Política & Teoría

Criticar a Foucault: estado de Bienestar y emancipación

15 Ene, 2015 - - @jorgesmiguel

Un libro reciente, Critiquer Foucault: Les années 1980 et la tentation néolibérale, de Daniel Zamora, explora la relación entre Michel Foucault y las doctrinas libertarias a la Hayek; un asunto que siempre me ha parecido más revelador que anecdótico. Como es bien sabido, Foucault mostró al final de su vida un interés por autores de la escuela austríaca como Ludwig von Mises y el propio Hayek, y los incluyó en las clases que impartió en el Collège de France a principios de los ochenta… Como señala Zamora, no cabe interpretar dicho interés como una mera curiosidad, accidente o frivolidad, sino que guarda una relación profunda con el pensamiento foucaultiano. No en vano Foucault había basado prácticamente toda su carrera académica en una investigación de los modos modernos de represión y control social por parte del Estado, de la transición de la represión cruenta y autoritaria de la premodernidad a una represión de carácter más orgánico y «amable» por la autoridad política liberal, así como a lo que algunas corrientes han llamado la “terapeutización” de la sociedad. Un proyecto que, despojado de sus aristas marxistas o maoístas, que según Paul Veyne (citado por Zamora) el propio Foucault nunca se tomó del todo en serio, y que quizás cabe achacar más que nada a un air du temps o incluso a la influencia de ciertas relaciones sobre el pensador de Poitiers, no se halla tan lejano de la deconstrucción del Leviatán que ensayan los pensadores austríacos. En particular el Estado de bienestar presentaba rasgos sospechosos para Foucault por cuanto aumentaría la «dependencia» del Estado a cambio de seguridad, en lugar de fomentar la «responsabilidad» y una auténtica emancipación personal. Algo que de manera clara lo acerca a la crítica ejercida desde el liberalismo misiano o hayekiano.

Para entender algunas de las claves y paradojas del pensamiento de Foucault, mucho más rico y conflictivo en general que la vulgata posmoderna extendida en las últimas cuatro décadas, me gusta recomendar una breve conversación entre el pensador y unos maoístas franceses, incluida en Microfísica del poder. Particularmente, el pasaje en el que discuten sobre la conformación de un tribunal revolucionario: Foucault expone cómo la propia forma del tribunal, con una mesa alrededor de la que se organiza el espacio diferenciado de los jueces y los acusados, es burguesa; los maoístas insisten por su parte en que es necesario juzgar a los enemigos de la revolución, y que para ello es preciso un tribunal (y, seguramente, una mesa). El diálogo para besugos que emana de este intercambio permite vislumbrar algunas cosas. Una, que la revolución no se da en un éter organizativo y normativo, sino en una tradición determinada que resulta ser en esencia la moderna, ilustrada y burguesa contra la que se levanta dialécticamente. Otra, que a Foucault le interesa menos la realización práctica de un programa revolucionario cuanto la exposición de la trama de sobreentendidos y relaciones de poder que implica cualquier actividad en sociedad, incluso las destinadas a subvertir el orden de la sociedad. Pero podemos dar unos cuantos pasos atrás desde el horizonte revolucionario para ver que la paradoja foucaultiana de una emancipación total sin base posible en la praxis y sin sujeto real se aplica también al Estado de bienestar.

La simpatía de Foucault por los austríacos dice mucho en este sentido. Más aún que la cuestión de la «responsabilidad» frente a la «dependencia», cualquier proyecto de bienestar que emane del Estado está trufado de imposiciones, representa una forma de tutela y, en último término, promueve una visión normativa que puede hacerse más o menos explícita. Incluso cuando, como es norma hoy, dicho proyecto pretende construirse con respeto a las diversas identidades individuales y colectivas que el ciudadano moderno siente como propias o tiene a su disposición. O incluso en virtud de ese mismo respeto. El Estado no puede desaparecer a la vez que actúa, por más que lo intente. Y por ello abundan los conflictos, como la dialéctica entre doctrinas universalistas como los derechos humanos y el citado respeto a determinadas identidades culturales y religiosas (sin ir más lejos, la libertad de expresión de la que llevamos unos días hablando).

Dada esta naturaleza conflictiva del bienestar como proyecto emancipador, resultan lógicos los reparos de Foucault, por cuanto su reino no era, evidentemente, el de las políticas públicas. Ahora bien, pongámonos por un momento la piel de los maoístas franceses en el debate. Es claro que toda praxis política que aspire a actuar sobre la realidad social, ya sea tomar la Bastilla, la microingeniería social de un Estado de bienestar moderno o incluso la implementación del Estado «mínimo» de los libertarios requiere una visión normativa, una organización tendente al fin requerido y un nivel mayor o menor de coacción, «dura» y «blanda». En el terreno de Foucault, que es por así decirlo el del «juego por el juego» de la crítica -dicho sea de manera no necesariamente peyorativa-, esto es un problema menor o que puede soslayarse. Pero en el terreno de la acción política, sea de la índole que sea, es preciso entender la naturaleza conflictiva de los proyectos, que se actúa siempre desde una posición y no en el éter,  y que todos los discursos emancipatorios quizás no pueden defenderse a la vez y con la misma intensidad.

En el caso del Estado de bienestar, sabemos con bastante certeza que apelar a la responsabilidad como único principio puede tener efectos más bien deletéreos para la igualdad y para el tejido social. Y que la mera «igualdad de oportunidades» es un discurso roto desde el momento en que la igualdad de partida no está asegurada, ni en recursos económicos, ni educativos y cognitivos, ni de capital social. A diferencia de lo que pensaba Jefferson, en ocasiones sí hay que salvarnos de nosotros mismos, o al menos de nuestros desiguales puntos de partida y nuestra pobre capacidad para juzgar riesgos futuros. Por tanto, un discurso emancipatorio que sólo ponga el acento en la no dependencia del Estado está en realidad actuando en favor de otras formas de servidumbre; una crítica que algunos llevamos años haciendo a las variantes más estrafalarias de liberalismo incluso desde la propia simpatía liberal.

Pero el debate sobre Foucault y el Estado de bienestar guarda relación también con el modo en que las corrientes políticas de izquierda, o emancipatorias en sentido amplio, se han expresado y se han relacionado con la sociedad (con los sujetos reales de emancipación) y la política formal en las últimas décadas. La reciente popularidad de autores como Owen Jones o Victor Lenore refleja una parte de este debate, si no con gran profundidad, sí con innegable oportunidad. Hay que preguntarse si muchos discursos de izquierdas no se han hecho en cierto sentido de espaldas a la realidad de las clases más desfavorecidas y, por ende, con menores recursos educativos -y menos emancipados, también, de discursos, usos y morales tradicionales. Algo a lo que se refería el propio Alberto Garzón cuando afirmaba, con cierta resignación, que a IU le ha costado tradicionalmente llegar a las «clases populares». Y cabría preguntarse también si, en ámbitos de la izquierda hasta ahora aún más marginales, el énfasis en formas organizativas que priman la expresión irrestricta de los participante más activos -es decir, de lo que no deja de ser una élite-, y la multiplicación de discursos de emancipación o identidad dispares y a veces en conflicto, no opera a menudo en la práctica contra la consecución de metas colectivas.

Ahora mismo contamos en España con un proyecto político que aspira a resolver o al menos a postergar estos debates, siguiendo la estela de los populismos americanos a la Laclau. Es decir, asumiendo que la construcción de un «Pueblo» como sujeto político no se hace necesariamente desde la verdad, sino hablando un lenguaje y apelando a unos valores que puedan llegar a capas más o menos amplias de la población. Y que para ello es preciso a menudo silenciar o abstraerse al menos de los debates donde se hallan cómodas ciertas vanguardias sociales, pero apenas nadie más que ellas. De hecho, la izquierda y el movimiento obrero tradicionales pasaron en unas décadas de la marginalidad a constituirse en partidos de masas y actores de la negociación social renunciando en cierto sentido a ser arietes de la moral social más rupturista -en parte por estrategia, y en parte por la propia extracción social y los valores sinceros de la gran masa de sus apoyos (para un relato pormenorizado, véase el excesivamente amable pero valioso Forging Democracy de Geoff Eley). Daniel Zamora plantea de forma abierta si Foucault, y la industria foucaultiana que ha venido tras él, no han contribuido en cierto sentido a revertir el trabajo de esa izquierda menos avanzada en el juego de la crítica social pero más hundida en la praxis política real. Al margen de la respuesta, y de que nuestras simpatías se inclinen más a la izquierda o la derecha, creo que se trata de una pregunta y un debate legítimos.


8 comentarios

  1. emilio dice:

    El sentido del trabajo genealógico de Foucault en un primer momento va dirigido a la comprensión de los mecanismos de «biopoder» y aún más de la «biopolítica»; en un segundo momento viene su propuesta fundamentada en una conepto socratico, la «Epimeleia Heautou» como práctica de subjetividad es uno de los principales elementos que se omiten en lo que parece ser esta critica al trabajo de Fouacul, la cual me parece a primera vista superficial y falta de rigor, tendre que esperar a leer el libro para precisar mía comentarios.

    • Dominique dice:

      A mí en cambio me parece un artículo excelente y del máximo interés. El exceso de pureza teórica a menudo dificulta enormemente la elaboración de políticas. Considero muy negativa la entronización que se suele hacer de autores como Foucault que a veces tiene más que ver con ciertas modas intelectuales que con la profundidad del discurso.

  2. David dice:

    Me resulta curiosa la afirmación de que la emancipación se conseguiría fuera de la dependencia del estado de bienestar. Y es curioso porque, tradicionalmente, el estado de bienestar se ha justificado como una forma de garantizar la libertad «real»/positiva frente a la libertad de «ausencia de obstáculos»/negativa. Muy buen post.

    • antonio dice:

      Perplejidad absoluta incluso produce dicha afirmación. Yo no querria esa emancipación.No sé que se conseguiría fuera del Estado del Bienestar, pero si sé que ‘dentro de él’ seguramente deberíamos recordar que usted, yo, (y la mitad de la humanidad actual) ha nacido y vivido gracias a dicho Estado del Bienestar. Foucault, no.Y si, el Estado Social europeo, fue (es) el mayor ejercicio social de libertad ‘real’ hecho en la historia.

  3. Javier dice:

    Veo en el artículo de Jacobin (y, en menor medida, en este) un tufillo inquisitorial. «¿Con quién ha hablado?» «¿A quién ha leído?»… al final, vuelven al concepto de que el artista, o el filósofo sólo justifican su existencia como herramientas de la revolución/plan político X. Y si no lo logran, incluso aunque lo hayan intentado, son mal.

    Si Foucault, u otro filósofo, han criticado a una ideología o a un movimiento, revolución o persona, le han hecho un favor. Dándole la oportunidad de volverse menos criticable y por lo tanto, mejor.

    A ver si ahora la culpa va a ser de los niños que dicen que el emperador está desnudo, y la solución va a ser taparles la boca. Porque claro, menudo gran logro ha sido el emperador, no vayamos a hablar mal de él. Y además, es que es muy complicado no ir desnudo porque realismo y tal.

  4. […] – Jorge San Miguel: “Criticar a Foucault: estado de Bienestar y emancipación“. […]

  5. ¿»La simpatía de Foucault por los austríacos»? En todas las lecciones del Collège du France resulta difícil encontrar una sola frase simpática hacia Hayek o Von Misses. Evidentemente que los cita, sobre todo en «El Nacimiento de la biopolítica» pero no precisamente para articularlo con su pensamiento, sino para situar los inicios del neoliberalismo y sus dogmas más tempranos. No entiendo muy bien. Evidentemente que Foucault analizó críticamente el Estado Moderno y las diferentes tecnologías que han ido configurando el arte de gobernar en la forma Estado, pero de ahí a decir que simpatizaba con los austríacos, hay todo un mundo.

  6. […] criticar a Foucault, estado de bienestar y emancipacion […]

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