Política

La eterna división de la clase obrera

23 Dic, 2013 - - @jorgegalindo

El capitalismo es un sistema en el cual los trabajadores compiten entre sí a menos que estén organizados como clase. Estar en posiciones similares en la escala social no resulta necesariamente en solidaridad, dado que los intereses que los trabajadores comparten son precisamente los mismos que les ponen en competencia mutua, principalmente el hecho de que ofrecen salarios a la baja para conseguir un empleo. (…) Un incremento general de los salarios interesa a todos los trabajadores, pero no afecta a las relaciones entre ellos. En cambio, una ley estableciendo un salario mínimo, extendiendo los años de educación obligatoria, avanzando la edad de jubilación o limitando las horas de trabajo afecta a la relación entre trabajadores sin venir necesariamente en interés de todos ellos. De hecho, algunos trabajadores podrían preferir trabajar más allá de la edad de jubilación establecida incluso si así excluyesen a otros del mercado; gente que no encuentra trabajo estaría dispuesta a ser contratada por menos del salario mínimo a pesar de que esto bajase el nivel general de salarios; algunos trabajadores estarían dispuestos a reemplazar a quienes están en huelga incluso si esto resultase en un fracaso de la misma. (…) Los trabajadores, sea a nivel individual o de empresa o sector, tienen un fuerte incentivo para buscar sus intereses particulares a costa del de otros compañeros a menos que alguna organización (un sindicato, un partido o directamente el Estado) tenga los medios para generar disciplina colectiva. Así pues, para superar la competición entre ellos, los trabajadores deben organizarse y actuar como una fuerza colectiva. Como Marx dijo, “la combinación tiene siempre un doble objetivo, parar la competencia entre trabajadores y que esto permita competir con el capitalista”.

Adam Przeworski, Capitalism and Social Democracy, 1986 (traducción propia). 

Es decir: la clase obrera se enfrentó en sus orígenes a un problema de acción colectiva en el cual una buena parte de la misma tenía incentivos claros para no participar de las medidas reclamadas. Fue necesario construir una coalición que luchase por conseguir una mejora conjunta a largo plazo dejando de lado pérdidas de oportunidades a nivel individual en el corto.

Una buena parte de los temas que más nos preocupan (a mí en particular y a Politikon en general) dividen hoy en día a los asalariados. El caso más obvio es el de la brecha de protección contra el despido de trabajadores fijos y temporales, que hace, entre otras cosas, que los costes de la crisis hayan sido extraordinariamente soportados por una parte de los trabajadores. Pero no es el único. La baja por maternidad pagada ocho veces mayor para mujeres que para hombres, lo cual hace que éstas se vean obligadas a perder más el hilo de sus carreras laborales. La distribución del gasto en educación, que hasta antes de la crisis estaba muy concentrado en la etapa universitaria, favorece a los estratos medios sobre los más bajos porque supone un apoyo extra para quien ya lo tenía fácil para llegar hasta ahí.

A veces se nos critica afirmando que sacar a relucir todos estos asuntos es pretender dividir a la clase trabajadora. Sin embargo la clase trabajadora ya está dividida; esta división no depende de que sea enunciada sino del desigual trato efectivo que ciertas políticas ofrecen a distintos sectores de la población asalariada. Normalmente estas críticas afirman que planteamos un falso conflicto de intereses; pero dicho conflicto siempre ha estado presente de una manera u otra en el movimiento obrero. Desde el otro lado de la trinchera (no necesariamente nosotros, no necesariamente yo, aunque a veces sí lo he visto así) suele responderse que el problema es que la parte más beneficiada por el statu quo no está dispuesta a perder a corto plazo para que todos ganemos a largo. Sin embargo, me pregunto si no sería más eficaz enunciar el dilema en términos de problema de acción colectiva.

Lo que Przeworski plantea en el párrafo citado no es sino una translación casi directa de la idea marxista de conciencia de clase: evitar la búsqueda de ventajas individuales a fin de construir una coalición lo suficientemente poderosa como para forzar una mejora colectiva. La diferencia fundamental entre este problema y al que nos enfrentamos hoy día es que de los cambios de política que sugerimos habrá perdedores seguros en el corto plazo, mientras que en los buscados hace un siglo si todos participaban, todos podían ganar. El parecido, por contra, radica en que tanto hoy como ayer la falta de reformas hace perder a los asalariados en su conjunto en el largo plazo: hoy, porque la progresiva precarización de mujeres y jóvenes disminuye el poder adquisitivo agregado de los hogares, porque pagar las futuras pensiones se hace más difícil, porque la economía se resiente con un mercado dual o sin mujeres incorporadas al mercado laboral en plenitud, etcétera. Por tanto, a la hora de construir una coalición el “evitar la búsqueda de ventajas individuales a fin de construir una coalición lo suficientemente poderosa como para forzar una mejora colectiva” se mantiene como problema principal (¡como con prácticamente todas las coaliciones!), lo cual quiere decir que en esencia no nos estamos enfrentando a nada radicalmente nuevo, aunque sí toma hoy una forma mucho más compleja de la que tomó a finales del siglo XIX. Es por ello que David Rueda (y tantos otros autores antes y después de él) sí afirma sin ambages que hoy la clase trabajadora se encuentra dividida. Pero es que siempre lo ha estado.

En el mismo libro, Przeworski prosigue su argumentación explicando que los partidos socialdemócratas llevan más de un siglo intentando formar coaliciones mayoritarias, electoralmente hablando. Al fin y al cabo, la «pura clase obrera» (trabajador manual de salario bajo en entornos masivos) nunca ha sido el 50%+1 de una sociedad capitalista. Así que sus representantes políticos, en caso de haber elegido «elecciones» por encima de «revolución» como mecanismo para llegar al poder (renunciando así a la vía leninista), siempre se han visto obligados a buscar un mínimo común denominador en sus plataformas electorales que contentase no solo a blue-collar workers, sino también a clases medias urbanas, o a agricultores, o a pequeños propietarios. Por eso el socialismo lleva en crisis desde finales del siglo XIX: cuando la socialdemocracia apareció como proyecto electoral en firme en los países de Europa. La pregunta, claro, es cuál es ese mínimo común denominador hoy en día. Si es que existe. Si asumimos un cambio en la estructura ocupacional que incrementa el número de trabajadores precarios, autónomos y otros animales mal cubiertos por nuestro actual sistema de protección, el elemento común a todos ellos es la reducción de las desigualdades horizontales. Si intentamos encontrar un punto de encuentro entre éstos y el pensionista o trabajador a tiempo completo y trabajo fijo de mediana edad es cuando la cosa se pone más difícil, y unos tienen que salir perdiendo a corto plazo para que, quizás y si nuestros cálculos no son erróneos, todos ganen a largo. La versión pesimista de esta historia es que tal argumento resulta imposible de vender.

Y es que construir coaliciones pensando en el beneficio agregado a largo plazo en mitad de una crisis brutal de poder adquisitivo a corto se parece a pedirle a tus votantes que salten al vacío prometiéndoles que tras 5000 metros de caída libre sin frenos unos ángeles les cogerán al vuelo y les llevarán en volandas a la tierra prometida. Si en lugar de en mitad de la recesión más profunda que ha conocido el mundo en ocho décadas lo haces en un momento en el cual las cosas van más o menos bien es posible que te resulte algo más fácil, pero no mucho más. Przeworski dijo en otro sitio que el gran reto de los reformistas es atravesar “el valle de la transición” para llegar a coronar las altas cimas del progreso. El problema es encontrar un mapa para el viaje. No es, sin embargo, imposible. Si lo fuera no tendríamos la mitad de las instituciones que hemos creado para protegernos de los riesgos que nos acechan. Si lo fuera, de hecho, jamás habríamos visto reformas. Lo que necesitamos mantener presente siempre es que esto no es nuevo, que las divisiones dentro de los trabajadores no aparecen porque algunos lo digamos: están ahí, las reconozcamos o no. Y si la socialdemocracia se niega a ello se arriesga a que la coalición más factible sea, finalmente, entre obreros perdedores y capitalistas deseosos de deshacer lo hecho.


16 comentarios

  1. José Moisés Martín dice:

    Joder Jorge, con esto casi me convences. Al menos me haces pensar, y mucho. Muy potente, la verdad.

  2. Pedro dice:

    Hola Jorge,

    Cuando se os critica en vuestras propuestas no creo que sea por dividir a los trabajadores como intuyes. Por lo.menos en mi caso la crítica viene porque entiendo que las reformas son demasiado parciales y demasiado concentradas en el segmento bajo de la sociedad.

    Yo,por ejemplo, no estoy en contra del contrato unico, de lo que estoy en contra es en plantear aisladamente esa medida cuando me resulta evidente que el problema principal es la mala distribución de renta entre capital y trabajo y,por tanto, entiendo que esas medidas no son mas que intentos timidos para intentar paliar unos problemas que no se solucionan con las mismas.

    Saludos,

    • Alatriste dice:

      Será así en tu caso, pero dividir a los trabajadores es siempre el primer ataque que reciben cuando critican la dualidad del mercado de trabajo en España. Porque aparentemente el hecho de que jamás hayamos bajado de un 8% de paro y que el paro juvenil siempre haya estado en niveles escandalosos hasta en los mejores tiempos nunca ha generado tensión ni división.

      Y quiero abundar en lo que dice Jorge de que los obreros nunca han sido el 50%+1 de la sociedad. De hecho recuerdo haber leído que los censos en Gran Bretaña antes de la Gran Guerra muestran que el servicio doméstico ocupaba más personas que las fábricas… por supuesto que eso hay que matizarlo porque buena parte de los empleados del servicio doméstico eran chicas, por no decir que niñas, que trabajaban solo unos años y «se retiraban» cuando se casaban – no pocas veces con un obrero – pero de todos modos da que pensar que hasta en lo que era uno de los países más desarrollados, si no el que más, el servicio doméstico era una fuente de empleo tan importante como la industria.

      • heathcliff dice:

        En el caso de España, la mayoría eran campesinos.

        Y en el Norte, campesinos propietarios, además, lo que explica en parte su feroz aversión al marxismo y sis colectivizaciones.

  3. heathcliff dice:

    Aplauso puesto en pie.

    🙂

  4. Andrés dice:

    «Lo que necesitamos mantener presente siempre es que esto no es nuevo, que las divisiones dentro de los trabajadores no aparecen porque algunos lo digamos: están ahí, las reconozcamos o no.»

    Tienes razón y algo parecido se podría decir cuando habláis del conflicto generacional. Sin embargo, creo que en Politikon deberías tener más en cuenta cual es el planteamiento más extendido entre los asalariados (o jóvenes en el tema generacional). Es muy difícil explicar a un outsider que su problema de acción colectiva lo tiene ante el asalariado de contrato fijo y mil prestaciones sin que antes culpe de su situación a políticos, banqueros, élites extractivas y demás chupópteros de Celtiberia. Quizás en realidad la acción colectiva que beneficiaria a mayor gente a corto plazo sí que es aún posible en el siglo XXI, contra ellos. El salto al vacío lo dejamos para luego.

  5. […] La eterna división de la clase obrera […]

  6. Frost dice:

    Muy buen artículo. Es muy cierto que la gran crisis de la socialdemocracia está en que la mayor parte de la población no les apoya porque a corto plazo no encuentran incentivos para hacerlo. Hasta hace relativamente poco tiempo, tenían en una cuerda a los poscomunistas, ecologistas y otra gente a la que tenían convencida de la necesidad de su voto para esa coalición mayoritaria. Pero eso se terminó cuando empezaron a beneficiar demasiado al espectro de la población más vinculado al centro mediante medidas tildadas (acertadamente a veces, otras no) de «neoliberales». Al perder la credibilidad ante los dos extremos de su espectro, se han encontrado en medio de un abismo de muy difíicil salida. Por su parte, los grupúsculos de izquierda que ahora ya no cuentan con el pegamento aglutinador del «voto útil» o de la «coalición anticonservadora» se encuentran divididos y enfrentados entre sí y contra sus anteriores socios, además de sus rivales tradicionales.

    En resumen, se ha creado en la izquierda europea una especie de reino de taifas que redunda en beneficio de la parte conservadora de la sociedad, que sí mantiene (por ahora) una fuerza única que los aglutine: la unión para evitar cualquier cambio que suponga progreso alguno.

  7. Epicureo dice:

    Nadie que no sea el paleomarxista más atrasado podría decir ahora que la clase obrera está formada únicamente por «trabajadores manuales en entornos masivos» (se entiende que industriales). Y hay que ser directamente paleolítico para pretender que las criadas domésticas no son obreras.

    Es un hecho que la mayoría de la gente percibe menos la división entre la clase trabajadora y más la división entre capitalistas y trabajadores que los comentaristas de Politikon, sobre todo los que son economistas o tienen inclinación economicista. Esto puede deberse a varios motivos:

    – Los grupos de trabajadores (jóvenes, temporales, fijos, pensionistas) no son castas; hay una movilidad casi total. Los temporales pueden esperar, con un poco de suerte, conseguir un contrato fijo; casi todos los trabajadores llegarán a pensionistas.

    – Las personas no son individuos aislados en competencia, sino que se agrupan en familias; y todos salvo los neoliberales más encallecidos admiten que dentro de las familias hay mucha solidaridad. Típicamente en una familia hay abuelos pensionistas, padres con trabajo estable (si hay suerte) e hijos parados o precarios.

    Además, la resistencia a la mayoría de las reformas que se están realizando o se plantean como probables no se debe a que las pérdidas sean a corto plazo y las ganancias a largo:

    – Los perdedores seguros a corto plazo son la mayoría de la población: pensionistas y trabajadores estables, que van a perder dinero y seguridad. Los ganadores seguros a corto plazo son una pequeña minoría: capitalistas y empresarios medianos y grandes. Y como creo que dijo Tocqueville, una política que perjudica a la mayoría en beneficio de una minoría es no sólo antisocial, sino inmoral.

    – Los beneficios a largo plazo para la clase trabajadora en su conjunto (e incluso para subconjuntos como parados y precarios) son sólo hipotéticos y además inseguros. No hace falta insistir en que la capacidad predictiva de las teorías económicas es poquísimo fiable, y directamente nula a largo plazo (¿Crisis? ¿Qué crisis?).

    • L dice:

      «casi todos los trabajadores llegarán a pensionistas»

      Pero un sistema de pensiones de una forma de repartir la tarta entre generaciones, una tarta que depende del tamaño relativo de cada cohorte.

      Desde el punto de vista de los intereses «objetivos» colectivos de cada generación, para ponernos marxistas, lo óptimo es pagar pocas contribuciones a la seguridad social (y consumir mucho durante su vida activa) y tener muchos hijos que constituyan una cohorte que mantenga su poder adquisitivo con sus contribuciones.

      Los trabajadores de hoy llegarán a pensionistas habiendo pagado mucho como contribuciones y con una cohorte detrás de mucho menos de dos hijos por mujer.

      La gente desarrolla sentimientos de solidaridad generacional, pero alguien con convicciones economicistas marxistas debería ver este velo del conflicto objetivo con cierta desconfianza.

      • Epicureo dice:

        ¿Marxistas? Tus razonamientos son microeconomía ortodoxa pura: el único criterio de racionalidad es el egoísmo individual. Su única virtud es que revelan que ese criterio conduce únicamente al absurdo: considera óptima la explosión demográfica, que es evidentemente insostenible.

        Evidentemente, el que se esté produciendo una catástrofe demográfica por falta de nacimientos no sólo amenaza el sistema de pensiones, también toda la estructura económica, política e incluso cultural del país (porque el hueco generacional sólo se podrá rellenar mediante la inmigración masiva). Por lo tanto, el gobierno debería desarrollar una política demográfica fuertemente natalista hasta estabilizar la población. Que no lo haga, sabiendo que cualquier tipo de apoyo a la natalidad sería enormemente popular, sólo puede atribuirse a una profunda estupidez causada por la interiorización del dogma del «laissez faire».

  8. Fernando dice:

    Impresionante artículo Jorge, de lo mejor que he leído en bastante tiempo.

    Como comentaba otro lector antes que yo, creo que uno de los principales problemas de la socialdemocracia, al menos en España, no es tanto no poder reunir a suficientes votantes como que las reformas que se proponen se perciben neoliberales o incluso retrogradas: «¿aproximación de las indemnizaciones por despido de fijos y temporales? vamos, otra forma más de reducir indemnizaciones y ponérselo más fácil a empresarios», «¿aproximar bajas por maternidad entre mujeres y hombres? lo que faltaba, el hombre no pare ni hace casi nada en casa y le van a dar parte de nuestra baja por maternidad igualmente»

    Creo que el problema de fondo en todo esto es de educación, y no de conocimientos si no de espíritu crítico y capacidad de análisis. Si todos tuviéramos el hábito de pararnos a pensar las ideas que escuchamos, analizarlas, hacer predicciones basadas en datos y método científico y en general tener una mente abierta respecto a ello, el mundo sería un lugar mejor, y las reformas serían lo habitual, no la excepción.

    • Epicureo dice:

      Totalmente cierto.

      Respecto a la educación, sería estupendo que fuéramos así. Aunque también está el problema de que no hay ninguna teoría científica que permita hacer predicciones fiables y detalladas de los resultados de las reformas. Por lo tanto, todas las reformas propuestas responden exclusivamente a ideologías e intereses. Si aprendemos a desarrollar el espíritu crítico y a detectar ideologías e intereses, probablemente el resultado no sería que las reformas fueran lo habitual, sino la rarísima excepción.

      • Victor dice:

        De lo que se trataría entonces seri’a de comparar los datos: respecto a la dualidad del mercado laboral, ya vemos a lo que nos ha llevado. A que los temporales o los que se incorporan al mercado lo tengan chungo frente a los indefinidos. (Comentar respecto a lo que decías unos comentarios mas arriba: no veo nada claro que «Los temporales pueden esperar, con un poco de suerte, conseguir un contrato fijo». Es como esperar dejar de ser pobre porque te toque la lotería. Puede pasar, pero no se puede basar la estrategia en eso)

        Respecto a las bajas por maternidad, se ve que claramente pone en desventaja a la mujer que es la que puede coger mas tiempo de baja, discriminandola frente al hombre. En otros países donde son de igual duración entre hombres y mujeres, se produce una menor discriminación a la hora de la contratación por genero.

        Es decir, no hay teorías que den predicciones fiables pero si que hay países que han acometido determinadas reformas que aquí no se han llevado a cabo aun y sus datos están ahí para poder estudiarlos. Y otra cosa también seria comenzar a plantear «políticas-sonda» en el sentido de aplicar en determinados lugares del país ciertas medidas y comparar la evolución en unos anhos para ver si se cumplen las previsiones o no. En lo que estamos de acuerdo es que haciendo política en base a la ideología no lleva a ninguna parte.

        P.D.: estoy con teclado extranjero (la movilidad exterior famosa) y el corrector no me ha cambiado todas las palabras correctamente, así que me disculpen las palabras mal escritas.

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