Esto es sólo una nota sobre algo que llevo pensando una temporada y que aún no he logrado estructurar ordenadamente, pero que no me gustaría que terminara como todos esos posts que termino por no escribir nunca.
Os contaré mi motivación para ello. Mi diagnóstico del grado de polarización que estamos viendo con el procés (historias de gente que deja de hablarse, intercambios violentos en twitter, por no hablar de gente que lleva todo esto al terreno personal o físico) es en buena medida fruto de nuestra incapacidad para normalizar el desacuerdo.
Un hecho bastante singular y, bastante terrible, que observo cada vez más en mi alrededor es que personas que tienen afinidad en muchos temas, que incluso piensan de forma muy parecida en muchas otras dimensiones, disienten radicalmente cuando se trata del tema de Cataluña. Mi sensación es que, colectivamente, como sociedad, hemos tratado el problema catalán como si se tratara del fútbol, no como un problema político, susceptible de ser discutido. Lo hemos tratado como un tabú, algo divisivo de lo que no discrepamos en público por razones de convivencia social, porque a algunos nos aburre, o no nos parece demasiado relevante, y a otros todo lo contrario. El resultado perverso de esto es que hemos llegado (y hablo de un problema de relación personal) a una situación de choque de trenes porque existen percepciones, ideas, conflictos irreconciliables en los dos lados.
Ahora se ha puesto bastante de moda lo de el ‘diálogo’, para tender puentes hacia el otro. En abstracto, es difícil estar en desacuerdo: ¿a quién le va a parecer mal cerrar heridas y tender puentes?
Mi problema no es con el diálogo en sí, sino con la idea que uno tiene sobre ello, como una forma de limar, de suprimir el desacuerdo. Voy a poner aquí una lista de cinco cosas que hemos tendido a confundir o a identificar (al menos a mí me ha ocurrido):
Una de mis líderes espirituales lo explica mucho mejor que yo en este vídeo que recomiendo a todo el mundo que vea. Para mí, lo que es interesante del diálogo es que permita a la gente expresar sus ideas con cierta libertad. Porque sólo así es, expresándolo en público, razonándolas, y sometiéndolas a contradicción es posible logar dos cosas:
En realidad, yo soy pesimista respecto a que el diálogo pueda llevar a estar sustancialmente de acuerdo. Soy lo que en psicología moral se llama un ‘pluralista‘: creo que las cosas que nos parecen bien o mal no son solo el fruto de la deliberación racional, sino que se asientan en muchas otras cosas. Eso significa que es probable que hablar no lleve necesariamente a estar de acuerdo. Lo que me parece valioso en el diálogo no es suprimir el desacuerdo ni censurar el conflicto, es ser capaz de convivir con ello, de empatizar con otros puntos de vista. Normalmente, a lo largo de una discusión, la gente cambia de opinión. Pero casi nunca lo hace para estar más de acuerdo con la otra persona.
Algo interesante de Ter es que explica algo clave: que tendemos a pensar que los desacuerdos deben traducirse en falta de afinidad personal, con el correlato natural de que respetar o tener una buena relación con otra persona significa evitar contradecirla abiertamente. Esto no tiene por qué ser necesariamente así.
El respeto mutuo, idealmente, debería consistir en ser transparente y sincero, pero siéndolo de una forma que no desemboque en un conflicto personal: el humor, el sarcasmo, la ironía, la piel gruesa, la separación de las distintas esferas (personal, política, intelectual), ser capaz de expresar ideas de una forma razonada y de escucharlas, y también la empatía y la sensibilidad deberían hacer posible esto.
Esto me lleva a otro vídeo de Ter. Un problema de la norma social del bienquedismo, es haber limitado mucho nuestra aspiración de replantearnos lo que pensamos, y de tolerar el desacuerdo. Pero eso hace que en la práctica no cambiemos de opinión casi nunca, que hayamos perdido la cintura para encajar las ideas de otra gente en nuestra forma de pensar, y nos limitemos a estar de acuerdo en el desacuerdo.
Como explica otra de las personas que me hace compañia mientras programo, la creatividad es inherentemente un proceso destructivo, caótico, que amenaza ideas y planteamientos sobre los que reposan cosas que creemos de forma firme.
En la medida en que trasladamos al plano moral todas las discusiones, en que consideramos los desacuerdos como obstáculos insalvables, en realidad nos estamos volviendo gilipollas
No creo que nada de esto sea absoluto, ni que no pueda ser trivialmente llevado al extremo (¿crees que hay que ser tolerante con la gente que dice que está bien pegarle a su mujer?). No creo que todas las ideas valgan lo mismo, ni que todo sea absolutamente opinable- si lo fuera, no creería en el valor de discutirlo. Ni la intuición, ni la inteligencia, ni desde luego el sentido común son un sustituto de una educación reglada, ni del estudio, la reflexión y el trabajo duro. Esa es una de las razones por los que me dedico a la investigación. Este post no va de ética normativa, ni de epistemología.
Es más una modesta propuesta de la disciplina, del carácter, del tono y la actitud que creo que nos vendría bien adoptar más a menudo: de nuestra capacidad para disentir de forma civilizada sobre problemas importantes: con humor y con respeto, de forma vehemente pero sin dejarse llevar por el ego, con ironía y con rigor. Y sobre todo, evitando pensar que la tolerancia es lo mismo que la voluntad de renunciar a lo que uno cree sinceramente en post de algún tipo de convivencia.
También va de mis youtubers favoritos, que para eso es fin de semana.