Sabréis que soy pesimista respecto a los escenarios de salida de la crisis en Cataluña. Publiqué el último post antes de que Rajoy hiciera su declaración. Después de escucharla, por primera vez desde que empezó toda esta locura, de que podría existir una avenida. Mi intuición es que la intervención ha puesto la pelota en el sitio apropiado para que el conflicto desescale y volvamos a cierta normalidad. Este post es un intento de razonar esta percepción por escrito.
- La forma en que se ha planteado el 155, con promesa de elecciones a corto plazo, es una señal creíble de que su aplicación estará limitada al tiempo estrictamente necesario para la convocatoria de elecciones.
- En principio, esto pone las elecciones en la agenda y deja en un segundo plano la narrativa de ‘resistencia al invasor’. El perdedor tiene una puerta abierta para no perderlo todo: participar en las elecciones.
- Esto brinda una oportunidad para que la coalición independentista responda moderando sus demandas y entren en el marco de juego democrático normalizado.
- La experiencia del último mes parece haber dejado claro que un intento de secesión a la fuerza no va a tener el apoyo (ni en España ni fuera de España) que necesitaba este proceso.
- En realidad, este apoyo necesario para tener reconocimiento internacional no es inalcanzable a medio plazo: se limita a que dentro de la sociedad catalana la opción secesionista tenga una mayoría clara, es decir, no de la mitad más uno, sino de al menos el 60% del censo. Podemos enrocarnos cuanto queramos; si más de dos tercios de la población estuvieran decididos por la secesión, no habría constitución que lo parara. Todas las partes lo saben.
- Hasta el momento, llegar a esta relación de fuerzas supondría aumentar el apoyo a la independencia en la misma proporción en la que lo ha hecho desde el principio del procés.
- Pero visiblemente, el independentismo parece haber llegado a un techo, marcado por la (falta de) transferencia de votos entre el bloque unionista y nacionalista, que tiene raíces demográficas fuertes.
- Si yo fuera independentista y no quisiera convertir Cataluña en el Ulster, leería esta situación como una correlación de fuerzas en la que, para no cargarse la convivencia en cataluña, la independencia deberá esperar al menos una generación más de políticas de asimilación y construcción nacional que permita generar una base demográfica más sólida.
- Si el 155 solo se utiliza de forma estrictamente limitada a reencauzar la legalidad esto manda dos mensajes muy importantes. a) Permite construir credibilidad en que el artículo 155 no se va a usar más que con fines quirúrgicos, y b) Permite coordinar al resto de España (a los partidos y a la opinión pública) alrededor de un equilibrio (una norma social) sobre el uso que debe hacer del 155 en el futuro, si es que ha de hacerse.
- Hasta ahora, el miedo común al 155 era que el PP lo utilizara con fines autoritarios. Ese era el argumento que usaban los que se oponían al mismo (dentro y fuera de Cataluña). Por eso, es crucial para que el gobierno gane la famosa ‘batalla del relato’ que el uso del 155 sea creíblemente limitado. Pero esta credibilidad es también fundamental para que el estado central pueda volver a coordinarse respecto a su uso en el futuro.
- En mi opinión, el gobierno está en condiciones de mandar un mensaje claro al lado independentista y a los catalanes en general: si ganan las elecciones y aceptáis el juego legal, nosotros también lo haremos; pero si optáis de nuevo por la ruptura unilateral, repetiremos la operación. Los socios del gobierno, y especialmente el PSOE, deben entender este problema de credibilidad y vigilarlo. El gobierno sabe que no puede quedarse solo, y aunque no quiera, deberá cooperar.
- Esta amenaza no era creíble hasta ahora porque existían serias dudas sobre la capacidad de coordinación en el lado del Estado central con las demás fuerzas políticas, en parte por temor a lo desconocido, en parte por la incógnita del apoyo internacional. Pero en la situación actual, hay una ventana de oportunidad para dejar las rules of engagement claramente marcadas.
- En este punto, ambos bloques han tomado consciencia de la correlación de fuerzas: el Estado sabe que el independentismo está aquí para quedarse, y los independentistas que la secesión unilateral resultará en la aplicación del 155, el cuál se puede aplicar con suficiente apoyo porque sus límites están ensayados.
- Por eso, la legitimidad interna y externa del Estado, es crucial que el gobierno central sea exquisitamente cuidadoso en el uso que hace del poder del 155 y que exista una puerta de salida.
- Si el gobierno logra escenificar la propuesta de reforma de la constitución, y no se extralimita con la aplicación del 155, tendrá lo fundamental para mantener un relato que, ante la sociedad internacional, y los catalanes y el resto de partidos que le dé credibilidad democrática y avale la forma en que está gestionando el conflicto. Este es el mensaje firmeza y moderación que debe intentar transmitir el gobierno, en mi opinión.
Lo que he descrito arriba es sólamente una ventana de oportunidad que podría llevar a una tregua más o menos duraderas que reencauce la situación hacia un nivel de conflicto que ocurra a menor escala. No tengo muy claro si es probable que pase.
Un problema de este paso es que la coalición independentista tiene que generar un divorcio entre ‘duros’ y ‘moderados’, y esa división potencialmente puede llevarlos al desastre electoral. A corto plazo, al menos, parece que han optado por la movilización contra la aplicación del 155. Mi sensación es, sin embargo, que el gobierno central ha mandado una señal de que su interés es restablecer la legalidad, y eso le da cierto margen de maniobra en el próximo mes y medio.
Como expliqué en un post pasado, mi lectura es que el procés es la canalización en la sociedad catalana de la gran ducha de agua fría que sufre el país con la crisis. El procés es el espacio en el que los nacionalistas han proyectado sus expectativas de un país mejor, sin tener que lidiar, como ha hecho Podemos por ejemplo, con las limitaciones y melancolía propias de la política basada en el compromiso y las restricciones impuestas por el orden liberal democrático.
Mi sensación es que estamos convergiendo a una comprensión colectiva de que los costes de la secesión unilateral por la fuerza son inmensos, desde luego mucho mayores de lo que algunos pensábamos. Estos costes son tanto de orden económico (la amenaza de la fuga de capitales y aislamiento) como, algo que hasta ahora no estaba claro, sociales. La sociedad catalana tiene, en principio, todos los ingredientes para ser una sociedad políticamente estable. La preeminencia de las clases medias hacen de ella una sociedad aburguesada, que, como ha explicado el politólogo Carles Boix en su investigación repetidas veces, es el tipo de entorno en el que la gente tiene mucho que perder con la inestabilidad política y el conflicto civil, y eso debería hacer a los independentistas ‘pragmáticos’ ganar influencia.
Est escenario no nos dejará plenamente contentos ni a los que somos abiertamente hostiles al autogobierno porque pensamos que es incompatible con la igualdad democrática, ni a los independentistas que piensan en el procés como el hecho fundacional de su generación y la independencia como condición necesaria de la democracia. Sin embargo, el coste de romper decisivamente el dominio de la alianza de clases medias, funcionarios y burgueses que ha dominado Cataluña en las últimas décadas es demasiado alto; como lo es también romper el Estado- algo que estamos ya comprobando. El escenario actual, sin embargo, permite una salida que nos devuelva a un punto en el que podamos seguir resolviendo el problema dentro de las reglas democráticas fijadas por el marco legal.