Economía

Paradojas del federalismo fiscal

28 Nov, 2017 - - @egocrata

El sistema federal de Estados Unidos se basa en un principio muy simple: si un político quiere hacer cualquier cosa, debe buscar la forma de pagarlo. Los estados pueden ofrecer casi cualquier tipo de servicio público que se les ocurra, siempre que estén dispuestos a recaudar los impuestos necesarios para su prestación. No hay apenas límites constitucionales sobre qué tributos o tasas los estados pueden crear. En general, mientras no intenten establecer aranceles hacia otros países o estados de la unión, pueden hacer lo que quieran.

A efectos prácticos, esto tiene dos efectos directos. Primero, en muchos estados un contribuyente paga dos impuestos sobre la renta, uno estatal, otro federal (el segundo siendo más oneroso), ambos administrados por el IRS. En algunas jurisdicciones (como la ciudad de Nueva York), hay incluso impuesto local sobre la renta. Las empresas pagan impuestos estatales y federales sobre sus beneficios, a menudo estructurados de forma completamente distinta. En algunos sitios, como Ohio, pagan algo parecido al IVA, mientras que en otros pagan un impuesto de sociedades clásico. No todos los impuestos están duplicados, y cada estado tiene una estructura fiscal distinta (no todo el mundo tiene impuesto de la renta estatal, el IBI se calcula distinto y va administraciones distintas -estado, condado, ciudad-, y un largo etcétera), creando un galimatías fiscal considerable.

El aparente caos, sin embargo, oculta una realidad clave de los sistemas federales: los votantes de regiones distintas tienen preferencias políticas diferentes, y eso genera necesariamente estructuras fiscales y niveles de gasto distintos según donde uno viva. En Estados Unidos hay lugares con un «estado mínimo» donde apenas pagas impuestos, los servicios públicos son una calamidad espantosa y la desigualdad es atroz, y otros donde estado y municipios recaudan mucho, los colegios públicos son extraordinarios (y con resultados de PISA que parecen salidos de Dinamarca o Finlandia) y las desigualdades económicas son mucho menores. En general, los estados sureños son muy aficionados a apalear a sus pobres, mientras que los estados del norte y la costa oeste son de recaudar y gastar mucho. El federalismo consiste en permitir que esto suceda.

Aunque hay grandes diferencias en servicios públicos, el gobierno federal americano costea un nivel mínimo de servicios común a casi todo el país*. Los impuestos federales son muy progresivos (los estatales, en general, lo son muy poco, ya que dependen más de impuestos indirectos), y el gasto público que dedican a pensiones, cupones de alimentos, sanidad, pensiones de minusvalía y prestaciones de desempleo (este último, compartiendo responsabilidad con los estados) lo es aún más. Dado que los estados del sur y aquellos que tienen impuestos más bajos son en general más pobres (con alguna excepción), el gasto público federal es muy redistributivo no sólo entre individuos, sino entre regiones.

Aunque nadie habla de «balanzas fiscales» y otras aberraciones parecidas del debate fiscal de otras tierras, lo cierto es que los estados ricos reciben mucho menos dinero del gobierno federal de lo que pagan en impuestos. Esto se debe en parte a una redistribución natural, ya que las transferencias fiscales naturalmente van a donde hay más pobreza y los lugares donde hay más ricos pagan más impuestos, pero también debido a la misma descentralización política, donde los estados del sur conscientemente hacen menos para reducir la pobreza.

Los estados ricos, naturalmente, no son demasiado amigos de este gorronerismo militante del sur (y menos aún de que insistan que Washington les tiene manía y que ellos no necesitan estado de bienestar para nada, libertad, etcétera), así que el sistema fiscal federal incluye un mecanismo para compensarles. Dado que el gasto público estatal y sus correspondientes impuestos traen consigo una reducción del gasto público federal en ese estado ya que hay mejores colegios y menos pobreza, el impuesto federal sobre la renta incluye una deducción sobre lo pagado en impuestos estatales y locales. Si yo en Connecticut pago (a gusto) un impuesto sobre la renta, impuesto sobre propiedad e impuesto sobre el consumo comparativamente altos para dar mejores servicios públicos, el gobierno federal a cambio me compensa con una reducción sobre la cantidad de dinero que tengo que pagarles.

Esto puede parecer lógico si lo miramos desde la óptica de transferencias fiscales, pero es horriblemente regresivo a la práctica. Al ser una deducción sobre impuestos en estados ricos, los beneficiarios son sobre todo gente con suficiente dinero como para pagar muchos impuestos en lugares como California, Nueva York o Connecticut. Eliminar la deducción sólo representaría una subida de impuestos considerable para familias que ganan más de $100.000 al año. Para el resto, es básicamente calderilla.

Lo divertido, para amantes de política fiscal, es que propuesta de los republicanos en el congreso que se está debatiendo ahora mismo elimina esta deducción casi por completo. Esto ha generado un debate político curioso.

Los demócratas, por un lado, tienden a representar a los estados ricos con impuestos altos (la correlación entre impuestos altos y renta elevada es considerable en Estados Unidos), y eliminar esta deducción es poco menos que un ataque directo al sistema fiscal de los lugares que representan. Los gobernadores del noreste están aterrados ante la idea que ahora mantener los impuestos estatales altos será políticamente mucho más difícil, ya que ser rico en Nueva York o Connecticut ahora será considerablemente más caro.

Por otro lado, no pueden decir que esta es una medida regresiva que atenta contra las clases medias, que es lo que dicen del resto de la propuesta fiscal. Es posible encontrar una manera de compensar a los estados del norte de modo que la deducción deje de ser tan rematadamente regresiva, pero explicar cómo es francamente complicado. Los republicanos están eliminando la deducción para pagar bajar impuestos a los ricos y las empresas, así que en agregado la reforma es muy regresiva, pero las contorsiones que están haciendo para oponerse**  a la medida son bastante épicas.

Los republicanos, mientras tanto, están casi todos entusiasmados de poder decir que están subiendo los impuestos a los ricachones de Hollywood y Wall Street con esta medida determinada sin estar mintiendo, con la excepción de los pobres legisladores conservadores que aún sobreviven representando distritos rurales en California, Oregon, Nueva York y demás estados afectados. Estos pobres diablos tendrán que volver a su terruño e intentar explicar por qué esta «bajada de impuestos» que prometieron ha resultado ser una subida para muchos contribuyentes de su estado.

En resumen: los impuestos en sistemas federales son complicados, y generan coaliciones y efectos políticos curiosos. Un sistema federal bien diseñado deberá responder a los efectos a largo plazo de las decisiones de gasto de aquellas regiones que no quieran invertir en los programas que son de su competencia, sea estableciendo niveles mínimos de servicio, sea compensando a los estados con impuestos altos por requerir menos gasto federal.

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*: con excepciones; muchos estados han rechazado ofrecer un mínimo de cobertura sanitaria a personas bajo el umbral de la pobreza mediante medicaid, a pesar que el gobierno federal corre con los gastos.

**: esto incluye al lugar donde trabajo, por cierto, donde estamos defendiendo mantener la deducción, pero sin gritar demasiado.


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