Cuando Hollande ganó las elecciones presidenciales francesas desatando la euforia entre quienes veían en él una esperanza blanca de la supuesta «izquierda verdadera», algunos nos mostramos cautos, augurando las decepciones que esto acabaría por causar. Entonces se nos tachó poco menos que de agoreros, pero ha acabado por suceder lo que preveíamos. El pistoletazo de salida lo ha dado, de alguna manera, Paul Krugman, antiguo economista y actual ‘vendedor de políticas’ (ya hablaré de esto más en detalle en otro momento). Hollande es un traidor a la causa, un malvado neoliberal, que no es capaz de poner en cuestión la unión monetaria europea, la austeridad, los recortes. En una palabra: la «ortodoxia».
Hace más de dos décadas, François Mitterrand llegó al Elíseo con un amplio mandato (y los comunistas como invitados de excepción), dispuesto a hacer de Francia una república socialista. O al menos así lo querían ver muchos. Las primeras medidas económicas del nuevo gobierno se centraron en masivas nacionalizaciones y otras por el estilo. Ni dos años tardó el Presidente en tener que dar un giro de 180 grados a su política porque ni la inflación ni el desempleo bajaban lo más mínimo, y las devaluaciones del franco se convirtieron en algo habitual pero insuficiente.
Fue también por aquel entonces que González lideraba en España el primer gobierno de izquierdas en casi cinco décadas. En este caso, las privatizaciones (más bien las liquidaciones lentas y agónicas de industrias de propiedad pública) y las liberalizaciones (parciales, generando dualidad) del mercado laboral tampoco se demorarían ni dos años en llegar. Al oeste de la Península, desde 1974 la Revolución de los Claveles llevó a la política lusa muy a la izquierda. Antes de 1979 pocos se atrevían a declararse como no socialistas en la confrontación partidista de Portugal. Una nacionalización masiva (consolidada con mandato constitucional, por cierto, que tuvieron que reformar una década y media más tarde) y amplias concesiones a los trabajadores fueron la tónica habitual allá, hasta que en la primera década de los ochenta el nuevo gobierno de centro-derecha cambió el rumbo. Algo más allá, en el mismo Mediterráneo, el PASOK gobernó Grecia en los ochenta con un primer intento de mezclar socialismo y clientelismo del que tuvo que arrepentirse y echar marcha atrás hacia mediados de década. El socialismo quedó olvidado; no así, por cierto, el clientelismo.
El dilema que ha enfrentado Hollande no es tan nuevo como pudiese parecer, pues, o como Krugman y otros quieren hacer ver. Tras los shocks de oferta de los setenta, estos y otros países se enfrentaron a una simple, pero dura, decisión: si deseaban hacer políticas donde el mercado no tenía espacio tendrían que asumir el precio del aislamiento y el proteccionismo. Podían jugar a proteger las industrias nacionales todo lo que quisieran escogiendo entre un amplio menú de políticas predistributivas fuertes (tasas a la importación, nacionalizaciones, banca pública, fuerte regulación del mercado laboral), utilizando las devaluaciones de divisa a placer. Pero el coste iba a ser una inflación y un desempleo difíciles de controlar, y a medio y largo plazo, el aislamiento económico y político. En diferente grado, todos los gobiernos escogieron el camino que, en realidad, parecía tener más sentido.
Si se lee con detenimiento, la posición de crítica anti-neoliberal a Hollande fuerza a elegir la otra vía: recuperar la soberanía monetaria, emplear las devaluaciones como estímulo de la economía, rechazar la austeridad, y, en definitiva, tratar esta crisis como si fuese un problema donde las rigideces en el lado de la oferta no tienen nada que ver. Resulta particularmente irónico que uno de los intelectuales que más han hecho por la apertura de la economía mundial y del comercio internacional, Paul Krugman, proponga una ruta cuyas últimas consecuencias serían probablemente un mayor proteccionismo y una pérdida de independencia de la política monetaria.
¿Quiere decir todo esto que la única opción posible es la escogida por Hollande? ¿Que solo se puede confiar en los recortes, las rebajas de impuestos y la desregulación para salir del hoyo en que nos encontramos? No, ni mucho menos. Quiere decir que efectivamente necesitamos revisar nuestras políticas regulatorias para garantizar igualdad de oportunidades en el acceso al mercado, que también necesitamos controlar el gasto público y mejorar la sostenibilidad de nuestras finanzas, y que una reforma fiscal no nos vendría nada mal. Pero, por un lado, una actitud distinta por parte del Banco Central Europeo sería perfectamente considerable (aunque políticamente difícil). Y, por otro, dentro de las necesidades enunciadas caben políticas netamente socialdemócratas que no se están explorando lo suficiente, menos aún en los países del centro y sur de Europa.
Plantear la dicotomía izquierda-derecha en Europa como una lucha entre austeridad y anti-austeridad, soberanía monetaria y dominación pretendidamente alemana del BCE, proteccionismo y apertura, es falaz y nocivo a no ser que estemos dispuestos a asumir los costes (nada previsibles, pero probablemente muy poco equitativos) de una vuelta al pasado. Esta parece ser la línea de argumentación esgrimida por algunas instancias de la izquierda española, que últimamente se apresura a formar partidos con discursos que no son precisamente nuevos.
Esta misma izquierda necesita cambiar el eje del debate: lo que importa es cómo y a quién distribuimos los costes y los beneficios provenientes de los ciclos económicos en los cuales nos embarcamos todos juntos, y de qué manera conseguimos un equilibrio justo entre las ganancias y pérdidas agregadas y el reparto de las mismas. Es posible conseguir un equilibrio presupuestario razonable y ajustado al ciclo económico y al mismo tiempo tener una política monetaria algo más expansiva que la actual, una mayor y mejor redistribución cambiando en qué y cómo gastamos el dinero de los impuestos (ya sabéis: más guarderías, más educación técnica, universidades no endogámicas, etcétera), y hacer al mismo tiempo reformas en la regulación de nuestros mercados, comenzando por el laboral, que impliquen una mayor igualdad de oportunidades. No hace falta acabar con Europa para ello. Tampoco hace falta dejar de lado la austeridad. Pero sí requiere una mayor valentía política de la que tanto Hollande como sus críticos parecen disponer.
[…] – Jorge Galindo: “El giro de Hollande, dilema repetido“. […]
Si nadie parece optar por el programa que proponéis según el cual se puede tener políticas expansivas sin déficit, redistribuir sin aumentar el gasto, recaudar más bajando impuestos, y la igualdad de oportunidades y la competitividad lo mejoran todo… será que no es tan fácil. Lástima, porque me gustaría verlo aplicado.
Me parece francamente curioso que en en un artículo sobre el cambio de sentido de Hollande en ningún momento hables del programa electoral de Hollande, sino sólo de Miterrand, los antisistema y otras pendientes resbaladizas. Pero es que el programa de Hollande no era ese. Era lo que toda la vida se habría considerado un programa moderadísimo, mucho menos izquierdista que el de Miterrand o González después de su «giro de 180 grados».
Lo que deja claro la «rectificación» de Hollande es que en Europa no se permiten alternativas moderadas ni matizaciones, sólo se admite la sumisión total. La democracia y la política están obsoletas.
Y luego se quejarán cuando aumente el voto a los antisistema.
«… en Europa no se permiten alternativas moderadas ni matizaciones, sólo se admite la sumisión total. La democracia y la política están obsoletas.»
Democracia es lo que digo yo. Si quien defiende lo que yo pienso no se impone, es que no hay democracia.
Lo que no es democracia es la política de las llamaditas de teléfono, el «oye, te aconsejo FIRMEMENTE que hagas esto», en lo que se ha convertido la política económica de la UE.
Democracia es lo que dicen los votantes. Si los votantes eligen un gobierno con un programa ultraliberal y de repente se pone a nacionalizar, es igual de antidemocrático.
Yo diría mas. Plantear la austeridad como lo que ahora se impulsa desde España, o desde Alemania para España (aunque también lo han sufrido en Alemania) me suena a trampa dialéctica.
Lo repito y lo repetiré, si austeridad es gastar lo necesario en lo imprescindible, yo no la veo en recortes a educación y sanidad.
Otra cosa es que sea la partida mas fácil de recortar jugosamente.
Lo malo es que se haya puesto la austeridad como objetivo en vez de la sostenibilidad fiscal, sin duda ser austeros en muchas áreas ayuda a mejor la anterior, pero no en todas. Y por supuesto, cambiar la regulación de la economía puede suponer un gran impulso para la sostenibilidad del país, a un coste financiero bajo, pero a un coste político mucho más alto.
Gracias por el análisis Jorge, no eras el único (creo que eramos muchísimos) que ya pensaba que el programa de Hollande solo era papel.
Epicureo, ¿de verdad moderado? el impuesto del 75% a los ricos no era lo único que no era moderado. ¿Te suena la rebaja de la edad de jubilación? ¿la subida de un salario mínimo ya muy alto? ¿quieres que siga? Te dejo con Escolar:
http://escolar.net/MT/archives/2012/05/el-programa-electoral-de-hollande-da-envidia.html
Por supuesto puedes pensar que todo lo que no sea comunismo es moderado, entonces es muy moderado.
En este programa no hay nada socialista, ni mucho menos comunista. No está nacionalizando empresas ni fijando precios.
Por supuesto puedes pensar que todo lo que no sea liberal es comunista…
Precisamente he dicho que no es comunista, pero dentro de la socialdemocracia tiene unas cuantas cosas del «ala izquierda» (y fijar un salario mínimo es fijar un precio). No solo lo pienso yo y Jorge, sino el mismo Escolar lo resaltaba en su artículo. Ah y en algunos aspectos lo comparto (aunque más en áreas no económicas).
Tampoco ahora con su giro se puede decir que se haya convertido en un anarco-capitalista de la escuela austriaca. Además lo importante del artículo sigue en pie, ya sabíamos que muchas de las propuestas eran difícilmente realizables y sostenibles en el tiempo y el tiempo, y Hollande, nos ha dado la razón.
Es curioso. La llegada al poder en Europa, da la sensación, hace que los políticos se vuelvan menos de izquierdas/derechas que cuando compiten en las elecciones.
Esto da qué pensar sobre por qué los votantes no lo anticipan
¿Seguro que no lo hacen? Yo diría que sí, que muchísimos votantes van de enterados, están convencidos de que todos los políticos son tramposos y liantes, y dan por descontado que muchas de las cosas que oyen durante la campaña no las dicen en serio. Y no pocas veces esos listos «se pasan de frenada» y se quedan con la boca abierta cuando descubren que los hombres a los que votaron eran completamente sinceros cuando decían esto o aquello…
Es más, yo diría que cosas como las reacciones dentro del mismo PP a los proyectos de Gallardón sugieren que hasta los militantes y cargos de los partidos participan en ese juego.
El profesor Krugman es un agitador vocacional confeso, pero no por ello ello deja de ser un economista. Su razonamiento es que en la situación actual está mucho mas cerca de los años 30 del siglo pasado que de los 80, y que la tasa de inflación es una prueba.
Argumentos no le faltan. En 1981, la inflación en Francia y España andaban en torno al 14%. En 1930, lo que hubo en EEUU fue deflación. Si no la hay hoy, es porque Ben Bernanke lleva años con la máquina de hacer billetes funcionando, mientras que lo único que sube con ello, es el empleo. Lo hace lentamente, pero parece haber sido suficiente para animar a Japón a intentar algo parecido. La pregunta ¿por qué la UE no lo propio? merece una mejor respuesta que la descalificación de Paul Krugman.
Tampoco casan demasiado los llamamientos a la pasividad económica de los estados, con la realidad de una crisis nacida de la euforia en los grandes centros financieros. La «verdadera izquierda» está muerta y enterrada, pero si la «nueva izquierda» no es capaz de proponer planes de contingencia eficaces en el peor fallo del mercado ocurrido en muchas décadas, sin duda irá por el mismo camino que «papá Mitterand».
Estoy de acuerdo contigo, especialmente en tu último párrafo. Tengo la sensación de que, de unos años para aquí, a la «izquierda» le quedan menos cosas que defender. Es como si se hubiera vuelto irrelevante en Europa, cuando sus políticas sociales progresistas son rechazadas por un electorado envejecido que nadie quiere saber de marihuana o aborto, y sus políticas económicas son rechazadas por las instituciones que ellos mismos han creado (la invención del BCE no vino precisamente de la derecha) la conclusión es que se están quedando sin espacio en la política europea. Casi diría que les iría mejor hoy día abrazando el marxismo de nuevo antes que seguir viviendo en un puente colgante con cada vez menos peldaños.
Y todo esto recuerda, por cierto, bastante a los años treinta cuando el fascismo ganaba adeptos y muchos en Europa consideraban ese «viejo socialismo» cosa del pasado.
La solución a este dilema es complicado. La socialdemocracia europea tendrá que hacer valer su «peaceful decade» en los 70 como forma de volver a una estabilidad que los neocon no garantizan en absoluto con la austeridad paralizante.
Me parece que lo de volver a la «peaceful decade» va a ser que no. No existen las condiciones materiales para que el 1% más rico de la población, o incluso el 10%, quieran volver a los criterior redistributivos de los 70 por las buenas. Ya han dicho, y se ha repetido en esta entrada, que el 70 % de impuesto marginal es confiscatorio (el 70 % de los 70, podríamos decir). Cuando se empieza a hablar de confiscar o de ser confiscado, es que hemos tocado hueso. El problema es que para el 90 % no hay más jamón que cortar y donde hay jamón para cortar nos dicen que no hay cuchillo. Confiscación, cuchillos,… esto no suena nada «peaceful». Vamos a tener que echarle mucha imaginación para que no acabe igual que «las otras veces». Aquí hay un primer paso:
http://www.eldiario.es/piedrasdepapel/Capitalismo-desigualdad-siglo_XXI_6_224737531.html
Si lo único que sacamos en claro de los últimos 30 años son los «shocks de oferta», los ciclos económicos y que la socialdemocracia está caput, mal vamos. Hay ahí fuera un empandullo de consideración porque un grupo de personas numeroso pero minoritario ha decidido que quiere y puede vivir al margen de los estados-nación, de sus ciclos y de todo lo que se menea. Las concesiones que los presidentes o primeros ministros de los países se ven obligados a hacer no son la prueba de que sus programas estaban equivocados sino la prueba de que no mandan casi nada. (Por favor, no consideréis esto como una defensa de la teoría de la conspiración judía internacional, simplemente es el resultado de un juego repetido con diferentes poderes de negociación).
Por cierto, quisiera recordar que los tipos impositivos marginales por encima del 70 % no eran algo insólito en el pasado, ni son ahora el anuncio de la toma del palacio de invierno.
Creo que esta entrada hubiese sido apropiada hace una década. Pero ha llovido mucho y siempre en la misma zona en esta última década. Esta vez es realmente diferente.
Tras releer mi comentario, creo necesario enlazar algo para que no quede tan críptico. Si a alguien le apetece, hay un libro reciente (de alguien que trabaja en el país de Hollande) que explica mucho mejor que yo lo que tengo en mente. Aquí tenéis un comentario-reseña del mismo:
http://www.nytimes.com/2014/01/29/opinion/capitalism-vs-democracy.html?_r=2
[…] El giro de Hollande, dilema repetido. Por Jorge Galindo en Politikon. […]
[…] El giro de Hollande, dilema repetido. Por Jorge Galindo en Politikon. […]