Política

¿Por qué no hay un partido exitoso de extrema derecha en España?

19 Ene, 2017 - - @jorgegalindo

Si hay una pregunta recurrente entre aquellos foráneos que observan la política española con cierta atención es ésta. La sorpresa se sigue normalmente del siguiente razonamiento: tras ser uno de los países más golpeados por la Gran Recesión y por la subsiguiente crisis europea de deuda, con índices astronómicos de desempleo, un sistema de protección lejos de ser perfecto, ¿cómo puede ser que la derecha reaccionaria* no haya encontrado un espacio electoral en España? El último ejemplo lo proporciona Tobias Buck con este interesante repaso en el Financial Times, al que volveré más adelante porque proporciona alguna hipótesis poco frecuentes en este debate. Hace unas semanas, Diego Torres hacía lo propio en Politico. Pero para obtener una panorámica completa vale la pena repasar las respuestas posibles a esta cuestión.

Los argumentos para explicar la presencia de la extrema derecha en un país se dividen normalmente en dos bloques: aquellos que se refieren a la oferta electoral o al entorno institucional, y aquellos que hacen énfasis en la demanda social de este tipo de políticas. En el primer grupo, para el caso español suelen citarse el legado histórico franquista, la aparente incapacidad de los líderes extremos de llegar al gran público, y la integración de muchos de ellos en plataformas mayores (principalmente el PP). Todos ellos comparten espacio con la más reciente idea de Podemos como elemento de contención para nuevas ofertas de extrema derecha durante la crisis. Por el lado de la demanda, la ausencia de un sentimiento nacionalista español fuerte y el no conflicto en torno a la inmigración se unen a la otra cara del «argumento Podemos», que enlaza con una posible falta de competencia por recursos económicos públicos. Es en este último punto, tras recoger y criticar los argumentos existentes, donde me gustaría aportar un posible giro.

Es culpa de (o gracias a) Franco. Es quizá el argumento más socorrido, o solía serlo: tras un golpe, tres años de guerra civil, 36 de dictadura nacional-católica, tres de compleja transición a la democracia, y un segundo golpe hace menos de cuatro décadas, ser de extrema derecha es poco menos que un tabú. La idea, siendo atractiva, resiste la comparación internacional sólo a medias. Aunque es cierto que nuestra dictadura fue la segunda más larga de Europa Occidental por la derecha (solo superada por la portuguesa, donde la ausencia de una extrema derecha electoralmente fuerte también es patente), tanto Grecia como Italia, Alemania o Hungría, entre otros, contaron con sus propios regímenes dictatoriales. Los países del norte de Europa no se libran de haber poseído ejecutivos afines al nazismo durante la II Guerra Mundial, por no hablar de la Francia de Vichy, si bien es cierto que tenían un grado de imposición externa nada desdeñable. La cuestión es que el fascismo y otras ideologías afines a la derecha de corte nacionalista tuvo presencia a lo largo y ancho de Europa en el siglo XX, así que es difícil excluir o subrayar su influencia en la política actual en un sentido o en otro en ciertos países. Por lo demás, no queda nada claro el mecanismo por el cual una dictadura que fue resuelta con la muerte del líder y no por una revolución, siguiendo una transición que incorporó no pocos elementos del régimen anterior a la vida democrática, provoca una ausencia y no una presencia de la extrema derecha en el panorama electoral. Es, desde cierto punto de vista, casi contra-intuitivo. O no. Lo cual nos lleva a la siguiente hipótesis.

Sí hay extrema derecha, pero está integrada. El PP no fue siempre el partido que es hoy. Cuando se le conocía como Alianza Popular, y aún antes de que los antiguos integrantes del régimen franquista que lo conformaron se pusiesen nombre, sus posiciones eran bastante más reaccionarias que conservadoras, y desde luego para nada centradas. El famoso viaje al centro que protagonizó Aznar en la década de los noventa le llevó a llenar un espacio que originalmente no le correspondía, pero en el camino no perdió sus activos en el extremo derecho del espectro. Quizás a estos elementos ya les iba bien manteniéndose dentro de una estructura establecida que era capaz de llegar al poder, influyendo desde ahí en lugar de montar su propia plataforma con un futuro incierto. Josep Anglada, antiguo líder de la fallida Plataforma per Catalunya, expresa esta visión en la pieza de Torres. Prueba de ello es la escasa potencia electoral de Vox. Pero, la verdad, la extrema derecha no ha tenido demasiado éxito (más bien poco) en llevar adelante una agenda específica desde el PP. Así que resulta sorprendente que, si la razón de su bajo perfil es porque están más cómodos dentro que fuera, hayan aguantado tanto. De hecho, Vox nació con los pilares del anti-nacionalismo periférico, el terrorismo y el tradicionalismo familiar como bandera, luchas que están bastante lejos de la piedra de toque de la nueva derecha europea: la inmigración.

La inmigración no es un aspecto contencioso. Si hay un rasgo específico que une a las distintas derechas nacionalistas que proliferan en Occidente es la oposición a los movimientos migratorios. Por tanto, otro argumento bastante habitual para explicar la ausencia de una nueva extrema derecha en España es el perfil particular de nuestra inmigración: más integrada, se supone, con mayor presencia de individuos que compartirían rasgos culturales y lingüísticos, y menos abundante. Pero esta hipótesis topa con dos realidades: por un lado, como destacaba Tobias Buck en su pieza, países como Rumanía o Marruecos contribuyen tanto o más a la inmigración española que los estados latinoamericanos. Por otro, existe bastante evidencia de que no es necesariamente una mayor presencia o contacto directo con el migrante lo que dispara el apoyo a la derecha nacionalista. En numerosas ocasiones, de hecho, se ha observado que los sentimientos anti-inmigración se dan en áreas étnicamente más homogéneas. Es, de hecho, un enorme debate en la literatura especializada, entre quienes definenden la hipótesis del contacto (tener un vecino, compañero de trabajo, familiar de distinto origen disminuye los prejuicios) y quienes apuestan por la idea de la amenaza. Una cuestión no resuelta, pero el contencioso impide establecer una relación causal directa entre nivel de integración o presencia de migrantes y voto a la extrema derecha.

El nacionalismo ausente. La herencia franquista y el tabú que conlleva, la falta de un riesgo de «contaminación cultural» concreta para (digamos) integristas patrios proveniente de la inmigración, y la competencia de nacionalismos periféricos con el central se combinarían para ahuyentar el fantasma de la, llamémosla así, ansiedad cultural contra lo diferente. Es interesante recordar aquí el experimento de PxC, que obtuvo cierto éxito a nivel local al enlazar una identidad definida y apuntar a una amenaza externa. Pero que se vino abajo rápidamente, en gran medida por un liderazgo que no supo consolidar sus ganancias.

La oferta incapaz. Configurar un movimiento político es cosa de dos: quien lo demanda, pero también quien lo ofrece, o quien ayuda a la demanda a darse cuenta de qué está buscando (las preferencias políticas rara vez son claras, cerradas y compartidas desde el minuto cero). Ansell & Art (2010 – pdf) no tienen empacho en afirmar que

When radical right parties are dominated by individuals with blatantly racist views and poor cognitive skills, they are likely to implode even if socio-structural and institutional conditions are favorable.

España ha tenido pocos líderes de extrema derecha que no provengan de un entorno particularmente extremo, valga la redundancia. Sólo muy recientemente se ha visto una nueva cara en este espacio ideológico, pero por el momento tampoco ha tenido resultados demasiado positivos. Es muy probable que la falta de una oferta que haya sabido dar con la tecla adecuada tenga parte de la culpa en el fracaso de la extrema derecha española, pero parece claro que la demanda tampoco ha sido boyante.

El bloqueo por la izquierda. «En España no existe una formación de extrema derecha porque existe Podemos». La frase es de Pablo Iglesias, y parece presuponer una de estas dos cosas: o bien el electorado de Podemos tiene el perfil para suscribirse a postulados de extrema derecha, o Podemos ha conseguido desactivar una respuesta a la crisis basada en postulados de derecha nacionalista (forzando a su electorado potencial en la abstención o en otras formaciones más tradicionales) y absorber en cambio el descontento por la izquierda. La primera idea me parece poco realista, al igual que a Buck, en tanto que la base de voto de Podemos se encuentra entre jóvenes urbanos de clase media con un marcado perfil ideológico de izquierda, pero la segunda interpretación se me antoja más fructífera. Pero no por mérito de Iglesias o de Podemos, sino por la configuración de los conflictos redistributivos en España.

No hay lucha por recursos públicos. Pepe Fernández-Albertos expresa una interesante hipótesis en la pieza de Buck, apuntalada por Sergi Pardos-Prado: en España no hay por qué competir. Como el sistema de bienestar en cuestiones como vivienda o transferencias monetarias directas es débil, y es aquí donde la competencia (percibida al menos) entre inmigrantes y nativos sería mayor. Además, sigue Fernández-Albertos, la inmigración lo ha pasado «objetivamente peor» durante la crisis en España, y buena prueba de ello es el fuerte cambio de 180 grados en la dirección de los flujos migratorios desde 2009: la gente vuelve a sus países, más que llegar al nuestro.

Esta es, como digo, una idea que me resulta atractiva. Sin embargo, en pocos lugares los inmigrantes han salido mejor parados que la población local durante la crisis, y este mayor sufrimiento no ha impedido la emergencia de la extrema derecha. La hipótesis de la competición directa de recursos tiene más fuerza, pero yo la reformularía para ensanchar su poder explicativo.

En realidad, y aquí viene el giro, la exposición a los vaivenes de la crisis de los grupos sociodemográficos que suelen apoyar a la extrema derecha en otros países ha sido comparativamente baja en España. Ni la clase obrera industrial o de servicios de mediana edad en adelante, ni la pequeña burguesía han sido los más golpeados por nuestra particular forma de recesión. Han sido los jóvenes, con un nivel educativo igual o superior a la media del país, y los grupos más vulnerables (inmigrantes, personas en situación laboral irregular) quienes se han llevado el golpe. Los segundos, en términos puramente materiales. Los primeros, viendo cómo sus expectativas de futuro se venían abajo. Ninguno de estos dos segmentos constituye una fuente de apoyo fácil para la extrema derecha, ya sea por falta de herramientas para la movilización política o por incompatibilidad ideológica. Pero sí (sobre todo los primeros) para una propuesta como la de Podemos.

He aquí la posible verdad escondida en la auto-atribución de mérito de Iglesias. Que allá donde la crisis ha golpeado más las expectativas de un sector no cooptable por la extrema derecha, era la extrema izquierda quien estaba en mejor posición de iniciar un viaje electoral fructífero. No por mérito suyo en la absorción de un voto anti-establishment genérico, carente de ideología, tanto como en la emergencia de un mercado distinto al de otros lugares al norte de los Pirineos. No es que no haya lucha por recursos públicos, es que quien habitualmente lo hace no lo necesita porque está bien protegido por un sistema de bienestar montado para él, y no para el outsider.

Situando este debate en el contexto europeo, las diferencias más concluyentes de España con respecto a sus vecinos se resumirían en la ausencia de una oferta afinada y de una demanda activa tanto en el eje cultural como en el económico. En este último frente, me parece particularmente importante destacar, como hipótesis, que los segmentos más susceptibles a simpatizar con los valores de la derecha reaccionaria han estado comparativamente poco expuestos a la crisis económica en España.

Sin embargo, nada es para siempre. Y, como sugería Torres en Politico,  la oferta puede mejorar en cualquier momento (de hecho, aunque los resultados de Vox sean mínimos comparados con los grandes partidos, le colocan claramente por encima del resto de las formaciones a la derecha del PP). Al mismo tiempo, a pesar de la existencia de ciertas regularidades sociodemográficas, no hay una sola demanda posible para cada ideología. No es descartable que ciertos segmentos pasen a decidir ante una oferta lo suficientemente atractiva que, efectivamente, sí perciben una amenaza cultural o económica externa que requiere de una reacción de corte nacionalista. En definitiva, España no es un país vacunado ni inmunizado contra la extrema derecha. En próximos artículos intentaré explicar por qué con argumentos comparativos, y también con algún que otro dato.

*En este texto empleo los términos «derecha reaccionaria», «extrema derecha» y «derecha nacionalista» de manera intercambiable. El primero define una estrategia común, el segundo una posición ideológica relativa en el espectro, y el tercero un rasgo definitorio que comprende a todas las formaciones a la derecha del conservadurismo tradicional europeo consolidado tras la posguerra. Los considero complementarios, si bien acepto el debate en torno a la posibilidad de que no sean intercambiables. Sí evito, por el contrario, el uso de otros epítetos, tales como ultras, populistas (polémico y, a veces, vago), xenófobos, autoritarios (referentes a rasgos que se pueden dar pero en diferentes grados), o neofascistas/neonazis (más específicos y restringidos a tipos determinados de formaciones de extrema derecha).


21 comentarios

  1. Antonio dice:

    Interesante artículo. Personalmente, siempre he pensado que la principal razón de que Vox no haya conseguido más votos, con tantos votantes del PP desencantados con las políticas de sus dirigentes y que podrían haber pasado a votar a Vox de una forma natural, es la censura/indiferencia (ya sea consciente o no) de los medios de comunicación, incluyendo los supuestamente más afines a postulados de centro-derecha, que sistemáticamente han amplificado cualquier noticia de partidos ya establecidos o de Podemos en sus inicios, pero ningunean la mayoría de las noticias relacionadas con Vox.

    De nuevo para mí, la segunda razón del poco éxito de Vox es el miedo de los votantes tradicionales del PP a votar a otros partidos, incluso cuando el PP haya dejado de representar sus opiniones políticas en determinados temas. En comparación, los votantes de izquierda no parecen tener tantos impedimentos en dejar de votar a un partido establecido como el PSOE para votar a un nuevo partido como Podemos.

  2. Alatriste dice:

    En mi opinión personal el debate es hasta cierto punto nominalista, pero solo hasta cierto punto: si llamamos «extrema derecha» a un sector fuertemente conservador en lo social y lo político, nacionalista, nostálgico de la «extraordinaria placidez» de la dictadura y «last but not least» católico por definición, ya lo creo que existe y que está integrado en el PP con mayor o menor comodidad. Pero si para considerar a ese sector «extrema derecha» pedimos a su programa cosas como xenofobia, antieuropeísmo o verdadero autoritarismo (como el de Viktor Orban en Hungría, por poner un ejemplo), entonces ese sector es tan insignificante que bien podríamos decir que no existe en España.

    Y también diría que lo más curioso es que ese sector autoritario, antieuropeo y xenófobo, existía en 1975, tuvo votantes suficientes para poner como mínimo un diputado el el Congreso, y del hecho de que solo la mitad de los diputados de AP votara a favor de la Constitución puede deducirse que entre ellos había algunos más que no estaban lejos de esa definición; pero se desintegró durante la Transición, esa negra y vil puñalada por la espalda gracias a cuyos mil desmanes España alcanzó la libertad y la prosperidad que hombres como Azaña habían soñado… pero tengo que poner mis ideas en orden antes de intentar escribir por qué creo que ese grupo se hundió y ni ha vuelto hasta ahora, ni parece que vaya a hacerlo.

    Nota: Sigue ausente un nivel mínimo de comprobación antes (o después) de subir los textos. Pasajes como «no queda nada claro el mecanismo por el cual una dictadura que fueron resueltos», «el fascismo y otras ideologías afines a la derecha de corte nacionalista tuvo presencia» o «tanto Grecia como Italia, Alemania o Hungría, entre otros, contaron con su [¿su qué?]» no son de recibo.

    • Minded dice:

      «si llamamos “extrema derecha” a un sector fuertemente conservador en lo social y lo político, nacionalista, nostálgico de la “extraordinaria placidez” de la dictadura y “last but not least” católico por definición, ya lo creo que existe y que está integrado en el PP con mayor o menor comodidad»

      Si hablamos de conservadores, nacionalistas y católicos, entonces tenemos un nutrido grupo de extrema derecha cómodamente instalado en el PNV. Y nostálgicos de la placidez dictatorial también, que vaya cómo vivían en Neguri durante la época de Patxi.

      • Alatriste dice:

        Un excelente comentario al que solo se me ocurre añadir que eso se aplica también a CiU (¿cómo se llama esta semana?) y a Barcelona…

  3. Daniel Pacharan dice:

    Tal vez la explicación sea otra. No es que no exista una masa crítica para articular un partido de ultraderecha, el problema de credibilidad de los partidos y el sistema es evidente, inmigración, sin olvidarnos de la crisis, de la burbuja inmobiliaria y las preferentes, etc. El problema puede estar en que nadie ha planteado un partido con una estructura bien organizada, un discurso/comunicación bien definida, y un liderazgo (el liderazgo, en los partidos de ultraderecha es básico). Olvidamos que el FN no existe desde ayer, tenía una base organizativa muy sólida. Y lo mismo se puede decir de Alemania o Italia. Lo de PXC era una chapuza, sin bases sólidas más allá de poblaciones pequeñas, nunco se consolidó en el area metropolitana de Barcelona. La crisis ha catapultado a partidos que ya estaban organizados antes de la crisis.
    Es casi un argumento Trotskista, lo sé. Pero es que las cosas funcionan así. Si te pones a organizar un movimiento cuando llega la crisis, vas tarde. Cuando te has organizado, el impacto inicial de la crisis se ha minimizado, y otros han ocupado el espacio demagógico necesario para este tipo de movimientos.
    Desde este punto de vista, el éxito del PP no estaría en haber ocupado el espacio electoral, estaría en haber integrado en su organización a la ultraderecha, impidiendo así la existencia de células durmientes.

  4. Turgalium dice:

    Y por qué no hay un partido de izquierdas que defienda a España, que defienda al trabajador y que defienda los intereses de la patria en Bruselas?
    Es de común conocimiento que en España la ideología predominante es la izquierda, o más bien la centro izquierda, entonces, por qué esa misma izquierda reniega de valores patrióticos (que no nacionalistas) o desiste en la defensa de la integridad de la nación? Por qué siempre defienden la balcanización de España? La respuesta es sencilla, se la trae al pairo la nación y sus ciudadanos, solo les importa seguir en las instituciones y cobrar paguitas públicas. En cualquier otro país ser patriota es bueno y saludable, menos aquí que ya te cuelgan el sambenito de fascista o cualquier bobada así.

  5. Serge dice:

    Buen anexo a los dos artículos reseñados y publicados estos últimos días. No obstante, echo en falta alguna alusión la enorme influencia de la jerarquía eclesiática en el tradicional conservadurismo español (vía Opus, Legionarios,… y claros tics nacionalcatólicos). Tal vez sea una impresión equivocada pero creo que alguna de las corrientes ‘identitarias’ en auge en Europa se desvinculan abiertamente del elemento católico, al que identifican como parte del problema. Y aunque en cuestiones morales son profundamente reaccionarios, ese anticlericalismo parece aproximarles a sectores más identificados con la izquierda.

    Creo que en España, la huella de la ICAR en la sociedad -tal vez en ese aún presente franquismo sociológico- pueda ser otra de las razones que explican la residualidad de la ultraderecha.

  6. alvaro dice:

    Si en Podemos se hubiesen impuesto las tesis de Vestrynge sobre inmigración, tendríamos un partido muy parecido a la nouvelle droite de Alain de Benoist o a 4° teoría de Duguin.
    Vale, hoy el movimiento es marginal, pero es un partido en construcción y que sólo puede crecer a la derecha. Quizás en 10 años el partido es diferente,o quizás hay una escisión que adopta esos puntos de vista. No estamos tan lejos. Lo que no va a volver nunca es una extrema derecha franquista o carlista, olvidaos de VOX.

    • Serge dice:

      No sé, no veo nada factible la consolidación del ideario de Benoist o Dugin en España. En el caso del primero, ya hubo tímidos intentos en los primeros 80 por parte de personajes del pelaje de Jose Javier Esparza, de implantar algo de Nouvelle Droite en España para acabar bien apoltronado en la órbita del PP más ultracatólico. La esencia de la derecha española sigue anclada en el mito de los Reyes Católicos. Tal vez pudieran calar en ciertos sectores de la izquierda -en la línea de Verstrynge- pero seguiría siendo muy muy minoritario como para tener cierto eco a medio plazo.

  7. Minded dice:

    Como es costumbre entre los progres, el autor identifica con el mayor descaro nacionalismo español con extrema derecha, mientras que no hace lo propio con el nacionalismo vasco o catalán, por muchas barbaridades identitarias que excreten.

    Eso sí que es por culpa (o gracias) a Franco. «Pero vamos a ver: si el PNV, o ERC, o el PSC, lucharon contra Franco, entonces no pueden ser fachas ni de derechas, ¿verdad? Es imposible que lo sean, por muchos privilegios, derechos históricos feudales, exigencias de trato especial porque ellos son gente especial, desdén hacia la plebe que no es como ellos, negativa a que les rebajen a simple autonomía como una Murcia cualquiera, apoteosis de banderas, procesiones de antorchas, himnos sangrientos, gritos xenófobos, proclamas identitarias, etc etc.

    No, no, no, no. Si eso lo hicieran unos alcaldes de Valladolid (perdón, Fachadolid), serían unos fachas fascistas franquistas como es de rigor. Pero si lo hacen los alcaldes del Plà de Urgell y de la Garrotxa… por favor, que sus abuelos y bisabuelos lucharon contra Franco, ¿cómo van a ser de extrema derecha esos?»

  8. No deja de ser interesante como en España no ha estallado un apoyo a la extrema derecha como ha sucedido en los países vecinos. Y considero que lo más probable es que la crisis, al haber golpeado principalmente a jóvenes que de todas formas no apoyan un discurso de extrema derecha, y teniendo a los más viejos probablemente todavia recordando los tiempos de Franco, es lo que ha impedido que la derecha radical haya avanzado.

  9. Ricardo dice:

    Tres hipótesis suplementarias:
    – El franquismo desmovilizó y castró a la derecha, lejos de lo que se ha creído hasta ahora.
    – El racismo nunca podrá calar en las naciones de cultura católica y latina. En Cataluña cala porque es la región más abierta a influencias europeas y porque hay un trabajo previo de los nacionalistas. En el norte de Italia cala por lo mismo.
    – La inmigración es un fenómeno relativamente reciente en España, con la excepción de Cataluña que, por su baja natalidad, recibe inmigración extranjera desde finales del franquismo e inmigración interior desde mucho antes.

    • alvaro dice:

      Convendría aclarar primero qué entendemos por extrema derecha.
      Por qué una derecha racista si es «imposible» en el mundo latino, vamos es que ni Franco ni Mussolini lo fueron. Pero un caudillismo sudamericano es perfectamente posible o un peronismo a la española.

  10. Felipe dice:

    Nunca sabremos lo que habría pasado durante la crisis si hubiese habido una oferta adecuada, que fuese capaz de tocar la fibra sensible de un sector del electorado. El caso es que no ha habido esa oferta.

    No son iguales todos los partidos de extrema derecha ni defienden lo mismo, o por decirlo de otro modo, no todas las narraciones de la extrema derecha son capaces de lograr el mismo efecto. El partido mejor situado para recoger el voto de la extrema derecha, Vox, se ha dispersado con una serie de tópicos: ETA, independentismo, autonomías, aborto que tal vez no sean los adecuados para cosechar votos y no ha puesto el énfasis en el tema estrella de otras latitudes, la inmigración.

    El hecho de que Plataforma por Cataluña supo en su momento hacerse un hueco en Cataluña, aunque después no supo darle continuidad, da que pensar que existe un nicho de mercado entre los que tienen miedo a los efectos, reales o imaginarios, de la inmigración.

    ¿Qué habría pasado si Vox hubiese aprovechado su ventana de oportunidad en lo peor de la crisis y se hubiese centrado en la inmigración y en cargar contra las élites? ¿Podría haber robado votos de los otros partidos? ¿Podría haber sido la alternativa en la derecha de los descontentos? No lo sabemos.

    El nicho de mercado al que se podría haber dirigido esa oferta comprende tanto los más afectados por la crisis como los que han salido mejor parados. Al fin y al cabo la extrema derecha en Europa, o los votantes de Trump en EEUU, no son solo los perdedores de la globalización, sino cualquiera que tenga miedo a lo que pueda traer el futuro; a perder lo que se tiene, económicamente o como sociedad.

    Por ciertos movimientos recientes da la impresión de que Vox ha aprendido la lección y se está acercando y pareciendo más a otros movimientos de extrema derecha con más éxito. Pero tal vez sea tarde y haya perdido su mejor oportunidad de consolidarse como alternativa.

  11. Ricardo dice:

    VOX últimamente está muy centrada en la crítica a la inmigración y al islam, muy en la línea de los partidos identitarios europeos. De hecho, Santiago Abascal asistirá como representante español a la cumbre de Coblenza, en la que se reúnen estos partidos bajo el patrocinio de AfD. Rafael Bardají, del GEES, se ha reunido con representantes de Trump enviado por Abascal. Parece claro que VOX quiere explotar esa línea populista.

  12. Alex Guerrero dice:

    Yo no descartaría tan rápido el argumento de que el descontento ha sido canalizado a través de una narrativa de izquierda, o arriba-abajo, a través de organizaciones como Podemos (no sólo). Que haya jovenes urbanos de clase media entre los votantes no descarta que haya también una gran masa del precariado entre sus votantes, incluyendo las clases trabajadoras de los barrios periféricos de la gran mayoría de grandes ciudades del país.

    • Ya sabes que esta es una discusión que no ha quedado para nada resuelta y sigue abriendo debates (particularmente, el que han entablado en el pasado reciente Pau Marí-Klose y Pepe Fernández-Albertos). Como todo en esta vida política, es una coalición, y sí creo que es posible que una parte no desdeñable de trabajadores periféricos se hayan sumado. Pero también creo que el núcleo de simpatizantes, pero sobre todo de militantes y desde luego de dirigentes, pertenece al grupo que destaco, y que por eso mismo Podemos se ubica mayormente en el espacio de «izquierda (económica) liberal (social)», lo cual limita enormemente su capacidad para absorber votantes que no compartan esa visión.

      Aquí, en 355 palabras 😛 – http://elpais.com/elpais/2016/11/03/opinion/1478166839_178909.html

  13. Ho Pin dice:

    La derecha xenófoba tiene poco sentido en España, al menos de momento. La inmigración no acaba de causar problemas en la mayor parte del territorio, sea porque no la recibe, porque es latina o porque existe una tolerancia innata en la población (afortunadamente).

    La derecha antieuropeísta tampoco tiene sentido. Tiene que ver con el complejo de inferioridad español respecto a Europa. Para el español medio es necesario estar en Europa, es jugar en las divisiones de honor. Es algo que se interpreta como un éxito rotundo, probablemente el gran éxito de la transición. Da igual lo que Europa haga, está mejor porque son mejores que nosotros, ese es el pensamiento común, que solo osa discutir Podemos.

    Descontado lo anterior, nos queda la derecha nacionalista y la derecha económica. La nacionalista existe y está integrada en el PP la española y en otros partidos la catalana o vasca.

    Finalmente la derecha económica es, desgraciadamente, residual, muy residual. Mirando los programas, Vox presentaba un programa más liberal que cualquier otro partido de los de digamos más de 50.000 votos (que ni siquiera alcanzaron, mientras que el P-Lib andaba en 3.000 votos). Pero Vox es derecha nacionalista, difícilmente atraerá a votantes no nacionalistas. Además, la derecha desde el punto de vista económico no existe culturalmente en España. Somos cuatro gatos mal contados. Si el referente liberal es Esperanza Aguirre, que no deja de ser una socialdemócrata de menor intensidad que la media, mal andamos. Aquí solo tenemos distintos grados de socialdemocracia, no hay derecha económica.

  14. Raúl Álvarez Fernández dice:

    Este artículo me parece clarificador. Mi idea es que en España la inmigra una radicalización entre los musulmanes. Por otra parte, un partido populista de «extrema derecha» de momento no ha arraigado en nuestro país, quizá por motivos de carácter histórico. Además el espectro sociológico del votante español es de «centro izquierda». A este votante lo considero mal informado, pues si nos damos una vuelta por un bar, veremos que el periódico más leído es el deportivo, y también hay cierta cautela a la hora de hablar de política, como reflejo de la larga noche del sistema autoritario de Franco: «yo no me meto en política». Por ello los profesionales de la política nos manipulan y nos cuentan medias verdades, que en la práctica son mentiras flagrantes-raúl.

  15. Gerion dice:

    En España, gracias a los medios de comunicación y a la educación politizada que se ha fomentado durante la democracia, afirmar que eres de derechas se percibe como una tara, mientras que la izquierda se asocia a progresismo y modernidad. Eso parece estar cambiando lentamente, pero todavía persisten los arquetipos en el sistema educativo y mediático.
    Por eso, no debería extrañar que la derecha se resista a denominarse así – y mucho menos a dar visibilidad a sus diversas corrientes internas -. Hasta que en este país la izquierda no acepte públicamente que la derecha tiene tanto derecho a existir y gobernar como ellos, el término «derecha» seguirá resultando indeseable. Y eso contribuye a su unidad.

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