Artículo escrito por Jorge San Miguel con la colaboración de Kiko Llaneras.

Con motivo de la publicación del libro de Jared Diamond The World Until Yesterday, en los últimos días estamos asistiendo a la reedición de una polémica cíclica. Antropólogos culturales y representantes de organizaciones indigenistas han atacado a Diamond por, supuestamente, presentar una imagen distorsionada de las tribus como forma de organización social inherentemente violenta. Un debate similar tuvo lugar el año pasado a cuenta del libro de Steven Pinker The Better Angels of Our Nature, y aún antes con The Blank Slate. La antropología cultural es una disciplina muy cargada ideológicamente (como señala Razib Khan de manera bastante corrosiva), sobre todo si participan también organizaciones de activistas como Survival International: resulta difícil conciliar las posturas, y fácil para el lego perderse entre las afirmaciones tajantes de uno y otro lado. ¿Cuál es la realidad, buen salvaje o violento salvaje?

Es famosa la caracterización que Hobbes hace en Leviatán de la vida en el estado de naturaleza como «solitaria, pobre, desagradable, brutal y breve». Es probable que el estado de naturaleza no fuera para el filósofo más que un artefacto heurístico, un experimento mental sobre el que fundar el desarrollo de su teoría pero, según confiesa en esas mismas páginas, tenía en mente al formularlo a los «salvajes de muchos lugares de América». La brutalidad, contemplada o imaginada, de la vida de las tribus del Nuevo Mundo, sobre todo en rasgos como el canibalismo o la tortura de prisioneros, impresionó enormemente al público europeo de los S. XVI y XVII, que recibía la imagen de los «salvajes» a través de las crónicas de conquistadores, de obras de ficción (generalmente inspiradas en historias reales) como Robinson Crusoe o los relatos de cautivos.

En tiempos posteriores, a partir de la Ilustración, la imagen fue haciéndose más amable al tiempo que los europeos miraban hacia su propio pasado medieval o tribal con interés y simpatía renovados. De la época de Rousseau y las expediciones inglesas y francesas al Pacífico hasta Margaret Mead, el mundo de los «pueblos naturales» se convierte en escenario de utopías. El nacimiento de la antropología cultural tuvo un papel fundamental, pues se pretendía una «mirada distante» (Lévi-Strauss) que no juzgase las culturas exóticas con parámetros occidentales y, en lo posible, las interpretase a partir de sus propias categorías. En no pocas ocasiones, el relativismo cultural y la «observación participante» dieron paso a investigaciones más que dudosas —como las de la propia Mead— que daban por buenos todo tipo de relatos emic, mitos e incluso puras falsedades, y perpetuaban una imagen roussoniana de la sociedad tribal como utopía originaria, opulenta, ociosa y pacífica.

Sin embargo, en las última décadas este paradigma antropológico del «buen salvaje» ha entrado en crisis, tanto por la ruina de algunas de las modas político-filosóficas con las que la antropología cultural se había aliado, como, de manera más decisiva, por la acumulación de trabajos críticos —desde los clásicos de Napoleon Chagnon sobre los yanomamo, o el estudio pionero de Lawrence Keeley sobre la violencia en sociedades no estatales—. Los datos de que disponemos son dispersos, asistemáticos, de difícil comparación y a menudo dudosamente fiables, pero el cuadro general que se ha ido conformando en los últimos años apunta a que, en efecto, las sociedades tribales son en general, y en términos proporcionales, más violentas que las estatales —que, además, parecen haber atravesado un proceso de «pacificación de costumbres» desde al menos el S. XII hasta nuestros días—. Veamos unos pocos ejemplos como ilustración del cambio de tendencia.

tabla 1

Siguiendo a Keeley, los yanomamo-shamatari, el «pueblo feroz» de Chagnon, mostraban porcentajes de muertes en guerra del 20,9% (37,4% en varones), que se disparaban al 32,7% (59%) en el caso de los jívaros. Otras tribus ofrecen también cifras elocuentes: 18,6% (34,8%) los mae Enga de Nueva Guinea; 15,5% (28,5%) los Dugum dani de la misma isla; 28% (varones) los murngin australianos; 15,3 (23,7%) los yanomamo-namowei. Por ofrecer una referencia, los porcentajes totales para Francia en el S. XIX y Europa Occidental en el XVII rondaron el 3 y el 2% respectivamente; Polonia (el país más castigado en proporción) durante la Segunda Guerra Mundial, en torno al 16%. Pero, evitando casos extremos, incluso los !kung del Kalahari —el «pueblo inofensivo» de Elizabeth Marshall Thomas—, una vez acabadas sus frecuentes guerras y razzias con sus vecinos bantúes, mantenían unas tasas internas de homicidio del 29,3 (x 100.000 habitantes/año), tal como refiere Nicholas Wade en Before the Dawn. El lector puede comparar fácilmente las tasas nacionales y regionales más recientes. Estos son, por supuesto, muestras anecdóticas, donde se mezcla además violencia intratribal y muertes en guerra, pero que forman parte de un creciente corpus de evidencia contra el buen salvaje.

Otro punto de fricción entre Diamond y sus detractores han sido las extrapolaciones entre tribus antiguas y actuales. Los paralelos etnográficos, con todas las precauciones y limitaciones, son de uso frecuente en disciplinas como la prehistoria, en la medida en que permiten crear modelos de comunidades con un nicho ecológico y (presumiblemente) una organización similares. Y los datos arqueológicos apuntan también a que hechos como la masacre de Crow Creek no han sido necesariamente extraordinarios en el largo plazo histórico y entre sociedades tribales.

tabla 2

Por ejemplo, retomando cifras ofrecidas por Keeley, las muertes violentas representan un 40,7% de los hallazgos en el yacimiento 117 de Nubia (10.000 a.C.); 32,4% en Columbia Británica (1.500 a.C. – 500 d.C.); 15,9% en el Mesolítico ucraniano de Vasylivka; 13,6% en Vedbaek, Dinamarca (4.100 a.C.); 8% en Bretaña (6.000 a.C.); y 3,8% en Skateholm, Suecia (4.300 a.C.). En términos generales, la ocupación del espacio de las sociedades tribales que conocemos por la arqueología tiende a apuntar a la necesidad de protegerse de amenazas externas -si bien incluso las más evidentes muestras de fortificación han sido interpretadas en ocasiones como elementos «simbólicos» o de apropiación o señalización espacial dentro del paradigma «pacifista», como señala Keeley.

Por último, y volviendo a la frase de Hobbes, ¿qué hay de la soledad y, sobre todo, de la pobreza, de la vida tribal? Aquí la cosa se complica. Nuevamente tenemos datos dispersos, incomparables, dudosos, pero, para sorpresa de muchos, ya no está tan claro que la vida civilizada haya ofrecido siempre ventajas, o al menos no hasta fechas relativamente recientes, quizá tanto como la Revolución industrial. Por poner un ejemplo, en su controvertido A Farewell to Alms, Gregory Clark ofrecía algunos datos sobre consumo calórico y de proteínas entre sociedades tribales modernas y sociedades europeas históricas. Mientras que el consumo calórico variaba bastante entre las distintas tribus observadas, la mediana de los valores tribales se situaba al nivel del consumo medio en Gran Bretaña y Bélgica (dos de las regiones más prósperas del mundo en el momento) hacia el año 1.800. Es más, el consumo de proteínas era probablemente mayor entre los pueblos «primitivos». ¿Cabe extrapolar los consumos de tribus contemporáneas a los de sociedades tribales más antiguas? Los modos de vida análogos sugieren que no es descabellado. Por ejemplo, quienes ham estudiado Historia están familiarizados con el declive físico que se aprecia en las poblaciones neolíticas de agricultores respecto a los «grandes cazadores» del Paleolítico: los restos óseos tienden a mostrar individuos peor alimentados, de menor talla y propensos a dolencias antes raras o desconocidas (como la caries). Y no sería raro pensar que sociedades pre-estatales prósperas en condiciones ecológicas favorables —como las del Pacífico canadiense, con su economía del salmón y sus potlatchs hicieran buena, en parte, la fórmula de Marshall Salins sobre la «sociedad opulenta original«.

En definitiva, parece difícil no estar de acuerdo con la orientación general del libro de Diamond: seguramente podamos aprender muchas cosas valiosas de las sociedades tribales actuales y de nuestros propios ancestros, y es precisa una apreciación renovada y realista de sus modos de vida, tan exitosos en términos temporales y espaciales. Pero su relación con la violencia no es, con toda probabilidad, una de ellas.


27 comentarios

  1. Fulano dice:

    De todos modos, leyendo a algunos (como a Pinker, que es muy dado a habLar de cosas que no conoce muy bien) parece que la antropología cultural había abrazado en bloque el mito del «salvaje pacífico» y que hasta hace cuatro días se mantuvo intacto. Eso no es verdad. Sin ir más lejos, leyendo a Marvin Harris uno podía saber que había muchos grupos extremadamente violentos en los que la probabilidad de muerte violenta era mayor que en la europa moderna incluyendo las guerras mundiales.

    • Mengano dice:

      Gracias por avisar de que hay nuevo libro de Diamond 🙂
      El post está bien, aunque como dice Fulano, no enseña nada a los que hayan leído más de un libro de antropología, pues ya hace años que estas tesis están asumidas, o eso quiero creer (tanto los niveles de violencia como los de calidad de vida).

      Respecto a Napoleon Chagnon, él sí ha recibido montones de críticas (no sólo por exagerado, sino por agente de la CIA transmitiendo enfermedades a los yanomami…).

      • Las divisiones teóricas e ideológicas que hay en la antropología cultural me recuerdan a la «guerra de todos contra todos» de mi propio campo, la filosofía. El mismo Marvin Harris (que también tiene cosas criticables a cascoporro, aunque no dice cosas muy diferentes de las de Diamond) ya tenía que batirse en sus tiempos contra posmodernos, relativistas, particularistas, fenomenólogos y demás. La cuestión es que parece que en la blogosfera antropológica useña ha triunfado el «enfoque Mead» (la contracultura, el postcolonialismo) y la falacia moralista, así como lo emic sobre lo etic. Algunos antropólogos no se ven como científicos sociales, ni como científicos de ninguna clase, sino como algo diferente, más hermenéutico y más cercano al activismo que a lo factual.

        Ya que se menciona a Harris, aquí se ve cómo tenía claro que el mito del buen salvaje era eso, un mito:

        «Por lo que respecta a la guerra, ésta era general, absorbente y perpetua. Aunque las gentes vivían en aldeas protegidas por empalizadas, los ataques y los contraataques por sorpresa eran tan endémicos que un hombre no podía comer sin volver constantemente la cabeza ni salir de su casa por la mañana para orinar sin temor a que le disparesen. Entre los bena-benas, los ataques por sorpresa eran tan frecuentes que los hombres, armados hasta los dientes, escoltaban cautelosamente a las mujeres cuando éstas abandonaban la empalizada […] Probablemente, la mortandad superaba el caso yanomami ya que de vez en cuando aldeas enteras de 200 habitantes eran completamente exterminadas.» Harris, M (1989). Nuestra especie, Alianza, p. 271.

        Sobre el caso Chagnon, creo que la polémica sigue abierta. En su libro «Yanomamö» comenta algo que merece ser citado:

        ««Otros antropólogos admiten la existencia de violencia en el mundo tribal, pero piensan que no debemos hablar de ello. Recuerdo a una colega que en sus primeros años de carrera me instó completamente en serio a dejar de escribir sobre la guerra y la violencia que presenciaba diciendo: “Aunque sea así, preferimos que los demás no lo sepan para no causar una mala impresión”. ¿Una mala impresión de qué? Se dice que, al tener conocimiento de la teoría de Darwin, según la cual el hombre descendía del mono, la mujer del obispo exclamó: “¡Buen Dios, esperemos que no sea verdad! ¡Y si lo fuera, esperemos que nadie se entere!».

        Saludos.

  2. Sergi dice:

    Fijándome en «la violencia en sociedades no estatales»,

    ¿que pensaran anarquistas, libertarios(liberales) y anarco-capitalistas de esta afirmación?

    Dejando de lado que hasta ahora parece que es un hecho comprobable hasta donde podemos saber, ¿Existe alguna sociedad tribal o minarquista o similar, donde no se de esta violencia?

    ¿Se podría dar?

    • James Francis Ripwood dice:

      Pues los libertarios(liberales) al menos, seguramente piensen que el monopolio de la violencia es precisamente a lo único que tiene que dedicarse el Estado en lugar de a regular la curvatura de los pepinos, los idiomas que uno utiliza o la comida que le viene mejor.

  3. Alnair dice:

    Lo del declive físico de los agricultores del neolítico bien pudiera explicarse por que la agricultura permite sobrevivir en peores condiciones físicas mientras que un cazador sucumbe rapidamente ante cualquier merma que le impida correr detrás de sus presas.

    Solo hay que ver las poblaciones de animales salvajes; los indivíduos que presentan cualquier merma física son rapidamente eliminados, las presas son capturadas con facilidad y los predadores se ven incapaces de conseguir comida.

    Por tanto, sobrevivir a pesar de la malnutrición se debería ver como una mejora en la calidad de vida.

    • Epicureo dice:

      Los cazadores recolectores paleolíticos sobrevivían a menudo a problemas físicos como fracturas y hasta mutilaciones; claramente había cierta solidaridad entre ellos.

      En los primeros agricultores los problemas físicos no eran mermas accidentales, sino un deterioro generalizado de la calidad de vida, por mala alimentación y exceso de trabajo. Baja estatura, dientes gastados, articulaciones deformadas…

      Lo que mejoró no fue la calidad, sino la cantidad: la agricultura permite que viva más gente por unidad de superficie, a costa de vivir peor.

    • Joshua dice:

      Si, pero ¿cómo ruedas una película sobre las gentes del Neolítico? Es muy aburrido vivir tranquilo y más tiempo, y no tiene nada de glamour. Así que alimentamos el imaginario colectivo con gente en un continuo «mátame que te mataré»:)

      • Epicureo dice:

        Es que eso no es cierto. Las gentes del neolítico ni vivían tranquilas ni vivían más tiempo.

        En realidad los pueblos neolíticos se matan entre ellos muy a menudo, seguramente más que los paleolíticos (el excedente agrícola y el ganado proporcionan algo que robar). Muchos poblados neolíticos antiguos estaban fortificados, eso es un hecho. Y la esperanza de vida era inferior a la de los paleolíticos, por la mala alimentación.

  4. Pablo dice:

    Usar violencia como número de muertos en guerra me parece, como poco, frívolo.
    ¿Acaso es la única forma de violencia? Creo que la pacificación de las costumbres tiene un sentido utilitarista: para qué matarte si puedo explotarte (?).

    • Jorge San Miguel dice:

      ¿Cuál es la medida que propones, entonces?

      • Pablo dice:

        No propongo ninguna medida, lo que intento explicar es que lo mismo la categoría violencia no puede establecerse para comparar sociedades tan dispares. La violencia es un adjetivo relativo a la cultura, y por tanto siempre se caerá en el etnocentrismo o en el relativismo (ese es más/menos violento, todos somos iguales de violentos). Creo que no es cognoscible racionalmente, igual que la categorización bien/mal.

        • Jorge San Miguel dice:

          Hombre, yo creo que el que te maten o no es algo bastante objetivo y extrapolable, pero es una cuestión de opiniones.

          • Pablo dice:

            Que te maten es objetivo y extrapolable, eso lo compartimos. Lo que no comparto es que » nivel de violencia = número de muertes violentas «. Podría hacerse un estudio sobre que es violencia -quizá se podría hacer un consenso intercultural- pero después habría que cuantificarlo: que grado de violencia comparativamente supone muerte, mutilación, tortura, maltrato emocional/psicológico, explotación laboral/sexual etc. Y en eso creo que ni intraculturalmente estaríamos de acuerdo.

            • Demócrito dice:

              Luego, por ejemplo, no puede decirse que el estado de Israel sea violento cuando utiliza bombardeos no del todo selectivos o crea y mantiene asentamientos a la fuerza. Es una sociedad distinta, en circunstancias distintas, y no tenemos un criterio para definir si es violenta o no. Lo mismo, supongo, podría considerarse respecto a Marruecos cuando hace de las suyas en el Sáhara o respecto a las torturas en Guantánamo. No sabemos si son hechos más violentos que el que mi jefe no me quiera subir el sueldo, por ejemplo, porque no hay criterio de comparación ni consenso intercultural posible.

              • Pablo dice:

                Eso es exactamente lo que estoy diciendo, sí. Eres un lince, qué rápido lo has entendido!

                • Demócrito dice:

                  Gracias por aclarármelo, pensaba que no eras más que un triste pedante con conocimientos básicos de epistemología de los que les gusta epatar con cuatro conceptos básicos. Ahora veo que ni esos cuatro conceptos dominas.

  5. Joshua dice:

    Más en serio que mi comentario a Epicureo, yo creo que el recurrente y cansino debate de Hobbes o Rousseau tiene más que ver con los deseos de cada uno que con las evidencias. Cada cual proyecta su visión del mundo al pasado y le sale la imagen que en el fondo quiere ver. Y no me resulta nada extraña este intento de asesinato del buen salvaje, ya que concuerda perfectamente con el momento politikon que hemos vivido. Me alegra que resista a pesar de las dentelladas, aunque no se me ocurre que tipo de hallazgo científico podría acabar con él definitivamente. Desde luego, conozco bastante gente que daría palmas con las orejas si eso ocurriese.
    Pero siempre me hago esta pregunta: ¿por qué cuando se proyecta hacia el futuro gustan más las versiones del salvaje-salvaje que las del buen salvaje. Aun aplicando un factor de descuento por lo de la comercialidad de las películas/novelas. Me refiero, por supuesto, a la ficción, porque en el apartado de «no ficción» predominan ampliamente los finales felices acordes con la configuración deseada de cada uno.

    • Alatriste dice:

      Porque sin problemas y sufrimiento no hay historia. Por algo «protagonista» significa «el que más sufre» (o al menos eso se dice, y parece lógico que venga de protos y agonía…)

  6. Pedro dice:

    En el libro «The origins of political power», Fukuyama hace (en mi opinión) un buen resumen del modo de vida tribal, incluyendo sus posibles orígenes, y la transición a sociedades estatales.

    Creo recordar que concluye que el modo tribal no cambia a el modo estatal espontáneamente, si no que normalmente las tribus se ven forzadas a cambiar debido a la presión de otras sociedades estatales, mejor organizadas para la guerra.

    Respecto a la violencia, menciona que los líderes de las tribus sirven de pacificadores, intentando que las partes enfrentadas lleguen a acuerdos no violentos (wergeld, etc.), aunque creo que si menciona la violencia entre sectores de una tribu o entre tribus y la mortandad de estos conflictos. Sin embargo, muchas tribus, ante la posibilidad de una guerra con otras tribus preferían moverse a otro lado para evitar el conflicto.

    • Josei dice:

      Pero eso implica que antes ya había una sociedad estatal. ¿De dónde ha salido la primera?

      • Pedro dice:

        En el libro se explica con mas detalle, básicamente la formación de una sociedad estatal depende de la existencia de un excedente de producción (agrícola normalmente) y de que la gente no se pueda ir fácilmente a otro lugar cuando un líder tome el control y les exija pagar impuestos. Por eso los primeros estados surgieron en el Nilo (rodeado de desierto, ¿a dónde vas a ir?), en Mesopotamia (Tigris y Eufrates, ídem), rio Yangtze (ídem), etc.
        Tiene que haber una razón -normalmente geográfica- para que la gente no quiera irse a vivir a otro sitio donde nadie le exija impuestos.

        • Pescador dice:

          Protegerse de otras gentes que quieran quedarse con el excedente por la tremenda ¿Cuenta?
          Participar/beneficiarse de obras para civilizar la naturaleza y del control de recursos que ello implica ¿Cuenta?
          Las ventajas de vivir en comunidad – y los costes que representa, las casas de adobe no florecen en primavera..- la acumulación de saber, la seguridad, el intercambio ..¿Cuentan?

          Es que el «modelo carcelario» como impulso estatalizador, es todo un hallazgo…

        • Alatriste dice:

          Uno diría todo lo contrario, que teniendo un río es muy fácil coger tu canoa por la noche y estar a muchos kilómetros del tirano local cuando amanezca… más bien yo apostaría a que es precisamente porque un gran río hace las comunicaciones rápidas y fáciles por lo que surgen los estados allí.

  7. Pedro dice:

    A riesgo de parecer un fanboy del libro (seguro que alguien con experiencia en antropología puede criticar el libro), la conclusión muy general del libro es que el estado es una forma de organización más productiva, pero a cambio de quitarle la libertad que los individuos tenían en las sociedades tribales.
    Según el autor, el desarrollo político de los estados ha intentado devolver esa libertad al individuo, de ahí la gran prevalencia de las democracias liberales.

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