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22 Dic, 2017 - - @egocrata

El gráfico más importante tras las últimas elecciones catalanas sigue siendo este:

Es una variación de un gráfico que he repetido un montón de veces por esta página; la primera vez hace cuatro años. Desde finales de los noventa, el voto nacionalista en Cataluña ha oscilado siempre entre el 46 y el 48%, y nunca se ha movido de allí. Fuera de las primeras autonómicas, unas elecciones extrañísimas donde UCD y el PSUC aún deambulaban por el mapa político y el Partido Socialista Andaluz sacó dos escaños (!!!), y los años de gloria del pujolismo, la política catalana siempre ha estado aquí.

Es por este motivo que aprincipios de noviembre hice la predicción electoral más sencilla del mundo: el resultado del 2015 iba a repetirse. En el 2015 los partidos nacionalistas catalanes sacaron un 47,8% de los votos. Ayer sacaron un 47,5%.

Es decir: el parlament no ha cambiado en absoluto. La sociedad catalana sigue dividida hoy igual que lo estaba en 1999. La única diferencia es que la hostilidad de los dos bloques es muchísimo mayor, y que la tensión social y política ha heche que pasarámos de ser «el oasis catalán» a un no parar de manifestaciones, días históricos y gente rasgándose las vestiduras.

Uno diría que en vista de estos resultados, los políticos de uno y otro bando llegarían a la conclusiones que no parece haber una mayoría social clara para sus fines y se pondrían a negociar. El problema, claro está, es que esto no ha sucedido hasta ahora.

El análisis sobre por qué esto no ha sucedido tiende a ser que los votantes están polarizados, los bandos están cada vez más lejos, y los acuerdos son cada vez más difíciles. Hay un nutrido, gigante grupo de observadores y comentaristas, sobre todo desde la izquierda, que echan el mismo nivel a ambos bandos por este desastre, y dicen que ya es hora que Rajoy se mueva y haga una oferta para negociar.

Este análisis es muy cómodo, pero tiene el problema de no ser cierto: la polarización, el origen de este conflicto, no es cosa de dos. Los partidos no-nacionalistas (y entiendo, sus votantes) ideológicamente están donde estaban en 1999. Todos, con la excepción del PP, están a favor de desarrollar el autogobierno. Todos, incluso el PP, incluyen en su programa una reforma de la financiación autonómica. Ciudadanos, el partido ganador ayer, lleva incluso una propuesta de reforma constitucional. Los constitucionalistas, en todo caso, se han movido más hacia el federalismo que hacia el centralismo.

La polarización, el irse hacia el extremo, ha sido cosa únicamente de los partidos nacionalistas catalanes, con Convergència/PdCAT cambiando su agenda por completo en los cinco últimos años. En el 2011, o incluso a principios del 2012, Artur Mas estaba pactando felizmente con el Partido Popular sus presupuestos autonómicos,incluso después de la sentencia del estatuto. No es hasta que el PP impone recortes a los presupuestos autonómicos ese año, pasadas las elecciones andaluzas, que CiU empieza a temer la competencia de ERC, abraza la causa soberanista y lanza el procés. La agenda de los partidos catalanes pasa de pactos ocasionales con partidos estatales y un lento y paciente avance del autogobierno (hasta controlar la mitad del gasto público en Cataluña) a una confrontación constante e inacabable con el gobierno central.

Durante los últimos cinco años hemos tenido manifestaciones, proclamas sobre la voluntat d´un poble, anuncios rimbombantes sobre construcción de estructuras de estado, predicciones sobre cómo Europa nos recibirá con los brazos abiertos, promesas que todo esto sale gratis y no tiene consecuencias, paranoia sobre el odio a lo catalán, llamar fascista a todo aquel que les dijera que montar una secesión con un 47% del voto era una tontería, y saltarse el orden legal por las bravas. El presidente autonómico se dedicó a tirarse fotos alardeando de incumplir sentencias judiciales. El parlament votó derogar la constitución. Esta clase de radicalización sólo han ocurrido en un lado; no hablamos de un discurso político donde todos los actores han perdido la cabeza. El estado ha acabado metiendo políticos autonómicos en la cárcel porque estos poco menos estaban pidiéndolo a gritos en televisión, poniendo detalles de una conspiración criminal por escrito en PowerPoint.

Mi esperanza entonces no es que los políticos de ambos bandos miren este resultado y finalmente entren en razón. Mi esperanza es que los independentistas lo hagan. Los partidos unionistas, salvando la ocasional declaración estúpida de Albiol y Soraya, ya lo hicieron el 2015. Han hablado de nueva financiación, blindar competencias, reformar la constitución, etcétera. Son los independentistas los que se han ido al monte en solitario y ahí siguen, cantando victoria por haber sacado el mismo maldito resultado en las urnas que el 2015, 2012, 2010, 2006, 2003 y 1999, incapaces de entender, parece, que sigue sin haber una mayoría social suficiente para una secesión.

El conflicto en Cataluña tiene una solución obvia: un punto medio entre la secesión y mantener el statu quo que a buen seguro sería capaz de satisfacer a una mayoría social suficiente como para ser estable y duradero. Eso implica, probablemente, un concierto económico al estilo vasco y un cierto compromiso por parte de la derecha española de dejar el tema nacional en paz. Para llegar a este punto, sin embargo, hace falta que los independentistas dejen de pedir cosas imposibles y empiecen a negociar de buena fe.

Dos notas finales. Primero, el modelo del concierto económico vasco debería ser la base de todo el sistema de financiación autonómica; de eso ya hablé por aquí hace tiempo. Es la clase de reforma que favorece a la derecha a largo plazo, pero que creo necesaria igualmente.

Segundo, dentro de las elaboradas fantasías que los independentistas estaban construyendo ayer para cantar victoria, esta idea que los votos de Catalunya en Comú-Podem no cuentan como unionistas es especialmente cargante. Los comuns están a favor de un referéndum pactado y en contra de la independencia. Dado que el objeto del debate aquí es si va a haber secesión, no si nos las vamos a jugar al ajedrez o las damas, la primera parte de esa frase es mucho menos importante que la segunda. Los partidarios de la secesión han sacado un 47,5% del voto; han ganado en escaños, pero no en votos, y lo han hecho porque Girona, Lleida y Tarragona están sobrerrepresentadas. Es lo que hay.


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