¿Se puede ser hostil al nacionalismo y, sin embargo, de izquierdas? ¿Son impostores los progresistas que se ponen la etiqueta de jacobinos? ¿Son la mayoría de los andaluces o extremeños nacionalistas españoles encubiertos? ¿Y los habitantes de Cornellá?
En España, se planteado históricamente el problema administrativo de la descentralización como uno vinculado al reconocimiento del pluralismo y las distintas identidades. Según esta visión, existen varias naciones, varias identidades, y es deseable que estas se acomoden y se respeten con niveles de descentralización cada vez más altos que, además, llevarían a una eficiencia cada vez mayor. Desde este ángulo, el conflicto tiene que ver, sobre todo, con la tolerancia y el pluralismo y, simétricamente, el conflicto con la intolerancia y el autoritarismo encubierto. ¿Qué podría llevar, si no, a alguien progresista a rechazar una idea que acomoda la tolerancia y la gestión eficiente del dinero público? Por eso a las personas que se han mostrado escépticas respecto a este problema se las ha etiquetado como conservadores, o con el «nacionalismo español«.
Así planteado, es obvio que el «nacionalismo español» sería una ideología en conflicto con el nacionalismo periférico. Ambos proyectos -una nación indivisible, o un estado plurinacional- son ideas en conflicto, plantean relatos identitarios en contradicción. Según esta visión, los únicos que se opondrían a la idea de la «españa plurinacional» serían aquellos afectivamente unidos a la idea de España identidad homogénea y «unidad de destino». Es difícil negar que los votantes del PP simpatizan en mayor o menor medida con esta idea (al menos a mí me parece verosímil).
Jordi Muñoz ha explicado en varios sitios que lo que perdura en la España de después de la transición es una adhesión a una forma de «patriotismo» mucho más ligera, con un componente más «cívico», (menos cultural), vertebrado alrededor de una lealtad más o menos irracional a la transición y al conflicto del 78. Para Muñoz, esto sugiere que en España el nacionalismo español es algo muy real, incluso entre la izquierda, y como ha señalado varias veces en pronunciamientos públicos, es algo que está en conflicto con la convivencia con la identidad catalanista. De aquí, a la secesión por causa justa solo hay un paso, dado que España.
Aunque la asociación empírica que plantea JM es bastante clara (e intuitiva), para mí existe cierta tensión en su interpretación. En cualquier caso, significa que habría tal vez que matizar la identificación que suele hacerse entre «nacionalismo español», y una especie de «nacional identitario». De dos cosas una. Podemos pensar en el nacionalismo español en el sentido convencional, como una identidad cultural cerrada, excluyente, con vocación de validez universal, y en fundamental conflicto con la inclusión de otros proyectos identitarios. Pero entonces, éste es un fenómeno bastante minoritario (mucho más que en cualquier otro estado Europeo), circunscrito fundamentalmente al PP y a parte de Ciudadanos. O podemos pensar en el «nacionalismo español» como una adhesión light al mito del pacto político del 78, a los valores que representa, y cierta lealtad al estado central. Pero entonces, estamos hablando de una forma bastante moderna, y mucho más democrática e inclusiva de «nacionalismo», que ha demostrado ser compatible con niveles muy altos de autogobierno y autonomía.
Es bastante difícil, en realidad, compatibilizar la idea de que en España domina demográficamente el nacionalismo español identitario, cuando las comunidades autónomas tienen una autonomía sustancial para organizar su programa educativo, incluso en una línea abiertamente nacionalista. El nacionalismo, como adhesión a un proyecto histórico y a un mito nacional de fuerte raigambre histórica no parece ser algo con mucha presencia en España si lo comparamos con cualquier otro país Europeo. Como ha explicado Alvarez Junco (un libro muy interesante), en España esta idea de nacionalismo queda más o menos hundida con la experiencia de la dictadura franquista. Y los intentos de construir una visión «liberal» del mito nacional, como el que existe en Francia por ejemplo, han tendido a encallar. Especialmente desde unas coordenadas ideológicas progresistas.
¿Qué hay de la situación actual? ¿No muestra la polarización por el conflicto catalán que el «nacionalismo español», uno conservador y de derechas vivía escondido bajo la máscara? Para mí, esta intuición reposa sobre la identificación entre nacionalismo «cultural» español, y oposición al nacionalismo periférico. Y creo que es una intuición imprecisa.
En principio, la asociación automática que se hace entre nacionalismo español y conservadurismo debería ser, al menos, sospechosa. Desde siempre, han existido visiones en la tradición marxista con diversas visiones plurales sobre la cuestión nacional. Desde la hostilidad de Rosa Luxemburgo, el instrumentalismo de Lenin, el jacobinismo de Leon Blum o Jean Jaurés, o el compatibilismo de Otto Bauer, hasta el revisionismo de varios historiadores filomarxistas (I, y II), hay muchas posturas para elegir. Y diría que la mayoría no son entusiastas respecto a la narrativa nacionalista.
En España hay, además, muchas figuras de la izquierda -Josep Borrel, Paco Frutos, Alfonso Guerra, Ramón Jauregui, Alberto Garzón ; casi cualquier político de izquierdas o derechas andaluz o extremeño- que se han desmarcado con más o menos fuerza del derecho a la autodeterminación. Exagerando un poco, esta asociación del eje «nacional» y el eje «izquierda-derecha» llevaría, analíticamente, a situar a Núria Gispert como alguien relativamente progresista, y a los políticos antes mencionados como alguien relativamente conservadores- algo que se me antoja paradójico. Como explicaba Jorge Galindo hace poco, en España existe en efecto una fracción considerable de la la población (alrededor de un 15% del censo), que es «jacobina«: gente que se identifica con una tradición de izquierdas, pero que al mismo tiempo es hostil a la descentralización y al nacionalismo infraestatal.
Identificar la polarización ante el conflicto catalán, y la previsible hostilidad respecto al estado de las autonomías, como un giro a la derecha, aún cuando en la misma encuesta del CIS la porción de ciudadanos que se autodenominan de izquierdas no ha cambiado sustancialmente es una interpretación que merece ser matizada. Entiendo que existan incentivos políticas para presentar la hostilidad al nacionalismo regional como algo asociado a ideologías reaccionarias, pero creo que tomárselo en serio es algo que le hace un flaco favor a la realidad, la historia y, mucho peor, a la estadística.
Si vamos a repensar el problema «nacional», creo que la salud democrática sugeriría que todas las posiciones que tienen arraigo en la sociedad española estén representadas en el debate. Y para que el entendimiento sea posible, es importante partir de cierto reconocimiento de lo que motiva a las distintas partes, y no estigmatizarlas. El lector habrá probablemente detectado que yo, personalmente, soy simpatizante de esta posición llamada «jacobina«. Como no solo no pienso en ella como una forma de nacionalismo «cultural», sino que creo que mucha gente se encuentra en una situación similar, tengo interés en que esté representada y articulada en el debate público. En el próximo post intentaré explicarla y justificarla con algo más de nitidez.