamos aquí una pieza que documentaba que existe mucha más división de la qeu muchos pensábamos respecto a la inmersión en la sociedad catalana. Ciudadanos ha también propuesto algo (que no sea un requisito hablar catalán para puestos que no requiran expresamente el catalán) que a nadie que no esté familiarizado con el clima de polarización actual debería resultar tan controvertido.
Para mí, la lectura respecto a esta evolución es que en contra de lo que se suele subrayar, el consenso del 78 era sobre todo un consenso, en el cuál distintos grupos aceptaron cosas que les parecían mal. Diría que con el procés se pensaba que se podría tomar el marco constitucional como punto de partida, y avanzar hacia donde se llegara. Lo que ha resultado inesperado es el hecho aparente de que el punto ideal de la otra parte distaba mucho de ser el estatu quo. Diría que ahora mismo estamos en ese proceso en el que descubrimos que el desacuerdo no es entre los que están contentos con el esquema constitucional y los que están descontentos; el desacuerdo es entre los descontentos, pero en diferentes sentidos.