Política

Haciendo lobby a los lobbies

13 Feb, 2014 - - @jorgesmiguel

Tal vez al lector esto le parezca irónico, sobre todo cuando consideramos los salarios y prebendas de la Comisión y el tipo de cargo del que hablamos, pero un Comisario Europeo puede ser un personaje solitario y más bien desvalido. El carácter aislado y tecnocrático -digámoslo con todos los matices e ironía que se quiera- del puesto, lejos de casa y sin una base de poder real, partido ni votantes, puede convertir la vida en Berlaymont en una experiencia un tanto kafkiana. Si además añadimos la nada infrecuente vocación de «dejar huella» durante su mandato, se comprende que en ocasiones un Comisario sea un hombre o mujer en busca de una causa. Y Bruselas está llena de gente con causas que tomar prestadas.

Algo parecido a esto fue lo que, según refiere Justin Greenwood en Interest representation in the European Union, sucedió  a mediados de la década pasada con el breve pero intenso romance entre el Comisario Siim Kallas y Erik Wesselius, representante de la organización Corporate Europe Observatory (CEO). El político estonio había asumido el año anterior la cartera de Asuntos administrativos y lucha contra el fraude. CEO, por su parte, aprovechó la formación de la primera «Comisión Barroso» para remitir una carta al presidente en la que pedía una regulación de los grupos de interés en la línea de la existente en EEUU. La carta pasó sin pena ni gloria, como era previsible, pero una segunda misiva dirigida a los vicepresidentes, entre ellos Kallas, tuvo un efecto inesperado. Kallas convocó a Wesselius a una reunión antes de anunciar por sorpresa, en marzo de 2005, la Iniciativa de Transparencia Europea (ITE). Según Didier Chabanet (citado por Greenwood), el discurso en el que Kallas anunció la Iniciativa reproducía «las demandas, preocupaciones y el tono alarmista, por no decir vehemente» de CEO (que, al fin y al cabo, no dejaba de ser un grupo antiglobalización).

En julio de ese año, y siempre con el beneplácito del Comisario, se creó una alianza de grupos pro-regulación liderada por CEO y Wesselius con el revelador nombre de ALTER-EU. El nuevo grupo y el ya omnipresente Wesselius tendrían una relación privilegiada con el jefe de gabinete adjunto de Kallas, Kristian Schmidt, encargado del desarrollo de la ITE. Incluso llegarían a hacerse públicos -por solicitud oficial de Wesselius, lo que dio al traste con el idilio- los correos electrónicos intercambiados entre el gabinete de Kallas y diversos corresponsales externos a lo largo del proceso de creación de la ITE. Dichas comunicaciones atestiguan el grado de sintonía y colaboración entre CEO y el gabinete Kallas: ambas partes se intercambiaban materiales, informes y consejos, aparte de otras confidencias más personales. A todos los efectos, Wesselius había obtenido una posición privilegiada y estaba haciendo lobby al nivel más alto… con el fin de regular los lobbies. Señala también Greenwood que la prioridad de Kallas y su gabinete era la implementación rápida del proyecto y alcanzar a toda prisa la cifra mágica de 2.500 entradas en el Registro de Transparencia (en el mundo del lobby abundan las cifras mágicas que no se sustancian en ninguna parte), por lo que el control de las entradas dejaba bastante que desear. Incluso se registraron organizaciones fantasma que declaraban presupuestos de lobby millonarios y nadie era capaz de localizar. Desde entonces se ha hecho una importante labor de limpieza y clarificación, aunque persiste el problema fundamental del Registro: no están muchos de los que son, y sí algunos que no son.

Podríamos pensar que el caso de Kallas y CEO es un hecho aislado. Un acontecimiento singular en el que se ha conseguido hacer avanzar el Bien con las herramientas del Mal. Pero no lo es. Yo mismo tengo la experiencia de haber participado (modesta y muy marginalmente) en un proceso legislativo en el que la Comisaria de turno abrazó con celo visionario un proyecto alimentado por expertos, consejeros y ONGs afines y, en apariencia, con una consideración menor hacia las consecuencias económicas de imponer un programa máximo. Recordemos, como advierten Frank Baumgartner y compañía en su estudio sobre el lobby en Washington, que los legisladores y actores formales del proceso político no son casi nunca árbitros imparciales sobre los que se ejerce la presión de unos y otros, sino advocates de pleno derecho que no sólo se alinean con una de las partes sino que hacen lobby ellos mismos. Y, sin ir más lejos, otro de los proyectos estrella de legitimación ciudadana de la Comisión post-Lisboa, la Iniciativa Ciudadana Europea, probablemente es también fruto de la presión en puntos concretos por parte de organizaciones concretas antes que de procesos más inclusivos. La autora del estudio, Julia De Clerck-Sachsse, formula explícitamente la paradoja que pretendo presentar en esta entrada: ¿es democrático que grupos determinados se arroguen la representación del bien común para diseñar, crear e implementar mecanismos supuestamente democráticos con arreglo a sus agendas?

La respuesta es que no tengo respuesta, y no estoy seguro de que la haya. Pero tiendo a pensar que tampoco hace falta plantear la cuestión con demasiado dramatismo. Una de las objeciones a la existencia de lobbies y de legislación derivada de su actividad es la idea, en realidad prepolítica, de que las políticas no parten -no deben partir, en cualquier caso- de ningún actor, interés ni programa concreto, sino de una especie de noosfera del interés común, como si las ideas cayeran de puro maduras sobre la sociedad y los políticos con su respectivo texto legal acabado. Y como si los «problemas» que entran en la agenda política y su misma construcción como problemas no obedeciesen siempre a la iniciativa de algún actor o conjunto de actores, institucionales o no. Por tanto, las políticas y las ideas que las determinan tienen siempre un origen, y quizás importe menos cuál sea este que la equidad, claridad y limpieza del proceso por el que se van conformando. Esto vale tanto para el lobby corporativo o profesional como el ciudadano.

El proceso es más claro en un contexto multinivel como el de la Unión Europea, en el que la descentralización y dispersión de la toma de decisiones, y la multiplicidad de agencias y actores, genera un ecosistema algo más afín a la utopía pluralista de equilibrio de intereses contrapuestos y checks & balances que los gobiernos nacionales -del que el español sería un caso extremo- o el mismo Washington, donde el secuestro prolongado por intereses particulares es relativamente más fácil. A la vez, y precisamente por estar aisladas y, por así decirlo, encerradas en una burbuja, y por tener menos inercias y servidumbres que las nacionales, las instituciones europeas tienden a ser más accesibles en algún punto a las organizaciones de todo tipo que son capaces de alinear sus intereses con los fines últimos de las agencias UE o incluso de personalidades individuales -o, en todo caso, de convencerles de que dicho alineamiento es posible. La clave en Bruselas, como señalan Greenwood y otros, es que es más fácil que te escuchen si la letra de tu canción encaja con la melodía de la institución o agencia a la que te diriges. Pero hace falta tener la letra preparada, y oído para saber a qué puerta llamar (una lección por aprender en España).

En este sentido, la imagen de unas instituciones comunitarias asediadas por lobistas corporativos que dirigen la legislación por donde les conviene (propagada por organizaciones como CEO) es parcial, y esencialmente falaz, como se reconoce precisamente por el crecimiento abrumador desde los 90 de los grupos de interés ciudadano, que hoy en día constituyen ya en torno a un tercio de la escena de lobby bruselense. Muchos de ellos financiados de manera más que generosa por la propia Comisión, encantada de cultivar un elemento de legitimación ciudadana que, además, acostumbra a sintonizar con su propia agenda en cuestiones sociales como medio ambiente, consumo y otras. Una descripción más realista sería entonces la de un ecosistema complejo, con unos pocos principios centrales (básicamente los que se definen en torno a la idea del «Proyecto Europeo») y en el que casi todos pueden encontrar algún nicho si saben buscarlo o tienen suerte, pero donde nadie domina de forma clara. Pero dejemos esto para otro día.


10 comentarios

  1. Juan Andrés dice:

    Muy interesante el debate que planteas, realmente interesantísimo.

    Durante el año pasado me colé en todas las reuniones y conferencias que pude sobre democracia participativa y regeneración política en España. En estas, me encontré casi siempre a la misma gente (lógico, hasta cierto punto, pues son los interesados en ellas quienes acuden a ellas, aunque acabe siendo un poco endogámico todo). Y en todas los participantes eran representantes de lobbys, procedentes de la sociedad civil, pero lobbys al fin y al cabo. Esa es la diferencia quizá con lo que tú planteas: no eran empresas dedicadas al lobby blanco, sino ONG e instituciones totalmente respetables y con unos intereses que es muy fácil compartir. Y lo mismo creo que se puede decir de organizaciones realmente surgidas en la sociedad civil, tipo la PAH (con la que estoy de acuerdo completamente).

    Pero claro, ese es el gran nudo de todo esto: ¿cuál es su legitimidad? ¿De dónde procede? ¿Realmente representan lo que dicen representar? ¿Tanto como para orientar al Gobierno de turno en la legislación que tiene que aprobar? Es muy interesante y, como dices, no hay respuesta clara.

    Enhorabuena, da que pensar.

  2. juan dice:

    Si las financia la Comisión seguramente será para que «contengan» sus demandas, una especie de «te pago por hacer ruido pero no mucho ruído»…mientras se sigue legislando a merced de lo que ordena la Merkel y Goldman Sachs.
    A ver para cuando un referendum para autodeterminarnos y decidir acabar con este nido de «élites extractivas de medio pelo».

  3. dalek_fan dice:

    Lo malo es cuando pasan cosas como tener a organizaciones de integristas religiosos de consultores sobre derechos fundamentales:

    http://www.libertaddigital.com/sociedad/hazteoirorg-ingresa-en-la-agencia-europea-de-derecha-1276385172/

  4. Frost dice:

    Enhorabuena, un artículo muy interesante. En cuanto a tu pregunta «¿es democrático que grupos determinados se arroguen la representación del bien común para diseñar, crear e implementar mecanismos supuestamente democráticos con arreglo a sus agendas?», la respuesta desde mi punto de vista es sencilla: No. Y me explico.
    Supongamos que un grupo de ciudadanos concienciados por la falta de estética de los pelos en las orejas se erige defensor de la rapa nacional de vello facial. Así que hacen campaña hasta el establecimiento de un Tribunal Nacional de Represión del Vello Facial, que examinará y catalogará el vello facial de los españoles, desterrando (o asesinando) a todos los barbudos del país por cuestiones de higiene pública (incluidos Rajoy y Rubalcaba).
    Este ejemplo puede parecer sacado de quicio, pero supongamos que en vez de España hablamos de Camboya, en vez de vello facial hablamos de fealdad en general, y ponemos de nombre a nuestro anónimo lobbysta Pol Pot. Y entonces tenemos un ejemplo 100% real.
    Lo que quiero decir con esto es que cualquier grupo que crea estar en posesión de la verdad universal sobre cualquier tema y diseñe la forma de implementar su agenda corre peligro de imponer esa supuesta verdad universal sobre el resto de mortales independientemente de lo que piensen, derivando peligrosamente hacia la autocracia. Por muy buenas que sean sus intenciones.

  5. Epicureo dice:

    La pregunta de «¿es democrático…?» tiene una respuesta muy fácil: NO. Al menos si definimos la democracia al viejo estilo como «una persona, un voto».

    La falta de una conexión con los electores y los partidos (claramente buscada en el diseño institucional) hace algo más que convertir a los comisarios en patéticos solitarios despistados. Hace que carezcan de eso que en otras ocasiones habéis considerado tan importante en política: accountability, rendición de cuentas. Quizá si en algún momento tuvieran que pasar por un programa electoral, una campaña y unas elecciones tendrían algo más claro lo que deben hacer.

    La descripción que haces de su relación con los lobbystas, por cierto, me recuerda mucho a los gobernantes de la isla de Laputa (de los viajes de Gulliver), que se limitan a ir por ahí ensimismados hasta que los «golpeadores» profesionales les dan en los ojos, las orejas y la boca, indicándoles cuándo deben ver, oir o hablar.

    Y esto no tiene nada que ver con que los lobbys tengan sombrero blanco o sombrero negro. El que un lobby sea desinteresado no garantiza nada, puede ser simplemente la expresión de una ideología desatinada pero con unos cuantos partidarios fanáticos. Ahí está el lobby antitransgénicos haciendo reflejarse en la legislación sus fobias infundadas.

    Finalmente, el que un tercio de los lobbies sean grupos de interés ciudadano (y eso gracias a que la Comisión lo fomenta) parece indicar que los otros dos tercios son grupos CONTRA el interés de los ciudadanos (o al menos no a favor). Si no fuera así, poca falta harían los primeros. No es un gran argumento a favor de la lobbycracia.

    • Jorge San Miguel dice:

      Los otros dos tercios incluyen lobby corporativo, organizaciones profesionales, sindicatos y organizaciones laborales e intereses territoriales. Deslindar en todos esos casos si están «a favor» o «en contra» del interés ciudadano es complicadillo, más que nada porque en la mayoría de asuntos ese «interés ciudadano» es una entelequia, lo que hay son distintos equilibrios posibles con distintos ganadores y perdedores. En cualquier caso, no es un argumento a favor ni en contra de ninguna lobbycracia porque, como digo en el artículo, tal cosa no existe.

      • Epicureo dice:

        Si no existe el interés ciudadano (y sería una lástima que no) ¿qué son entonces esos grupos de interés ciudadano subvencionados? ¿Qué intereses defienden y con qué criterio se les subvenciona?

        Acepto que no es una lobbycracia, y los comisarios no son como los gobernantes laputanos manejados por sus golpeadores. Quizá una metáfora mejor de la Comisión sea la de una corte del Antiguo Régimen, en la que abundaban los cortesanos y bufones impertinentes, y entre ellos algunos, si son hábiles y saben lo que tienen que decir, cuándo y a quién, pueden ganar influencia y poder de forma insospechada.

        Seguramente no entiendo nada y estoy desvariando, ya lo sé. Lo único que veo claro es que el régimen europeo tiene el grave defecto de ser incomprensible para el ciudadano común. De poco servirán todas esas iniciativas tan molonas si la mejor explicación de quiénes mandan, de dónde salen, cómo toman sus decisiones y ante quién responden es que es un «ecosistema complejo». Así no hay manera de que la gente vea a «Bruselas» como algo propio; todos, menos los especialistas por supuesto, la seguiremos viendo como un ente lejano y ajeno.

    • juan dice:

      No acabo de entender que en vez de preguntar a los ciudadanos a elegir entre diversas alternativas legislativas para un tema concreto, en plan democracia directa, esto se convierta en un mercadeo entre «presuntos representantes nuestros» y grupos lobbystas además subvencionados. ¿esto es democracia?

  6. Ignacio Paredero dice:

    Otro artículo bueno. Felicidades.

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