Carlos Fabra ha sido condenado a cuatro años de cárcel por no pagar impuestos. Es un delito claro, simple y obvio. Estamos ante un hombre que cuando ostentaba un cargo público trabajó activamente para no pagar lo que le tocaba a hacienda. Incluso si le damos el beneficio de la duda y nos creemos en un ridículo salto de fe que el tipo nunca malversó dinero público, exigió sobornos o vendió favores, Carlos Fabra estaba haciendo esfuerzos titánicos para no cumplir con sus obligaciones como ciudadano pagando impuestos. El hombre es un cretino, sin más.
Carlos Fabra aparte de ser Presidente de la Diputacion de Castellón, era también el Secretario General de la Cámara de Comercio provincial. Las cámaras de comercio son corporaciones de derecho público, creadas mediante una ley, que prestan servicios a la empresa y representan, defienden y promocionan los intereses general del comercio y la industria. Los empresarios de una provincia escogen democráticamente (en teoría) a los dirigentes de estas organizaciones para que les defiendan y les ayuden a crecer asesorándolas y apoyándolas.
Tras la condena por evasión fiscal, la Cámara de Comercio de Castellón ha ratificado a Carlos Fabra como Secretario General. Que un Presidente de una diputación provincial tuviera una cargo de responsabilidad en una cámara de comercio (fue nombrado en 1975) es, en sí mismo, algo un tanto preocupante: empresarios y políticos están tan asociados que ni se preocupan en estar en instituciones separadas. Que los empresarios de Castellón crean que un cretino condenado a cuatro años de cárcel por hacer todo lo posible para no cumplir con una de las obligaciones más básicas de cualquier ciudadano sea la persona adecuada para representarles, defenderles y asesorarles es patético.
Los motivos aducidos son absolutamente delirantes. Los delitos pertenecen «al ámbito de la economía particular«, dicen. La Cámara de Comercio cree sinceramente que un tipo que no quiere pagar su parte de impuestos puede ir a pedir subvenciones al gobierno. O quizás quiere recibir consejos sobre cómo no pagar esos impuestos de alguien con experiencia en intentar vivir de gorras. Es como nombrar a Hannibal Lecter como crítico gastronómico y defenderle diciendo que su dieta es un tema privado. También aducen que el cargo es «permanente e inamovible» excepto en casos de «ineptitud para el desempeño de su cargo o falta grave cometida en el ejercicio de sus funciones«. Si creen que un tipo condenado a cuatro años de cárcel puede ir por la vida ejerciendo esas responsabilidades, su definición de ineptitud es mucho más laxa de lo que debería.
La condena no es firme, ciertamente. Cuando hablamos del fracaso de las élites en España, sin embargo, nos referimos precisamente a esta clase de comportamientos. Tenemos un tipo que se ha tirado décadas manejando los hilos del poder de una provincia. El hombre es un cretino público y notorio, que lleva riéndose en la cara de los votantes con total impunidad varios lustros. Es la cara visible del caciquismo, y va a ir a la cárcel. Las élites provinciales de Castellón, sin embargo, prefieren protegerle a dejarle caer. Las reglas más elementales de ciudadanía no tienen la más mínima importancia. Las toneladas de evidencia que el tipo ha estado robando a manos llenas es perfectamente asumible, ya que ha conseguido escapar una condena a base de cargarse jueces y buenos abogados. El tipo es uno de los nuestros. Las leyes son para tontos, ingenuos y plebeyos.
La democracia, los estados de derecho modernos, se basan en un principio muy simple consistente en tomarse las leyes en serio. Las reglas, normativas, decretos y leyes no son declaraciones de intenciones de las administraciones públicas, o ideas locas de algún político por Valencia o Madrid explicándonos historias. Las reglas, las leyes, están ahí para limitar el poder y la discrecionalidad de los poderes públicos, convirtiendo al estado en una institución predecible y neutral. La administración deja de ser un instrumento al servicio de los poderes públicos, y pasa a tratar a todo el mundo según las misma reglas. Sin un estado de derecho sólido con reglas predecibles y procedimientos reglados, sin seguridad jurídica, tenemos un mar de incertidumbre. No sabemos qué hará el gobierno. No sabemos si nuestros proyectos molestarán a alguien. Si queremos hacer algo necesitamos tener amigos en altas esferas.
Un sector no precisamente pequeño de la clase política española, y sus parientes cercanos, la élite empresarial y funcionarial, parecen ser totalmente impermeables a esta idea. La legislación es para ellos algo formal; lo importante es poder mandar, estar cerca del que manda y asegurarse que las reglas están ahí para protegerles de todo mal. El estado no es neutral, ni debe serlo. Es sencillamente, un instrumento más.
La cuestión es, el estado de derecho no es un capricho izquierdista o un conjunto de ideas estéticas para gobernantes preocupados por quedar bien. La idea detrás del estado de derecho parece simple, pero la neutralidad del estado, su imparcialidad, es un elemento clave en la construcción de una economía de mercado eficiente. Es muy distinto invertir en Castellón, un lugar donde ser «uno de los nuestros» y tener los contactos adecuados es más importante que talento, que hacerlo en Alemania, un sitio donde los políticos dimiten si son cazados plagiando una tesis doctoral, muertos de vergüenza. Generar crecimiento económico sostenido sin un estado de derecho establecido no es imposible, pero es infinitamente más complicado. En todos los países hay gente deshonesta, y es casi inevitable que alguno acabe metido en política. Lo que no es admisible, ni aceptable, es que España cuando uno de estos cretinos sea cazado los miembros de su partido le defiendan durante más de una década, y las élites de su provincia acaben por decir que su comportamiento es básicamente aceptable.
¿Podemos cambiar estos comportamientos? Sí, es posible. No es cuestión de cultura, tradiciones y la incorregible estupidez de los votantes de Castellón. Como hemos mencionado una y mil veces, las instituciones importan. Alemania no es un lugar donde se respetan las leyes por estar lleno de alemanes, sino porque Adenauer, Erhard y demás padres fundadores de la Ley Fundamental de Bonn diseñaron de forma consciente un estado de derecho sólido. Para ello necesitaremos por un lado una reforma profunda, seria y detallada de la administración pública, crear reguladores imparciales e independientes, y eliminar la miríada de normas, regulaciones y chiringuitos legales creados para proteger estas prácticas.
Para que eso suceda, me temo, hace falta escoger mejores políticos, por un lado, y dejar de ver esta clase de comportamientos como algo común o vagamente aceptable. No lo son. Y para arreglarlo, insisto, hay que meterse en política; con salir a la calle y protestar un par de veces al año no basta.
Evidentemente Fabra todavía tiene mas poder del que parece si nadie se quiere apartar de su lado en Castellón.
Que grande es la comunidad de Valencia.
Gran artículo
[…] Estado de derecho, vicios privados y virtudes públicas […]
Para que eso suceda, me temo, hace falta escoger mejores políticos, por un lado, y dejar de ver esta clase de comportamientos como algo común o vagamente aceptable
Je. Intentas refutar el culturalismo dando las mejores pruebas de su determinancia. ¿Por qué no escogemos buenos políticos? ¿Por qué esos comportamientos nos parecen bien? Porque no somos alemanes.
Claro, los alemanes llevan eligiendo políticos responsables toda la vida.
1933 Nunca paso.
Eso de que los alemanes son responsabilísimos y sumamente razonables es cosa de hace relativamente poco.
He leído relatos de viajeros de los siglos XVIII y XIX que no dejan de decir que los alemanes son pícaros siempre dispuestos a engañarte si no pueden robarte primero, juerguistas que sólo piensan en cantar, bailar y beber. También fue en Alemania donde nació el romanticismo, y el único país donde, en vez de pasar a ser sinónimo de cursilada, se lo tomaron en serio y dio lugar a Wagner, Nietzsche y ya sabéis quién.
Lo cultural, que tiene su importancia, nunca está tan claro ni es tan inmutable como algunos creen.
Te importaría dar alguna referencia a esos relatos? Me parecería interesantísimo leerlos! 🙂
Uno de ellos es de Leandro Fernández de Moratín, siento no poderte dar datos más precisos en este momento.
Me temo que eso de tratar las leyes como una mera formalidad es muy propio nuestro, y va a costar cambiarlo.
En mi pueblo es típico que cuando un funcionario del ayuntamiento le niega una licencia de lo que sea a un vecino, éste pase del funcionario y vaya a hablar directamente con el alcalde.
Si el alcalde es honesto, pues le da la razón al funcionario, es la ley y punto.
Si no lo es, le pasa el brazo por el hombro y se pone a calcular cuántos votos le puede dar esa familia.
Y menos mal que es así, porque a veces, en los pueblos, se copia la norma urbanística de la capital y la cosa no tiene ni pies ni cabeza…
¿Quieres creer que me han pedido un estudio de impacto acústico para una actividad en medio del monte? Venga, hombre, no me jodas…. 🙂
Me gusta el artículo, pero por favor corrige la siguiente errata: Ley Fundamental de Bonn, no Bohn. 😉
Me gusta el artículo, pero por favor corrige la siguiente errata: Ley Fundamental de Bonn, no Bohn. 😉
«crear reguladores imparciales e independientes»
¿Y eso cómo?
Si son escogidos por nuestros gobernantes, ya no serán independientes.
¿Aburrimos al votante medio con elecciones específicas para esos cargos como (bien sabes Roger) se hace en USA?
El resto del artículo, excelente.
Por ejemplo, un cargo como el de presidente de una Diputación – que maneja una pasta y oportunidades de colocar a los amigos y castigar a los enemigos en cantidades no desdeñables- no es elegido de forma directa, sino por delegación. Así que mientras el partido lo quiera, no hay forma de librarse de un presidente de ninguna manera. Echarle la culpa a los votantes es excesivo, salvo que pretendamos una debacle general para cargarnos a un presunto corrupto en particular. Ni podemos elegir concejales ni pinchamos o cortamos para elegir presidentes.
Y en lo que respecta a la Comunidad Valenciana, tambien tenemos artistas del Doctorado. Un ex-conseller acaba de ser pillado en renuncio, un ex-ex molt honorable la hizo en seis meses y lo que aparecera si rascamos. Lo malo es que como ha dicho Pons, todos los partidos son igual de honrados…
Un enlace a tu artículo sobre Socialismo es libertad en la frase final de hay que meterse en Polítics y ya lo bordabas. De diez, Roger.
Quizás lo peor de este caso esté en esas afirmaciones de Fabra de que, si a un periodista se le hicieran 1000 investigaciones, le pillarían algo. El personaje no se plantea por qué se le hacen 1000 investigaciones y asume que todo el mundo está tan pringado como él.
Hace falta una labor de educar a muuucha gente en España, de convencerles de que la corrupción no es el estado natural del hombre. Mientras se siga viendo con comprensión (cuando no con envidia) seguiremos donde estamos.
Ese hombre lo que tiene es una jeta de admantiun, vamos, una persona que tiene 99 cuentas corrientes y a la que le aparecen unos cientos de miles de extras en sus cuentas – aparte de que se comenta que cierta vivienda en cierta zona de la provincia de Castellón, entre el FIB y donde veraneaba Aznar en su primer consulado, le ha salido barata-barata- bebería ser corrida a gorrazos, gayatazos o cantazos – ponga aquí el -azo correspondiente a su idiosincrasia local- tan pronto soltara esa frase.
Pero tampoco es el único. Es la cabeza más visible de una forma de hacer las cosas un tanto meridional y rural, sin luparas pero con sus silencios y sus padrinos, pero hay unos cuantos como él
Estoy de acuerdo en que el problema de la corrupción en España no se deriva ni de un grupo de individuos particular (factor que se podía cambiar a corto plazo) ni de una idiosincrasia cultural (factor que no se podría cambiar en absoluto) sino de factores institucionales que se pueden modificar a medio plazo (digamos en meses o años). El problema es que una vez implantadas ciertas instituciones “extractivas” en el pasado(usando el concepto de moda), éstas no son nada fáciles de modificar. El ejemplo clásico es el de la politización de múltiples organismos estatales que deberían ser independientes. Una reforma podría separar a los partidos de esos otros organismos (Tribunal de cuentas, Banco de España, Tribunal Constitucional, RTVE…) pero esta reforma no se va a dar mientras perjudique al PP y al PSOE. La conclusión por lo tanto es que esos cambios sólo van a venir de dos vías: 1) concienciando a la población en general de que este es el diagnóstico y el tratamiento correcto del problema (y por lo tanto luchando contra las soluciones parche y contra los argumentos fatalistas-culturalistas) y mediante organizaciones que generen presión desde fuera de los grandes partidos (nuevos partidos, organizaciones de la sociedad civil etc). En ese sentido lo que se está haciendo desde este y otros medios forma parte de la solución, pero parece que aún no se ha llegado al punto donde la presión externa al “sistema” sea suficiente como para generar cambios significativos.
Un saludo
«Es como nombrar a Hannibal Lecter como crítico gastronómico y defenderle diciendo que su dieta es un tema privado»
¡Soberbio! Grandísimo post
Buena precisión, Hazlitt. 😉
La última moda de la politología consiste en arremeter contra las interpretaciones «culturalistas» o «psicologistas». Insisten en que el problema no es moral, sino institucional. Cámbiense las instituciones y cambiará esa cultura. No seré yo quien niegue la importancia de las instituciones. Pero ¿alguna de estas lumbreras «institucionalistas» podría explicar cuál va a ser la masa social (o quiénes serán los respresentantes políticos) que van a luchar por semejantes cambios institucionales? ¿Los lerdos, los corruptos y los consentidores que abundan en todas partes? ¡Quia!
Eso no quiere decir que la «cultura» de un país sea una homogénea diacrónicamente ni inamovible sincrónicamente; pero el peso y la inercia de esa cultura son enormes. Salvo cataclismo o durísima presión externa, que nos «obliguen» a cambiar de patrones de conducta, nos quedan muchos, muchísimos años de sinvergonzonería y cutrerío.
Lo que sí comparto con Roger es que la solución pasa por el compromiso político activo de aquellos que no comparten esa «cultura». Enunciados impersonales como «hay que crear…», «tienen que habilitarse…», sin sujeto ni complemento -como si las cosas cambiaran como cambia el tiempo-, son síntomas intelectuales de ingenuidad y de pereza. Por ahí no vamos a ningún sitio.
Contra el determinismo cultural se puede ser marxista ya que no es la conciencia (cultura) la que determina el ser social, sino el ser social (las instituciones) las que determinan la conciencia.
Pero también se puede ser neoclásico, ya que no son las cogniciones de los agentes sino los incentivos del marco institucional lo que determinan las elecciones.
En cambio para ser determinista cultural el único marco teórico sólido al que uno puede agarrarse es el funcionalismo estructural de T.Parsons o similar que está más hundido que otra cosa.
Un saludo
¿No nos estarás diciendo que las ideas compiten entre sí confrontando literatura académica?
😀
Demangeon,
1) La doctrina marxista de la superestructura niega la posibilidad de cambiar las «cogniciones de los agentes» sin cambiar la base socioeconómica e institucional que determina ese pensamiento. Para cambiar revolucionariamente esa base socioeconómica e institucional, es preciso que los agentes modifiquen sus «cogniciones»; pero esas «revolucionarias cogniciones» también estarían -aplicando la lógica marxista- determinadas por las condiciones socioeconómicas e institucionales que se pretenden cambiar. Como se ve, un perfecto argumento circular. Llamémoslo fatalismo marxista.
2) Si son los incentivos institucionales y no las «cogniciones de los agentes» los que determinan las elecciones de esos agentes, la iniciativa de modificar el sistema institucional de los incentivos sería producto del sistema de incentivos. Otro «regressus ad infinitum». Llamémoslo fatalismo neoclásico.
3) Escaldado por semejantes irrelevancias, uno jamas incurriría en otra forma de determinismo: el cultural. Eso no significa que la cultura sea irrelevante o subsidiaria de las instituciones. Las instituciones concretas de una sociedad son parte de su cultura. Pues la cuestión no es que «haya que» (cómodo impersonal) cambiar la cultura (o las instituciones o la infraestructura económica), la cuestión es quién y cómo va a cambiarla. Y eso pasa por un ejercicio de imaginación política, compromiso activo y ejemplaridad personal. En suma: un ejercicio de libertad frente a los exculpatorios determinismos.
Es muy cómodo sostener, por ejemplo, «aquí la corrupción abunda porque nuestras instituciones son perversas». ¿Y quién estableció esas instituciones perversas? «Eeeee… ¿las condiciones socioeconómicas?» (Facepalm)
En primer lugar, muy buen artículo, Roger. Mi enhorabuena. No obstante, estoy con Hazlitt y Perplejo. Es un hecho que la cultura española de latrocinio y cleptomanía institucional va a ser muy difícil de cambiar. Cambiar las instituciones es necesario, pero está claro que no basta. La dificultad que ello entraña se agrava con varios factores: uno, la desconfianza cada vez más generalizada de la población. Si todo el mundo cree de facto que todos los políticos son unos chorizos, el castigo potencial por serlo es menor. Además, si la profesión de político queda denostada ante la sociedad, por una parte, menos personas con cualidades para ser buenos políticos van a optar por esa carrera (porque a todos nos gusta el reconocimiento tanto o más que una buena paga) y más personas con cualidades «menos deseables» van a optar por esa salida profesional.
Si me permitís la comparación, lo mismo pasa con la Iglesia cuando se aireó por primera vez un caso de pederastia y su respuesta fue cerrar filas. Fue un mensaje a los pederastas para meterse de cabeza dentro de la institución e infiltrarla hasta el punto que hoy pesa la duda sobre todos los sacerdotes sobre si son o no potenciales criminales.
El segundo punto por el cual se hace cada vez más difícil que esta cultura se cambie es la «fuga de cerebros». Muchos de aquellos que protestan, o se percatan de la gravedad de esta situación viven fuera del país o están haciendo las maletas. En parte, porque dedicarse a la política tiene mucho que ver con la recompensa en términos de reconocimiento de la que hablaba antes, y en parte porque las barreras de entrada son terribles comparadas con la apertura de puertas que existe para profesionales cualificados en el extranjero.
En resumen, «a perro viejo, todo son pulgas». Personalmente creo no sólo que esta cultura no va a cambiar, sino que por las razones que expongo va a agravarse en el futuro. Llamadme pesimista.
«Cambiar las instituciones es necesario, pero está claro que no basta.»
Pues mira, en algo vamos a estar de acuerdo.
Hola,
En realidad, según la información que he encontrado, no fue secretario general de la Cámara de Comercio desde 1975. Lo fue entonces durante un tiempo y lo dejó al pasar a la política, para recuperar el cargo cuando salió de la Diputación de Castellón. De hecho, aquí aparece otro secretario general en funciones en la página de la Cámara de Comercio tal y como estaba en 2010 >
https://web.archive.org/web/20101119092934/http://www.camaracastellon.com/camara/que-es-la-camara-de-castellon.asp
Saludos,
[…] hemos insistido por aquí a menudo, la imparcialidad de las administraciones públicas no es un capricho moralista, sino una […]