Política

Extranjero en mi propio país

7 Sep, 2017 - - @egocrata

Creo que lo he dicho alguna vez, pero siempre me he sentido alguien que pertenezco, al menos sentimentalmente, a cuatro países: Venezuela, Inglaterra, Estados Unidos y Cataluña.

Soy nacido en Venezuela; viví allí hasta los seis años. Nunca he vuelto. Primero porque era demasiado joven, después porque no tuve tiempo, finalmente porque el país se fue a la mierda. Inglaterra siempre había sido para mi el lugar más civilizado de la tierra; soy un anglófilo entusiasta desde que recuerdo, probablemente desde el primer día que vi una foto de un Spitfire. Eso fue hasta que la irracionalidad de Brexit convirtió ese país tranquilo en un hogar para el aldeanismo imbécil que tanto detesto. Llevo trece años en Estados Unidos; mi mujer es de aquí, mi hija es nacida en New Haven. Me encanta esta pequeña esquina del mundo que es Connecticut; adoraba el vibrante, incondicional amor por la diversidad del país. Hasta noviembre del año pasado, cuando Trump trajo el nacionalismo europeo más rancio a estas tierras.

Siempre me quedaba Barcelona. Soy catalán; el catalán es mi lengua materna, el idioma en el que pienso. Soy tacaño, profundamente aburrido, irreprimiblemente burgués y entusiasticamente moderado. Soy un firme creyente que el pan con tomate es la culminación de la civilización occidental, y que el Camp Nou es el lugar más sagrado del planeta. Barcelona, la ciudad de los prodigios, siempre ha sido ese sitio abierto, contradictorio, obsesionado por la estética y las nuevas ideas, por absurdas que fueran. Una ciudad de mundo, la capital de un país que se enorgullecía de ser abierto y cosmopolita.

Hasta ayer. La votación en el Parlament, ciertamente, no es el origen del problema, ni el cambio se produjo ayer por la noche, en una esperpéntica sesión legislativa. Pero lo de ayer fue el sello, la rúbrica, la confirmación final que la Cataluña que siempre he amado, apreciado y admirado, de la que siempre me he sentido parte, había sido dejada de lado, excluida por los políticos que dicen representarla.

Cataluña, decían, es cosa de ellos, algo que ellos saben como llevar a la felicidad. Olvidad el viejo aprecio por el orden, la prudencia y la moderación. Olvidad las contradicciones, las nuevas ideas, la vocación de ser el lugar más europeo, más universal, más abierto. La felicidad es ahora otra cosa, algo que sólo puede puede suceder si nos vamos y hacemos las cosas solos, tras expulsar los enemigos de la patria, cerrados en nuestra pequeña burbuja provinciana de superioridad moral. La idea de país es nuestra, el país somos nosotros. Aquel que no esté de acuerdo es un botifler, un vendido y un imbécil.

El referéndum de secesión, si se produce, es una votación para hacerme extranjero en mi propio país. No es sólo una cuestión de España, la Unión Europea, la constitución, la unión dinástica y los reyes católicos. Es la idea que un grupo de políticos, y un montón de votantes detrás, han decidido que el país al que pertenezco, la Barcelona que siempre he amado, no existe y merece ser ignorada. La Barcelona que mira al mundo, que habla con todos, llena de gente de todas partes, es una excusa para una supuesta opresión secular de oscuros intereses españoles, una conspiración monstruosa para reprimir la nación catalana. Una nación que quiere ahora avanzar en solitario, sin nadie con quien hablar, y sin hacer el más mínimo caso a quien francamente preferiría no irse. Un lugar que parece dar más importancia a viejos resentimientos, banderitas y derrotas de hace 300 años que a construir una sociedad abierta, feliz y un punto excéntrica.

Es el resentimiento, otra vez. Populismos atizando fantasmas; votos contra alguien, para cabrear a alguien, no para construir nada. El Parlament votó ayer contra los que creemos que sumar es mejor que restar, grande es mejor que pequeño y abierto es mejor que cerrado. Y lo hicieron acusándonos de ser antidemócratas, intolerantes y vendidos, como si amar nuestro país y creer que sinceramente estamos cometiendo una estupidez no fuera una opinión respetable, sin entender que no es sólo cuestión de votos.

A día de hoy, me siento extranjero en mis cuatro países. De todos ellos, Cataluña es el que más me entristece.


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