Catalunya

Tragedia Catalana en cinco actos y un análisis (II: el análisis)

7 Nov, 2017 - - @politikon_es

En el post anterior intentaba trazar la sucesión de estrategias que ha seguido el nacionalismo Catalán en las últimas dos décadas. Desde el pacto del Majestic con el gobierno de Aznar, hasta la situación que vivimos en el día de hoy. Hoy intentaré plantear mi diagnóstico.

Diría que existe consenso en que lo que salió mal en la estrategia de la DUI es que nadie, fuera del perímetro independentista, la apoyó. El independentismo no tenía ningún aliado externo. La gravedad de la situación coordinó a una mayoría en Madrid (y en la sociedad española), que hasta entonces había sido incapaz de actuar de forma conjunta, y al consenso en España siguió el consenso en el entorno internacional.

Para mí, lo que se deriva de la secuencia que describí en el post anterior, es que el nacionalismo ha tenido bastante éxito para coordinar a los suyos alrededor de un programa de máximos. Con este grado de polarización, nadie dentro del bloque está en condiciones (hasta la dimisión de Santi Vila) de manifestar ningún tipo de crítica, garantizando un grado de unidad de acción muy alto. Se habla a menudo de que el apoyo al independentismo no ha parado de aumentar en la sociedad, algo que es un éxito innegable de las élites nacionalistas. Lo que no he visto analizar, es que en las últimas dos décadas, conforme el bloque nacionalista ha profundizado en su estrategia de cohesión interna, no ha parado de perder apoyos y aliados externosEn la medida en que el independentismo no es abrumadoramente mayoritario en Cataluña, e insignificante fuera de ella, esto ha dejado a la coalición secesionista aislada. La pérdida de apoyos refleja una elección estratégica: optar por grados crecientes de unilateralismo para no tener que hacer compromisos, ni en términos de objetivos, ni de estrategia ni de preferencias de fondo, con otros actores.

Como explicaba en un artículo excelente JRT, la pérdida de relevancia de Cataluña en la estrategia política del PP lo lleva camino de la marginalidad en Barcelona. El correlato natural es que la rivalidad también privó a los cambóistas de Madrid de su capacidad de influencia en la política nacional, y el PP tuvo que buscarles un recambio en los catalanes no nacionalistas. Lo mismo se puede leer en la incapacidad de la izquierda para formar una alternativa de gobierno en Madrid y en Barcelona: la anteposición del referendum de independencia de ERC a cualquier otra demanda, y la imposibilidad del PSOE de aceptarlo sin que supusiera un suicidio político, es lo que terminó de hacer completamente imposible la formación de una coalición con el PSOE y Podemos, la cuál, diría, habría reconducido el conflicto actual por una vía bastante distinta [1]. Como decía el profesor Kanciller, el problema es que cada bloque se empeña en pedir lo que el otro no puede darles.

Se habla a menudo de la falta de control de las autonomías en la política nacional, por contraste a como ocurriría en un «verdadero» estado federal. Sin embargo, esto no ha sido siempre así. Durante al menos una década y media, el nacionalismo catalán tuvo capacidad de poner y quitar gobiernos y un papel mucho más protagonista. Posiblemente el PP diera el primer paso de la ruptura (aunque también se podría argumentar que lo hizo la elección de ERC). Es justo reconocer, sin embargo, que la incapacidad de influir en Madrid refleja en parte una opción de los nacionalistas, que cuando 2006-2010 había pasado, no volvieron a sentarse en la mesa con el resto de partidos, sino que cabalgaron la sentencia del Estatut y el centenario de 1714 para abandonar el país. Este es un curso de acción muy distinto al que siguió, por ejemplo, el PNV tras el órdago del plan Ibarretxe.

Mi lectura es que lo que lleva a las clases nacionalistas a esta estrategia es la incapacidad para mantener la hegemonía política en Cataluña, debido a su fragmentación creciente en el eje izquierda-derecha. Esta fragmentación que obedece al desgaste del patrimonialismo político de CiU, y a la puntilla de la crisis. Viendo su control sobre la vida pública y cultural de Cataluña amenazado, existe un intento de este grupo de recuperar la cohesión interna en un programa común que deja su división interna en un segundo plano, y dota de mucha disciplina interna a la coalición trotsko-republicano-cristiana (!). La disciplina se basaba en una dinámica de competir dentro del bloque por la capitanía de la coalición, subiendo la apuesta por la independencia cada vez más, en el que los moderados (por convicción) o pragmáticos (por estrategia) eran progresivamente propulsados fuera del perímetro o tratados de traidores.

Hoy parece claro que el aislamiento del bloque nacionalista hizo que la DUI fracasara (al menos a corto plazo) y no haya beneficado demasiado a sus objetivos. Sin embargo, durante bastante tiempo, a muchos nos dio la sensación de que iba por buen camino y podrían lograrlo con la estrategia de polarización. En la arena catalana la secesión tenía una relevancia mucho mayor que en la española. En la carrera de San Jerónimo, las distintas fuerzas políticas estaban divididas  y percibían la cuestión catalana como un problema secundario. Esta fragmentación asimétrica, así como la relativa poca visibilidad del ‘unionismo‘ en la vida Catalana (que abarca, sin embargo, a más de la mitad de la población), probablemente nos hizo pensar que podían seguir profundizando en sus reivindicaciones ignorando a todos los demás actores sin que les pasara factura. El PP, como demostró en la gestión del 1 de octubre, estaba aislado y actuaba sin orden ni concierto. En un marco de Cataluña contra el PP, la corrupción interna y las pulsiones autoritarias del partido del gobierno podían haber generado la legitimidad necesaria, para la estrategia nacionalista.

Sin embargo, la intensificación del conflicto convirtió el pleito catalán en el principal eje de la escena nacional y situó el marco de apoyos y legitimidades en un escenario totalmente distinto. Aunque en el corto plazo, los nacionalistas han cometido bastantes torpezas que les ha ganado la hostilidad de gente que en principio podrían haber primado su rechazo a la estrategia del PP, especialmente tras la situación del 1O. Pero lo que parece claro, en el medio plazo, es que el nacionalismo no ha dejado de perder aliados en las últimas dos décadas, Unos aliados que han demostrado ser, en retrospectiva, muy necesarios para dotar de legitimidad a las reivindicaciones de mayor autogobierno.

Es frecuente cargar la responsabilidad de este problema a la falta de atención o a la intransigencia de las élites políticas españolas, y especialmente del PP, frente al problema catalán; al «nacionalismo español», y a la «catalanofobia». Sea: la (ir)responsabilidad colectiva en buscar una respuesta antes de llegar a este punto es algo que probablemente se estudiará en los libros de Historia. La misma fobia se demostró como respuesta al plan Ibarretxe, y hoy incluso el PP mantiene una relación cordial, o al menos pacífica, con sus primos del norte. Si el problema fuera únicamente el nacionalismo español del PP, esto debería afectar a su relación también con el PNV. Cuando en 2015 en Madrid las «terceras fuerzas«, si se puede seguir hablando de éstas, vuelven a ser necesarias (y todo apunta a que lo seguirán siendo una temporada), el nacionalismo catalán no es capaz de usar esa capacidad de influencia, pero los vascos sí. En ocasiones, no es suficiente con llevar razón, cuando se intenta cambiar el orden constitucional, también te la tienen que dar.

En algún momento deberá empezar a calar en las mentalidades que, para encontrar un arreglo estable (que ninguna fuerza con capacidad para hacerlo tenga incentivos para impugnar), esta solución deberá reunir por lo menos la mayoría necesaria para reformar tanto la constitución como el estatut. Esto no es solo un requisito legal- legalmente solo hace falta la mayoría para reformar la constitución. Es un requisito legal que, además, se impone por el análisis de situación, y cuya razón de ser es reflejar una correlación de fuerzas. Y aunque a ninguno nos agrade hacerlo, para llegar ahí habrá que empezar a aprender a discrepar.

[1] Mi intuición es que la estrategia de Podemos con Pablo Iglesias nunca ha estado interesada en formar gobierno con el PSOE siendo ellos socio minoritario, y la insistencia en incorporar a los secesionistas responde (además de la necesidad de sumar), en parte, a su voluntad de ejercer de árbitro, pero esta coalición dejaba al PSOE demasiado alejado de su electorado.


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