Economía

Innovación y oportunidades perdidas

7 Dic, 2017 - - @egocrata

El principal objetivo de una política educativa que tenga como prioridad la igualdad de oportunidades es conseguir que todos los niños puedan aprovechar al máximo su potencial. Queremos que el colegio, el instituto, la universidad sea un lugar donde descubramos talento, lo desarrollemos y podamos hacer que todo estudiante, sin excepción, sea el mejor adulto que puede aspirar a ser.

Conseguir este objetivo va más allá de tener acceso a buenas esculeas. Hemos hablado otras veces en esta página sobre cómo para conseguir una igualdad de oportunidades real el sistema educativo debe tener en cuenta las necesidades de cada alumno, desde su contexto familiar a sus facultades y estilos de aprendizaje. La educación debe empezar ya en la primera infancia, con especial atención a la etapa entre cero y tres años, y seguir hasta la universidad. Tener un sistema educativo universal y gratuito no basta; una educación equitativa real requiere más que eso.

La igualdad de oportunidades es a menudo vista como un deber moral, una pieza clave de la meritocracia y justicia social de un país. Es de los pocos conceptos de políticas públicas apoyados tanto por la izquierda como la derecha (aunque difieran sobre la idea de equidad y su coste), el centro de la vida cívica y social de nuestras sociedades.

Según un estudio recién publicado por Alex Bell, Raj Chetty, Xavier Jaravel, Neviana Petkova y John Van Reenen bajo el Equality of Opportunity Project, la igualdad de oportunidades es también uno de los mayores motores económicos de occidente – un motor que, al menos en Estados Unidos, parece estarse gripando.

El estudio, como es costumbre en todo lo que hace Chetty (somos grandes fans), combina una teoría elegante, una base de datos abrumadora, una análisis cuidadoso, y conclusiones fascinantes.

El punto de partida es simple: dado que el crecimiento económico depende de la innovación tecnológica, los autores intentan averiguar qué factores explican la aparición de inventores en un lugar determinado. Para hacerlo, utilizan una base de datos con información de más de un millón (!!!) de inventores en Estados Unidos que combina información registro de patentes, datos fiscales y expedientes académicos (!!!). Con ello pueden trazar la biografía de todos ellos desde su nacimiento, e identificar qué factores personales, económicos y sociales influyen en la aparición de inventores, en qué área de conocimiento trabajan y qué podemos hacer para promover la innovación.

Lo dicho, es un estudio monumental. Las tres conclusiones que alcanzan, además, son fascinantes.

Primero, clase social, género y raza tienen un impacto descomunal en la aparición de inventores. Los niños nacidos en familias ricas tienen una probabilidad diez veces más alta de ser inventores que un niño nacido en una familia pobre. Un niño blanco es tres veces más probable que sea inventor que uno negro. Sólo el 18% de inventores son mujeres. Las diferencias no se deben a diferencias de talento; los niños con notas brillantes de matemáticas en tercero de primaria (un proxy aceptable para ver talento natural para las ciencias) tienen una probabilidad mucho mayor de ser inventores, pero sólo si vienen de familias acomodadas.

Segundo, vivir en un lugar lleno de inventores aumenta la probabilidad que un niño sea inventor. A igual nivel de talento matemático, un niño nacido en Detroit, Madison, Minneapolis, San José o San Francisco (las cinco ciudades que producen más inventores – Madison es una ciudad universitaria en Wisconsin llena de ingenieros) tiene una probabilidad entre seis y diez veces mayor de ser inventor que uno en nacido en una ciudad rural de Arkansas o Mississippi. El chaval, además, no sólo tendrá una probabilidad mayor de inventar algo, sino que seguramente lo hará en una tecnología útil para la industria local (automoción en Detroit, ordenadores en San José…).

Curiosamente, el efecto sólo existe para niñas si en la región hay muchas mujeres inventoras. Además, una vez un estudiante llega a una universidad especialmente innovadora (MIT, UW-Madison…) su clase social deja de importar, una señal clara que las disparidades se producen mucho antes de llegar a la educación superior. A la hora de innovar, estar un sitio donde hay «ideas» flotando en el ambiente, economías basadas en tecnología y una infraestructura para animar y apoyar al inventor es igual o más importante que tener buenos colegios.

Tercero, los inventores se ganan muy bien la vida. Un inventor con patente gana de media $256.000 al año; el 1% de inventores con patentes más citadas (esto es, más relevantes científicamente) ganan más de un millón al año de media. Parece claro que no existe una necesidad imperiosa y perentoria de bajar los impuestos a los innovadores para que inventen más cosas; el «premio» por la innovación es considerable incluso para aquellas patentes con poco impacto.

Estos tres puntos tienen una implicación muy directa en políticas públicas: la falta de igualdad de oportunidades hace que Estados Unidos está creciendo muy por debajo de su potencial. El sistema educativo, y las desigualdades sociales, geográficas y raciales hacen que muchos chavales brillantes pero pobres, negros o que viven en medio de la nada no puedan explotar sus habilidades. Hay un montón de «Einsteins perdidos» que nunca van a poder alcanzar su potencial, inventar cosas y generar con ello riqueza y crecimiento económico.

Aunque el estudio tiene algunos saltos de fe (las patentes son un proxy imperfecto de innovación, por ejemplo, y el cálculo de las disparidades geográficas exigen algunas herramientas estadísticas que confieso no entender), el mensaje de fondo es claro. La igualdad de oportunidades no es sólo cuestión de justicia; una sociedad en que todo el mundo sea capaz de alcanzar su potencial será también necesariamente una sociedad más rica.

Apuesto que los resultados serían muy parecidos en España, si alguien fuera capaz de construir una base de datos parecida. Oh, y si alguien vive en Soria, Salvacañete o Teruel y su hijo es excepcionalmente bueno en matemáticas, por cierto, quizás sería buena idea pagarle la mudanza a Madrid, Bilbao o Barcelona.


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