Los politólogos Gonzalo Rivero, Pablo Barberá y Pablo Fernández acaban de publicar un working paper que analiza los resultados electorales de la corrupción en España. Lo hace a nivel municipal, recogiendo 75 escándalos en la legislatura anterior (2007-2011), y aporta una conclusión que, además de interesante, cuadra bastante bien con la intuición y el conocimiento (no tan) anecdótico que muchos teníamos poniendo en relación corrupción, castigo electoral y burbuja inmobiliaria. En esencia, muestran que los casos de corrupción pueden dividirse en dos tipos según puedan suponer algún beneficio para el electorado en el corto plazo (por ejemplo, permitir la construcción masiva de apartamentos en un pequeño municipio) o, al revés, consistan en aprovecharse y vaciar las arcas públicas (el caso de El Ejido, que ellos citan, es paradigmático). Una vez hecha esta distinción teórica, y aplicándola al análisis empírico, el resultado es el que cabría esperar:
Using a unique dataset of allegations of wrongdoing in which there has been an involvement of a judicial authority between 2007 and 2011, we find that corrupt mayors lost an average of 2% vote share relative to honest mayors. However, this value hides a relevant heterogeneity: whereas mayors involved in welfare-decreasing corrupt practices suffered an electoral penalty of about 4%, those that engaged in actions that provided citizens with rents survived the verdict of elections completely unharmed.
Esto es: la corrupción solo produce daño electoral real cuando el coste para el ciudadano es evidente. Este resultado ya es interesante de por sí, pero lo que más me ha llamado la atención es una conclusión accesoria del mismo trabajo: introduciendo la variable «cobertura mediática del escándalo», el castigo electoral se incrementa incluso si se trata de un caso de corrupción «beneficiosa» para el ciudadano. El viernes, Lluis Orriols conjeturaba que un factor importante para explicar el bajo castigo electoral hacia la corrupción en España es la alta politización de nuestros medios de comunicación. La dinámica de «guerra de trincheras» restaría credibilidad a los escándalos destapados en cada partido:
Cuando un periódico destapa un escándalo de corrupción suele ser recibido por la otra trinchera como una estratégica interesada, que tiene como única intención el descrédito o la difamación del adversario por cuestiones estrictamente políticas. Esto provoca que los ciudadanos (tristemente atrincherados en alguno de los bandos) se tomen con altas dosis de cinismo los escándalos publicados en los periódicos rivales.
Confieso que mi reacción inicial a esta propuesta fue de cierto escepticismo. Al fin y al cabo, la afiliación ideológica e incluso la petición explícita de voto hacia uno u otro partido por parte de los medios es habitual en otros países de Europa. ¿Por qué en España este efecto iba a resultar más negativo que en otros lugares? Sin embargo, la idea es intuitiva. Además de que el resultado comentado de Rivero, Fernández y Barberá la apoya. Así pues, tenía que haber algo más.
En otro (muy recomendable) working paper, Jordi Muñoz, Eva Anduiza y Aina Gallego proponen, entre otros, el «ruido» alrededor de la información sobre el escándalo como un mecanismo que los partidos pueden emplear para reducir los efectos electorales de la corrupción. Es justo el reverso de la moneda de lo ya expuesto: si la pura cobertura mediática incrementa el castigo, el ruido mediático que se emplee lo disminuirá.
Considero que es argumentable que los medios en España, aunque puede que no estén más polarizados que en otros países, sí tienen una relación (de dependencia o no, es otra cuestión) más estrecha con los partidos, y sirven más habitualmente como altavoz al servicio de los mismos. Eso dificulta la investigación independiente y coincidente entre varios medios de distinto sesgo ideológico (y por eso todos valoramos tanto que tanto El Mundo como El País estén, por una vez, de acuerdo en el asunto Bárcenas). Y, por supuesto, hace más fácil la generación de ruido. Quizás el caso más ilustrativo que me viene a la cabeza es el caso Gürtel en la Comunitat Valenciana: a mi entender, un factor importante para explicar el poco (aunque existente) desgaste electoral del PP allá es no solo que la corrupción era definitivamente beneficiosa para amplios sectores de la población (aunque a largo plazo nos ha llevado a la ruina: es lo que tienen las burbujas, que explotan), sino que los altavoces mediáticos de la oposición son prácticamente inexistentes, mientras que la capacidad de generar ruido del PPCV era casi infinita. En mi tierra, por tanto, actuaron todos los factores recogidos por los artículos citados. No es casualidad que a todos nos venga a la cabeza como caso paradigmático de la corrupción patria.
A modo de conclusión no puedo sino citar la última frase del artículo de Orriols: «Es necesario cortar los estrechos lazos entre élites políticas y medios de comunicación.» Porque, creo, no es tanto una cuestión de deshacer las trincheras como de construir independencia para obtener más veracidad, más credibilidad y menos ruido. Lo malo es que no está nada claro que exista una demanda de información veraz e independiente.
Siempre he pensado que hay una gran parte de lectores de prensa que lo que busca no es información política sino argumentos para ganar las discusiones en el café. Por tanto no necesitan medios imparciales sino partidistas.
Un caso paradigmático es el del ABC de Zarzalejos que rompió la disciplina derechista sobre los misterios del 11-M, lo que condujo a un relevo de su director y su reconversión en un medio netamente comprometido con la propaganda popular.
Efectivamente, lo del 11M es de libro. Unos medios diciendo que era AlQaeda y otros diciendo que ETA. La sentencia al final llevó la contraria a ambos y resultó que fue un grupo islamista (sin relación material con AlQaeda más allá de que se inspiraran en ella).
¡Qué equidistancia tan forzada!
Más bien llevó la contraria a los empeñados en la hipótesis delirante «ETA+PSOE» y corrigió ligeramente a los que sospechaban de Al Qaeda.
De forzada, nada. Todo el argumento de la izquierda era que los asesinatos los había cometido Aznar (¡asesinos! decían a Rato y Piqué mientras les apaleban en la manifestación de Barcelona) ya que Alqaeda sólo se defendía de la participación de España en la guerra de Iraq. Al final ni Iraq, ni alqaeda ni nada.
La pintura es una de las bellas artes, pero aplicada a la historia queda grotesca.
Un saludo.
Has conseguido superar a carlos, y era francamente difícil. Gran escorzo.
De forzada, toda. Antes de que aparezca por aquí Manel Gozalbo y le ofrezca a usted un par de tazas de caldo bien calentitas, lea, hombre, lea
http://www.hispalibertas.es/2011/05/04/yijadismo-contemporaneo-y-11-m/
[…] Corrupción, castigo electoral y el papel de la independencia de los medios […]
Razonar en este país es particularmente difícil, cualquier mediano conocedor de nuestra historia de los dos últimos siglos puede poner cuantos ejemplos quiera.
Rojos y azules (sin barras y estrellas pero con barretinas, ikurriñas o rojigualdas) no son sólo fenómenos del otro lado de la «Revolución Atlántica».
Se lee y se escucha en general lo que se quiere creer.
«Ahora les toca robar a los nuestros», he llegado a oír., en un alarde de trincherismo digno de mejor causa.
Pregunta:
¿Cómo se cortan esos estrechos lazos?.
[…] Una hipótesis sobre el papel de los medios en el castigo a la corrupción, de Lluis Orriols (y respuesta mía aquí). Aquí va también un estudio específico sobre la importancia de la cobertura […]
[…] puedo comprenderlo, pero no por ello hay que olvidar que los problemas que podamos tener —que tenemos— ya existían en la época de bonanza, durante la burbuja, cuando nos decíamos […]
Muy buen artículo Jorge.
Creo que sería muy interesante, y desconozco si se ha hecho, estudiar el sesgo ideológico de cada medio de comunicación en función del accionariado del mismo. Por ejemplo ¿cómo se alinean los intereses de los propietarios de Vocento con la cobertura que dan ABC, El Correo, etc. de ciertas noticias?
Desde hace ya muchos años vivo instalado en un principio crítico básico. La raíz del problema de la corrupción política, del «tifosismo» de los medios y tantos está en el fondo en la inexistencia de una sociedad civil digna de ese nombre.
Podemos hacer cuantos análisis queramos, proponer cuantas reformas creamos oportunas; pero, en última instancia, nada servirá realmente hasta que se ponga remedio a la auténtica enfermedad: que a una buena parte de los ciudadanos de este país la profesionalidad y la honestidad de sus representantes políticos, la independencia de los medios de comunicación (o de los jueces), la calidad de su sistema educativo y un largo etcétera le resulta más o menos indiferente.
La mayoría de los españoles actuamos como si un sistema verdaderamente democrático pudiese mantenerse sin la implicación y el control activo de los ciudadanos. Ante todo, queremos no «calentarnos la cabeza», disfrutar de nuestro ocio sin más complicaciones, tomarnos nuestra cervecita viendo el partido de la jornada y que el mundo «lo arreglen otros»: en suma, disfrutar de nuestros derechos obviando alegremente nuestros deberes como ciudadanos. Y esos son los «indiferentes». No hablemos ya de los (muchos) que, en su ámbito de posibilidades, reproducen las corruptelas de «los de arriba». O los que están donde están gracias al padrino de turno y le están agradecidos de por vida (el clientelismo, ese morbo nacional).
Luego, claro, cuando todo empieza a irse al traste, cuando el chiringuito no soporta tanto y tan extendidos mamoneo e indiferencia, nos acordamos de santa Bárbara y nos apuntamos a la revolución «guillotinera» o a alguna otra «solución» irracional.
Preguntado por un joven acerca de qué habría que hacer para reformar la sociedad, Thomas Carlye le respondió: «Refórmese usted. Así habrá un granuja menos en el mundo».
¿Un profundo cambio político, si los vicios de esos políticos están extendidos en buena parte de los ciudadanos? ¿Una reforma profunda de las instituciones sin una ciudadanía responsable y defensora -en la teoría y en la práctica- de la meritocracia? Quia.
Como he dicho demasiadas veces, nuestros políticos son como somos. Y sólo cambiarán cuando cambiemos.
Esto va para largo. Para muy muy largo.
«»Quizás el caso más ilustrativo que me viene a la cabeza es el caso Gürtel en la Comunitat Valenciana: a mi entender, un factor importante para explicar el poco (aunque existente) desgaste electoral del PP allá es no solo que la corrupción era definitivamente beneficiosa para amplios sectores de la población (aunque a largo plazo nos ha llevado a la ruina: es lo que tienen las burbujas, que explotan), sino que los altavoces mediáticos de la oposición son prácticamente inexistentes, mientras que la capacidad de generar ruido del PPCV era casi infinita»
Supongo que estás de broma.
Más ruido no se ha podido hacer que el que hizo El País con Camps. Arcadi Espada llegó a contabilizar ¡¡¡¡126!!!! portadas contra él, siendo (obviamente) desde el principio hasta el final, inocente.
http://www.arcadiespada.es/2012/01/page/2/
Y, siendo inocente, se vio forzado a dimitir precisamente por el ruido y la presión prisaica.
Y por ahí viene el problema. El problema es que los medios acusan alegremente de corrupción sin una sola prueba (se llama la pena del telediario) y, desde luego, sin pronunciamente judicial. Y lo hacen todos los medios, de los dos bandos. Y no hace falta irse muy lejos; en estas páginas tenéis un experto en inventarse regalos de trajes inexistentes, espías inexistentes, pagos en negro inexistentes, lectores que se inventan asignaciones raras de estaciones, o compra de diputados regionales inexistentes.
Y claro, la gente no traga. Si alguien piensa que yo voy a cambiar mi voto porque El País acuse y condene sin una sola prueba, va listo. Y eso es lo que ha pasado con Camps, con Gürtel, con Mas, con los Pujol, con los ERE y con todo.
En denitiva, que mientras no hay sentencia no hay corrupción y es normal que la gente no cambie su voto y cuando hay condena hay inhabilitación, con lo que no hay forma de ver si el voto cambia o no por la corrupción.
Un saludo.
Se entiende que el ruido es lo que se hace para ocultar el mensaje original, independientemente de que ese mensaje sea verdad o mentira.
Es un hecho que creo probado que tras cada mensaje de corrupción, aparte del consabido «y tu más», hay cientos de mensajes contrarios con más o menos fundamento, que consiguen su objetivo entre los fieles: eso puede no ser cierto. Por muy claro que estuviese el asunto, siempre aparece alguien que va de ecuánime y dice algo así como: «hay opiniones divergentes sobre la forma de la tierra, unos dicen que es plana y otros que es redonda». Por alguna razón, hay un montón de gente ahí fuera que está dispuesto a creer que la tierra es plana si eso le afecta a los «suyos»…y ya está el lío montado. Si a eso le sumas que los delitos prescriben si se les marea lo suficiente, ya tienes un bonito equilibrio en el que la corrupción puede seguir adelante impunemente y encima no tener consecuencias ni siquiera a largo plazo.Mira esta cita impagable de Quevedo:
«hubo un autor francés entre éstos que se atrevió a negar la prisión del rey Francisco en Pavía, y diciéndole cómo escribía una tan desvergonzada mentira, respondió:
—¡Eh!, que de aquí a docientos años tan creído seré yo como ellos. Por lo menos, causaré razón de dudar y pondré la verdad en disputa, que desta suerte se confunden las materias».
Perdón, mil perdones. ¿cómo he podido atribuirla a Quevedo, si es de mi paisano Baltasar Gracián?
Es de el criticón, y sigue así:
«No paraba de arrojar tinta de mentiras y fealdades, espeso humo de confusión, llenándolo todo de opiniones y pareceres, con que todos perdieron el tino. Y sin saber a quién seguir ni quién era el que decía la verdad, sin hallar a quién arrimarse con seguridad, echó cada uno por su vereda de opinar, y quedó el mundo bullendo de sofisterías y caprichos.»
Pues eso, aplíquese cada uno el cuento.
Y además, esto ha sido siempre así. Mirad esta cita de hace más de un siglo:
“Malos días son estos para los diarios y los redactores de ellos. Su culpa fue sin embargo la de todos. Cuántos lectores suyos hoy en España son sus lectores no por mejorar su juicio, sino por recrearse viendo sobre el papel, impreso con mayor elocuencia, su propio sentir: que el público sólo ama su opinión y sólo a ella escucha y favorece, y de cualquier otra murmura y se aparta; de donde viene a resultar que para un diario combatir las preocupaciones y afrontar a la masa es decrecer en recursos y morir.”
Pues es de Isidoro Fernández Florez (Fernanflor).
[…] puedo comprenderlo, pero no por ello hay que olvidar que los problemas que podamos tener —que tenemos— ya existían en la época de bonanza, durante la burbuja, cuando nos decíamos […]
[…] Jorge Galindo: “Corrupción, castigo electoral y el papel de la independencia de los medios” (En […]
[…] corrupción del partido cercano a nuestras posiciones. En el caso español, esto se combina con un sistema de medios muy polarizado que reproducen casi perfectamente alineamientos partidistas y que hacen que si la denuncia de […]
[…] Corrupción, castigo electoral y el papel de la independencia de los medios. En Politikon. […]
[…] de hecho sucede en el gráfico, por lo que cabe imaginar que en esa circunstancia los consumidores mostrarán una actitud mucho más pasiva ante la corrupción. No obstante, no hay que olvidar que este bienestar es en todo caso menor al que obtendrían si no […]
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