Golpe de Estado en Egipto y posible intervención occidental en una Siria desangrada por la guerra civil. Este verano las transiciones a la democracia y la suerte de los dictadores han vuelto a llenar las noticias de los periódicos. De entre todas ellas, una que nos llamó especialmente la atención fue la de Mubarak. Al menos por lo irónico. Tras el golpe de Estado, el depuesto presidente Mursi a espera juicio mientras que el antiguo dictador sale a la calle… Aunque finalmente lo hayan dejado en prisión preventiva. ¿Paradójico? De hecho este último es el destino menos común cualquier dictador. Por raro que parezca, que Mubarak se fuera de rositas no sería tan extraño si miramos la suerte de sus colegas. En el gráfico siguiente se muestran la suerte que han corrido los dictadores salientes en el mundo desde 1946 hasta 2000 (se excluye a muertos en el poder y los que seguían a la fecha). Los datos vienen de este genial artículo de Abel Escribà-Folch, un experto de primera división en el tema:
Por supuesto, habría que hacer algunas actualizaciones – hay que meter a Saddam Hussein o Gadafi entre los muertos, Mubarak entre encarcelados. Sin embargo, puesto en números relativos nos dan una idea muy clara de qué pasa con los tiranos cuando salen de su cargo. Lo más común es que los dictadores se queden en casa, algo que ha sido bastante frecuente en América Latina hasta la derogación de leyes de “punto Final”. Incluso en algunos casos permanecen en otro cargo, como fue Pinochet como senador vitalicio chileno o Albert René de Seychelles, que se quedó como líder de su partido. Otra posibilidad es que se exilien (con unos ahorrillos generados durante su mandato) como hicieron Idi Amin desde Uganda a Libia, Stroessner de Paraguay a Brasil o (fuera de la muestra) el propio Ben Alí, hoy exiliado en Arabia Saudita. De tiranos asesinados también tenemos algunos, como Ceaucesco de Rumania, o encarcelados de por vida, como Sukarno o Suharto de Indonesia. De todas maneras, datos que no invitan al optimismo. Apenas un 25% de los dictadores pagan de alguna manera por sus crímenes, aunque sea con su vida.
Porque, hasta lo que sabemos, optar por un juicio puede ser problemático para las autoridades del nuevo régimen. Casi es más sencillo dejar que se exilie o pasarlo por las armas. Hay algunos estudiosos que han señalado los problemas ligados al enjuiciamiento de un dictador saliente. Primero, la justicia puede estar corrompida o ser afecta al régimen anterior. Segundo, que el proceso puede dilatarse mucho en el tiempo e implicar un elevado coste económico, en especial si hay que pagar reparaciones por los crímenes del régimen anterior. Tercero, que hay un problema jurídico evidente al operarse con leyes del régimen, en especial cuando se solapan legalidades militares y civiles. Y por último, que pueden desestabilizar un proceso de transición. Las elites del régimen saliente, si ven que pueden ser encausadas si se pasa a democracia, se radicalizarán para que no triunfe y así salvar su pellejo. Obviamente, esto último dependerá mucho de la correlación de fuerzas entre unos y otros. Si la transición es por colapso del régimen anterior no es tan problemático. Si se trata de una transición pactada, el juicio puede llevarse por delante el proceso.
Sin embargo, esta posibilidad tampoco es ajena al tipo de dictadura de la que estemos hablando. La literatura ha señalado que los regímenes altamente represivos o con una institucionalización baja tienden a ser derrocados por medios violentos. Si uno mira regímenes personalistas como el de Gadafi se entiende de manera sencilla. Al no ser un régimen que pueda operar al margen de la figura de dictador, en una transición las elites salientes perderían todo, con lo que pelearán hasta el final por mantenerse en el poder. No hay UCD que valga así que la probabilidad de guerras civiles o golpe de Estado violento aumentan. El destino del dictador, si pierde en cualquiera de ambos casos, está sentenciado. Sin embargo, en regímenes con militares fuertes o de partido único es más probable una transición acordada, ya que retienen alto poder de reintervención. Así, pueden asegurarse de que no recibirán castigo alguno por sus acciones pasadas. Solo cuando el ejército está tocado, como tras perder una guerra, pierde el control del proceso y hablaríamos de otros escenarios.
¿Qué hacer entonces cuando se es un demócrata en un país en transición? Huntington recomendó evitar cualquier juicio a las élites salientes si estas retienen todavía un poder efectivo y, aun cuando sea por colapso, realizar tan solo juicios puntuales. Es decir, que incluso en la Alemania de 1945 optar por unos juicios de Nuremberg, no una causa general contra todos los que participaron directa o indirectamente del régimen. Parece un poco cínico pero hay cierto consenso en la literatura comparada: A la hora de hacer una transición a la democracia, a enemigo que huye puente de plata… O mejor empujarlo al río.
O lo que decía Sila: Si escupes al dictador que dimite, ningún otro dimitirá.
Aunque repugne, lo mejor es ofrecerle una jubilación dorada y que se largue cuanto antes