Bajo el título de Las raíces históricas de la crisis catalana el pasado 1 de febrero se celebró en la London School of Economics and Political Science (LSE) el primer panel de un ciclo de conferencias sobre Cataluña, organizado por un grupo de estudiantes de posgrado de esta universidad. Esta primera sesión se centró en investigar y debatir acerca de los orígenes de la actual crisis. Para ello, la conferencia contó con tres de los historiadores que mejor conocen la historia de España y Cataluña: Paul Preston, John Elliott y Felipe Fernández-Armesto. En esta entrada recogemos los puntos fundamentales esbozados durante el debate.
Cataluña en la Edad Moderna
La moderadora del debate, Conxa Rodríguez Vives, comenzó la sesión citando a Mariano Rajoy, quien afirmó que “el problema catalán tiene quinientos años de historia”. El punto de partida fue por tanto la boda de los Reyes Católicos en 1469. Elliott mantuvo que no es correcto hablar en términos de supresión de la Corona de Aragón, puesto que dicha unión dinástica dio lugar a una composite monarchy (monarquía compuesta), basada en el establecimiento del poder de un monarca sobre todo un conjunto de territorios en el que se permitían mantener las diferentes identidades legales e institucionales.
No obstante, el año 1640 representa uno de los momentos críticos en la historia de Cataluña. Las tensiones con la monarquía, consecuencia de las presiones fiscales impuestas a regiones como Cataluña o Portugal para pagar los gastos militares, llevaron a la rebelión de campesinos conocida como la guerra de los Segadors. Elliott insistió en que aunque se tratase de un acto secesionista, solo lo fue por force majeure, puesto que el objetivo principal de Pau Claris era el de “liberarse” del gobierno de Madrid. Debido a la resistencia de este gobierno, la única alternativa que le quedó a Claris fue la de unirse a Francia, cuyo gobierno resultaría tan tiránico como el de Madrid. Debido al desencanto con la ocupación francesa, Barcelona se acabó rindiendo al ejército de Felipe IV en 1652, reconociéndolo como legítimo soberano y volviendo con ello al status quo.
Por otro lado, Elliott explicó que la relevancia de 1714 no es exclusivamente intrínseca al evento en sí, sino que también es consecuencia de su instrumentalización por parte del movimiento secesionista catalán contemporáneo. Según Elliott, en el caso del movimiento catalán, esta manipulación del pasado se orienta hacia un sentimiento de victimismo histórico. El historiador de Oxford hizo hincapié en repetidas ocasiones en la necesidad de ampliar el zoom y comprender que muchos de los fenómenos históricos que han marcado las relaciones entre Cataluña y España forman parte de dinámicas paneuropeas.
El nacionalismo catalán contemporáneo: del nacionalismo cultural al político
Preston estableció en el inicio de la dictadura de Primo de Rivera, el 15 de septiembre de 1923, el momento fundacional del nacionalismo catalán contemporáneo. Hasta esa fecha, según el historiador, el catalanismo había sido principalmente cultural y no político; estaba organizaba en torno a la Lliga Regionalista y era un producto de la burguesía catalana, por aquel entonces necesitada de protección militar estatal ante los anarquistas. De hecho, Preston recordó que la burguesía catalana vio con buenos ojos el golpe de estado de Primo de Rivera. La situación cambió radicalmente cuando el general golpista se reveló como un centralista furibundo. En este contexto se produjo el nacimiento de un catalanismo de izquierdas que en menos de una década daría lugar a la formación de Esquerra Republicana de Catalunya.
En cambio, Elliott sitúo esta evolución del nacionalismo cultural hacia lo político en el sexenio democrático que va de 1868 a 1874. La llegada de la I República abrió el debate de la reorganización territorial, en el cual fue protagonista la intelligentsia catalana. Más adelante, Prat de la Riba describiría a España como un estado artificial opuesto a la nación orgánica que era la nación catalana. Esta distinción, errónea según Elliott, pervive en el discurso independentista cuando sus líderes se refieren al Estado español en lugar de a España.
Fernández-Armesto sostuvo que España es un país con un marcado carácter no nacionalista. Preston cuestionó este punto con vehemencia, afirmando que no se puede negar la existencia de un nacionalismo español. Sin este nacionalismo, explicó Preston, no podemos entender puntos de inflexión como el recurso de inconstitucionalidad presentado por el Partido Popular contra el Estatuto de Cataluña de 2006.
El siglo XX
Llegados al siglo XX, Preston estableció dos paralelismos históricos interesantes. En primer lugar, comparó la declaración de independencia de Macià del año 1931 con la llegada de Josep Tarradellas durante la Transición, dos momentos que tienen en común la aparición de un interlocutor en Madrid y una política de amplitud de miras en Cataluña. En segundo lugar, equiparó la declaración de independencia de octubre de 1934 de Lluís Companys con la situación actual: un gobierno de derechas en Madrid con un fuerte componente de nacionalismo español y una Cataluña con presiones y divisiones internas que dificultan enormemente el diálogo.
Además, aunque algunos actores políticos hayan tratado de capitalizar el descontento por la recesión económica a través de una agenda nacionalista, Elliott señaló que la crisis económica no se relaciona necesariamente con al auge del movimiento independista. Existen otros elementos, como la emergencia de líderes carismáticos que activan este tipo de sentimientos o una coyuntura económica especialmente favorable (como fue el caso de Escocia con el petróleo), que pueden fomentar también el desarrollo de un movimiento independentista. Para Fernández-Armesto sería erróneo recurrir a la célebre frase de Bill Clinton (It’s the economy, stupid!) a la hora de analizar el caso catalán.
Transición y democracia
Los tres ponentes estuvieron de acuerdo en su valoración de la Transición española. Para Preston se trató de un “milagro” y para Fernández-Armesto la transición es “un legado demasiado precioso” como para ser despreciado. Señalaron que aquellos que critican hoy la Transición como un error histórico –por no haber sido lo suficientemente revolucionaria– se olvidan de la existencia de un ejército adoctrinado en la idea de que la democracia y la izquierda eran siempre el enemigo. Elliott calificó de insultante la comparación entre el franquismo y la España democrática, puesto que mientras el franquismo fue implacablemente represivo contra la cultura catalana, esta región ha vivido sus mejores años durante los últimos cuarenta años de democracia.
Los tres historiadores coincidieron también en la necesidad de reformas constitucionales para abordar la crisis actual, que consideran el reto más grande al que se ha enfrentado la democracia española. Preston opinó que la apelación a la ley no es suficiente para un problema de semejante envergadura, y apuntó que también la dictadura de Franco se apoyaba en un corpus legal. Fernández-Armesto puso en tela de juicio estas palabras de Preston, argumentando que una ley promulgada en un sistema dictatorial carece de la legitimación que sí disfruta una ley aprobada en un contexto plenamente democrático.
En el último apartado de la conferencia, Elliott advirtió que la “bancarrota moral” de los dos partidos hegemónicos en España, el PP y el PSOE, dificulta aún más las reformas y abogó por la necesidad de que emerjan nuevas ideas para hacer frente a la crisis territorial. Fernández-Armesto concluyó refiriéndose a la tensión existente entre dos principios contrapuestos: la democracia y el estado de derecho, puesto que sólo a través del último es posible establecer mecanismos que limiten la tiranía de la mayoría. Y es que para Fernández-Armesto actualmente no existe un mandato democrático para la independencia. “Se trata de una conjura de necios”, apuntó Preston, pero “tenemos suficientes problemas interpretando el pasado como para poder intentar entender el presente”.