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Algo de lo que deberíamos hablar más a menudo

16 Dic, 2014 - - @GonzaloFanjul

La Gran Recesión –una crisis financiera devenida en shock social- será recordada por su impacto sin precedentes en el bienestar de los niños. De acuerdo con la información disponible más reciente, la crisis ha golpeado de manera tangible a los menores, lo ha hecho con más virulencia que a ningún otro grupo social y dejará su huella durante décadas y para el conjunto de una generación. Lo que es aún más inquietante, estos años han puesto de manifiesto la incapacidad (o la falta de voluntad) de los Estados para garantizar las redes de protección que debían haber evitado el problema en primer lugar. Comprender y revertir esta situación debería formar parte de las prioridades de cualquier política pública decente e inteligente.

Estos argumentos conforman la espina dorsal del informe Los niños de la recesión, publicado por el centro de investigaciones de UNICEF (Innocenti) el pasado 28 de octubre. El decimosegundo número de su serie de Report Card sobre bienestar infantil en los países desarrollados (todos los comprendidos en la OCDE o la UE) constituye el esfuerzo más ambicioso realizado hasta la fecha por retratar las consecuencias de la crisis en los niños. Un equipo de investigadores y analistas ha trabajado durante meses en un informe cuyos materiales de investigación están disponibles en la página de Innocenti.

El gráfico animado adjunto ofrece un buen resumen de los datos más relevantes del informe. En conjunto, la cifra neta de niños en situación de pobreza o exclusión social ha crecido 2,6 millones entre 2008 y 2012, pero la fotografía de esta tendencia es muy heterogénea: mientras 23 países veían su pobreza infantil crecer durante el período de análisis, otros 18 contuvieron el impacto o redujeron sus propios números. España, México o Islandia destacan en el primer grupo, mientras Chile, Polonia o Australia lo hacen en el segundo. EEUU es en sí mismo un microcosmos de esta heterogeneidad: 31 de sus estados experimentaron un deterioro de los indicadores de bienestar infantil, pero el conjunto del país aguantó el golpe de manera más que razonable.

Como demuestra la comparación con los mayores de 65 años, la recesión ha castigado de manera particular a los niños. En 28 de los 31 países europeos (la UE más Islandia, Noruega y Suiza), la tasa de pobreza ha aumentado con mayor rapidez (o disminuido más lentamente) entre los jóvenes que entre los ancianos. La pobreza infantil escapa a los grupos tradicionalmente vulnerables (inmigrantes y familias monoparentales, por ejemplo) para convertirse en un símbolo del empobrecimiento generalizado de las clases medias, incluso las que cuentan con empleo.

Más allá de las consideraciones éticas, es difícil no intuir las consecuencias devastadoras de este panorama para los intereses amplios de una sociedad. El análisis de UNICEF se detiene en numerosas ocasiones en el impacto de la recesión sobre los menores en la franja de mayor edad (los llamados ‘adultos jóvenes’). El fracaso y el abandono escolar, el desempleo y la falta de expectativas (véase, por ejemplo, el aumento alarmante de NINI, un término tan despectivo como poco útil) condena a países como España, Italia o Rumania a un futuro de baja productividad e inseguridad familiar. La crisis establece un punto de inflexión tangible en las tasas de fertilidad de un continente cuya pirámide demográfica de base estrecha es un verdadero talón de Aquiles. Lo que es igualmente importante, se trata de un torpedo en la línea de flotación de las democracias: ¿qué lealtad debe cualquiera de estos jóvenes a las instituciones que les dejaron caer?

En ningún momento Los niños de la recesión se involucra en el debate semi-teológico de la respuesta fiscal a la crisis. Pero tampoco lo ignora. En base a un estudio pormenorizado de las respuestas de los diferentes gobiernos, el informe establece una vinculación directa entre las políticas de austeridad y el deterioro del bienestar de los niños, particularmente en los países más afectados por la recesión. También ofrece argumentos iluminadores acerca de la eficacia y la equidad del gasto social: en al menos media docena de países ricos -con España a la cabeza- las políticas de impuestos y transferencias magnificaron la desigualdad generada por el mercado (ver gráfico adjunto). Dicho de otro modo, en estos países el Gobierno fue mucho más parte del problema que parte de la solución.

La explicación de este fracaso varía según los países. En el caso de España, los recursos destinados a la protección de los niños y las familias no solo han sido escasos y decrecientes durante la crisis (una caída de cerca del 15% en términos reales, de acuerdo a los cálculos realizados por la Fundación Tomillo para UNICEF), sino que las reformas del modelo fiscal y las herramientas de protección han ayudado bien poco. El informe más reciente del Comité de Protección Social de la Comisión Europea destaca a España como el único país en el que las transferencias sociales tienen el paradójico efecto de incrementar el riesgo de pobreza de los niños (ver gráfico 71). El abandono de las políticas universales (como el llamado cheque bebé) y la concentración en rentas más altas explican en buena medida este fenómeno.

 

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La respuesta de los medios de comunicación globales al informe ha estado a la altura de la relevancia de su contenido. Los niños de la recesión ha contribuido a conformar el debate sobre un asunto central del interés público, aunque no todo han sido alabanzas. El semanario The Economist, por ejemplo, publicó en su edición online una pieza de opinión en la que cuestionaba la metodología del informe, lo cual animó a otro comentarista de Forbes a hacer algo similar, en un tono incluso más arrogante. Para estos dos medios, el problema principal parece residir en el uso y la interpretación de los indicadores de pobreza relativa, en concreto en el ‘anclaje’ a una referencia de ingreso del año 2008. Como explica UNICEF en los trabajos que sustentan el cálculo, el propósito de este enfoque es considerar la evolución de la pobreza de los niños con respecto a su situación original al principio de la crisis, y no con respecto a una media nacional de ingreso que ha ido disminuyendo a lo largo de los últimos años (y que diluye el verdadero efecto de pérdida de bienestar).

Ambas piezas ofrecen argumentos tan legítimos como discutibles (UNICEF tiene una buena explicación para justificar por qué utilizó esta metodología y no otra). Pero, en último término, ilustran con nitidez el problema principal, que en ningún caso se limita a los medios de comunicación: ante un panorama abrumador como el que describe este trabajo, ¿todo lo que tienen que decir dos publicaciones que han jaleado el tipo de políticas que están en el origen del problema se limita a su disconformidad con el uso de la ‘pobreza anclada’? ¿Cómo es posible que esta emergencia ética y práctica no forme parte central del debate público?

La respuesta a esta paradoja es menos técnica que política. Por un lado, el ascendiente electoral de los niños es mucho menor que el de cualquier otro grupo social. Por otro, la pobreza infantil es un complejo caleidoscopio de determinantes objetivos y subjetivos del bienestar que escapa a la competencia exclusiva de una administración o un sector. Finalmente, la sociedad tiende a considerar a los niños y a su bienestar como una mera extensión del bienestar de sus padres y familias, lo cual solo es cierto en parte.

Cuando se cumplen 25 años desde su entrada en vigor, la Convención de Derechos del Niño hace aguas precisamente en los países del mundo que cuentan con todas las condiciones para garantizarla. Si existe una asunto que debería ocuparnos a todos, y de manera urgente, es precisamente este.

 


8 comentarios

  1. Cruz Alarcia dice:

    Los niños son el valor más importante de la sociedad porque son el futuro; y lo estamos tirando por la borda… no solo en el ámbito económico sino también en el social.

    Aunque esté en clave de humor, creo que podría interesaros esta reflexión:

    http://codigonuevo.com/18-cosas-que-los-ninos-de-hoy-nunca-entenderan/

  2. Vellana dice:

    En fin.

  3. Joshua dice:

    Gran entrada. Lo de The Economist y Forbes para mear y no echar gota. En su línea: señalar al dedo en vez de al agujero negro que éste apunta. Pero por ese agujero negro se va la posibilidad de enderezar esto por las buenas. Hace frío por debajo del 60% de la renta mediana, mucho más frío que el que hacía en 2008 bajo ese indicador relativo. Y dejamos a los niños sin la posibilidad de ir a buscar leña. Así que habrá leña, pero de la otra. Ójala me equivoque, pero a fe que están llevando demasiado lejos lo del «sálvese quién pueda». No se debería dejar un cargo a nadie que no haya leído a Victor Hugo.

  4. Muy interesante. Creo que la lucha contra la pobreza infantil presta un argumento más en favor de la estabilidad presupuestaria. Una salida común a las crisis de deuda pública son los recortes, que por desgracia se acaban cebando en los colectivos más débiles. Los niños, que no votan, son uno de los colectivos más vulnerables.

    Un cordial saludo.

  5. Maese Alcofribas dice:

    Los partidarios de la selección natural y su “destrucción creativa”, así como en general todos aquellos que prefieren (por su conducta revelada lo digo) atizar al que denuncia la desgracia que a la desgracia misma (ya sea por la exageración de aquél o porque simplemente para ellos no es desgracia sino destrucción creativa), a menudo pecan de lo que llamo “enamorarse perdidamente de lo contraintuitivo”. Hemos llegado a un punto en que lo intuitivo se asocia al prejuicio y lo contraintuitivo reporta algo así como glamour intelectual. Y así, si un estudio científico concluye que los perros tienen tres patas, analizarán la metodología del estudio y si no encuentran nada objetable, concluirán que los perros tienen tres patas. Si otro estudio concluye que los perros tienen cuatro patas pero muestra problemas metodológicos, acusarán a sus autores de demagogos (en este caso del tipo “¡¡¡¿es que nadie va a pensar en los niños?!!!”)

    Echados al mundo, obligados a convivir, nos imponemos unas reglas colectivas porque la mayoría preferimos los frutos netos de la no-violencia a los de la violencia. Pero más allá de eso yo no veo otro motivo para el “orden social” que el cuidado de la infancia. Por tanto Sr. Fanjul, si es verdad eso de que cada uno tiene lo que se merece, usted, como tantos otros, será premiado. Reciba mi agradecimiento por su labor.

  6. […] Algo de lo que deberíamos hablar más a menudo […]

  7. Epicureo dice:

    Nadie piensa en los niños pobres, en parte porque nadie piensa en los niños (no votan y son asunto de sus padres), pero sobre todo porque nadie piensa en los POBRES. Para los conservadores (liberales, ja) no son más que vagos que no tienen derecho a la vida; para los socialdemócratas (tercera vía) son la prueba de que su capitalismo con-un-poco-de-azúcar no funciona. Como los pobres no tienen voz y son invisibles, es fácil olvidarlos.

    Es una buena cosa que Gonzalo Fanjul nos recuerde que existen los pobres. Pero al hablar solo de niños pobres puede caer en el error de que estamos ante una lucha de generaciones, en vez de una lucha de clases y un fracaso del sistema.

    Los ancianos están mejor porque vivieron en una época que prácticamente les garantizaba tener un trabajo digno y seguro. Los jóvenes viven en una época en la que el trabajo digno y seguro casi no existe para ellos, así que son pobres. Y como por motivos biológicos los que tienen niños son los jóvenes, los niños también son pobres.

  8. Gerion dice:

    Me encanta la abundancia de referencias a la biología y la evolución en estos comentarios, aunque sea en forma de crítica. No voy a aportar nada nuevo al debate, aparte del hecho de indicar que, en efecto, existe un bloque de «evolucionistas» o como quiera llamárselos, que vemos esto como «destrucción creativa». O nihilismo, que puede ser otra etiqueta aplicable, aunque no es lo mismo.

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