Antropología

Más sobre el Buen Salvaje

15 Feb, 2013 - - @jorgesmiguel

Desde que Kiko Llaneras y yo publicamos el artículo de la semana pasada, la guerra en torno al último libro de Jared Diamond no ha cesado; y además ahora incluye a un viejo conocido, el antropólogo Napoleon Chagnon, cuyo controvertido trabajo sobre los yanomamo mencionamos y que también publica nuevo libro. De hecho, buena parte de las acusaciones y críticas hacia Diamond pasan por Chagnon, por ejemplo este post de Jason Antrosio (como nota marginal, me cuesta mucho tomarme en serio a alguien que se toma en serio el libro de Matthew Restall, que es de lo más prescindible que he leído); o este otro, muy agresivo, de Anthropomics. Ambas muestras permiten comprobar, tal como explicaba en el anterior artículo, hasta qué punto el debate en antropología está cargado ideológicamente, por todas las partes. Pero mi intención no es abordar las críticas al trabajo de Chagnon, uno entre muchos ejemplos y que no estoy en condiciones de valorar ahora; sino reseñar algunas de las otras críticas que subyacen en estas réplicas, y que no son precisamente nuevas.

Por ejemplo, una objeción frecuente es el hecho de que las tribus estudiadas por los antropólogos como Chagnon están ya de hecho aculturadas en algún grado, y probablemente viven en un entorno alterado por la cercanía de la civilización occidental y sus circuitos comerciales y artefactos, que a menudo preceden al contacto directo. Antrosio habla de las hachas de acero de los yanomamo. Se hace complicado creer que el diferencial de efectividad entre el uso de armas de piedra, madera o hueso -que, como cualquier estudiante de Historia sabe, pueden ser enormemente sofisticadas y letales- y acero cause por sí solo un aumento exponencial de la violencia. De hecho, tampoco parece ser exactamente el argumento de Antrosio, que apunta más bien hacia la disrupción general del entorno, y anota también parecidas objeciones sobre los nuer, los siriono o los !kung. En el último caso, su argumento -que las tasas internas de violencia corresponden con un problema regional- no se sostiene: establece la comparación con Sudáfrica, pero los países donde habitan los !kung tienen tasas de homicidio menores que las sudafricanas o los propios bosquimanos. En cualquier caso, me parecen comparaciones muy comprometidas. Preferiría centrarme en el argumento global de la aculturación. Lo mejor que puede decirse de él es que resulta indemostrable. En general, el estudio de las sociedades tribales vivas está sujeto a esta especie de «principio de indeterminación»: por definición, sólo tenemos acceso a ellas una vez establecido contacto con la civilización, aunque sea a través de artefactos y vías comerciales (o microorganismos, como en el caso de la conquista de América). Y el problema no es nuevo: nuestro conocimiento de los pueblos germánicos, por ejemplo, comienza con Julio César y Tácito, que ya nos hablan de unas tribus aculturadas por su contacto con celtas y latinos. De hecho, las «tribus» que se establecen en el Imperio durante el S. V no son tales, sino confederaciones y alianzas que en algunos casos apenas tenían unas décadas de antigüedad; y que a menudo incluían elementos heterogéneos étnica y culturalmente -pero que sobre el campo de batalla eran prácticamente indistinguibles de los ejércitos romanos. Algo parecido sucede con muchas «naciones» y confederaciones norteamericanas cuando se inician contactos con los colonos blancos.

Por tanto, podemos aceptar que hay un problema general con los relatos antropológicos, pero eso no nos dice nada de en qué sentido ha afectado la aculturación, incluso cuando la intuición nos señale que casos como los yanomamo o los jívaros pueden ser excepcionales. Volviendo a la conquista de América, tenemos también el contraejemplo de sociedades diezmadas por las enfermedades y el colapso de su mundo, que, lejos de volverse más violentas, sencillamente caen en la abulia y se «desintegran» económica y demográficamente incluso antes de establecer contacto directo con los españoles. Por otra parte, y aunque Antrosio lo niega explícitamente, este tipo de críticas suelen tener un regusto a relato de Arcadia o utopía pre-colonial, en la medida en que dan a entender una especie de estado estacionario previo al contacto con Occidente, en el que las tribus serían «realmente ellas», cuando la realidad de las sociedades tribales ha sido enormemente fluida a lo largo de toda la historia. Seamos pues cautos con las conclusiones y extrapolaciones, pero siempre, y vayan en la dirección antropológica e ideológica que vayan.

Y si no podemos fiarnos al cien por cien de los relatos y los estudios de campo, ¿qué nos queda? La Historia -y entiendo que esta es una afirmación polémica- también tiene parecidos problemas, especialmente mientras se ha mantenido en una especie de estadio infantil, alimentándose sólo de relatos, fuentes y documentos de intención diversa. La acumulación de revisiones críticas y conocimiento arqueológico en las últimas décadas ha permitido matizar y en muchos casos alterar sustancialmente nuestra visión del pasado. En el caso de la tribus estudiadas directamente por los antropólogos, es evidente que la información arqueológica es limitada. Pero, en la medida en que podamos trazar paralelos entre sociedades con modos de vida similares -y en algunos casos, como Norteamérica, lo extravagante sería no hacerlo-, la imagen de las tribus que arroja la arqueología tampoco parece sustentar, como veíamos en el artículo anterior, la idea de unas sociedades particularmente pacíficas. Y me parece significativo que los críticos de Diamond hayan evitado, hasta donde veo, tratar de sociedades donde el Deus ex machina de la aculturación no tendría cabida.

Para terminar, me gustaría sugerir por qué es verosímil en términos políticos que las sociedades tribales sean en general más violentas que las estatales. Y me permito volver a Hobbes. En toda sociedad surgen conflictos intra e intergrupales. La manera en que se gestionan, es decir, si se llega a una conciliación o bien el conflicto escala, depende en buena medida de la existencia de un poder superior que tenga la fuerza o la auctoritas para patrocinar o imponer un acuerdo. En ausencia de dicho poder, es fácil que los agravios den lugar a ciclos de venganza. El antropólogo Philip Carl Salzman, por ejemplo, ha propuesto un sistema de «balanced opposition» para las sociedades tribales de Oriente Próximo: cada individuo se inserta en una red de solidaridades (familia, clan, tribu) que determinan su posición en un conflicto. Cuando el equilibrio de fuerzas que se genera no basta para evitar la escalada, estalla la violencia, lo que no es del todo infrecuente, y las lealtades grupales obligan a tomar partido. De hecho, la progresiva pacificación interna de las sociedades occidentales desde la Edad Media parece estar relacionada con la extensión del ámbito de la ley a los conflictos privados, lo que ahoga los ciclos de violencia antes de su estallido, y a la disolución misma de los vínculos de familia extensa y clan en favor de la adscripción territorial y política. Volveré sobre estos últimos temas próximamente.


10 comentarios

  1. Adrián dice:

    Ya que hablais de los yanomamo, por qué no citais a Marvin Harris? Sus opiniones me parecen muy bien fundamentadas en cuanto a la cultura coo herramienta y la violencia yanomamo en parte explicada por una escased de alimentos ricos en proteínas (como la carne) y por tatno el feminicidio como control de población y las incesantes guerras para mantener su territorio de caza (esto es em plan resumen, su argumentación es mucho más extensa)

    La verdad, me sorprende que en ninguno de los dos posts hayais hablado de Harris…

    • Jorge San Miguel dice:

      No he mencionado a Harris porque sus textos sobre violencia tribal, al menos hasta donde yo conozco, son de carácter especulativo o divulgativo, y se apoya en gente que sí ha investigado directamente como Chagnon y alguno más. Y tampoco parece que sus tesis hayan envejecido bien del todo. Sin ir más lejos, Lawrence Keeley negaba en el libro que cité que hubiera relación directa entre competición por recursos y guerras.

      • Adrián dice:

        Bueno Harris en su «introducción a la antropología…» dejaba entrever otros recursos a parte de las guerras en el caso de escasez, infanticidio, feminicidio…
        Lo que me ha sorprendido es digas que sus tesis no hayan envejecido bien (tengo que ponerme al día con la antropología, entonces), pero por otro lado decía cosas un pelín disparatadas (¿el invento del arado conduce casi necesariamente a la formación de la nación estado? pueder ser, pero aportaba pocas pruebas). Espero al menos que el materialismo cultural no haya muerto en la antropología actual….

        Sobre la violencia, creo recordar que poniendo como ejemplo los !Kung como ejemplo de que las sociedades cazador-recolector por lo general son pacíficas (con tasas de homicidio y crimen vilolento casi inexistentes, según él), quería contrariar a Hobbes (el libro «Jefes, cabecillas y abusones es explícito al respecto). Parece ser que en ciertos casos las redes de solidaridad y apoyo mutuo y afecto pueden ser más fuertes que las el potencial destructivo posibles desavenencias. O que si alguien de un grupo se siente agraviado es libre de marcharse a otro grupo (no hay tierras en posesión).
        Pero parece ser (en vista de ejemplos como los yanomamo y otros) que esto sólo se cumple en condiciones de relativa abundancia material (densidades de población bajas…). aunque la verdad creo que antes de seguir opinando debería leerme el libro de Diamond. Y comprobar si mis ideas sobre la antropología están desfasadas…

        • Jorge San Miguel dice:

          Te recomiendo que, sobre este tema, empieces por Keeley: es razonablemente asequible, más breve y, al margen de otras cuestiones, parece que el libro de Diamond trata de abarcar demasiado y ofrecer conclusiones demasiado generales.

  2. Epicureo dice:

    Estoy leyendo el libro de Diamond y, la verdad, es bastante lamentable que haya surgido este debate. No dice nada bueno de la comunidad antropológica.

    El asunto de la guerra es la segunda de las cuatro partes que he leído por ahora y, qué casualidad, la única en la que las sociedades tradicionales salen relativamente malparadas. En las otras tres, que corresponden a la resolución de conflictos intragrupo, la crianza de los niños y la atención a los mayores, es la sociedad WEIRD (white, educated, intelligent, rich, democratic) de Occidente la que tiende a salir perdiendo en la comparación; por algo el subtítulo del libro es «¿Qué podemos aprender de las sociedades tradicionales?» Según Diamond, mucho.

    Y lo curioso es que, aunque las conclusiones de estas otras tres partes son por lo menos igual de generales y simplificadas, no parecen haber levantado ninguna polémica. De lo cual se deduce que el verdadero motivo de la polémica no es el rigor científico, como falsamente se quiere presentar, sino la ideología.

    También he observado que Diamond anticipa en el libro las objeciones de los «buensalvajistas». A los que dicen que el conocimiento de estos hechos es perjudicial para los que quieren proteger las sociedades tradicionales, les contesta que está totalmente de acuerdo en que merecen protección, pero que negar la realidad no es un buen argumento. Y a los que dicen que esas tribus ya estaban «alteradas» les contesta diciendo que esa es la teoría de la sandía: las sandías, en realidad, son blancas por dentro, lo que ocurre es que cuando las cortas con un cuchillo se vuelven rojas.

    Lo que no quiere decir que el contacto altere el comportamiento de las sociedades tradicionales, como otros muchos factores (epidemias, sequías, migraciones), unas veces volviéndolas más belicosas y otras más pacíficas. Es la vida.

    Por mi parte, aunque evidentemente el libro abarca mucho y aprieta poco (y no creo que pretenda más), no me ha parecido que diga nada obviamente falso y es grato de leer, como todos los demás de Diamond. Quizá detrás del odio de los antropólogos haya cierta envidia: muchos, después de décadas de monografías incomprensibles en la jerga de su especialidad, son incapaces de escribir algo que la gente normal pueda entender y se venda bien.

    • Fulano dice:

      Yo también creo que Diamond está en el lado correcto de esta controversia, pero también creo que debería evitarse ese argumento de la envidia, porque es muy ofensivo, no está respaldado por nada y sobre todo, porque se puede aplicar a cualquier académico que señale los errores de los escritores de «popular science», que a menudo son bastante graves.

      • Epicureo dice:

        Tienes razón, ese argumento debería evitarse.

        A no ser que me atacaran con el argumento contrario, como hace el artículo de Anthropomics, que viene a decir que Diamond escribe de cosas en las que no es experto porque son más interesantes que las que conoce y engordan su cuenta corriente.

        A lo cual la respuesta lógica es: ¿Por qué los expertos en estos temas tan interesantes no escriben libros que pueda entender cualquiera y se vendan bien? ¿Será que no saben escribir en lenguaje normal? ¿O que consideran que escribir para gente que no sean expertos es rebajarse? ¿O se debe al hecho de que sólo las monografías especializadas y los artículos peer-rewieved puntúan en el ranking académico?

        Nos puede gustar más o menos, pero el hecho es que únicamente libros como los de Diamond, escritos en lenguaje sencillo y con un puntillo de polémica, hacen algo (bien o mal) para paliar la lamentable incultura científica de la población en general. Más lamentable aún en un momento en el que estamos viviendo múltiples crisis.

  3. heathcliff dice:

    Me temo que es hora de citar a Ortega:

    «El cínico, parásito de la civilización, vive de negarla, por lo
    mismo que está convencido de que no faltará. ¿Qué haría el cínico en un
    pueblo salvaje donde todos, naturalmente y en serio, hacen lo que él, en
    farsa, considera como su papel personal? ¿Qué es un fascista si no habla
    mal de la libertad, y un superrealista si no perjura del arte? «

  4. […] Jorge San Miguel y Kiko Llaneras: “El Buen Salvaje no quiere morir” y “Más sobre el buen salvaje“. […]

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