En un contexto de crisis económica como el actual, la desigualdad ha vuelto a aparecer en la agenda. A documentos como el de la OCDE de 2011, más recientemente el de Economistas sin Fronteras, la Fundación Foessa, el CES, el último número de Papeles de Economía Española o el exhaustivo informe recuperado por la Fundación Alternativas hay que sumar otro texto de reciente aparición. Se trata de Estructura social y desigualdad en España, el libro de José Saturnino Martínez García publicado este mismo año en Los Libros de la Catarata. Si quieren leer una reseña más o menos elogiosa con el texto, pueden ojear esta en Público o esta otra en el último número de la RIS. Si quieren juzgar por ustedes mismos, compren el libro. Les proponemos una solución de conciliación: sigan leyendo este texto y una vez terminado apresúrense a comprar el libro para que se formen su propia opinión. Tanto si les gusta como si no, el libro da que hablar. Y da que pensar.
El público potencial es todo aquél al que le interesan temas de actualidad, que busque quizá algo más de rigor de lo que habitualmente se encuentra en los medios e incluso que no se conforme con la mera acumulación de evidencias, sino que demande también recetas para la acción política. De hecho, a lo largo de sus algo más de 150 páginas se interconectan estos tres aspectos: teorías o planteamientos presentes en los medios o en la academia, análisis empírico de datos (circunscritos básicamente a España, aunque con alusiones a otros países) y propuestas en términos de políticas públicas.
Por qué leerlo
Encontrarse con expresiones como “populismo de derechas” o “la talla 38 me aprieta el [imagínense lo que viene]” quizá puede remover de su asiento a más de uno. De hecho, aunque en general se mantenga un tono serio, se incorporan toques coloquiales, a modo de anecdotario, como por ejemplo hablar del cambio en Draper (personaje de la serie Mad Men) como paradigma de un cambio de habitus asociado a un ascenso social, o incluir un chiste de dos señoras que hablan de la crisis mientras tricotan en sendas mecedoras.
Además -y quizá esto sea más preocupante-, el libro contribuye a alimentar prejuicios, como por ejemplo dar por supuesto que fundaciones privadas como FEDEA (a la que se refiere como “un think tank financiado por la banca y empresas del Ibex-35”) no son libres intelectualmente porque dependen de la banca y el “malvado” capital. Tampoco resulta intelectualmente honesto (¡al menos así nos lo enseñaron!) presentar al lector aportaciones de la literatura de manera abiertamente sesgada y maniquea. Como muestra, la primera parte del capítulo tres, en la que se presentan aportaciones de la filosofía política con un tono totalmente condenatorio hacia el liberalismo como corriente de pensamiento político. Del lado del rigor, no habría estado de más incluir anexos o alguna nota a pie de página para explicar detalles sobre la construcción de variables o la justificación del uso de fuentes.
En definitiva, si usted como lector busca un texto aséptico, este no es exactamente su libro. Tampoco es un manual de estructura social de España. Por el contrario, se sentirán cómodos los lectores autodeclarados de “izquierda”, especialmente aquellos que disfrutan leyendo a Vicenç Navarro o los incondicionales de Slavoj Žižek (al que por cierto cita como autoridad en el texto en dos ocasiones). En todo caso, sea cuál sea su cosmovisión, y aun cuando Intereconomía fuera su canal, La Gaceta su periódico o Hermann Tertsch su contertulio de referencia, este libro le interesará. Pone la mesa algunas cuestiones relevantes que deberían tenerse presentes cuando se habla de desigualdad: el cambio en la composición de la población, la variabilidad dentro del colectivo de jóvenes o la imprecisión del concepto “clase media”. Les dejamos con una frase muy ilustrativa de lo que es esta obra: “igual que un pato camina, nada y vuela sin ser el mejor animal en cada forma de moverse, en este libro se investiga, divulga y ensaya sin ser lo mejor en cada género”. No lo decimos nosotros. Lo dice el autor.
Entrando en harina
La idea de trayectorias de clase es el leitmotiv del texto. Ya desde la Introducción (“CLASES SOCIALES: CREER NO CREO, PERO HABERLAS, HAYLAS”) se plantea la importancia de la clase social como principal variable de análisis, que será el eje vertebrador del análisis en los subsiguientes capítulos (Un aperitivo, aquí). La estructura del libro es clara y coherente: tras la introducción, un primer capítulo sobre las clases sociales y la desigualdad desde un punto de vista teórico, seguido de un segundo donde se recogen los principales cambios demográficos y laborales del país. El resto del libro, del capítulo 3 al 6, es fundamentalmente empírico. En estos cuatro capítulos se abordan cuatro cuestiones (mercado de trabajo, edad, género y educación) teniendo en cuenta en todas ellas los efectos de la clase social.
El primero (“DIFERENCIA Y DESIGUALDAD”) es un capítulo eminentemente teórico. Se inicia con una reflexión sobre la legitimidad social de la desigualdad y, por tanto, una reflexión en último término sobre la justificación –o no– de la intervención del Estado para corregirla. El objetivo es dilucidar si a la situación social se llega –en términos orteguianos- “por el yo” o “por la circunstancia”. Una idea que se desarrolla con más profusión poco después al hablar de “desigualdad” y “diferencia”, que el autor aplica no sólo para hablar de diferencias de clase, sino también en referencia a la prostitución (¿es libre la elección de la prostituta?) o al matrimonio homosexual (“matrimonio igualitario”, en el libro).
El eje de esta estimulante discusión entre desigualdad y diferencia es el tradicional “enfrentamiento” entre economistas y sociólogos respecto a cómo se toman las decisiones vitales en general y las inversiones educativas en particular. Así, por ejemplo, para explicar las elecciones educativas (estudiar o no una carrera universitaria, y en su caso, cuál), cabría plantearse: ¿Es resultado de una formación libre de preferencias, como defenderían los economistas en la línea deSchultz o Becker? O… ¿se explica por la socialización y el diferente habitus de unos y otros grupos sociales, más à la Bourdieu)? Dicho en otros términos: ¿son las preferencias exógenas (resultado de factores externos) o son endógenas (determinadas o condicionadas por atributos como la posición social)? El autor presenta ambas perspectivas con sus claroscuros, concluyendo –a nuestro juicio, prudentemente- que quizá no sea tan importante que haya diferentes preferencias, sino las implicaciones que tienen sobre las condiciones de vida. Es decir, que aparentemente no es tan importante si una mujer decide optar por el trabajo doméstico o si un joven se orienta a una ocupación no manual, siempre que esas posiciones les permitan llevar una “vida digna”. Una cuestión esta que se retoma en el capítulo cinco.
Otra parte destacada del capítulo es el repaso a algunas de las principales teorías de las clases sociales. Por las páginas van desfilando las ideas de Marx, Weber o los funcionalistas, así como posteriores aportaciones de Erik O. Wright, Goldthorpe o Grusky. Una procesión de autores donde la conexión entre la teoría y la aplicación empírica se echa en falta y que quizá adolezca de cierta laxitud en la definición de conceptos. Uno puede sentirse defraudado, porque de momento la promesa que se formulaba en la introducción de “utilizar un concepto de clase diferente, teniendo en cuenta tres dimensiones (propiedad privada de los medios de producción, cualificación y posición jerárquica en la organización)” no se ve cumplida. Es cierto que se presentan varias teorías de las clases, pero no se explica cómo se van a operacionalizar empíricamente. Si, como se vislumbra en todo el texto, el autor confía en el carácter estructurador de las clases sociales, ¿por qué no se explicita la manera en que se definen las clases a partir de datos empíricos? Las grandes expectativas que se crean en la introducción y en el capítulo uno sobre la traslación teórica de la idea de “grandes clases” (articuladas en torno a producción, cualificación y posición jerárquica), se derrumban en los capítulos posteriores. Esto ocurre especialmente a partir del tercero, cuando al aplicar un concepto de clase, realmente no se hace más que agrupar ocupaciones de la CNO. La cuestión no es sencilla, y quizá resulta que es cierto que las “grandes clases” están perdiendo capacidad explicativa. Si es así, ¿por qué llamarlas “clases” cuando se quiere decir “posición socioeconómica”?
En el capítulo dos (“DE UN PAÍS DE ESPAÑOLES A UN PAÍS CON ESPAÑOLAS E INMIGRANTES”) se repasan las principales tendencias demográficas y laborales experimentadas en España en los últimos años. Del lado de la demografía se describe la progresiva reducción de la fecundidad, el descenso de la mortalidad (con el consiguiente aumento de la esperanza de vida), y en términos migratorios el paso de ser una sociedad de emigrantes en los años cincuenta y sesenta para, especialmente a partir de los 2000, convertirse en un país receptor de inmigración. Si bien aparecen algunos deslices -como hacer sinónimos natalidad y fecundidad, o hablar del baby boom como “explosión de bebés”-, la somera descripción general del cambio demográfico español es certera. Sin embargo, no se profundiza en la importancia de las dinámicas demográficas, que en gran parte determinan la estructura social. Del lado del mercado de trabajo, se señala el considerable incremento de la participación laboral de las mujeres. A ello se añade una pequeña digresión sobre los conceptos de “extranjero” e “inmigrante” y una breve nota al margen a modo de reflexión sobre la llamada “fuga de cerebros”. Todos estos cambios son claves para considerar el posible “efecto composición”, dado que cambios en la desigualdad social podrían deberse no tanto a modificaciones en las reglas distributivas, sino a la propia composición de la población y la fuerza de trabajo. Reconociendo su importancia, se echa en falta sin embargo la vinculación el impacto de estos cambios a los cambios en la distribución: ¿el aumento de universitarios genera aumentos en la desigualdad? ¿Y la incorporación de mujeres o inmigrantes al mercado de trabajo?
[…] Reseña del libro Estructura social y desigualdad en España, de José Saturnino Martínez García (Primera parte). […]
Hombre, lo de FEDEA tiene poquita discusión. Todas las recetas de Garicano y compañía benefician a las rentas altas y a las empresas (capital) y perjudican a los desfavorecidos y trabajadores.
De manual.
¿Por qué?
Como autor del libro, les agradezco que les haya suscitado el suficiente interés para comentarlo. Me gustaría aprovechar para detenerme en algunas cuestiones con las que obviamente no estoy de acuerdo.
La más importante de lo que señalan, para mí, es el debate en torno a cómo medir la clase social. En el libro remito a otro libro dónde se explica cómo se hace a partir de la variable Condición Socioeconómica del INE (GARRIDO, L.y J.J. GONZÁLEZ (2005): «Mercado de trabajo, ocupación y clases sociales», en Tres décadas de cambio social en España, ed. J.J. GONZÁLEZ y M. REQUENA. Madrid: Alianza). En esta reseña parece confundirse esta variable con la Clasificación Nacional de Ocupaciones (CNO). Podríamos plantear la cuestión al revés que en la reseña, ¿por qué lo llaman condición socioeconómica si es clase social? La respuesta es sencilla, ‘clase social’ es un término analítico, sí, pero también cargado de connotaciones políticas, mientras que condición socioeconómica es más neutro. Cualquiera de los esquemas al uso sobre clases sociales maneja las mismas variables que el INE en la construcción de la condición socioeconómica: ocupación, sector de actividad, propiedad de los medios de producción, posición jerárquica en la empresa y cualificación. Por tanto, la clase social es lo mismo que la condición socioeconómica, y no puede reducirse a ocupación (bueno, para los funcionalistas, sí), mucho menos a los ingresos (que son el resultado de la clase social, no su definición). Como señalo en el libro, las distinciones más relevantes para estudiar muchos fenómenos sociales son las weberianas: la combinación de ocupaciones manuales y no manuales, por un lado, con las cualificadas y no cualificadas, por otro lado.
En cuanto a que trato mal al pensamiento liberal, puede ser, pero no menos mal que a los marxistas, pues creo que los «campos de reeducación» son parte necesaria y no casual, del pensamiento marxista. Me esforcé todo lo que puede por señalar las virtudes y defectos de liberales y marxistas, invito pues a que se lea el libro y se juzgue. Cuando expongo las diferentes teorías e ideologías, intento no hacer «hombres de paja», puede que sea torpe en esto. Lo que sí hago es tomar partido y explicar por qué unas me parecen mejor que otras, intentando no dejar fuera lo argumentos relevantes. Ser objetivo no es dar el mismo peso a todo, sino argumentar por qué unos convencen más que otros.
En cuanto a lo de FEDEA, en ningún momento digo que no tengan independencia los economistas que allí trabajan, además de que no dudo de su capacidad. Lo que sí digo es que resulta cuando menos sospechoso, como señalo en el libro, que se puede firmar más de una decena de manifiestos de las reformas que necesita España y ninguno haya sido para avisar de la crisis ni proponer una reforma financiera. Es más, claramente los orígenes del paro están en la crisis financiera, pero siguen erre que erre en que es un problema de las instituciones laborales (que ayudan a que sea alto, sí, y son mejorables, pero no son el principal problema). Y de lo que no dudo es que quien pone el dinero decide a que economistas contrata, y sí, serán prestigiosos, pero también proponen reformas que claramente favorecen más a unos que a otros.
Yo creía que lo opuesto de los marxistas eran los austríacos, ambos minoritarios dentro de la economía académica. Tampoco entiendo porqué en el país que inventó el término «liberal» se empeña ahora en regalar dicho concepto a los neoconservadores. Luego nos tendrá que venir algún británico a recordarnos nuestra propia historia:
http://www.youtube.com/watch?v=ey3oUbX8bzw
En cuanto a lo de FEDEA, la justificación no deja de seguir siendo una pobre argumentación ad hominem. Conozco a mucha gente que nunca los ha leído porque llegó alguien y les advirtió que no eran de fiar ya que «detrás estaba la banca». Es una táctica fácil y efectiva para evitar que lo consideren, pero desde luego poco honesta. Tampoco ayuda a que la gente forme su propia opinión, se documente, compare ni abandone lo de desprestigiar al argumentador en vez del argumento como principal deporte nacional. Lo de que no han propuesto una reforma financiera no sé porqué lo dice. En lo de favorecer a la banca, ¿es por ejemplo favorecerlos estar en contra del rescate de bancos insolventes?
http://www.fedeablogs.net/economia/?p=30626
Me ha encantado la reseña. Creo que sería interesante que introdujeraís como una sección fija la crítica de libros (publicados en España recientemente), en vez de la que tenéis sobre los libros que estáis leyendo que me parece de poca utilidad.
Además creo que debería serl del tipo de la actual. Crítica con el libro. La intervención del autor también me ha parecido muy interesante
He leído el libro y me ha gustado. Mucho. He leído la reseña y me ha gustado, en parte. Creo que, María y Juan Manuel, hacéis una valoración muy positiva de aspectos sustanciales (es el tono general), pero ponéis demasiado énfasis en cuestiones muy marginales del texto (que son ya matizados por el autor en el libro) para que, considerada la crítica globalmente, se vea demasiado afectada por éstos. Y no me refiero al tema de la clase, que ya ha sido contestado por Saturnino Martínez, sino en general al resto. Por ejemplo, cuando el autor afirma que el libro es como un pato demuestra sentido del humor y que, y es de agradecer, escapa de vanidades absurdas. Podría haber puesto muchos otros símiles. Esto lo sacáis de contexto y dais a entender otra cosa.
Por otro lado, disiento de vosotros con respecto a la objetividad del libro. Por el contrario, y a mi modo de ver, uno de los valores de la obra es que plantea las teorías en debate de manera bastante honesta. Que tome partido es legítimo, pero no lo hace escamoteando argumentos a las posiciones teóricas en liza que no comparte, que sería lo fácil.
Un saludo.
Muchas gracias por los comentarios.
@Corolario
La alusión a Fedea no es central ni en el libro ni en la reseña. Es sólo eso, una alusión. En todo caso, lo que queríamos poner sobre la mesa es el hecho de que en muchas ocasiones los argumenos o las críticas se rechazan en funciónopiniones previas, ideas preconcebidas o juicios que se tiene como punto de partida antes de conocer bien algo, es decir, que se basan en ¨prejuicios¨ en el sentido más literal del término. Fedea es el claro ejemplo de Fundación denostada por buena parte de la izquierda como punto de partida por recibir financiación de la banca, y la mayoría de las veces las críticas se basan más en eso, sin debatir sus argumentos de fondo. Probablemente pequemos del idealismo o de la inocencia propia de la edad, pero nos gusta pensar que los investigadores serios trabajan con rigor y basando sus conclusiones en evidencias, independientemente de quién les financie. A eso es a lo que nos referíamos.
@SaturninoMartínez
En primer lugar, no podemos sino dar las gracias al autor del libro por tomarse el tiempo de leer esta primera parte de la reseña y por las apreciaciones que realiza. Nos pareció muy interesante y estimulante el libro, y la misma sensación hemos tenido con sus comentarios.
En referencia a la cuestión de la medición de la clase social, lo que planteábamos (más técnico que ideológico) eran simplemente las dudas que nos suscitaba la elaboración de la variable, no una acusación. Se dice (en el libro y en el comentario anterior) que dicha variable se define a partir de la ¨ocupación, sector de actividad, propiedad de los medios de producción, posición jerárquica en la empresa y cualificación¨, y también se alude al tratamiento de la variable en el capítulo de Garrido y González. Perfecto. Lo único que echábamos de menos era quizá un anexo o algún tipo de explicación metodológica adicional sobre la enjundiosa tarea de reducir a una sola variable un concepto tan multidimensional como éste (llámese clase social o la condición socioeconómica). Y nos parecía especialmente interesante precisamente por la centralidad que tiene dicha variable en todo el libro. En todo caso, somos conscientes de que un libro de divulgación no resultan pertinentes las disquisiciones técnicas, por eso, en este foro no podemos más que felicitarle por su trabajo.
Respecto a la forma en que se presentan las corrientes de pensamiento (y esto enlaza también con un comentario de @JoséLópez), por supuesto no criticamos que tome partido, sino solamente apuntamos que en alguna ocasión da la sensación de que la conclusión es la premisa.
@Brosio
Muchas gracias. A nosotros también nos ha resultado muy interesante como lectores, especialmente por la interacción con el autor del libro. También nosotros les lanzamos el guante a los chicos de Politikon.
Siguiendo con @JoséLópez, hemos de recordar que a nosotros también nos ha gustado el libro. Además, las escapadas humorísticas del autor nos han hecho reír y admitimos su valor terapéutico. Sin embargo, no consideramos que las cuestiones en que ponemos énfasis sean marginales, sino todo lo contrario. El autor reconoce que es un libro a caballo entre tres patas (o «patos», en este caso), pero el carácter divulgativo no debería justificar que se eluda explicar cómo se ha llegado a algunas conclusiones o cómo se ha calculado un indicador. No decimos que sea facil llegar a varios públicos al mismo tiempo, pero creemos que la divulgación no debe estar reñida con la aplicación de los principios básicos del método científico, especialmente si el autor lo hace desde su posición académica. Y la honestidad científica -que no ideológica, de la cual el autor es muy libre de posicionarse- es fundamental para aquellos que estemos buscando (también) un feeling más formal o más riguroso. Especialmente porque si no, no resultaría falsable y se convertiría en una mera cuestión de ¨fe¨.
[…] Hemos pedido a los dos autores de este artículo que lean y nos reseñen el libro. La primera parte de la reseña se encuentra aquí. […]
Al leer la reseña, me dio la sensación de que el libro deja muy mal parado a los estudios de estratificación social, siendo que son posiblemente uno de los campos más sólidos y sofisticados en sociología (Goldthorpe se ha pasado la carrera tratando de demostrarlo).
También, me parece raro que alguien señale que clase social, definida operacionalmente en base a relaciones laborales (modelo EGP), siquiera se piense como algo similar al grupo socioeconómico, siendo que esa es una clasificación creada por la asociación internacional de marketing para estudios de mercado, y se basa en la educación y el ingreso. Son cosas totalmente distintas. Goldthorpe ha argumentado larga y convincentemente -a mi parecer- dos cosas al respecto: 1. Que es simplemente un dispositivo analítico (su esquema de clases, que tienen un nivel de desagregación y adaptabilidad dependiendo de los propósitos de investigación mucho mayor que las 3 grandes clases) y 2. El fundamento teórico neo-weberiano que lo justifica.
Tengo un gran aprecio por la economía (tengo más amigos economistas que sociólogos) , pero la crítica me sonó un poco al prejuicio clásico del economista -econometra más bien- en relación a los desarrollos teóricos de la sociología. Que usualmente buscan la deslegitimación académica de la disciplina, en base a criticas epistemológicamente discutibles.
Sobre el resto nada que comentar.