Política

«Estoy hasta los cojones de todos nosotros»

4 Oct, 2017 - - @egocrata

La frase del título es de Estanislao Figueras, el primer presidente de la malograda primera república española. Cuenta la leyenda que el presidente Figueras, tras la enésima reunión de políticos incapaces de llegar a ningún acuerdo, se levantó de la mesa y dijo «señores, voy a serles franco: estoy hasta los cojones de todos nosotros«.  Al día siguiente, el hombre cogió un tren y se fue a Francia, sin ni siquiera llegar a presentar su dimisión.

La primera república duró poco, en parte porque Figueras tenía razón que la clase política española era un caso perdido. Amadeo de Saboya había abdicado unos meses antes con una carta a las cortes que nos daba poco menos que por imposibles. Estos días, echando un vistazo al lamentable espectáculo que está dando la clase política española, es difícil no darles la razón.

En las últimas semanas (meses, años) he escrito una cantidad absurda de artículos sobre Cataluña. A estas alturas, ya no sé qué decir. He intentado explicar mi punto de vista utilizando utilidades esperadas y elección racional, apelando a valores compartidos, sarcasmos, analogías, intentando despertar cierta empatía entre los bandos enfrentados, insistiendo en la simple arimética de todo el asunto, hablando sobre teoría política y la importancia del estado de derecho, lanzando un encendido elogio del aburrimiento e incluso me he puesto sentimental, hablando de la tristeza infinita que me produce ver a mi país así. Mi voz es pequeñita, y a estas alturas no espero que nadie me haga puñetero caso. Eso no quiere decir, sin embargo, que mi frustración con este conflicto, y con los políticos que deberían resolverlo, sea cada vez más descorazonadora.

Llevamos cinco años con el procés. cinco malditos años. Leer artículos del 2012, como este el día después de la primera gran manifestación de la diada, es sencillamente deprimente.  Las líneas maestras del conflicto no han variado un ápice en todo este tiempo.

Tenemos, por un lado, un gobierno autonómico que representa el porcentaje considerable de la población de Cataluña que quiere la secesión. Estos gobernantes están actuando como si sus votantes creyeran de forma unánime en la independencia, a pesar que la sociedad catalana está profundamente dividida en este tema. Al otro lado, tenemos un gobierno central que parece creer que el hecho que un porcentaje considerable de la población de una comunidad autónoma quiera la secesión no representa un problema, a pesar de que muchas de sus quejas sobre el sistema autonómico están más que justificadas. El gobierno central ha decidido tomar una posición completamente inflexible ante cualquier demanda, por mucho que la sociedad española está también profundamente dividida.

Tanto Puigdemont como Rajoy presiden gobiernos en minoría, sostenidos por apoyos externos. Puigdemont confía en un partido radical de izquierdas y la arimética afortunada de una ley electoral que le da mayoría absoluta sin tener mayoría de votos. Rajoy depende más de la incapacidad de la oposición para ponerse de acuerdo que de una mayoría parlamentaria real; ahora mismo no tiene ni votos suficientes para aprobar los presupuestos.

Uno se esperaría que dos gobernantes en una situación así actuarían con cierta humildad. Los votantes no les han dado la clase de apoyo abrumador que justifica gobernar sin hacerse demasiadas preguntas, sino la clase de mayoría precaria que obliga a alcanzar acuerdos. En los últimos años, sin embargo, ambos se han lanzando a una escalada de demandas en intransigencia inacabable, sin reparar en las consecuencias. Un paso, otro, otro más, hasta acabar donde estamos hoy, al borde del abismo. La declaración unilateral de independencia y la invocación del artículo 155 de la constitución, suspendiendo la autonomía tendrán consecuencias imprevisibles y devastadoras para la economía y cohesión social del país.

Es un resultado absurdo, fruto de dos élites políticas enfrentadas que han antepuesto su victoria en este conflicto a solucionar nada. Ninguno de los dos bandos ha tenido la valentia de ceder y conformarse para intentar arreglar las cosas. Nadie se ha atrevido a decirle a los suyos que esto no va de ganar, sino sobre qué debemos hacer para que Cataluña sea un país próspero, tolerante, moderno y abierto al mundo. Hemos acabado con dos narrativas enfrentadas, dos gobiernos actuando como si ellos estuvieran en completa posesión de la verdad, y una sociedad dividida, quien sabe que si de forma irremediable.

Entiendo los incentivos de unos y otros. Entiendo que el PP compite con otro partido de derechas en España, la presión de los casos de corrupción, la supremacia del estado de derecho y la obligación a hacer respetar la ley, etcétera. Entiendo que los independentistas estén hartos que el gobierno central ignore sus demandas y se niegue a arreglar problemas obvios mientras sean ellos quienes lo piden. Entiendo el temor a ser una minoría perpetua vulnerable a una mayoría que parece no respetarles.

La verdad, todo esto hoy no me importa lo más mínimo. Ahora mismo, toda esta sarta de motivos me parecen excusas baratas para justificar un choque catastrófico pero que ninguno de los dos bandos parece tener las más mínimas ganas de evitar.

Rajoy y Puigdemont han fracasado. Rajoy nunca consiguió que el independentismo decayera. Puigdemont nunca consiguió el clamor popular y apoyo internacional para alcanzar la secesión. En vez de admitir el fracaso a los suyos y aceptar que su proyecto político es ahora mismo inviable, ambos han preferido seguir adelante hasta estrellarse, sin que les importe lo más mínimo lo que venga después. Más vale honra sin barcos que barcos sin honra. Adelante a toda máquina.

Lo intentaré una vez más, aunque nadie me hará caso: este desastre no es inevitable. El conflicto tiene solución. Hay un punto medio entre secesión y adoración inflexible de la constitución española. Podemos acordar reglas de juego distintas. Podemos arreglar esto antes de acabar con los cuarenta mejores años de nuestra historia por culpa de una batalla política absurda.

Si dais ese paso atrás, tendréis un camino difícil. Os odiarán los vuestros. Os llamarán traidores. Los editoriales de la prensa os criticarán. Nadie se fiará de vuestra palabra. Dirán que estáis rindiendo España ante el desafio separatista y premiando aquellos que han vulnerado la ley. Dirán que estáis vendiendo la libertad de un pueblo por limosnas federalistas y promesas vagas sobre respeto mutuo de un estado que nos odia.  Vuestros amigos, vuestros compañeros de partido, vuestro propio gobierno se lamentará de vuestra debilidad, de las oportunidades perdidas, de cómo se perdió la batalla, de vuestra cobardía. Vuestra vida será un infierno. Vuestras bases se sentirán decepcionadas; vuestra carrera política acabará entre reproches; vuestro papel en los libros de historia será una nota al pie de página, no el de un padre de la patria.

Cataluña, y España, sin embargo, seguirán siendo el país tranquilo, apacible, amable y próspero que todos amamos, en vez de sumirse en la crisis y el caos.

Creo que con eso basta.


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