Política

Cuando nos dejan, ¿Cómo votamos en los referéndums?

8 Oct, 2014 - - @politikon_es

Por Braulio Gómez y Joan Font.

La mayoría de los laboristas escoceses hizo caso a su partido y apoyó con su voto la permanencia de Escocia en el Reino Unido. La última semana de campaña, sus líderes se sacudieron la tibieza que les acompañó todo el año para que no les vieran de la mano de un gobierno tan impopular como el de David Cameron y desplegaron a Gordon Brown, Miliband y compañía para recordar a sus votantes el sentido y el porqué de su voto. Los partidos convirtiéndose en protagonistas del escenario de la democracia directa, nada nuevo bajo el sol. Todos los que ridiculizan la mano alzada del portavoz de los grupos parlamentarios para marcar el sentido de su voto a sus compañeros de escaño deberían de saber que los partidos en los referéndums no solo levantan una mano sino todo un arsenal propagandístico para que sus votantes se cuadren alrededor de su posición. Es una de las regularidades que más se repiten en los referéndums y así lo explicamos en el libro Como votamos en los referéndums en el que hacemos un repaso a los factores que tienen en cuenta los ciudadanos para decidir su participación y el sentido de su voto a través del estudio de los referéndums celebrados en el estado español, empezando por el de ratificación de la Constitución de 1978.

Precisamente en ese primer referéndum de la democracia española descubrimos otra de las características que comparten estos instrumentos de democracia directa, la abstención se presenta como una alternativa más atractiva y una salida más práctica que en los procesos electorales regulares. A diferencia de la habitual explosión de participación que caracteriza a los referéndums constitucionales, la abstención en el referéndum de 1978 se disparó, entre otras cosas, porque el famoso consenso constitucional sin luces ni taquígrafos desagradó profundamente a muchos ciudadanos, sobre todo de izquierdas, que prefirieron expresar su disconformidad no yendo a votar antes que posicionarse junto a los nostálgicos franquistas reconvertidos que habían pasado a apoyar el texto. La abstención en los referéndums no solo procede del desinterés, la actitud crítica o la exclusión socioeconómica, también procede de la reducción de las opciones que se les presentan a los ciudadanos en este tipo de votación, que minimiza los matices. En los referéndums suele votar el 10% de ciudadanos menos que unas elecciones. Y cuando el tema no despierta ningún interés, incluso bastante menos, como ocurrió con el referéndum para la reforma del estatuto de Andalucía donde dos de cada tres andaluces no fue a votar.

Y sí, los referéndums (desgraciadamente) también se utilizan para ajustar cuentas con nuestros gobernantes. La mala valoración del gobierno de Adolfo Suarez que tenían bastantes personas de izquierdas les alejó de las urnas en diciembre de 1978, independientemente de su apoyo a la nueva constitución, del mismo modo que años más tarde otros expresaron su amor o desamor hacia Felipe González en el referéndum de la OTAN. Lo mismo ocurrió en el último referéndum para aprobar la nonata constitución europea en el que las ganas de castigar al José Luis Rodríguez Zapatero pesó en el ánimo de muchos de sus votantes que se refugiaron cómodamente en la abstención. Somos así de caprichosos, nos da igual que lo que esté en juego sea tan relevante como una nueva constitución democrática o tan intrascendente como una reforma de un estatuto de Andalucía que nadie soñaba o una nueva constitución europea que pocos demandaban. Si algo hemos aprendido de los referéndums es que el escenario de la política nacional no solo no se desvanece durante la campaña electoral, sino que se hace más visible por los intereses de sus actores protagonistas.

Pero no siempre tiene por qué ser deseable la desaparición de los principales líderes de la denostada democracia representativa en los procesos de democracia directa. De alguna forma, es conveniente que se impliquen todos los partidos que representan las distintas posiciones ante el tema a consulta. Si alguna de las partes implicadas boicotea el referéndum o la consulta se corre el riesgo de que suceda lo que ocurrió en las consultas soberanistas desarrolladas en Cataluña en 2009, que analizamos también en nuestro libro. Los partidos y los municipios contrarios a la independencia no participaron en las consultas lo que explica que aunque fueron convocados a participar el 77,5% de la población de Cataluña, finalmente solamente el 18% de los catalanes expresó su posición mediante el voto. Y lo que es peor, el resultado reflejaba una Cataluña que no tenía nada que ver con la opinión reflejada en las encuestas: El 91% de los que votaron en las consultas soberanistas apoyaron la independencia de Cataluña. Este riesgo de consulta fuertemente sesgada hacia los defensores de una posición, por la incomparecencia anunciada de la posición contraria, lo comparten en estos momentos tanto la consulta programada para el 9N sobre el nuevo status político para Cataluña, como la que se celebraría en Canarias sobre las prospecciones petrolíferas el 25 de Noviembre si el Presidente canario, Paulino Rivero sigue adelante con su plan.

Y terminamos por donde empezamos, con el referéndum escocés como referente. Los referéndums, más allá de la legalidad, tienen que estar legitimados por las dos partes en conflicto, o por los defensores de las diversas posiciones que hay sobre el tema sometido a consulta. En Escocia, tanto los unionistas como los independentistas negociaron y aceptaron las reglas de juego establecidas para que los ciudadanos decidieran en libertad. Ganar un referéndum o una consulta por incomparecencia del rival no soluciona ningún problema. Y resulta tan poco respetuoso con la voluntad de la ciudadanía como que una de las partes se niegue a sentarse a diseñar un referéndum con garantías, como demandan la mayoría de la población catalana y canaria en este momento.


6 comentarios

  1. […] Cuando nos dejan, ¿Cómo votamos en los referéndums? […]

  2. Interesante artículo. Creo que en estos momentos no es posible la ansiada negociación que ustedes proponen y que probablemente acabe siendo la solución deseable. Si se celebra el referéndum, con la sola celebración, la pregunta está en gran parte respondida: Cataluña ejerce y proclama la soberanía propia de una nación y lo propio de las naciones es ser un Estado independiente. La negociación podría venir después, en forma de acuerdos con España del tipo que sean, incluso algún tipo de federación con España.

    Si no se celebra el referéndum es porque la soberanía corresponde al conjunto de la nación española, de la que Cataluña forma parte. Por lo tanto, cualquier modificación del marco constitucional ha de negociarse primero en el ámbito nacional.

    Creo que la percepción internacional será clave. Si el marco constitucional español actual se percibe como legítimo no cabe, de momento, un referéndum. Si se considera que España no tiene las suficientes garantías democráticas y que Cataluña es una nación no reconocida por la opresión española, lo lógico es que la mayoría de países inicien un proceso para acabar reconociendo a Cataluña como un Estado independiente.

    Yo, personalmente, creo que España es un país democrático y que las posibles modificaciones de nuestro marco constitucional no se pueden negociar en un ámbito estrictamente local.

    Un cordial saludo.

  3. Alatriste dice:

    Con toda franqueza debo decir que no estoy acostumbrado a que en Politikon se publique un artículo de un nivel tan bajo. Tan, tan bajo es el nivel que he estado a punto de equivocarme y escribir Meneame en lugar de Politikon… y no estoy bromeando.

    No estamos acostumbrados, por ejemplo, a que en un artículo como este se citen tan pocas cifras, ni a que no aparezca una sola tabla o gráfico, ni a que se recurra a la espantosa pareja «estado español» para no mencionar la palabra maldita (ya se sabe que si un progresista dice «España» es como si en Harry Potter dicen «Voldemort», se hace un silencio ominoso en la habitación), ni a que los enlaces que se incluyen – pocos – vayan al disco duro del autor… ni a que se digan cosas tan asombrosas como que «la abstención en el referéndum de 1978 se disparó» por disgusto con el consenso (afirmación por cierto aventurada para alguien que vivió esos años), ni a que se asuma tan alegremente que los abstencionistas de 1978 fueron de izquierdas, cuando quienes peor la veían eran con harta frecuencia de derechas, y especialmente los franquistas (el PNV recomendó la abstención, y AP, de cuyos diputados solo la mitad exacta votó «sí» a la Constitución de la que ahora parecen considerarse dueños, era como poco tibia), ni a que se hable con tanta ligereza de «un estatuto de Andalucía que nadie soñaba» porque la participación en el referendum sobre la reforma del estatuto de Andalucía fuera baja pero ni se mencione que en el referendum sobre el nuevo estatuto de Cataluña la la participación no llegó ni al 50% siquiera…

    En fin, para que conste: Los autores son obviamente parte de una corriente ideológica que no comparto en absoluto. Pero aunque no fuera así sencillamente me seguiría pareciendo que su artículo habría necesitado una reescritura muy a fondo para llegar al nivel que se estila en Politikon.

  4. Caray Alatriste, duras palabras. En el contenido no entro, pero lo de que los enlaces vayan al disco duro parece ser un descuido informático ¿no?
    De todas formas, me intriga eso de «Los autores son obviamente parte de una corriente ideológica que no comparto en absoluto». Igual para esclarecer qué corriente es, podrías escribir tú un artículo rebatiéndoles, con nombre y apellido, seguro que sería una lectura interesante.

    • Alatriste dice:

      Bueno, no solamente es un error garrafal (y de verdad, es de traca enlazar a un artículo reciente de The Guardian no en las páginas del periódico sino a la copia que te bajaste a tu C:), es que más de 24 horas después no ha sido corregido…

      Aparte, no creo que haga falta ser ningún lumbreras para saber de qué pie cojea alguien que

      – En el mismísimo titular incluye un «no nos dejan votar»
      – Rechaza hasta escribir la palabra España
      – se apunta a la historieta de que en 1978 se hizo un «famoso consenso constitucional sin luces ni taquígrafos» que «desagradó profundamente a muchos ciudadanos, sobre todo de izquierdas». Y lo llamo historieta porque tengo edad para recordar la verdad, que las chanzas sobre luces y taquígrafos están de más (por cierto, la frase «luz y taquígrafos» la inventó Alfonso Guerra), y que el desagrado de hecho entre quienes reinaba era entre los ciudadanos de derechas… que lo que entonces llamábamos «el bunker», lejos de ir con sonrisita de suficiencia, echaba espumarajos de rabia.
      – No una sino dos veces mencionan la baja participación en votaciones sobre la autonomía en Andalucía, pero pasan en silencio cuando la participación en Cataluña es baja.

      Y respecto a escribir mi propio artículo, no creo que esa fuese una respuesta adecuada. Yo soy un informático con buena memoria y edad suficiente para recordar 1978, no me considero cualificado para ciertas cosas ni contribuiría a la reputación de Politikon que esto se convirtiera en un «que cualquiera escriba sobre lo que quiera, que lo ponemos».

  5. Gerion dice:

    En el mismo artículo:
    «La abstención en los referéndums no solo procede del desinterés, la actitud crítica o la exclusión socioeconómica, también procede de la reducción de las opciones que se les presentan a los ciudadanos en este tipo de votación(..)». «(..)refugiarse cómodamente en la abstención».
    Sin negar que existen todas esas causas para el abstencionismo, no me parece cómodo usarla como refugio en ninguno de los casos. Si no me interesa un referéndum, me molesta que el Estado se gaste mi dinero en promoverlo y ejecutarlo; si mi actitud crítica me impide votar, me molesta que mi no-voto no se tenga en cuenta en los resultados; si me abstengo por causas de exclusión, evidentemente no estoy cómodo ni en mi vida cotidiana; y si me abstengo porque no me identifico con ninguna de las opciones presentadas, me molesta que la decisión que se tome no haya tenido en cuenta mis ideas, que seguro no son únicamente mías.
    Echo en falta un motivo más de abstención: la pereza de ir al colegio electoral. Y es curioso, porque eso sirve, entre otros, de argumento a los defensores del voto obligatorio. Nada más sencillo para combatir esto, que dar un sentido legal a la abstención. Por ejemplo, que una abstención superior al 40% suponga que nos convertimos por Ley en una federación de estados independientes. O que nos tenemos que rapar al cero, tanto da.

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