Sociedad

Hombres violentos y crimen organizado

22 Jul, 2015 - - @egocrata

La fuga de Joaquín «El Chapo» Guzmán de una prisión de alta seguridad mejicana es la clase de historias que entran en la leyenda. Un dirigente criminal finalmente entre rejas tras años a la fuga consigue escaparse de una cárcel supuestamente inexpugnable a través de un largo túnel construido durante meses. La imagen de poder, organización y arrogancia, el desafío el estado, el triunfo del antihéroe. Todo está ahí.

Lo que se ha discutido menos, y que es probablemente más relevante, es la estrategia seguida por el gobierno mejicano que llevó a Guzmán ante la justicia. En los últimos años las autoridades federales han apostado por una estrategia de decapitación, concentrando sus esfuerzos en capturar (y a menudo, en eliminar) a los líderes de los cárteles del narcotráfico para debilitarles. La teoría detrás de este método es que una organización criminal sigue a menudo una estructura jerárquica, con un capo en el centro que toma la mayoría de decisiones y se lleva la mayoría de beneficios. Atacando el centro, la red pierde su capacidad de coordinarse, y deja de funcionar.

Es una idea razonable: el estado mejicano está en guerra con los narcos, y en una guerra destruir las estructuras de control y mando del otro bando siempre es una buena idea. Durante años los gobiernos que se enfrentan a rebeliones, grupos terroristas e insurgencias han seguido estrategias similares, a menudo con muy buenos resultados. Cualquier organización que actúa al margen de leyes e instituciones no puede depender de reglas y acuerdos elaborados, ya que no pueden recurrir al estado para resolver disputas internas. Como consecuencia, su sistema de toma de decisiones es muy dependiente de la capacidad de liderazgo de sus dirigentes y cómo son capaces de atraer lealtad al grupo y a la causa, más que en procedimientos reglados.

La realidad, sin embargo, es un poco más compleja. Brian Phillips, en Monkey Cage, da un repaso a la literatura existente sobre la materia, que resulta ser extensa y con amplia base empírica. Lo que los estudios parecen señalar es que las estrategias de decapitación parecen ser efectivas cuando un estado se enfrenta contra movimientos rebeldes o grupos terroristas, reduciendo los niveles de violencia y acortando la duración de las insurrecciones. Los grupos que parecen aguantar esta clase de golpes con mayor entereza son aquellos que están más burocratizados e institucionalizados.

La cosa cambia, sin embargo, cuando hablamos de organizaciones criminales. En una alianza rebelde o frente de liberación popular medio, los integrantes del grupo están luchando por una causa, una ideología; la existencia de un líder carismático capaz de recordar a todos los militantes de forma incesante por qué luchan es casi imprescindible. Atacar a los dirigentes en este caso tiene sentido.  En una banda de narcotraficantes, sin embargo, los sicarios, traficantes y demás miembros de la organización no se están jugando la vida por unos ideales, sino por puro y simple lucro. Uno no está en la mafia porque siente devoción por la música siciliana y la figura del padrino, sino porque es una forma racional de ganar dinero mejor que las alternativas «civiles».

A efectos prácticos, por tanto,  eliminar el jefe de una banda de narcos no supone un golpe a la moral revolucionaria de la organización, sino en muchos casos acaba por ser una oportunidad de negocio para sus lugartenientes. Las rentas, los beneficios que estaba sacando el capo al dominar su imperio siguen ahí; su caída no ha eliminado la demanda de drogas ni los almacenes llenos de cocaína al lado de la frontera. En este negocio, sin embargo, no hay un consejo de administración, accionistas ni planes sucesorios, sino un sistema más o menos elaborado de compra de lealtades que combina dinero y ultraviolencia. En vez de resolver el control de la empresa como buenos capitalistas, los lugartenientes acaban resolviendo quién controlará el negocio a base de plomo, bombas o machetazos, según el grado de salvajismo imperante.

Si a eso le añadimos que el vacío de poder tiende a atraer la competencia de otros cárteles de narcotraficantes que intentan ocupar el territorio aprovechándose de la inestabilidad, no es ninguna sorpresa que la detención de líderes del crimen organizado traiga consigo un aumento de la violencia, no su disminución. Como señala Phillips, la tasa de homicidios en Méjico se disparó a partir del 2007, el año en que el gobierno empezó con su estrategia de detenciones (y ocasional muerte en tiroteo) de líderes del narcotráfico. La fuga de «El Chapo», paradójicamente, puede acabar reduciendo el nivel de violencia, no aumentándolo.

Lo curioso de este fenómeno es que esto explica en gran medida la relación a veces acomodaticia que algunos departamentos de policía acaban teniendo con el crimen organizado. Todo el mundo sabe que la mafia extorsiona, corrompe y asesina de vez en cuando. Eliminar a sus líderes, por mucho que todo el mundo les conozca, puede acabar por empeorar la vida de las fuerzas de seguridad, al introducir un montón de inestabilidad y conflicto a lo que hasta entonces era un cártel estable. Si a este panorama le sumamos que en muchos casos los narcos están sirviendo un mercado con una demanda casi infinita por sus productos dice mucho de las enormes dificultades a las que se enfrenta Méjico.


10 comentarios

  1. Captain Obvious dice:

    En el mismo origen del problema radica la solución.

    «los narcos están sirviendo un mercado con una demanda casi infinita por sus productos»

    Ofrece el producto demandado de forma legal, y acabarás con los narcos.

  2. aldelgadog dice:

    Yo propongo no eliminar al líder sino a sus lugartenientes.
    No se crea un vacío de poder «externo» (según la teoría de la representación) pero sí «interno», ya que la estructura «burocrática» se resiente a ir desapareciendo los mandos intermedios que conocen el «negocio» y trasladan las instrucciones del líder.

    • Felipe dice:

      Para Méjico lo mejor sería la legalización del comercio de narcóticos. Pero claro, al vecino del norte a lo mejor no le gusta la idea.

  3. Alejandro Guerrero dice:

    Puestos a ser creativos, podrían usar la estrategia de «Cortes y la Malinche» y que la policía apoye a que un cartel se haga dominante y termine con todos los otros (para luego descabezarlo).

    Claro que igual has creado un ente mucho más poderoso que el Estado mexicano.

    La otra es el limitado rol de EEUU en prevenir el tráfico transfronterizo. En una década viviendo allí nunca vi un ijfrmativo que dijera «la policía de Arizona/Texas ha atrapado un alijo de 700kg de cocaina / una embarcación pirata / un pasajero mula / etc. O tal vez pasa muy a menudo y ya no es noticia?

  4. Alatriste dice:

    Es cierto que la caída del «capo» de una organización mafiosa en ocasiones provoca una lucha sangrienta por el poder, pero creo que eso mismo ha provocado que esas organizaciones adopten una jerarquía explícita y unas normas internas de sucesión más o menos automáticas. Los jefes de una organización así tienen incentivos para evitar un vacío de poder; si por un lado pueden sentir la tentación de ir a por todas y hacerse con el mando, por el otro no pueden olvidar la existencia de otros clanes (en cierto modo la policía es una constante externa, situada fuera del sistema). Un enfrentamiento interno pone en peligro la existencia misma del grupo… incentivando también que si se recurre a la violencia esta sea súbita y brutal, y que si la guerra no acaba de un solo golpe crezca rápidamente la presión para llegar a un acuerdo. Las guerras de las mafias suelen ser breves y salvajes, y en general acaban, o sin vencedor claro, o con la aniquilación de uno de los contendientes.

    En fin, nada que no se aprenda en ‘El Padrino’.

    Pero quizá lo más interesante de este caso es que ni siquiera parece que Guzmán haya perdido el control en ningún momento. Sus segundos en la organización no se han dedicado a aprovechar su ausencia para hacerse con el poder sino a sacarlo de la cárcel.

  5. Mr. X dice:

    Partiendo de que es un problema increíblemente complejo -tan complejo que en los años 80 y 90 los Estados Unidos no tuvieron mayor problema en financiar grupos armados y devastar un país, Colombia, en aras de la «Guerra contra las drogas», al mismo tiempo que los aviones de la CIA introducían la droga en USA a cambio de que los mismos narcos colombianos que perseguían otras agencias del gobierno norteamericano financiaran y armaran a la Contra (esto es un hecho histórico)-, diría que una guerra contra una demanda infinita es una guerra perdida de antemano.

    Mientras la gente quiera drogas, habrá tráfico. Que se asuma ese hecho y actúen en consecuencia.

    • Jan Delors dice:

      Creo que has expuesto la clave de la situación

      Y la solución?

      Pues como han dicho en otro comentario parece que la única efectiva puede ser la legalización.

      Que los mayores de edad puedan adquirir heroína o cocaína con garantías sanitarias y la misma facilidad con la que adquieren whisky (y armas, ya puestos). Suena un poco terrible y existe el temor de que mucha gente que antes nunca habría consumido droga por miedo al delito o a las consecuencias físicas se anime a probar la droga en la nueva situación.

      …pero no se me ocurre una alternativa mejor.

  6. orson dice:

    Yo aquí veo un paralelismo con la situación en Oriente Medio.
    Hay un mercado -el del petróleo- capaz de generar grandes beneficios por su alta demanda en los países ricos, y hay una serie de capos -jefes de estado- que controlan los beneficios de su territorio sin reparos en utilizar la violencia cuando la necesitan. Mientras no se toca a los capos hay una paz relativa, pero cuando se hace caer a uno de ellos, se desata una lucha sangrienta para poder controlar dicho mercado. No solo luchas internas, sino también de los capos de los territorios vecinos.

    • Mr. X dice:

      Bueno, en el caso de México lo que había era un pacto tácito entre el PRI y los narcos. El PRI dejaba hacer y los narcos no molestaban.
      Y no es que el gobierno del PAN fuera a perseguirlos, nada de eso; según los especialistas en el tema, la guerra entre los cárteles empezó cuando percibieron que el PAN favorecía en exceso a uno de ellos, el de Sinaloa, sobre el resto.

  7. gerion dice:

    Para mí que a nivel internacional parece no haber consenso entre qué es lo que se desea:
    1) acabar con el comercio de drogas recreativas
    2) acabar con el comercio ilegal de drogas recreativas(es decir, que las multinacionales farmacéuticas controlen el comercio de drogas recreativas)
    3) acabar con los cárteles de las drogas recreativas
    4) acabar con la violencia de los cárteles
    Porque cada una de estas opciones requiere diferente acción, y tiene diferentes consecuencias, no siempre deseables.
    La cuatro es la que se menciona en otros comentarios: mantienes al cártel tranquilo.
    La tres es imposible de erradicar. Existe un nicho de mercado con gran demanda: si uno cae, otro lo ocupará. El capitalismo sostiene a los cárteles.
    La dos requeriría legalizar las drogas recreativas.
    La uno es imposible, porque las drogas en general son una parte muy importante de los sistemas sanitarios del mundo, y tendría que elaborarse un sistema distintivo de drogas con fines recreativos.

    Por tanto, creo que el debate está entre la 2 y la 4. Pero viendo cómo actúan las multinacionales farmacéuticas – lo último, lo de darles pastillas contra el colesterol a los niños, sin olvidar el pánico de la gripe A hace unos años, o la disponibilidad de vacuna para la hepatitis C -, casi me quedo más tranquilo con la 4. Los profesionales del comercio de drogas recreativas son los cárteles, y ellos saben cómo hacer las cosas. Si las autoridades ejercen un mínimo control sobre ellos, lo harán bien.

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