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Sesgos del pensamiento de grupo y el conflicto catalán, historia de un desencuentro

6 Sep, 2017 - - @bpberta

Hoy, como cada vez que hay alguna novedad en el «procés» catalán, twitter entra en ebullición. Ebullición de insultos, pero también de reflexiones y de propuestas sobre qué se debe hacer para salir de la situación actual. Y así llevamos años, años de atención y debate, de propuestas y soluciones . Y, sin embargo ninguna solución parece viable ni capaz de prosperar, hoy día. Más de cinco años después, el conflicto parece más enquistado, polarizado y lejos de resolverse que nunca. Una situación, la de la falta de soluciones que seguramente se debe a que el problema de las relaciones entre Cataluña y España no es de falta de propuestas. El problema es que el pensamiento de grupo se ha impuesto en el debate, generando unas dinámicas que hacen muy difícil el encuentro de soluciones compartidos. La mayoría de los medios, de los políticos e, incluso diría, de los ciudadanos, habla del problema casi de forma exclusiva con gente que piensa de forma similar a ellos y/o con versiones muy ridiculizadas de aquellos que piensan de otra manera, generando un seguido de sesgos que imposibilitan el debate útil.

Para empezar, el pensamiento de grupo magnifica los elementos y las magnitudes de las distancias que separan a los grupos. Se genera la sensación de que las diferencias, ideológicas e incluso culturales, entre unos y otros son más grandes de lo que seguramente los datos nos harían pensar. Se pone el foco en los comportamientos y opiniones de aquellos miembros de los otros grupos que más lejanos quedan.  Además, se ignoran los elementos en los que sí hay acuerdo y consenso generando una percepción de distancia insalvable que seguramente es una exageración.

Se percibe que las diferencias entre catalanes y resto de españoles, o incluso entre independentistas catalanes y no independentistas catalanes, son absolutamente insalvables. Esta sensación genera a su vez la percepción de que los posicionamientos del otro grupo son casi imposibles de entender. El diálogo parece absurdo porque la distancia es demasiado grande. Esta lógica, a menudo explícita entre los independentistas, existe también, aunque sea de un modo más implícito, en el otro lado. Lo muestran por ejemplo los rechazos a llegar a ningún tipo de pacto de gobierno o las críticas a aquellos que pactan con independentistas, aunque sea a niveles de gestión que poco tienen que ver con las relaciones Cataluña-España, como por ejemplo en el nivel local.

El debate también se caracteriza por una subestimación de las diferencias que existen dentro de los grupos. Se percibe a los distintos grupos como si fueran mucho más homogéneos de lo que son. Uno creería que no hay diferencias en las visiones que tienen los distintos independentistas sobre la solución al problema, y qué propuestas podrían ser suficientes como para retirar la propuesta de referéndum independentista. Igualmente, parece que todos los no independentistas están dispuestos a ceder y negociar para evitar la rotura en el mismo grado y manera. Parece que los grupos compartan visión y opinión en un grado mucho mayor del que muestran las encuestas. Este sesgo además se hace casi siempre en beneficio propio. Es decir, todo el mundo tiene la percepción de que los que están con él en este debate comparten posiciones de un modo mucho más claro del que seguramente indicarían los datos.  La unión de los dos sesgos, genera la sensación de que es muy fácil llegar a acuerdos con los propios, que su visión queda perfectamente protegida en su grupo, mientras que los sacrificios que habría que hacer para pactar con el otro son enormes.

El debate sobre las relaciones Cataluña-España también cae muchas veces en lo que se llama sesgo de atribución. Se asume que los actos erróneos de los que no forman parte del grupo se deben a su naturaleza (mala, manipulada, sumisa, insolidaria, u otras explicaciones que se han dado al comportamiento de los electores a lado y lado). En cambio, los actos propios o de los miembros del grupo propio se explican mucho menos por la naturaleza y mucho más por el contexto que condiciona el comportamiento. Se ignoran, pues, las explicaciones contextuales que también condicionan y explican las acciones de los demás, generando unas dinámicas que hacen muy fácil el uso de estereotipos y visiones sesgadas e injustas del otro grupo.

Así, muchos de los diagnósticos del posicionamiento del grupo propio salen de un análisis muy minucioso de los motivos que han llevado a un grupo a actuar como ha actuado hasta el momento, pero son pocos los que consiguen hacer este mismo ejercicio con otros grupos que defienden posiciones distintas.

Este sesgo de atribución dificulta la capacidad de empatizar entre grupos. Si los miembros del otro grupo actúan así porque esta es su naturaleza, entonces no merece la pena dedicar esfuerzos a entender cómo podría convencerles para cambiar su posición a una más cercana. Si su actuación se debe a su naturaleza, no hay responsabilidad propia ni deber de comprenderla. Negando el rol del contexto a la hora de explicar las respuestas de los otros grupos, se niega también la capacidad propia de influir en estas posiciones. Por lo tanto, se desincentiva la autocrítica. Una dinámica que dificulta mucho el diálogo y el encuentro de soluciones compartidas.

Resumiendo, el problema de Cataluña no es de falta de soluciones, ni falta de reflexiones, es de formato de estas. Sin espacios de diálogo que permitan acabar con el pensamiento de grupo, ninguna propuesta y solución logrará prosperar. Algo muy complicado, ya que en un contexto de polarización, los incentivos para generar espacios de diálogo son cada vez más pequeños. Nadie tiene incentivos para dejar el pensamiento de grupo y enfrentarse a un diálogo que va a ser incómodo, difícil y, al que el otro grupo no parece estar dispuesto. Defender el acuerdo y el consenso siempre es más desagradable que defender las posiciones maximalistas y completas. Al fin y al cabo, a nadie le gusta tener que ceder ante otros y perder la oportunidad de implementar su modelo favorito. El periodismo moderado y sin afiliaciones claras ha resultado poco atractivo ante un debate en el que los grupos se generaban una fuerte animadversión. Generar discursos de consenso cuando la sociedad está cada vez más polarizada resulta poco atractivo, y los casos de proyectos que han fracasado en el intento, sobre todo partidos políticos como el PSC, ICV y sus aliados, o incluso Unió después de la escisión, no invitan al optimismo.

Sin embargo, y a pesar las dificultades, solo con una vuelta al diálogo es posible encontrar soluciones al problema. La imposición de unas visiones sobre las otras parece complicada teniendo en cuenta los equilibrios sociales en Cataluña, con dos grupos de tamaño demasiado numeroso como para poder ser eliminados o ignorados por la imposición de las ideas del otro.


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