Con algunos conceptos es fácil renunciar a cualquier intento de teorización y acabar recurriendo a la «prueba del elefante»: una criatura puede ser difícil de definir, pero que uno es capaz de reconocer un ejemplo cuando lo tiene delante. Sin embargo, lo miremos por donde lo miremos, lo ocurrido en Egipto la semana pasada cumple con todo lo que esperamos de un golpe de Estado. Los hechos son que Morsi, jefe del Ejecutivo, ha sido reemplazado de un modo que contraviene las normas vigentes y que incluye el uso de violencia. Cualquier definición en la literatura profesional coincide en que esas son las condiciones exigibles. Por tanto, la batalla conceptual que hemos presenciado durante estos últimos días, si tiene algún sentido, es en los márgenes del debate académico.
Tal vez vez haya cosas en esa definición que no nos agraden y preferiríamos mirar lo ocurrido en Egipto la semana pasada a través de otra lente. Quizás querríamos diferenciar los golpes que nos gustan de los que no nos gustan. Al fin y al cabo, hay golpes que derrocan a tiranos, pero también los hay que fulminan un regimen sostenido por la voluntad de las urnas, y puede resultarnos repugnante mezclar ambos tipos de eventos. Sin embargo hay dos reflexiones, casi triviales, que no se nos pueden escapar. La primera es que lo que habrá de deparar el futuro es accesorio para calificar un golpe como tal. Si las reglas que han aupado al actual líder al gobierno nos gustan o no, o si el actual gobierno nos agrada o nos repele, son elementos irrelevantes en relación al hecho de que en Egipto los militares han depuesto al presidente. Dicho de otro modo, tan golpe fue el que sustituyó al presidente Salvador Allende como el que puso fin al Estado Novo y al dictador Marcelo Caetano en Portugal en 1974. Ambos casos comparten una característica importante y es que alguien que no podía acceder al gobierno de otro modo tuvo que recurrir al uso de la violencia para abrirse paso hasta el palacio presidencial. Esa ruptura fundamental del orden político es algo que una nueva definición que propongamos no debe perder de vista.
Llevando esta idea un poco más lejos, y esta es la segunda reflexión, podemos decir algo más interesante. Un golpe, por construcción, no derroca un régimen, al menos en la medida en la que quitar a la persona en la cúspide no desmonta necesariamente una estructura de poder. Por supuesto, y esto es nuevamente trivial, un alternancia en el poder irregular y violenta en una democracia pervierte la esencia del sistema político, mientras que no podemos decir lo mismo si eso ocurriese en una autocracia. Precisamente por eso, calificar un golpe de democrático implica una evaluación de lo que va a pasar en una larga cadena causal de la que el golpe no es más que un eslabón y, más importante, se basa únicamente en las intenciones de los golpistas ¿Y cómo estar seguros de las intenciones de los hombres armados que acaban de tomar el poder? ¿Acaso no se escudan todos en la necesidad de la acción para proteger «los altos intereses de la Nación»? La incertidumbre y la credulidad sobre las declaraciones de los militares son malas bases teóricas sobre las que construir un concepto.
Por tanto, antes de lanzarnos a pensar en añadir adjetivos, es conveniente pensar sobre qué nos aportan de cara a comprender mejor un evento como el de esta semana, y dejar la cuestión de la legitimidad o nuestra simpatía hacia el mismo para otros foros.
Quiero volver a la prueba del elefante y a una cuestión un poco menos evidente. La definición de más arriba es clara y se aplica sin ambages a Egipto, pero a primera vista solo lo hace a partir momento en el que los tanques tomaron a las calles. Y eso es algo muy incómodo desde una perspectiva teórica porque, entonces, ¿qué fue el ultimatum del lunes? Olvidemos por un momento las particularidades del caso de Egipto y pensemos en las condiciones que exige la definición. La violación de las normas de acceso al ejecutivo es problemática porque a veces estas reglas no existen, pero incluso en estos casos extremos podemos identificar si el golpista es quien se supone que tenía que tomar el relevo. El auténtico problema viene precisamente de lo que parece lo más sencillo de evaluar, que es el uso de la violencia. Porque, ¿realmente tenemos que observar violencia para considerar su uso creíble y reaccionar ante ella? Si un extraño me exige la cartera en una calle muy transitada a plena luz del día, es probable que no se la dé y que ignore el episodio. Pero si es por la noche y me muestra un cuchillo, la situación es diferente, sobre todo porque mi evaluación de lo que ocurrirá si rechazo obedecer es distinta. El problema en el caso de Egipto es el mismo. El comunicado era una acción irregular que intentaba influir en las decisiones del ejecutivo ¿Era creíble? Por supuesto. Es difícil imaginar un escenario en el que la cúpula del Ejército se desdijese el miércoles si Morsi decidiese echar un pulso. Más aún con la reputación que ha generado durante los dos últimos años. De ser así, ya el lunes teníamos todos los elementos necesarios para hablar de golpe de Estado. Dicho de otra manera, no solo es obvio que la deposición de Morsi fue un golpe de Estado, podemos incluso justificar que que fue la última fase de un golpe que ya era tal el lunes cuando la cuenta atrás se puso en marcha.
Al menos en Egipto el ejército se atreve a hacerlo.
«Al fin y al cabo, hay golpes que derrocan a tiranos, pero también los hay que fulminan un regimen sostenido por la voluntad de las urnas, y puede resultarnos repugnante mezclar ambos tipos de eventos»
Bueno, este golpe de estado es de los segundos, Libertad y Justicia ha ganado las 5 veces que han votado en Egipto y junto con los Salafistas tienen el apoyo del 70% de los votantes.
Si de verdad hay en un futuro elecciones democráticas en Egipto volverán a ganar, el caso es similar al de Turquía, los habitantes de las ciudades son mayoritariamente partidarios de la oposición, pero en las provincias rurales, más pobladas, LyJ es mayoritario.
Mi opinión es que LyJ ha intentado basar su política en el poder de las urnas ninguneando a sus rivales y haciendo políticas que les perjudicaban (como la consitución).
http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/hilo-de-ariadna/2013/07/08/egipto-el-dilema-liberal.html
«Y en cualquier caso, la democracia implica aceptar el triunfo de la mayoría.
No acabo de escribir eso último y de inmediato la conciencia me responde: el triunfo de la mayoría… y el respeto de la minoría. Por eso la democracia sin Estado de Derecho no sirve de nada: es, como decía Borges, el abuso de la estadística. Este fue el pecado de Mursi: empinarse en su mayoría para aplastar a la minoría y obliterar el incipiente Estado de Derecho.»
Eso de «junto con los salafistas» tiene su gracia, teniendo en cuenta que han apoyado al ejército y al nuevo gobierno, no a Morsi, y que los «sospechosos habituales» como Arabia Saudí lejos de rechazar lo ocurrido están ofreciendo un fuerte apoyo económico al nuevo régimen… un apoyo que no le daban al gobierno anterior.
Tenemos cierta tendencia a ver todo lo que ocurre en países islámicos bajo un prisma «laicos contra islamistas», y también a igualar laicos con demócratas a la europea y a islamistas con retrógrados tiránicos… y a veces este punto de vista puede que sea el correcto, pero en otras ocasiones como poco es una simplificación excesiva. Por ejemplo en Egipto lo que hemos visto es a toda la oposición, desde los laicos a los islamistas radicales, unirse gradualmente contra Morsi y los Hermanos Musulmanes.
Y aquí ya me da miedo entrar en algo que no entiendo y a juzgar por lo que he leído no parece que los periodistas occidentales lo hayan entendido tampoco, pero si en las elecciones la participación fue baja, en el referendum sobre la nueva constitución la cosa fue a peor y apenas se molestó en votar el 30% del electorado. Algo grave estaba pasando mucho antes del golpe, como mínimo desde que Morsi se atribuyó a sí mismo amplios poderes especiales por decreto – algo bastante poco democrático, dicho sea de paso.
El hablar de salafista solo lo he hecho debido a que el golpe de estado se ha planteado en medios de comunicación como laicos (mayoría) vs religiosos (minoría muy activa), que los salafistas estén en el otro bando (aunque bascularon momentaneamente cuando los militares realizaron una matanza durante la hora del rezo) no va en contra de mi tesis (dualidad campo conservador vs urbanitas liberales/progresistas) simplemente es la lucha regional de Saudies (Apoyando a los Salafistas) vs Qataries (partidarios de los HHMM) pero ambas desde una visión islámsta, pero si la confrontación fuese laicos vs islamistas se posicionarían con los HHMM de ahí que los «sume».
Estoy de acuerdo en el hecho de que Mursi amplie sus poderes es preocupante, pero un golpe de estado no es la solución.
El tema es dificilmente simplificable, los militares que controlan un amplio sector económico propiciaron cortes electricos o de agua o la carencia de gasolina en las gasolineras (segun los pro-Mursi) haciendo que la gente se enfadase y concentrase su ira contra Mursi, la constitución eminentemente islamista que dejó de lado a otros sectores anti-Mubarak, que Mursi no quisiera realizar un gobierno incluyendo a la oposición, la falta de inversión extranjera, la disminución del turismo… pero nada de esto hace que Egipto dejara de ser una democracia, y un golpe de estado en esta situación no era uno de los que «derocan tiranos».
[…] – Gonzalo Rivero, nuestro especialista, en pocas y claras palabras: “¿Qué es un golpe de Estado?“. […]
A que se ha llamado golpe de Estado, o para los mismos efectos, revolución, no creo que tenga especial interés analítico. En todo caso sería interesante para una historia del vocabulario político. El debate en la prensa que hemos visto sobre el caso de Egipto ha sido un debate moral, similar al absurdo debate sobre si el franquismo era un régimen autoritario, o uno totalitario, como si la diferencia técnica entre ambas categorías implicarse alguna valoración moral. Como si un régimen autoritario dado no pudiera amparar atrocidades de una escala superior a otro totalitario.
Quien más ha hecho, pero si mucho éxito, por librar a los científicos sociales de las trampas de la lógica clasificatoria es Michel Dobry, con su lema «clasificar y pensar son operaciones intelectuales distintas». Lo fundamental estaba en su «Sociología de las Crisis Políticas», pero recientemente ha resumido los argumentos contra la lógica clasificatoria en el Dictionnaire des Mouvements Sociaux de Fillieule: http://www.cairn.info/resume.php?ID_ARTICLE=SCPO_FILLI_2009_01_0475
Pues yo diría que sí que tiene interés… ¿Por qué es la «revolución de los claveles» y no «el golpe de los claveles»? ¿O «la revolución de octubre» en lugar de golpe, o insurrección, o rebelión? O «alzamiento»…
Es difícil rechazar la idea de que a la misma cosa la llamamos «golpe de estado» cuando nos disgustan los golpistas y/o sus fines, mientras que cuando si nos gustan, o al menos no nos resultan odiosos, entonces buscamos otros términos más atractivos.
Buen punto.Yo siempre he pensado que la palabra Revolución la suele usar la izquierda mucho más que la derecha y que lo hace para dar mejor imagen cuando toma el poder en un acto violento. Los golpistas de derechas tampoco usan nunca la expresión golpe de Estado pero no han tenido el mismo éxito en encontrar una palabra más presentable.
Dicho esto, hay un caso muy célebre. Un grupo dio un golpe armado para echar del poder a un Gobierno de coalición entre liberales y socialistas presidido por uno de estos últimos. El nuevo Gobierno organizó a los pocos meses unas elecciones que fueron ganadas por el partido socialista con el 53% de los votos. El gobierno no reconoció el resultado de las urnas y siguió gobernando sin volver a organizar elecciones libres en décadas. ¿A que ustedes considerarían eso un golpe de estado típico? Pues se trata del hecho histórico conocido como Revolución de Octubre.No, no derrocó al zar sino al Gobierno socialista-liberal de Kerensky. Y el partido de Kerensky ganó las elecciones de 1918 organizadas por el nuevo Gobierno bolchevique.
[…] ¿Qué es un golpe de Estado? […]
Interesante reflexión que, como se intuye al ojear los comentarios, invita a ir un poco más allá. Efectivamente, tan golpe fue el de Chile en 1973 como el de Portugal en 1974 (o el de Egipto la semana pasada). Pero, ¿por qué nos resulta «repugnante» mezclar el derrocamiento de un tirano con el de un líder elegido democráticamente? Porque aunque técnicamente sean lo mismo, moralmente son muy diferentes.
[…] sobre el clásico debate entre el sistema presidencial y parlamentario. El otro día, tras el golpe de estado que derrocó a Mursi, recordaba este artículo de Alfred Stepan y Juan Linz de febrero de 2011 en […]