Política

¿En qué se diferencia el nacionalismo vasco y el catalán?

11 Ene, 2013 - - @kanciller

“La diferencia entre los nacionalistas vascos y catalanes es que los vascos quieren abandonar España y los catalanes quieren gobernarla”

(The Economist, 310, 1989, p21)

Entre el País Vasco y Cataluña siempre ha habido una cierta admiración mutua. Quizá porque lo conozco más, siempre me ha dado la impresión de que los catalanes han tendido a mirar con algo de envidia a Euskadi. A fin de cuentas, el independentismo catalán – la izquierda independentista sobre todo – tiende a adoptar estética abertzale y el imaginario de los que son los últimos partidos de masas de Europa. Sin embargo, no puede haber dos contextos históricamente más diferentes entre sí, algo que hasta los sectores centralistas más recalcitrantes reconocen implícitamente. No en vano unos tienen unos privilegios forales que arrastran desde el XIX y una larga trayectoria de violencia terrorista mientras que en el otro caso no ha existido ninguno de ellos sino (al menos hasta recientemente) una política de pacto y condicionamiento de los gobiernos centrales.

Quizá la explicación más persuasiva sobre las diferencias entre el nacionalismo vasco y catalán es la que da Juan Díez Medrano en su tesis doctoral “Naciones divididas: Clase, política y nacionalismo en el País Vasco y Cataluña”. En su libro intenta explicar cómo la variación en los modelos de desarrollo económico, las estructuras de movilización de clase y diferentes factores políticos han llevado a que ambos nacionalismos sean tan diferentes. En general su obra ofrece un recorrido histórico general bastante interesante que parte de las diferencias en la llegada del capitalismo a Euskadi y Cataluña.

En  el caso de Cataluña el desarrollo económico tuvo carácter endógeno, basado en el capital acumulado de la agricultura y posteriormente invertido en la industria, principalmente la textil. Esto hizo que la economía catalana estuviera muy ligada a la producción de bienes de  consumo y conllevara la creación de una clase burguesa importante, así como la integración gradual de las clases preindustriales en la expansión capitalista. Sin embargo el desarrollo en Euskadi fue muy diferente y se ligo a un modelo “combinado”, el cual se basa en la coexistencia de un sector industrial muy concentrado – en este caso en la siderurgia – y una economía en gran medida tradicional. Este modelo, que se suele dar cuando el capitalismo es tardío y depende de inversión financiera y extranjera, genera una clase capitalista pequeña, poderosa y muy conectada con el Estado. Sin embargo, este modelo «combinado» también dificulta la formación de una burguesía comercial y proletariza rápidamente al campesinado.

Medrano presenta bastante documentación probando que el capitalismo vasco era más poderoso, concentrado, orientado a España y dependiente del Estado que el catalán. Ahora bien, las diferencias en los modelos endógenos y «combinado» de ambos territorios es lo que generó una burguesía local más numerosa en Cataluña. Cuando España pierde sus colonias y los nacionalismos surgen como reacción – fracaso en el nation-building español, centralización del Estado, liberalización de la economía –, lo hacen insertos en esas estructuras económicas. En el País Vasco tendió a imponerse el nacionalismo tradicionalista, que llegaría a ser la espina dorsal del carlismo, dado que el desarrollo industrial de esta comunidad había perjudicado a amplias capas pre-capitalistas, contrarias al liberalismo. Mientras, las élites vascas, castellanizadas, mantenían una alianza con el estado que le garantizó autonomía fiscal y administrativa, luego quedaron al margen de este proceso. Sin embargo, en el caso catalán fue diferente; la burguesía catalana estaba excluida del poder político en el Estado por lo que el nacionalismo surgió con un marcado carácter burgués, incluso en su vertiente progresista, con más fuerza que en el caso vasco.

Tras la Guerra Civil y el franquismo se produjeron diferentes tensiones vinculadas a migraciones internas a ambas comunidades mientras que el nacionalismo vasco tendía a una mayor radicalidad e incluso a la violencia frente al catalán. Rastreando las bases del nacionalismo vasco, el modelo de desarrollo combinado había generado que estas estuvieran conformadas por los grupos sociales desplazados por la industrialización. Eso explica el que estos sectores impusieran un discurso de carácter mucho más secesionista y anti-capitalista en el PNV y HB. Sin embargo, el nacionalismo catalán es más bien fruto de la incapacidad de la burguesía catalana para influir en la política española de acuerdo con sus intereses. Dado que la tensión en el modelo de desarrollo fue más gradual pero su burguesía era menos poderosa que la vasca, las elites catalanes optaron por el nacionalismo tras haber intentado hacer valer sus intereses en el gobierno de España – incluso hasta cuando apoyaron a Primo de Rivera.

Díez Medrano incluso señala que la burguesía más desarrollada de Cataluña explica el rol activo de sus intelectuales en favor de la democracia y la autonomía frente a Franco, en vivo contraste con la relativa pasividad de éstos en Euskadi – aunque aquí tengo mis dudas sobre cómo el contexto de la violencia afectó a su participación en el País Vasco. En todo caso, una sociedad más heterogénea políticamente permitió que en Cataluña no existiera un monopolio del nacionalismo anti-capitalista que sí había en el caso del País Vasco. Por lo tanto, se traza claramente una ligazón entre el modelo de desarrollo capitalista y de clase en ambas regiones con el tipo de nacionalismo históricamente predominante en ambos territorios; anti-capitalista y secesionista en Euskadi, burgués y reformista en Cataluña.

Este enfoque, aunque claramente estructuralista, ofrece una explicación plausible a estas diferencias entre nacionalismos. Resulta curioso, sin embargo, que hoy las tendencias apuntadas entre ambos parecen haberse revertido; mientras que el separatismo parece que está en el congelador en Euskadi, en Cataluña es justo lo contrario.

¿Podemos extrapolar este marco contextual al caso del secesionismo? Aunque el auge del independentismo en Cataluña tiene causas muy diversas parece que su argumentario conecta mucho con lo descrito arriba. Ante la “irreformabilidad” de España para dar cabida a las “aspiraciones de auto-gobierno de Cataluña” (sic) y la negativa a reformar la financiación autonómica para dar a Cataluña un sistema de cupo vasco (de nuevo, emulación) solo quedaría la opción de la salida con “estructuras de estado propio” (sic). Mientras que el argumentario del Plan Ibarretxe, por ejemplo, parte del reconocimiento de Euskadi como sujeto político con derecho a la autodeterminación, la demanda catalana en gran parte se legitima en el fracaso de la negociación. Sujeto nacional sí, pero (hasta la fecha) no necesariamente fuera del Estado.

Eso sí, es indudable que la propia demanda independentista en Cataluña tiene un sesgo económico que no tiene en el caso de Euskadi. País Vasco es una comunidad que dispone de un sistema de financiación que colma en gran medida sus expectativas, pero en el caso catalán se considera que el tratamiento del sistema financiero en Cataluña es una rémora a su crecimiento. En Euskadi hay una concepción de nación al margen del desarrollismo burgués propio del nacionalismo catalán. Uno podría tirar del hilo de Díez Medrano pensando que en la medida en que la burguesía catalana  considera que el statu quo le perjudica, tienda a evolucionar hacia posiciones más maximalistas con una intelligentsia mucho más activa en este caso que en el vasco.

En todo caso este enfoque es solo parcial. Si no consideramos cómo juegan los actores políticos y sus incentivos, es complicado tener un dibujo completo. Ahora bien, esta aproximación sí que es muy práctica para ver como la dependencia de la senda de ambos nacionalismos marca mucho sus estrategias presentes. Algo interesante para poder comparar entre ellos y pensar qué tipo de arreglos políticos podríamos ver en el futuro.


74 comentarios

  1. Pedro dice:

    Buenos días,

    Creo que ha faltado reseñar que tradicionalmente y fundamentalmente antes de la guerra civil el nacionalismo vasco y catalán tenía un claro componente conservador, de carácter burgués en Cataluña y prácticamente reaccionario (de origen carlista) en el País Vasco.
    Los movimientos republicanos autonomistas y federalistas (caso de la ERC de la época) no eran realmente partidos «nacionalistas» y siempre antepusieron las conceptualizaciones políticas y sociales antes que las nacionales.

    Fue la guerra civil lo que trastocó este esquema. No solamente la guerra, porque sí es cierto que después de la II guerra mundial se crearon muchos movimientos de carácter nacionalista e izquierdista, algo casi inédito (con alguna excepción) en el periodo anterior. Pero nuestra guerra civil creó dos bloques claros en los que las ideas drenaron dentro de los bloques, y en el bloque anti-franquista no fue raro encontrar que las fuerzas que lo componían (republicanos, izquierdistas obreristas, nacionalistas, etc.) acabaron aceptando parcialmente las demandas de los compañeros de lucha, creándose algunas amistades peligrosas que llegan a nuestros días.

    Hoy día las cosas tampoco son iguales a los 70. El nacionalismo catalán está siendo soportado hoy por un sentimiento victimista y también por criterios puramente economicistas. La degradación del poder e influencia de los estados-nación, incapaces de ser útiles en este mundo financiero, es el catalizador para enrocarse en si mismos como mecanismo defensivo y un tanto populista.
    El caso vasco es diferente como muestra el texto. Es más «folclórico» y tradicional, menos económico, más enraizado en un misticismo nacionalista propio de otras épocas. En por eso, quizá, por lo que son mucho más cautos en el momento actual, por eso y porque en Euskadi se debe desarrollar una nueva situación de partidos con la legalización de Bildu que ha cambiado el esquema de los últimos años. Tanto el PNV como en PSE deben encontrar su hueco, y creo que los partidos vascos, incluso Bildu, han entendido que la sobrerrepresentación del nacionalismo es algo coyuntural debido al hundimiento del socialismo español y la «euforia» del abertzalismo.

    Saludos,

    • nineu dice:

      Traducir una concepcion mas identitaria que economica en en mero folclorismo es toda una declaracion de principios. Quizas sea importante señalar que el hecho de que actualmente exista una configuracion de estados concreta no implica que esa sea la correcta y el resto alteraciones erroneas. Defender la configuracion actual tambien es una opcion politica discutible. Y las causas por las que alguien lo discute pueden ser bastante legitimas.

      Los años 60 en Euskadi configuraron bastante de lo que es el panorama politico actual. El nacionalismo y la izquierda tuvieron sus «problemillas» para definirse (8 ETAs en 6 años, obreristas, chinos, nacionalistas, frente cultural…). Diria que fueron los inmigrantes de aquella epoca los que fueron confluyendo con los caidos del mundo rural a las fabricas. Fue muy simbolico en aquella epoca el caso de Txiki, nacido en Extremadura y fusilado por pertenencia a ETA.

      Aun asi los mapas politicos municipales de Bizkaia y Gipuzkoa son un poema de lo que se describe en el articulo.

  2. […] "CRITEO-300×250", 300, 250); 1 meneos   ¿En qué se diferencia el nacionalismo vasco y el catalán? politikon.es/2013/01/11/en-que-se-diferencia-el-nacionali…  por macfly hace […]

  3. Muy interesante Pablo, pero hay algunas cosas que no me cuadran mucho. Por ejemplo,

    «el capitalismo vasco era más poderoso, concentrado, orientado a España y dependiente del Estado que el catalán»

    Sin embargo, hay mucho voto de la Burguesía de Neguri, en cuyas raíces caló el nacionalismo vasco de Arana. Quizá en un principio fuera orientado a España, pero luego el PNV sí que parece que absorbió a esta burguesía.

    Por otro lado, esto no lo tengo tan claro.

    «el nacionalismo catalán es más bien fruto de la incapacidad de la burguesía catalana para influir en la política española de acuerdo con sus intereses»

    Por ejemplo Francisco Pi y Margall, fue un político Catalán, y tengo la impresión de que históricamente la contribución de políticos catalanes ha sido mayor que la vasca.

    • Pablo Simón dice:

      En este caso estoy siguiendo el argumento de Díez Medrano. Tiene sus limitaciones pero no me parece desacertado en los puntos que señalas.

      a) Sobre el capital vasco, por apuntar algunos datos. Para datos de 1922 entre las 200 mayores sociedad de España, 55 eran vascas y 50 catalanas. Esto es congruente con que ambas regiones esaban desarrolladas pero los activos medios por empresa eran de 4.337.257 en las vascas frente al 2.258.315 de las catalanas. Es más, pese a que había 99 financieras en Cataluña y 23 en euskadi, los activos acumulados eran de un 21% más en las vascas. Además, las compañías eléctircas de Hidroelétrica Española o Saltos de Duero dependían del Banco de Bilbao mientras que las compañías elécticas catalanas dependían de capital extranjero o era para autoconsumo. Sobre el PNV y su posible captación, solo hay que contrastar su penetración campo-ciudad para ver cómo las bases más tradicionalistas y conservadoras del campo (entiendo) es donde tiene más facilidad.

      b) Sobre la contribución catalana, estoy completamente de acuerdo pero no lo veo contrario al argumento. Pi i Margall es anterior a la eclosión del nacionalismo catalán y precisamente se enmarca en esos intentos catalanes por reformar España con una estructura federal. El nacionalismo, por lo tanto, aparece como una reacción en este sentido. Que los políticos catalanes se han implicado más con España es congruente con lo que plantea Medrano.

  4. Juan de Juan dice:

    A mí todo o casi todo lo que escribes, o que escribe Díaz Medrano y tú recensionas, me parece bastante bien puesto en razón. Sin embargo, creo que hay algunos matices que faltan un poco.

    En primer lugar, me gustaría matizarte que la vinculación carlismo=nacionalismo vasco es un poco limitada. En mi opinión, es la primera guerra carlista la que es una guerra vasca. Una extraña guerra vasca porque son varias las crónicas que describen a don Carlos arengando, en español por supuesto, a tropas que le escuchaban silenciosas porque, simplemente, no le entendían. Pero las dos guerras carlistas siguientes son en algunos puntos, incluso, más catalanas que vascas. No por casualidad, cuando en los años veinte del siglo XX los patronos buscan una fuerza organizada que pueda hacer sombra al activismo anarquista, encuentran el Sindicato Libre, formado, básicamente, por catalanes de extracción carlista.

    No hay que desdeñar, por lo tanto, las relaciones del nacionalismo catalán con la cosmovisión carlista. En esto, vascos y catalanes van unidos.

    En segundo lugar, además de los factores sociológicos, hay que tener en cuenta los personales. Los políticos de Madrid cometieron un error histórico, que ahora estamos pagando todos, malbaratando el abrazo de Vergara. Como lo cometió el nacionalismo vasco echándose al monte de un foralismo irredento, o todo o nada, que los navarros matizaron en la Ley Paccionada, gracias a la cual su situación básica, en los últimos 150 años, ha sido tener fueros, cosa que no les pasa a los vascos. Creo que aquel liberalismo español mendizabaliano y tal estaba tan preocupado con cambiar España desamortizándola que no se dio cuenta de que un abrazo significa los dos ganamos porque los dos cedemos.

    Sigo en un comentario posterior un poquito más…

    • Alatriste dice:

      No creo que la primera guerra carlista fuera más vasca que las otras, la verdad. Si acaso lo contrario, debido a la importancia que tuvo en 1833-1840 el carlismo en la zona del Maestrazgo, a caballo entre Teruel, Castellón y el sur de Zaragoza, en buena parte debido al liderazgo de Ramón Cabrera.

      Y en relación a la diferencia entre los modelos de industrialización en el siglo XIX, creo que la diferencia principal está en los recursos: en una palabra, en el mineral de hierro de Vizcaya. Debido su existencia la industrialización en el País Vasco se orientó hacia la siderurgia, la construcción naval, etc, y se desarrolló desde el principio en una relación muy íntima con la economía británica, con un flujo continuo de mercantes que suministraban carbón galés para la siderurgia vasca y retornaban cargados con mineral de hierro vizcaíno. En cambio los catalanes, mucho más orientados hacia el sector textil, dependían de los suministros de algodón (procedente sobre todo de Cuba) y para sus ventas del mercado interno, tanto el de España misma como los de las colonias.

      Aunque no es un tema que haya estudiado, parece evidente que esta dependencia del comercio con Gran Bretaña de unos y del comercio con Cuba y el mercado interno para otros impondría unos intereses diferentes, por no decir que opuestos. Los empresarios catalanes querrían aranceles proteccionistas contra la competencia de los textiles ingleses y una política colonial muy dura (y probablemente la continuación de la esclavitud, dicho sea de paso) y para conseguir esos fines necesitaban influir en la política gubernamental… en cambio los empresarios vascos dependían muchísimo menos de la política y los mercados nacionales y más de mantener buenas relaciones con sus socios británicos.

  5. Juan de Juan dice:

    El tercer matiz que te diría es que creo que es un error hablar de un nacionalismo vasco. Hay tres, uno primero y dos consecutivos y simultáneos entre sí. El nacionalismo vasco es primero un foralismo, la reivindicación de unos derechos que no son propiamente un nacionalismo, porque no sé si hace falta recordar aquí que un fuero es algo otorgado, así pues todo aquél que es foralista no está poniendo en duda la existencia de un ente superior que lo otorga. Pero esta visión la supera completamente Sabino Arana tras su visión esclarecedora en un tren camino de Santander, cuando se da cuenta de que el foralismo, en un tracto lógico, debe terminar en indepentismo. A partir de ahí surge otro nacionalismo vasco (y el foralismo prácticamente desaparece) que es distinto y debe ser, analíticamente, tratado aparte. Como debe de serlo el nacionalismo terrorista, con presupuestos ideológicos totalmente distintos, que acabará surgiendo en la segunda mitad del siglo pasado. Esta riqueza o volatilidad ideológica del nacionalismo no existe en el catalán, que es un nacionalismo básicamente burgués (razón por la cual, a un partido cuando menos teóricamente obrero como el PSC, ser nacionalista ha acabado por generarle tensiones).

    Por el lado catalán, en mi opinión el nacionalismo catalán, obviamente burgués y ligado a las estructuras económicas como acertadísimamente decís tú y Díaz Medrano, tiene un referente ideológico claro, que es Pi i Margall. Pi, es mi opinión, era el hombre destinado a traer en la Historia de España el federalismo. El problema es que tuvimos la mala suerte de que Pi i Margall no fuese un tipo de la talla de un, digamos, Disraeli; era un señor muy culto y muy bien intencionado pero, la verdad, sus teorías eran una puñetera mierda. El federalismo pimargalliano es un federalismo bottom-up, en el que los ayuntamientos (ojo, nada de veguerías ni provincias ni regiones ni leches; localidades) deciden libremente su unión a proyectos comunes. Es un federalismo inaplicable, cuyo atractivo romántico impidió, tal es mi opinión, el desarrollo en España de un federalismo moderno, factible, aceptable. Las Bases de Manresa no están exentas de brindis al sol, sobre todo teniendo en cuenta el tiempo en que se asentaban.

    Bueno, y sigo en otro…

  6. Verlaine dice:

    Pese al enfoque estructuralista de la teoría, me parece muy acertada. De hecho, durante cierto tiempo un grupo de amigos y yo llevamos desarrollando una idea semejante, pero mucho más pop, sobre las diferencias entre el nacionalismo vasco y catalán.

    No me extenderé demasiado, pero más o menos:

    El nacionalismo catalán es «vertical». Su posición respecto al resto de España es de arriba a abajo. El hecho diferencial no se debe tanto a una cultura radical y ancestralmente diferente al resto del país como a que es «mejor», entendido esto como más moderno, más europeo y más cosmopolita. La imagen que tiene el nacionalismo catalán de sí mismo es la de una élite mucho más formada culturalmente que los agrestes y castizos mesetarios del interior, cuya evolución intelectual, social y económica es menor. El discurso nacionalista catalán está muy imbuido de esta imagen: España es el atraso, España es la corrupción, España es fea.

    Así que, si España no se deja cambiar, hay que marcharse de España. Esto coincide con lo que expone Pablo en el texto de más arriba y tiene mucho que ver con el desarrollo de Cataluña como centro económico del país y del contacto de la burguesía catalana con Europa y comerciantes del continente.

    Por contra, el nacionalismo vasco es horizontal. El PNV es un partido de marcado carácter tradicionalista y muy católico. En muchos sentidos, la sociedad vasca lo es (o lo era). Este arraigo tradicionalista hace imposible que el nacionalismo vasco tradicional se vea a sí mismo como algo más moderno o «mejor» que el resto de España; ni siquiera lo pretende. Son diferentes porque hay una conciencia cultural diferente: las costumbres, el idioma, los propios deportes, el vasco nacionalista pasa de España porque no se identifica con ella. Pero no se considera ni por encima ni por debajo. Simplemente al lado. Otra cosa diferente. Aquí el nacionalismo tiene verdaderos tintes étnicos que no se dan en Cataluña (el RH negativo de Arzalluz).

    Esto también se engarza bastante bien con la imagen de unas élites vascas tradicionales desplazadas por la pujante burguesía que enarbolan la bandera de la tradición (el carlismo) como forma de seguir manteniendo el poder en Euskadi.

    Es un análisis medio en broma medio en serio, claro, porque las causas son mucho más complejas, pero creo que puede ilustrar por qué el nacionalismo catalán duele más en España que el nacionalismo vasco, y por qué los españoles estarían mucho más dispuestos a ceder ante las pretensiones soberanistas del País Vasco que de Cataluña. Y también por qué el nacionalismo catalán y la cuestión soberanista de su país es mucho más instrumental y coyuntural que la del nacionalismo vasco, verdaderamente arraigada y más al margen de réditos políticos o económicos. Parcialmente, claro, que todo son incentivos en esta vida.

    • cio dice:

      En este sentido, decía Ortega que los vascos son los más españoles de entre los españoles, por su sentido de pertenencia y de hidalguía.

    • apuente dice:

      Creo que lo que dices es un lugar común: El nacionalismo vasco dejó de lado el nacionalismo étnico al menos desde los años 50. Lo que sí tuvo el nacionalismo vasco es un componente más político y menos cultural que el catalán, en parte porque no puede asentarse en el euskera como factor integrador. Pero en ningún caso es un factor étnico, que como te digo se había abandonado después de la Guerra Civil/2ª Mundial.

      • Verlaine dice:

        Étnico culturalistas, si quieres. Ya digo que la teoría es medio en broma medio en serio, y que sólo capta percepciones bidireccionales entre un lado y otro.

  7. Juan de Juan dice:

    Con la Restauración borbónica, España entra conscientemente en un periodo en el que no se habla claro. Cánovas redacta una constitución donde cabe prácticamente todo, lo cual es como decir que no apoya la creación de nada. Se genera la ilusión de un sistema democrático que no es tal, pues en ningún país del mundo registra la Historia una serie tan larga de elecciones que son extrañamente ganadas por el partido que las convoca. Y uno de estos temas en los que el Estado decide hacer como que no existen es el nacionalismo. A mi modo de ver, Cataluña hizo sincerísimos esfuerzos en el principio del siglo XX por aceptar la situación, pero el régimen de mancomunidades con el que presuntamente se tenía que quedar tranquila era para echarlo de comer aparte. En ese punto, además, la gran sociedad catalana se acojona un montón con sus tensiones sociales, conocidas como pistolerismo, que parece que hemos olvidado que fue una guerra en toda regla; una guerra que los patronos sintieron perder algunas veces y que les llevó a hacer cosas que a muchos de ellos repugnaron, como el asesinato de Layret. Todos estos factores, que aunque eclosionan en la segunda y tercera década del XX están vigentes desde mucho antes, unidas a la amarguísima polémica con los librecambistas, el tema de las selfactinas que ya salíó el otro día en unos comentarios, el tancament, etc., se cristaliza en ese nacionalismo catalán cambiano (de Cambó) que se instila en la gobernación de España para aprovecharse de ella (y de hecho lo consigue; porque son los industriales catalanes y vascos los que descarrilan la reforma fiscal Alba de 1919, acción que retrasa décadas el desarrollo en España de una fiscalidad corporativa moderna, lo cual tiene la consecuencia indirecta de impedir el desarrollo de una fiscalidad directa como es de ley). Pero todo esto, no lo olvidemos, surge por la miopía de los gobiernos de Madrid hacia las demandas de autonomía municipal. Yo creo, pues, que los perfiles del nacionalismo catalán, más que en la base socioeconómica del mismo, hay que buscarlos en su fricción constante con el esquema canovista de la Restauración.

    En 1930, cuando se reunió el Pacto de San Sebastián, los catalanes, y en gran parte los vascos, no estaban ya en condiciones de participar en ningún proyecto español sin que se arreglase lo suyo. La República se lo dio, pero ahí fue donde el nacionalismo catalán comienza a descarrilar. Los errores en la Restauración los cometió Madrid, y en la República Barcelona, porque no quiso ser consciente de que, en frase de Canalejas, todo lo que no es evolución es revolución, y el esquema propuesto por ellos era tan demasiado rápido, tan irrespetuoso con las reglas de juego, que Cataluña acabó enfrentándose con una decisión (ojo, unánime) del Tribunal Constitucional y dando un golpe de Estado animado por elementos filofascistas, como el nefando Dencàs.

    Me queda una, la última, lo juro…

    • Verlaine dice:

      «Se genera la ilusión de un sistema democrático que no es tal, pues en ningún país del mundo registra la Historia una serie tan larga de elecciones que son extrañamente ganadas por el partido que las convoca».

      Concuerdo con tu análisis como siempre, Juan, pero aquí quiero matizar algo. Pensar que esta cita de más arriba es algo intrínseco de la Restauración es ser algo ingenuo. Desde la implantación del liberalismo español en la década de los años 30 del siglo XIX siempre gana las elecciones quien las convoca. De hecho, creo que tan sólo hay un caso muy concreto, poco antes del pronunciamiento de La Granja, donde la fuerza política mayoritaria (ay, cuánto habría que matizar aquí) que convoca las elecciones (desde el poder) no las gana. Pero el motín termina con esa situación rápidamente y convoca elecciones meses después con el sistema electoral de 1812, por lo que no tiene demasiados efectos prácticos.

      Es decir, que hay que interpretar históricamente de modo más fino los procesos electorales en España. La Restauración y su sistema político no surge de la nada, sino de los modos de hacer política del liberalismo isabelino. La diferencia es el militarismo presente antes del Sexenio Democrático, que desaparece a partir de 1873, y el turno, como solución a la marginación constante de los liberales en el reinado de Isabel II y que termina en la Revolución.

      Si apuntamos a la Restauración como sistema culpable del crecimiento de los nacionalismos vasco y catalán, deberíamos mirar hacia el periodo isabelino y hacernos algunas preguntas.

      • Juan de Juan dice:

        Tienes toda la razón, Verlaine. Creo que no me expresé bien. Para mí, la Restauración es algo así como la utilización industrial de los modos isabelinos. Los exagera y lleva hasta sus últimas consecuencias.

        Como isabelina es la traición al abrazo de Vergara.

        • Verlaine dice:

          Por cierto, habría mucho que matizar en la supuesta marginación que los catalanes y vascos sufrieron durante la Restauración. Conviene recordar aquí que el sistema político de la Restauración beneficiaba los intereses locales de caciques, y que éstos caciques no tenían por qué ser necesariamente impuestos desde el Ministerio de Gobernación. Hay suficiente evidencia histórica para poner en duda la imposición de arriba hacia abajo del sistema caciquil de la Restauración, y suficiente documentación para poder hablar de élites locales o burguesas que, en su distrito correspondiente, elegían a un diputado que primaba los intereses de SU región y no del cómputo de la nación.

          No pensemos en el parlamento de finales del XIX como un ente unificado y sólido en el que sólo interesaba España. Nada más lejos de la realidad. Muchos diputados se jugaban su futuro político en función de lo que consiguieran o no para sus distritos.

          (inciso, el sistema electoral de la Restauración es de distritos uninominales que son más o menos parecidos a los actuales partidos judiciales)

          En este juego de intereses locales-nacionales, los catalanes y vascos estaban considerablemente contentos. Como ostentaban riqueza económica y poder, eran capaces de obtener importantes concesiones nacionales para sus respectivos distritos. Eran una parte importante, sobre todo los diputados catalanes, del entramado institucional de la Restauración, y por supuesto que beneficiaban a su propio territorio. O sea, que no estoy exactamente de acuerdo con la marginación de los catalanes y vascos en la Restauración.

          Otro asunto es el nacionalismo. Pero creo que todos asumimos que Nacionalismo catalán no es igual a Cataluña.

  8. nineu dice:

    Por cierto esa asociacion entre Carlismo y Nacionalismo vasco tenia su peculiar respuesta en las cronicas periodisticas de finales del siglo XIX y principios del XX que hablan de violentos enfrentamientos a bastonazos y puñetazos entre unos y otros a la salida de misa.

    Solo se tranquilizaron un poco con al colecta publica que hicieron para contruir el Sagrado Corazon de Bilbao.

  9. Juan de Juan dice:

    Last, but not least, creo que en el análisis de la evolución del nacionalismo en España, como con todo lo que tenga que ver con movimientos políticos y sociales, es importantísimo analizar el impacto del franquismo. El franquismo es una disrupcion muy seria en un montón de tendencias más o menos evolutivas de España; disrupción que sigue distorsionando a día de hoy, en mi opinión, esas mismas cosas.

    Los cuarenta años de dictadura sirvieron para, a la vez, radicalizar el nacionalismo, en el sentido de hacer que sus defensores entendiesen que el debate de sus necesidades no tiene nada que ver con el debate sobre las necesidades de España. Para muestra, el botón de la actitud de vascos y catalanes, que no acudieron a Munich en 1962 porque, simple y llanamente, no se iba a hablar de lo suyo. Hay toda una actitud que comienza en Santoña por la cual el nacionalismo, como estrategia política, decide que lo que tiene que buscar es su futuro, su camino, y que eso no tiene por qué convenirle a España. Lo cual no es, ni de lejos, el nacionalismo de Cambó.

    Paradójicamente, conforme el nacionalismo se radicalizó, encontró nuevos aliados. El régimen de Franco duró tanto que acabó por amalgamar un montón de posturas en lo que llamamos antifranquismo. Las izquierdas republicanas nunca fueron demasiado autonomistas (no digamos ya federales o secesionistas). Indalecio Prieto, bilbaino de adopción, nunca entendió el fenómeno nacionalista; y hay que ver las cosas que El Socialista publicó durante el debate del Estatuto de Cataluña de la República… Sin embargo, con la llegada de la democracia las izquierdas se hacen nacionalistas (vete tú a decirle a Pablo Iglesias que en no sé qué territorio te vas a presentar con otro nombre, y de la leche que te mete todavía estás dando vueltas), avalando con ello, indirectamente, el punto de vista de los nacionalismos.

    Por eso soy, como ya he comentado en otros hilos de este sitio, muy negativo y pesimista sobre el futuro de este proceso: porque es un proceso que en los últimos 150 años ha sido un proceso de desencuentros flagrantes, ergo totalmente pretenidos porque la gente no es tonta, y no hay ahora nada que me haga pensar que va a haber proclividad al encuentro.

    Y ya paro.

  10. apuente dice:

    Es una comparación buena, pero EMHO trata de analizar las diferencias actuales remontándose muy atrás y desde un punto de vista demasiado económico.

    El nacionalismo vasco está más maduro y, por ello, más polarizado y con menos altibajos en el tiempo. El vasco forma un eje en el que se alinean a un lado u otro los partidos, mientras en el nacionalismo catalán se difumina entre los partidos con gran escala de grises. Tiene que ver el sustrato industrial y económico, pero sobre todo con el desarrollo sociocultural posterior: su permeabilidad de ideologías obreras (en Bizkaia más de tipo socialista y en Catalunya más anarquista), la incidencia del terrorismo y la incorporación del movimiento social y asociativo.

    La comparación PNV-CiU es ejemplo de esa diferente maduración. Con varias escisiones y una democracia interna rara pero funcional, el PNV está perfectamente asentado en un papel no independentista y leal al Estado, y con toda probabilidad así seguirá. El Plan Ibarretxe no tenía tintes secesionistas, es un proyecto de reforma estatutaria, acaso demasiado maximalista. CiU, en cambio, todavía no tiene muy clara su postura sobre la secesión, está gestándola ahora. La cacareada transición de Catalunya en realidad tiene más pinta de transición de CiU…

    Por último, el asunto de la territorialidad, que ni siquiera se toca en el artículo, es capital para entender las diferencias entre ambos nacionalismos. Para Catalunya, es casi imposible articular un discurso asentado en la lengua o una supuesta identidad nacional de los Països Catalanes sin que Valencia o Baleares compartan esa conciencia nacional, y eso le obliga a agarrar el discurso económico. Mientras, Euskal Herria es una idea que cala fuera de Euskadi, en Navarra e Iparralde, precisamente porque el nacionalismo vasco centra su aspiración nacional en Navarra. Ese protagonismo concedido a Navarra casa perfectamente con la idea que de sí misma tiene la comunidad foral (amplios sectores), y se ve fomentado por el intento de esconder todo lo que suene a vasco de diversos gobiernos navarros. La territorialidad es más determinante de lo que podría parecer, pues provoca que todo el nacionalismo catalán pueda llegar unirse para pedir la independencia de Catalunya, mientras que para buena parte del soberanismo vasco sería inconcebible pedir la independencia de Euskadi en solitario.

    • Verlaine dice:

      Estoy bastante de acuerdo con lo que expones con mucha certeza en tu comentario, pero me ha llamado la atención el inciso final sobre Navarra. Navarra es una comunidad muy compleja y diversa políticamente. Un señor de Tudela no es lo mismo que un señor del Roncal. Son cosas muy diferentes. Si hay cultura vasca en Navarra, y la hay, no parece que a tenor de los resultados electorales parezca muy mayoritaria.

      Siempre he creído que si se hiciera un reférendum en Euskal Herria al completo el sí no iba a contar con la mayoría. Lo mismo que en los Paisos Catalans.

      • apuente dice:

        Sí, Navarra es muy compleja. Las posiciones están enconadas, y para complicarlo todo se mantiene el regionalismo.

        Pero las cosas están cambiando en Navarra; el foco abertzale está alcanzando cotas interesantes y empujando con fuerza a otros partidos del espectro izquierda.

        Al parlamento en 2003, entre Aralar, Batzarre y PNV tuvieron un 17%. PSN un 21.
        En 2007, NaBai tuvo un 23%. PSN 22.
        En 2011 entre NaBai y Bildu, un 29%. PSN un 16%.

        Ahora el cabeza de lista por NaBai en 2011 -con Aralar al completo-, se ha integrado en Bildu. NaBai y Bildu, en Navarra están condenados a quererse. Sin el PSN no van a conformar mayorías, al menos de momento, pero que la partida nacional vasca se está jugando ahora en Navarra es innegable. Al final el polo PNV-Bildu que no terminó de fraguarse en Vitoria, se hará en Pamplona.

        Y tiene lógica que sea así porque, como digo arriba, para el proyecto nacional vasco Navarra es muy importante, un requisito necesario.

  11. Carlos dice:

    Usar únicamente el enfoque de Medrano para analizar este tema deja muchas cosas importantes en el tintero. Aparte de los debates históricos, creo que no se pueden dejar fuera trabajos como los de Álvarez Junco (que es el que mejor ha analizado los nacionalismos en España hasta la fecha) o los de Antonio Elorza.

    El enfoque estructuralista que nos presentas deja fuera también las fuentes de las que beben los nacionalismos catalán y vasco a la hora de contrsuirse a sí mismos. En el caso vasco, éste comienza adaptando las teorías decimonónicas que justificaban el imperialismo a su ámbito concreto (diferencias «raciales», capacidades innatas de ser «civilizados o bárbaros») y con un profundo rechazo a las ideas liberales de la época. Aún hoy, políticos «jeltzales» como Egibar rechazan el concepto de «ciudadanía» por parecerle «extranjero». A eso, suma las adiciones que Jagi-Jagi, el primer Ekin o ETA hicieron del maoísmo y la descolonización del Tercer Mundo, más las aportaciones algo chaladas de Federico Krutwig, que es como si Fichte se hubiera unido a la Baader Meinhof. Por otro lado, su vertiente de integrismo católico siempre hizo a los nacionalistas vascos más simpáticos a ojos de la Iglesia Católica.

    El nacionalismo catalán bebe de fuentes más liberales y es más «conductista», tomando el modelo de construcción nacional de los revolucionarios franceses o de los constituyentes de Cádiz (aunque parezca mentira). En resumen, ideas de burguesía ilustrada. Sus ideas liberales, además, contaban con el rechazo frontal de la Iglesia y, mientras los curas vascos eran «sospechosos» durante el franquismo, el clero catalán lo apoyaba con entusiasmo (caso del obispo Pla i Deniel)

    Es cierto que los factores económicos son muy importantes, pero para entender mejor su gestación, desarrollo y diferencias, hay que ampliar el enfoque.

  12. David dice:

    Artículo sesgado, como todos. Sólo hablan del nacionalismo vasco o catalán y nunca del español y en España estan cohabitando los tres. Analizar solo a dos de ellos es, simplemente, apoyar al tercero. O sea, ser nacionalista.

    • Carlos dice:

      Ya veo, David. Si tomo patatas con la hamburguesa pero no ketchup, soy mormón y, además, adicto a la paella. Lo que has dicho no tiene sentido.

  13. Dani dice:

    Los guiones en el español no van sueltos en la frase, van pegados siempre a una palabra.

    http://lema.rae.es/dpd/srv/search?id=kyRrDVgsOD6Xup8Dpt

  14. A.m dice:

    jeje vaya topicazos nene…ademas los catalanes son fenicios y eso no ? 😛

  15. Arkupe dice:

    Muy de acuerdo con el comentario de arriba. Aquí falta un análisis del nacionalismo español que no existe por una de dos razones: o el autor es nacionalista español militante (normalmente estos se suelen llamar no-nacionalistas, al estilo de un homosexual que se dijese no-heterosexual); o el autor practica el nacionalismo (español) banal conceptualizado por Michael Billig.

    Otro apunte que me gustaría hacer es que habría que pensar dos veces antes de incluír en los análisis a la izquierda ortodoxa y autodenominada abertzale:

    En primer lugar porque la mayoría de ellos renuncia a tal denominación y se consideran independentistas socialistas y no nacionalistas. Siempre, por supuesto, refiriéndonos a la gente más ideologizada y militante. Las señoras que desde los baserris bajan al valle el día de las elecciones para votar no tienen ni idea de lo que es el «sozialismoa» y emiten su voto en clave patriótica. A lo sumo pueden considerarse de «izquierdas». La mejor prueba es que la base votante de la izquierda autodenominada abertzale se va a EAJ-PNV en momentos de flaqueza y no a partidos marxistas o españoles. Un ejemplo son las elecciones nacionales siguientes a la tregua trampa de 1998 donde Euskal Herritarrok perdió la mitad de su apoyo electoral y este fue a parar EAJ en su mayor parte y en menor medida a Ezker Batua. Si se hiciese un estudio sobre el tipo de votante que huyó de EH a un lado o a otro se podría ver perfectamente que el perfil de votante que se fue a Ezker Batua era «más militante» y el que se fue a EAJ más «apolítico».

    Y en segundo lugar porque persiguen objetivos diferentes a los del movimiento patriótico vasco tradicional que integramos muchas personas y organizaciones -culturales, sociales y religiosas- de tenor variopinto, que politicamente tiene su cristalización en EAJ-PNV. Nosotros aspiramos como fin último a conservar y ampliar los centros de decisión y el autogobierno a respecto de las dos potencias foráneas -España y Francia- de las que hoy dependemos, de tal suerte que nuestra relación de dependencia institucional sea cada vez más reducida. La izquierda autodenominada abertzale abraza esas ideas para un medio que considera superior que es la construcción de una sociedad socialista en lo que erroneamente denominan «Euskal Herria». Personalmente estoy encantada de que lo hagan, pero la cuestión es ¿se puede considerar a la izquierda autodenominada abertzale y a su brazo armado como nacionalistas? Para mi es dudoso, por mucho gusten de esconder la hoz y el martillo detrás de la tricolor vasca.
    En ese sentido, sé por unos colegas que alguna gente en los departamentos de ciencia política y sociología de alguna que otra universidad vasca ya está empezando a estudiar a la izquierda autodenominada abertzale como un movimiento fundamentalmente marxista y a su brazo armado como la última expresión del terror marxista en Europa Occidental antes que como un movimiento de liberación nacional.

    Agurrak.

    • NAVARTA dice:

      Tanto rollo para confirmar lo que todos ya sabiamos, que el PNV es un partido de derechas y vasco, vaya novedad no?

      • Arkupe dice:

        De derechas no sé, vasco desde luego. Y el partido más progresista de todo el espectro político vasco también. Frente a la derecha conservadora, la izquierda vasca reaccionaria y el sindicato de inútiles que responde a las siglas de PSE no es tampoco tan difícil.

    • Verlaine dice:

      Primero das por hecho de antemano que no cabe la posibilidad de no ser nacionalista, en base a que este artículo, reseña de un libro, no analiza el nacionalismo español. Acto seguido, asumes que no analizar el nacionalismo español en este artículo es negar su existencia. Bien, como comienzo no está mal.

      Segundo, realizas a vuela pluma y sin datos que puedan confirmalo análisis de trasvase de votos, probablemente una de las cuestiones más irresolubles desde el punto de vista científico que existen en la ciencia política. Hay miles de factores que influyen en un voto y resulta complejo establecer dinámicas de trasvases en cualquier elección, pero aseveras sin temor a la equivocación que «esto es así» y no queda otra.

      Y tercero, resumes décadas de conflicto político esencialmente territorialista a una mera cuestión de ideología marxista, en lo que no puede interpretarse sino como un análisis un tanto trasnochado de la realidad política vasca y española, y de los propios objetivos políticos de ETA.

      Un fuerte aplauso.

      • Arkupe dice:

        «Primero das por hecho de antemano que no cabe la posibilidad de no ser nacionalista»

        Somos miles de vascos los que vivimos de manera cotidiana y normal identificando a Euskadi como nuestro país. Somos miles los que participamos en mayor o menor medida del universo mediático, social y cultural español o francés considerándolo secundario. Actuamos igual que el señor de Düsseldorf que a la pregunta de cuál es su país responde que «Alemania» y nos comportamos de la misma manera que el austríaco al que le piden que diga un país extranjero y señala Italia. Pues bien, yo soy de un pueblo de Bizkaia, considero que Euskadi es mi único país y veo Valladolid o Tours como ciudades en el extranjero. Y como yo, ya digo, miles de compatriotas. Si por esa razón somos «nacionalistas» -y aclaro que yo lo soy además por una cuestión militante- entonces creemos justo que el resto del mundo también sea considerado así. No sé si todos los hombres de este planeta son nacionalistas o no. Lo que desde luego sé es que como nosotros tienen sentimientos nacionales y que los antibanderas, antifronteras y autoproclamados ciudadanos del mundo -lo cual como concepto no tiene mucho sentido por lo que la idea de ciudadanía implica- son una minoría notable con tiempo para teorizar gracias al bienestar provisto por la sujección a un ordenamiento jurídico de un estado-nación moderno.

        «Acto seguido, asumes que no analizar el nacionalismo español en este artículo es negar su existencia»

        Eso se lo ha sacado usted de la manga con alguna interpretación de lo que yo he escrito que no alcanzo a comprender.

        «Segundo, realizas a vuela pluma y sin datos que puedan confirmalo análisis de trasvase de votos, probablemente una de las cuestiones más irresolubles desde el punto de vista científico que existen en la ciencia política.»

        Tampoco he estado nunca en Denver pero le puedo confirmar que se encuentra en los Estados Unidos. De todas maneras, si se queda más tranquilo podemos recabar los datos y evidencias pertinentes para realizar un riguroso análisis que nos permita concluír que, efectivamente, la suprascripta ciudad se encuentra en el país anteriormente comentado. Es verdaderamente digna de elogio la meticulosidad y la actitud escrupulosa de algunos cientifistas. Aún así permitan que los que no lo somos seamos un poco menos cautos, aunque solo sea por diversión hombre.

        » Hay miles de factores que influyen en un voto y resulta complejo establecer dinámicas de trasvases en cualquier elección, pero aseveras sin temor a la equivocación que “esto es así” y no queda otra.»

        Sin duda. Los motivos por los que cada uno de los votos son emitidos varían enormemente. De todas maneras, quien conoce más o menos la política vasca sabe que durante estos 40 años de democracia, en los territorios de Euskadi Sur que se corresponden con la CAV, la mesa política ha estado sustentada por cuatro patas que se corresponden con los cuatro partidos principales del espectro político: EAJ-PNV, la izquierda ortodoxa tradicional vasca con sus múltiples siglas, y los dos partidos españoles. Y desde luego sabe que en el paisaje político existente conformado por esas organizaciones políticas es en muchas ocasiones ordenado en dos grandes bloques políticos: el vasco, que comprendería las organizaciones con centros de decisión en el propio país, y el nacionalista español, que juntaría a las organizaciones de obediencia española asentadas en Euskadi. Así pues, en la política vasca, normalmente, nos atenemos a dos ejes: el de izquierda-derecha y el nacional. Y si usted le echa una ojeada a los datos podrá ver que el bloque vasco y el bloque nacionalista se han mantenido -siempre con mayoría vasca, por cierto- en niveles de apoyos relativamente estables dependiendo de la mayor o menor movilización del electorado. El vasco fluctuando del 55 al 65% y el nacionalista del 35 al 45% de apoyos. Y eso se da, fundamentalmente, porque el trasvase de votos entre fuerzas del mismo «bloque nacional» es mayor que la que se podría dar, atendiendo a otras razones, de EAJ al PSE y al PP o viceversa, del PSE a la izquierda vasca o viceversa y de tal izquierda a EB o viceversa. . Desde luego, ya le diré que si usted conoce al votante medio de lo que antes era HB se cortaría la mano antes de votar a un partido más o menos español.

        «resumes décadas de conflicto político esencialmente territorialista a una mera cuestión de ideología marxista, en lo que no puede interpretarse sino como un análisis un tanto trasnochado de la realidad política vasca y española, y de los propios objetivos políticos de ETA.»

        Y usted asume aquí que el conflicto político «esencialmente territorialista» existe porque existe ETA. ETA es una organización posterior al inicio de ese conflicto territorialista al que usted hace referencia. Es decir, ETA no es la causa del conflicto político vasco, sino una consecuencia. Simplemente lo que digo es que haríamos bien en -además de leer bien lo que nuestro interlocutor escribe- preguntarnos cual es el motivo fundamental que ha empujado la acción militar de ETA y sus brazos políticos en estos años y que, en consecuencia, los análisis se hagan teniendo en cuenta esto: si una lucha violenta por la causa nacional o antes la construcción de una sociedad determinada en la que lo primero era visto como un instrumento, sobre todo para ganarse el favor del pueblo.

        Por cierto, el subconsciente le delata como español. La manera de referirse a Euskadi permite adivinar que usted ve la cuestión vasca como un conflicto territorial en el contexto español. Para nosotros el conflicto «esencialmente territorialista» existente es que nuestro país está dividido en dos estados y tres régimenes de autonomía diferentes que niegan nuestra condición nacional. No se alarme, es normal.

  16. Ramón dice:

    ¿He leído «carácter anticapitalista» en el PNV? Joeeeeeerr…

  17. Rundio dice:

    Aunque hasta cierto punto estoy de acuerdo con la frase de «the economist», los nacionalismos son todos iguales, si son españolistas, catalanistas, galleguistas o vasquistas. No es más que gente que no quiere ver más allá de sus narices, que se cree distinta y mejor y que tiende a buscar un enemigo, como mínimo, a veces imaginario, pero si es en otros nacionalistas mejor y más fácil, para demostrar sus teorías.

    El que no se da cuenta que una bandera es un puto trapo, es un ignorante o es imbécil.

    • Arkupe dice:

      Los nacionalistas somos cortos de miras y medio esquizoides que andamos buscando enemigos por las esquinas para restregarle nuestro puto (sic) trapo por las narices al primero que pillemos como buenos ignorantes o imbéciles, sí. Pero este señor no verá nada raro en que los telediarios hablen de «los españoles» en primera persona del plural, mientras lee los ingredientes de los cereales que desayuna en una lengua convenientemente representada con la bandera de su país. Y después vendrá por Euzkadi y alucinará cuando los aborígenes nos comuniquemos, con normalidad, con gente con la que él no puede entenderse, en una lengua que el no puede enteder y que vive al otro lado de una línea imaginaria que el llama «frontera» pero que no se corresponde con la realidad circundante.

      Cosas veredes.

      • Verlaine dice:

        Veo nacionalistas en todas partes.

        Tú podrías ser uno de ellos.

        Yo podría ser uno de ellos.

        Ya llegan.

        Ya están aquí.

        No podrás escapar.

        Tú también caerás.

  18. José Jarauta dice:

    Visiones romántico-telúricas, la lengua:

    «Es en la provincia de Vizcaya, cerca de Durango, donde Humboldt descubre el interior de un caserío vasco. En medio de la descripción pormenorizada de los enseres domésticos se halla insertada la siguiente reflexión:

    “Cuando se observa cómo un pueblo salvaje se forma una lengua que expresa los sentimientos humanos en toda su extensión y que da la impresión de ser hecha con arreglo a un plan, sin que se descubran los escalones de su evolución, o mejor dicho, percibiendo nítidamente que nunca ha habido tales escalones y que todo este sistema maravilloso nació de un golpe de la nada; cuando uno se encuentra con los elementos de los sentimientos más elevados y más refinados [en un pueblo] donde el carácter se abandona a sus conmociones primitivas sin arreglarlas de algún modo; sólo entonces empieza uno a tener confianza en la humanidad y en la naturaleza, y cree en el misterioso y profundo parentesco entre las dos.”

    ….

    “La lengua, no sólo en general, sino cada una en particular, hasta la más
    pobre e inculta, es de por sí un objeto digno de la más aguzada reflexión…
    No es que en lenguas diferentes las cosas simplemente se designan de otro
    modo; se conciben distintamente… Por medio de la multiplicidad de las
    lenguas crece directamente la riqueza del mundo y la multiplicidad de lo
    que conocemos en él; al mismo tiempo se amplía el contorno de la
    existencia humana y se nos presentan nuevos modos de pensar y de sentir
    en forma de caracteres bien determinados y reales.”

    http://www.rose.uzh.ch/seminar/personen/bossong/boss_bask_46.pdf

  19. José Jarauta dice:

    «Origen y antigüedad de la lengua bascongada y de la Nobleza de Cantabria». Juan de Perocheguy. (Barcelona, 1731).

    «Pretende probar que fue el bascuence no sólo la primitiva lengua de España y Francia, sino también propia y nativa del patriarca Noé; y por consiguiente la primera del mundo, y aquella misma que infundida por Dios a Adán fue la única hasta la confusión de Babel. 1.º discurso. Se hace demostrable por su propia narrativa y encadenamiento. 2.° discurso: Recopilación o resumen del discurso precedente con algunas curiosidades históricas y propias a la lengua bascongada. Sobre la esencia de la SSma. Trinidad (4 versos vascongados). En elogio del SSmo. Sacramento (otros cuatro). Definición sobre la esencia de la nobleza (diez). Carta al autor del Duque de Montealegre. Como glosa dice que Francia y España podrían poner a poca costa dos maestros de vascuence: el uno en el Seminario de Larresoro en Francia y el otro en Urdax en España. Los eslabones de la lengua bascongada pretendo que lleguen desde los tiempos del diluvio universal hasta nuestros tiempos. Se funda en las etimologías de varios pueblos: Hurte-a significa diluvio y también año: como el diluvio universal duró un año, se saca la consecuencia de haber quedado sinónimos ambos y reducido a una sola voz. Hurte-a que comprende año y diluvio…» (Pérez-Goyena).

    http://82.116.160.16:8080/handle/10690/1633?mode=full&volume=001&locale=es

  20. José Jarauta dice:

    La Raza:

    El objeto de la polémica son las leyes XIII y XIV delTítulo I del Fuero Nuevo de Vizcaya de 1526, en el que se proclama la hidalguía colectiva, la nobleza y la limpieza de sangre de todos los vizcaínos, y se impide morar y avecindarse a moros, judíos y conversos.

    Sabino Arana entiende que con estas leyes los vizcaínos intentaban «preservarse
    del contagio del pueblo español» por temor a que hubiera «entre sus antepasados
    algún moro o algún judío». Echave-Sustaeta, por su parte, piensa que el rechazo
    era de carácter religioso y no racial, pues lo que deseaban los vizcaínos era
    «evitar el roce con los no católicos».

    (Echave- Sustaeta, dice Sabino) «tiene por fuerza que juzgar las leyes bizkainas con un criterio exótico y peregrino, y allí donde vea la palabra moros o judíos, atribuirla al espíritu religioso, y no al de raza. Porque en efecto: mientras éste nunca informó ley alguna española, porque la raza española nunca fue raza, sino un producto informe de la mezcla de varias y diversas gentes, leyes bizkainas hay de carácter fundamental que están inspiradas en la natural repugnancia que sentían las familias bizkainas a enlazarse con las extrañas, por la conciencia más o menos clara que tuvieron de su raza primitiva y singularísima o, más probablemente, por otras causas que no hay por qué apuntar. Y
    de aquí se sigue que, mientras las palabras moros y judíos que aparecen en la legislación de España siempre han de entenderse expresivas de profesión religiosa,
    su presencia en las leyes bizkainas, por el contrario, puede muy bien obedecer al
    espíritu de raza, y no al religioso».

    ….

    Hasta aquí, el racismo sabiniano no es más que una prolongación, una profundización,
    una exacerbación del protorracismo español prerracialista, cristianoviejo,
    de fundamento religioso. El rechazo «católico-español» de moros y
    judíos se prolonga en rechazo «católico-vasco» de los españoles: los vizcaínos
    rechazan a los españoles porque sospechan que se han mezclado con moros y
    judíos, porque son cristianonuevos, probables descendientes de «marranos» y
    «moriscos» y, en cuanto tales, portadores de irreligión e inmoralidad. Esta línea
    de argumentación, que vuelve el racismo español contra los propios españoles y
    que convierte el anti-maketismo vasco en directa derivación del antisemitismo
    español (tanto judeofóbico como antiárabe), alegando una motivación religiosa
    (el contacto maketo como fuente de pecado y de degradación moral y religiosa)
    es muy frecuente en Sabino Arana.

    http://hispania.revistas.csic.es/index.php/hispania/article/viewArticle/281

  21. José Jarauta dice:

    La «casa de los Méndez» dedicada al negocio de la trapería, a la que pertenecía su madre, era conocida en Cádiz como una familia de cristianos nuevos de origen judío. Eso explicaría, según el historiador Juan Pan-Montojo, su decisión de «cambiar su segundo apellido por el Mendizábal, con el que se otorgaba un origen vasco, garantía en sí mismo de limpieza de sangre. La nueva identidad resultaba tanto más útil para fabricar su imagen, por cuanto que la casa de comercio de Miguel Mendizábal era una de las más importantes del Cádiz dieciochesco». Además en el acta matrimonial declaró ser natural de Bilbao.3
    Con la aportación de este historiador se unifican las dos teorías acerca de por qué cambió su apellido materno por el de Mendizábal: por ocultar el origen judío de su familia materna, o por conseguir mayor prestancia y peso comercial de un apellido vasco para la época. En cualquier caso, Juan Álvarez Mendizábal, al igual que sus padres y abuelos, era cristiano y católico bautizado, a pesar de la utilización de su supuesto origen judío en su contra, especialmente durante la época del General Franco.
    El apelativo de «judío» para referirse a Mendizábal cuando éste alcanzó el poder se utilizó con frecuencia en la prensa antiliberal y antiprogresista de su tiempo e incluso en algunos casos apareció representado con rabo, un aditivo que se suponía propio de los judíos -y del diablo-, por lo que también utilizaban el mote del «rabilargo Juanón» -además de «rabino Juanón»-.4

    http://es.wikipedia.org/wiki/Juan_%C3%81lvarez_Mendiz%C3%A1bal#El_supuesto_origen_.22jud.C3.ADo.22_y_el_cambio_del_segundo_apellido

  22. Manu Oquendo dice:

    A mi modo de ver para entender el fenómeno hay que irse mucho más atrás en la historia. No hacerlo es carecer de perspectiva relevante y comprar un discurso interesado y parcial.

    Recordar en detalle la Ilustración, la Revolucion francesa y el nacimiento del concepto de nación étnica y lingüística así como las situaciones de ambas regiones durante el reinado de los Reyes Católicos y el proceso de expulsión de los judíos (que marca el ascenso del poder Vizcaíno en los puestos altos de la gestión del Imperio).

    En un cierto momento los vizcainos tuvieron prácticamente el monopolio del almirantazgo de la mayor flota oceánica del mundo.
    O el monopolio del Cacao Venezolano (HQ en San Sebastián de la Real Compañía predecesora del East India Company).
    ¿Hemos olvidado que en todos los puertos balleneros de España tenía que haber un marino de Guetaria para ser notario-fiscalizador del Rey de modo que el tercio real de cada ballena no le fuera escamoteado?

    Hasta este punto llegó cuando en Castilla se encontró con los Comuneros de las villas exigiendo la primera constitución ciudadana Europea (Ley perpetua de Ávila de 1520)

    En el caso catalán hay que recordar que ha sido parte de los territorios de reyes españoles y franceses (en el siglo XIII sin ir más lejos) y que desde la invasión del 409DC fue un territorio paupérrimo y escaso de población (en 1300 años desde siglo V al XVIII osciló entre 380,000 y 260,000 almas cuando la peste).
    Tanto es así que Castilla que tenía 6 millones de almas pagó sola la aventura colombina porque en el Meditarráneo no había base fiscal alguna.

    Sin embargo a partir de las pragmáticas de 1716 o 17 (no recuerdo con precisión) se entronizan en Cataluña leyes más libres y avanzadas (esto es absolutamente demostrable) así como decisiones de la corona que trasladan a Tarragona y Barcelona (desde el Puerto de Valencia), el Tráfico con el Reino de Nápoles y el avituallamiento de nuestras tropas (de ahí el florecimiento textil).
    Desde aquela decisión y en sólo 50 años la población más que se duplica hasta alcanzar 800,000 almas.

    No es posible entender nada si no se ponen sobre la mesa las decisiones reales que ponen en esos territorios industrias concretas, regalías con ultramar, y aprovisionamientos varios.

    Por ejemplo:
    ¿Por qué se fabrican en CAF-Beasain los trenes de España? Porque El marqués de Urquijo lo pidió y se le concedió como intimo amigo que era del rey además de ministro.
    ¿Por qué los principales silos de cereales y soja de España están en Barcelona cuando todo ese tráfico viene de América? ¿Qué lógica tiene esto teniendo los puertos Atlánticos que tenemos?
    ¿Qué ventaja competitiva proporciona esto a Cataluña?
    Tremenda y explica que hoy en Cataluña tengamos la mayor cabaña porcina estabulada de España (9 millones de cabezas).
    Por no hablar de la industria del pienso, fertilizantes, gallinas blancas diversas etc

    La historia del nacionalismo de estas regiones es la historia de un Rent Seeking exitoso durante siglos que ha sabido extraer ventajas de su relación con el poder político en una especie de simbiosis parasitaria.

    Vestirlo con ideologías y milongas es labor de poetas y camelistas populares.

    Diderot sabía de esto un montón y creó escuela indicando cómo y de qué había que escribir para calentar el coco al «pópolo». Perdón, «au peuple». Vean «Eloge de Richardson» de Diderot.

    El nacionalismo oculta la verdadera historia económica y se centra en calentar cocos dejando caer la especie de que «somos cojunudos» olvidando los por qués de las decisiones.

    Saludos

    • enterico dice:

      olé

    • Hander dice:

      En más de 1.300 años de monarquías hay de todo y para todos. Podrías haber escrito un texto igual de casi cada villorrio.

      • Pescador dice:

        Hermoso ejemplo de ytumasmismo extendido . Lo irrebatible es que Catalulña despegó con los monstruosos genocidas borbones y que en la Gran Guerra Patriotica tuvo la suerte de que no pasaron los ingleses por alli para echar al invasor,que bien a gusto que estaban.
        En Castilla no dejaron un telar, por ejemplo, entre otros detalles sin importancia…

  23. Marc dice:

    Si, claro. A diario veo independentistas catalanes disfrazados de abertzales. Además, toda la raíz del independentismo catalán surge de diferencias económico-sociales con España. Nada tuvo que ver el intento de aniquilación de una cultura durante el franquismo y la posterior y aberrante transición. Pero evidentemente, y como apuntas al principio, seré yo, que no tengo blog para decir sandeces y empezar artículos diciendo que «conozco bien la situación», el que esté equivocado.

    • Epicureo dice:

      «Intento de aniquilación de una cultura.» Claro, durante el franquismo y la transición a todos los que pillaban hablando catalán los metían en campos de concentración y los gaseaban. Veo que para decir sandeces no te hace falta blog…

      Es curioso que de todas las lenguas vernáculas regionales de Europa occidental el catalán ha sido en los últimos siglos la que ha tenido más vitalidad social y cultural. De las docenas que había hace 500 años, la mayoría han desaparecido, y las que no, se han mantenido sólo en pueblos perdidos o para folklore y juegos florales. Que se lo pregunten a los bretones, alsacianos, occitanos, galeses…

      Pero son los catalanes los que lloran y se empeñan en que hacen falta medidas extraordinarias y obligatorias para salvar su lengua, tras la horrible persecución que ha sufrido. Lo que hay que leer.

      • Gaizko dice:

        A mi tio lo fusilaron en un monte de Beasai por decir Agur. A mi abuelo y mi madre los tuvieron 6 meses desfilando desde su casa al cuartel de Sestao con la mano derecha en alto por decir Agur. Niega la verdad si quieres, pero que con Franco, los caciques locales erradicaban todo indicio de nacionalismo no español, ocurrió.

        • Pescador dice:

          Seguro que fué por algo más – igual de injusto, pero por algo más- ya que supongo que tanto en tu tierra como en las mías hubo gente que solo sabía hablar una lengua y que escuela tenía la justa, allá por los primeros cuarenta. Mis abuelos, por ejemplo, y te puedo asegurar con al menos tanta firmeza y contundencia como la tuya, que por aquí se «paseó» más y mejor. No se podía correr a Francia..

      • Hander dice:

        Tal vez este celo es lo que ha conseguido que se siga hablando, y con vitalidad, y no haya seguido el camino del dogo o del galés.

        Lo absurdo sería cambiar una estrategia que ha sido y sigue siendo efectiva.

  24. Pepe dice:

    En este mundo traidor nada es verdad ni mentira, todo depende del color del cristal con que se mira.
    Mejor separados y en paz.

  25. uno que pasaba dice:

    La diferencia es «simple», a los Catalanes los «invadieron a inmigrantes» y se dejaron, en cambio los Vascos jamas han sido invadidos, solo en tiempos modernos y en las grandes ciudades.

    • Epicureo dice:

      Así que quieren la independencia para hacer una buena limpieza étnica. Es terrible cómo los han invadido, obligándoles a contratarlos para trabajar en sus fábricas por una miseria y haciéndolos ricos a la fuerza. Intolerable.

  26. José Jarauta dice:

    Arqueologías identatitarias y derechos:

    «Vasconia, supuesto reducto cántabro:

    Esta teoría, derrotada entre los s. XVIII y XIX tras haber disfrutado de una extraordinaria popularidad, sienta sus bases en las fuentes greco-latinas, poco precisas algunas de ellas y tachonadas de topónimos de difícil identificación v. CANTABRIA. La introducción de referentes bíblicos en la historiografía va a distorsionar durante muchos siglos los datos fidedignos aportados por los primitivos clásicos. La alusión del cronista judeo-romano Flavio Josefo (s. I) al patriarca Tubal, nieto de Noé, como ascendiente de los iberos iba a dar pie a la teoría vasco-iberista que relaciona a los vascos con los primeros habitantes de las dos Iberias, la caucásica y la hespérica o mediterránea.»

    «Las guerras cántabras, la salvaje resistencia de estos elementos nativos a dejarse domeñar por las águilas imperiales, el desconocimiento generalizado de la derrota cántabra definitiva a manos de Agripa, ofrecen un tentador surtido de elementos para la identificación. Los cántabros, insumisos, habrían mantenido el idioma indígena de Iberia: el euskera o vascuence. Cantabria y el país del vascuence, que en el s. XVI es llamado preferentemente «vizcaino», son la misma cosa. La alusión de los clásicos a la impronunciabilidad de los nombres cantábricos avalaría la hipótesis. Pero ¿qué zona concreta del país del vascuence es la primera en ser identificada con Cantabria?».

    Desplazamiento del cantabrismo.

    «Entre los siglos s. XIV y XVI se gesta el sistema de Fueros en Vasconia, sistema de dependencia de los diferentes territorios vascos de las Coronas castellana y francesa. Navarra, conquistada en 1512, pasa a depender de la primera e inicia un período difícil de su historia caracterizado por los tres intentos de recuperación del Reino por los Albret y un estado latente de insurrección que dura muchos años (Idoate, 1981). Durante éstos se efectúa una reafirmación de la nacionalidad navarra y el desarrollo de la teoría pactista tendente a mitigar los efectos de la conquista, teoría que se sustenta en un pasado (Reino independiente) reciente, de todos recordado. v. PACTISMO. No es ese el caso de las Vascongadas, que pertenecen a la órbita castellana desde el s. XIII y van a necesitar algo más sólido que la memoria para sustentar la legitimidad de sus pretensiones, en especial cuando la Monarquía castellana inicie su fase absolutista. Esta «ultima ratio» va a ser la lengua privativa y la identificación histórica con Cantabria, tanto por su supuesta insumisión a los romanos como por su carácter de tierra no conquistada por los musulmanes. Cántabros y vascos conforman en esos momentos la poderosa Hermandad de las Marismas, sólo equiparable en Europa a la Hansa. Ya un anotador de Lope García de Salazar parece avanzar los primeros elementos racionalizadores de la tesis. En una nota del libro VIII (fol. 68) de las Bienandanzas (1967, II), que Mañaricúa atribuye a mano del s. XVI, dice:

    «Las montañas y bizcaya/ murieron sus naturales por no perder/ sus leyes y costumbres no queriendo tomar las leyes de los emperadores Romanos/ que ansi en estas probincias quedó el lenguaje antiguo que hera vascuen/ en espana se ablo romance.»

    ….

    Esta identificación permite reacomodar el pasado vasco con la historia peninsular; basándose en Ximénez de Rada, enlaza a estos cántabros con Don Pelayo, sienta las bases de la teoría nobiliaria según la cual la nobleza española desciende de estos cántabros y astures inconquistos y acaba identificando a Felipe II con los mismos:

    «Su Magestad es natural español descendiente de Tubal por reta línea que trae de los cántabros, aunque haya autores españoles que dicen que el Pelayo era de linaje de los godos, como fue el Obispo don Alonso de Cartagena, en el libro que hizo de la Genealogía de los Reyes de España, aunque por madre es cierto que los reyes de España descienden de los cántabros por ninguna nación del mundo enteramente señoreados.»

    Zaldibia, interesado en buscar sus raíces en Cantabria, considera sólo temporal la pertenencia de las tierras vascas al Reino de Navarra. Por ello su castellanismo es total y, aún sin negar los hechos de armas del año 1200 (conquista castellana de Araba y Gipuzkoa), los acomoda a su particular tesis:

    «viendo los guipuzcoanos al rey de Castilla, cuyos según razón debían ser, pues antes en tiempo de los godos eran, tan cerca de su tierra, acordaron de volver a ser suyos y no del rey de Navarra de quien estaban descontentos por agravios que les hacía, y llamando al rey Don Alonso, le entregaron los castillos y la tierra, lo cual bien se puede entender ser así, pues el rey fue a San Sebastián con solamente 20 de a caballo y no intervinieron armas ni pelea alguna.» (…) «los guipuzcoanos, después que volvieron al prístino estado de ser castellanos, como gente libre y no conquistada y obligada a extender la corona de Castilla de quien realmente ellos eran».

    Auge y ocaso del vasco-cantabrismo:

    «Esta prudencia no arredró al cantabrismo que, tras el refuerzo de Henao (Averiguaciones…, 1689-1691), «entró (en el s. XVIII) –al decir de A. Legarda (1953:16)– como incendio alentado por el bochorno y fueron menester heroicos arrestos para intentar cortarlo». En efecto, el vasco-cantabrismo en el s. XVIII no es ya sólo una hipótesis histórica, ni sólo, como pensaba Cadalso, un nombre bajo el que recoger a «todos los que hablan el idioma vizcaino», sino, principalmente, una bien arraigada doctrina jurídico-política sobre la que se asientan casi todas las prerrogativas y derechos que asisten a vizcainos, alaveses y guipuzcoanos en el seno de la Monarquía castellana. Su exponente más destacado es el P. Larramendi, que considera cántabros a «todos los bascongados» pero circunscribe la aplicación política de este adjetivo sólo a los de las tres provincias. Las bases del pactismo se hallan, para él, en la teoría cantabrista ya que sólo un pueblo insumiso, es decir, nunca domeñado (el cántabro), pudo haber pactado, de igual a igual, con la Corona y este pacto, concretizado en los Fueros y en los juramentos mutuos, no puede ser rescindido unilateralmente por ninguna de sus partes. Larramendi, preocupado por la lengua pero también por el deterioro experimentado por el sistema foral clásico desde la llegada de los Borbones al trono español, escribe ya a la defensiva tratando de refutar la crítica de Mayans (Orígenes de la lengua española, 1737).

    «el bascuence, inaccesible a la novedad y alteración, y libre de impresiones bastardas, ha conservado tan intacta su antigua pureza y hermosura, que si el primer poblador de España, sea Tubal o sea Tarsis, oyera hoy hablar a los guipuzcoanos, los entendería sin diccionario y sin intérprete, a menos que hubiere olvidado su propia lengua.»

  27. José Jarauta dice:

    «De la misma forma que la imbatibilidad de los antiguos caledonios sustentó durante muchos años la argumentación antiasimilacionista de los escoceses, siendo reu-tilizada en el s. XVIII por ambos Macpherson como utilísima materia prima de su exitosa reconstrucción de una especial historia de Escocia, el vasco-cantabrismo «leal» se mantuvo hasta bien avanzado el s. XVIII como ideología oficial de las Vascongadas, equivalente al dogma de la «unión principal» cultivado por los navarros, doctrina elaborada también ex nihil a lo largo de los s. XVI-XVIII. Carácter insumiso, limpieza de sangre, monoteísmo primitivo, nobleza universal, vasco-cantabrismo son dogmas incontrovertibles en el interior del etnogrupo. Todo ataque a cualquiera de estos elementos amenaza al conjunto, a la foralidad vasca. Esto queda patente al examinar la producción de estos años, incluidos los proyectos historiográficos de la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País iniciados en 1765. En efecto, como observa y analiza Olábarri Gortázar (1986: 461-470), en todos los materiales acopiados para elaborar una Historia Nacional o «Historia de la nación bascongada», el dogma vasco-cántabro permanece incólume. Y, no solo eso, la aparición de «La Cantabria» del P. Florez, dentro de la monumental España Sagrada, en 1768, excluyendo a las Provincias Vascongadas de la Cantabria histórica descrita por los romanos, debió de provocar en el seno de la benemérita Sociedad una conmoción que se tradujo en un cúmulo de «vindicaciones», refutaciones, respuestas, etc. que, sin embargo, no vieron, salvo excepciones (Ozaeta, 1779), la luz pública. La unidimensionalidad de las defensas de la foralidad vasca –muy atacada desde 1766, año en que Carlos III endurece su política administrativa tras la crisis del motín de Esquilache– y el miedo a abrir una brecha letal en el basamento de estas defensas parecen haber paralizado la obra historiográfica de los «Amigos», o, por lo menos, su publicación. En palabras de Olábarri Gortázar, «los» Caballeritos» querían escribir la historia de su País de acuerdo con las técnicas y los puntos de vista modernos, ilustrados, pretensión paralela a la que mantienen en otros campos de la cultura; pero, cuando ponen en marcha su proyecto, se dan cuenta de que los principales representantes españoles de esa historiografía ilustrada arrastran en su labor crítica tradiciones conservadas por los vascongados durante siglos, que ellos mismos seguían y que además eran piezas muy importantes si no decisivas de su defensa histórico-jurídica de los Fueros frente al poder central. En esta tesitura, renunciaron al proyecto de escribir y publicar una historia nacional vascongada que, o bien debía rectificarse en un sentido que podía ser contrario a los intereses del País, o bien habría de encontrarse con la crítica de los ilustrados españoles y, quizá, con la censura del poder real.» En efecto, el libro del P. Florez fue defendido por el P. Risco (1779) en medio de una gran polémica. El fracaso historiográfico de los ilustrados vascos es una faceta más de su naufragio como clase rectora abocada, con los años, o a romper con la Monarquía española (Guerra de la Convención) o a reformar por sí misma y sin medios suficientes el régimen de Fueros (problema de las aduanas). La ocupación francesa y la derrota napoleónica borrarían del mapa a nuestros ilustrados y, con ellos, al vasco-cantabrismo como teoría científica. Quizá haya sido el P. Masdeu quien con más prudencia fijara, a fines del s. XVIII, la tan debatida cuestión acerca de los límites de Cantabria. Pese a dar por bueno aún el tubalismo,

    http://www.euskomedia.org/aunamendi/130598/77507

  28. Leina dice:

    Es sorprendente que usted se anime a realizar un artículo sobre este tema, cuando da muestras, en pequeños detalles, de un desconocimiento grande sobre el mismo. Por ejemplo, y por solo citar uno: usted dice que:

    «No en vano unos tienen unos privilegios forales que arrastran desde el XIX y una larga trayectoria de violencia terrorista mientras que en el otro caso no ha existido ninguno de ellos sino (al menos hasta recientemente) una política de pacto y condicionamiento de los gobiernos centrales»

    Más allá del empleo cuestionable y matizable de «violencia terrorista», es sorprendente que ignore la existencia del grupo armado catalán Tierra Lliure, que existió desde 1978 hasta 1991.

    Ya que, en realidad, su artículo está basado en la tesis doctoral que cita, podría habérsela leído un poco mejor dado que muy seguramente, en dicha tesis se cite la existencia de este grupo armado.

    Por favor, independientemente de su postura o opinión: infórmense antes de lanzarse a escribir de cualquier tema como si fueran expertos.

  29. José Jarauta dice:

    Vidas divergentes:

    «Miguel Antonio pudo permitirse el realizar sus estudios de Derecho en la Universidad de Sevilla. Representó a Gipuzkoa en las Cortes de Cádiz y desarrolló su carrera como jurista cuando las circunstancias políticas se lo permitieron, es decir, cuando los liberales alcanzaron el poder. Tomás, quince años más joven, estudió para escribano
    en Pamplona. Pero el estallido de la Guerra de la Independencia le llevó a convertirse en guerrillero, para abrazar la carrera militar al finalizar ésta.»

    «Miguel Antonio Zumalacárregui nació en Idiazabal el 20 de febrero de 1773 y al día siguiente fue bautizado en la iglesia parroquial de dicha población. . Sus padres fueron Francisco Antonio Zumalacárregui Múgica, escribano de Idiazabal y María Ana Imaz
    Altolagirre, perteneciente a una familia bién situada en la sociedad del Goierri. Ella fue la que dio la oportunidad de estudiar fuera a Miguel Antonio. Éste estudió Filosofía durante dos años en el Colegio San Pelayo de Córdoba y posteriormente realizó estudios de
    “Filosofía Moral” durante un año y de “Leyes” durante otros tres años en la Universidad de Sevilla. »

    «Su primer trabajo en la administración lo consigue en Oviedo, donde es nombrado Alcalde Mayor de la Audiencia de Asturias el 17 de diciembre de 1803. Permaneció en esa ciudad durante cuatro años y allí contrajo matrimonio con María Ventura de Larrea. Logró el cargo de “Oydor” en dicha audiencia, cargo que ejerció hasta la invasión de los franceses.
    . Un informe elaborado por la policía 24 años más tarde establece que el motivo de que alcanzara ese puesto fue su mujer: ” Sin duda por haberse casado con una
    dependienta o criada de la casa de Godoy”.

    «Como a muchos de sus contemporáneos (su hermano Tomás entre ellos), la Guerra de la Independencia le cambió la vida. En un principio, y siguiendo las órdenes del Consejo de Castilla, se sometió al poder de los franceses pero en la medida en la que el
    levantamiento contra ellos fue cogiendo fuerza en la península, abandonó la ciudad y se unió a los guerrilleros. En mayo de 1809 se introdujo en Oviedo vestido de campesino con el objetivo de evaluar las fuerzas francesas de la ciudad y de planificar la toma de
    la ciudad por parte del ejército español. Además, participó activamente en el ataque y una vez recuperado el dominio español trabajó en las tareas de mantenimiento del orden público. Pero los franceses abandonaron Asturias por poco tiempo, ya que recuperaron Oviedo en Enero de 1810. Miguel Antonio abandonó nuevamente su casa y sus pertenencias y volvió a la lucha contra los franceses. Participó activamente en la organización de los grupos de guerrilleros, como miembro de la Junta de Guerra y como
    secretario de la misma y participó asimismo en la mayoría de las batallas que se libraron en Asturias.»

    «Debido a la guerra era muy complicado encontrar representantes de todas las provincias, y aún más a personas que tuvieran un conocimiento de las leyes como el de Miguel Antonio. Por ello, fue.nombrado diputado por la provincia de Guipúzcoa. El barco que transportaba las pertenencias de Miguel Antonio de Ribadeo a Cádiz se hundió, lo cual hizo aún más difícil su adaptación a una ciudad prácticamente desconocida para él. Además, al llegar allí se encontró con el rechazo de varios guipuzcoanos residentes en
    esa ciudad ya que no le aceptaban como diputado por Guipúzcoa. A pesar de ello, las Cortes lo aceptaron como representante de Guipúzcoa el 20 de diciembre y el día 2 de enero de 1811 juró su cargo.»

    «A finales de ese mismo año recibió la visita de su hermano Tomás. Éste luchaba contra los franceses en el grupo del guerrillero Jáuregui “Artzaia” y había sido enviado a informar al Consejo de Regencia situado en Cádiz. Aunque en el futuro tomarían caminos políticos diversos, en 1812 los hermanos Zumalacárregui aún luchaban contra el mismo enemigo.

    Mientras tanto, la carrera política de Miguel Antonio avanzaba ayudada por sus actitudes moderadas. El 24 de enero de 1813 fue elegido Presidente de las Cortes
    . La decisión más importante de su mandato se produjo en febrero de 1813, la supresión de la Inquisición.»

    cuando Fernando VII reinstauró el absolutismo en la ley promulgada en mayo de 1814, Miguel Antonio fue detenido junto con el resto de liberales que no huyó al extranjero. La detención se produjo el día 10 de mayo y fue encarcelado en el cuartel de las “Reales Guardias de Corps”.
    .

    «El juicio se alargó durante año y medio y el delito imputado a Miguel Antonio era estar incluido entre los liberales de las Cortes de Cádiz y por lo tanto ejecutar medidas contra el Rey y contra la Iglesia. Tal y como mencionamos con anterioridad, la defensa de
    Bartolomé Gallardo fue el principal argumento utilizado para demostrar su carácter liberal.. A pesar de que la petición del fiscal era de 10 años de confinamiento en el fuerte de Pamplona, Miguel Antonio fue absuelto a finales de 1815 pero fue apartado de sus
    cargos, el sueldo que le correspondía se redujo a la mitad y además fue confinado en Valladolid. »


    «El levantamiento que dio inicio al Trienio Liberal se produjo mientras vivía en esta ciudad castellana. Desde el primer momento se unió a los liberales insurrectos y formó parte de la nueva Junta Revolucionaria.
    La nueva situación política le dio la oportunidad de finalizar su confinamiento en Valladolid y de regresar al ejercicio de sus funciones en Madrid. Ésta sería una de las constantes de su vida: dependiendo de la situación política, alternaría cargos de gran
    relevancia política con la cárcel y el destierro. En abril de 1820 fue elegido ministro de la Audiencia de Madrid y un mes después fue nombrado miembro del Tribunal Supremo, cargo que desempeñó hasta octubre de 1823.

    La militancia liberal de Miguel Antonio también era conocida en el País Vasco. Indicador de ello es el hecho de que José Félix Amundarain, párroco de Mutiloa, dedicara a Miguel Antonio la traducción que hizo al euskara del catecismo político para enseñar a los niños la Constitución de Cádiz (1820). Pero es necesario decir que, al igual que en la época de las Cortes de Cádiz, el de Idiazabal se alineó con los liberales moderados. También era masón, una organización que tuvo una influencia significativa en la política del Trienio y debido a su actitud moderada fue expulsado en septiembre de 1820, aunque fue readmitido dos meses después.»

    . Después de la muerte de Fernando VII, el nuevo cambio político le abrió de nuevo las puertas de su profesión. A finales de noviembre es nombrado “Oydor” en la Real Audiencia de Galicia pero su estancia en Galicia fue muy breve ya que en febrero siguiente fue nombrado Presidente de la Real Audiencia de Burgos. Al ser ésta de
    nueva creación, Miguel Antonio fue responsable de su organización y estructuración
    .
    Para entonces ya se había iniciado el levantamiento Carlista en el País Vasco y Tomás, el hermano de Miguel Antonio, era su responsable militar. El de Idiazabal trató de que su hermano se alinease con los liberales viajando a Logroño y enviándole un par de cartas en febrero y a principios de marzo. A pesar de que ofrecía a Tomás el perdón y un retiro confortable, éste no aceptó la propuesta. »

    Tras permanecer un año en Burgos, en 1835 fue nombrado ministro del Tribunal Supremo de España y de las Indias. Su carrera de jurista avanzaba una vez más al amparo de las autoridades liberales, al igual que lo haría su carrera política cuando fue nombrado diputado por Guipúzcoa de las Cortes Constituyentes creadas en 1836. En febrero de 1837 fue nombrado Presidente de las Cortes. Cabe destacar que tales Cortes fueron las que anularon las diputaciones vascas y las que aprobaron la ley que trasladaba las aduanas del Ebro al Bidasoa con la aprobación de Miguel.

    «Al tiempo que era diputado también era comisionado del Ayuntamiento de San Sebastián, con la labor de defender los intereses de la ciudad en Madrid.
    . Es de sobra conocido que la ciudad sufría el asedio de los Carlistas y que era el punto de encuentro de todos los liberales de la provincia. Los intereses de los comerciantes de la ciudad chocaban frontalmente con los de los caciques de la provincia y se onsideraba imprescindible la modificación de los Fueros. Miguel Antonio defendió esas ideas con
    ahínco al año siguiente ya que continuó como diputado por Guipúzcoa en las Cortes. Sin embargo, debido a la situación crítica de la ciudad de San Sebastián, el ayuntamiento menospreciará su labor por no hacer nada para solucionar los problemas de
    abastecimiento de la misma.

    Ese hecho no fue obstáculo para que Miguel Antonio fuera reelegido diputado por Guipúzcoa en 1839. En octubre de ese mismo año fue nombrado vicepresidente de las Cortes. Además, fue miembro de la Comisión de Fueros que estableció las bases de la
    famosa ley de 25 de octubre de 1839. Por lo tanto, se mostró a favor de la modificación de los Fueros, defendiendo los intereses de San Sebastián y en contra de la voluntad de la provincia.

    Pero el momento álgido de la carrera política de Miguel Antonio Zumalacárregui llegaría en 1842. Bajo la regencia de Espartero y tras una crisis de gobierno, fue nombrado Ministro de Gracia y justicia. Sin embargo es necesario señalar que lo que algunos
    autores consideran un gobierno de transición, no fue sino un intento de Espartero de acaparar más poder, ya que nombró a personas de escaso peso político.
    .
    En lo que respecta a su labor ministerial, trató de impulsar el proceso de desamortización ya que se alargaba demasiado en pleitos e intentó que los jueces defendieran a la reina, la Constitución y al regente en esa época de revuelo político.
    Espartero recibió la crítica feroz de la prensa debido a su política personalista y en diciembre de 1842, tras bombardear Barcelona debido a su levantamiento contra él, el gobierno entró en crisis. Espartero cambió el gobierno en mayo del año siguiente y obligó a Zumalacárregui a presentar la dimisión. »

    http://www.zumalakarregimuseoa.net/files/azterketa-historikoak-vii

  30. José Jarauta dice:

    Ideologías:

    «…el primer carlismo constituyó un movimiento social y político, al que abrió la puerta una significativa oportunidad -la crisis dinástica- y cuya clave explicativa debe buscarse en los ámbitos de las relaciones sociales y las identidades políticas, pero sin olvidar que relaciones e identidades se construyen alrededor de instituciones y por medio de experiencias históricas en las que las condiciones materiales, los intereses y su evolución juegan un papel central.»

    Los movimientos contrarrevolucionarios.

    El carlismo de 1833-1840 no constituye un movimiento aislado en el espacio ni en el tiempo. En el espacio no lo es porque en diferentes países europeos, y sobre todo en los católicos, se sucedieron desde 1790 movimientos contrarrevolucionarios, cuyos denominadores comunes pueden ser encontrados en la fuerte presencia eclesial en su organización y su discurso, y en el apoyo de la población rural, y más específicamente del campesinado, de regiones concretas. En el tiempo tampoco está aislado, porque el carlismo no se puede separar del realismo del Trienio ni del ultrarrealismo de la Ominosa Década; es más, cabría hallar sus raíces en la movilización peninsular contra los franceses.
    Se puede decir, como ha apreciado Jordi Canal, que en el análisis combinado de la comparación en el espacio y la continuidad en el tiempo se halla una de las claves diferenciales del carlismo, pues no obstante los parecidos de familia de todos los movimientos contrarrevolucionarios, el español se destaca por su temprano nacimiento y su extremada capacidad de persistencia. Un rasgo este último que no debe
    perderse de vista a la hora de valorar el elemento coactivo en la incorporación de campesinos a la facción, si lo que se busca es negar el arraigo popular del carlismo.

    Las rebeliones de vandeanos y chouans y la movilización de los «blancos» tras la Restauración en Francia, el miguelismo en Portugal o las distintas rebeliones italianas (como el sanfedismo o la de Viva María en Toscana), deberían ser objeto de una historia comparada de la que desafortunadamente hay escasos ejemplos. Al contrario de lo
    que ocurre con la ideología contrarrevolucionaria, con las relaciones diplomátieas entre las familias del absolutismo europeo o con las biografías de los diversos nobles y militares legitimistas (que constituyen la otra cara de los románticos liberales), la historiografía ha dejado de lado el acercamiento comparativo a los fenómenos contrarrevolucionarios.

    No es que entendamos que el carlismo fue esencialmente un conflicto dinástico, pero sí que nos parece que la fortaleza del bando absolutista en la década de 1830 nació de la existencia de un polo simbólico tan potente como la figura del Pretendiente y de su Causa, capaz de incorporar en su reclamación de derechos previos e irrenunciahles a
    la Corona, todo un discurso de defensa de los diversos derechos de propiedad antiguorregimentales (desde los gremiales a los vecinales, pasando por los de linaje, los estamentales y los eclesiales), frente al «despotismo» de reformadores de toda laya, incluido el propio Fernando, dispuesto -según los ultras- a ceder a la marea del liberalismo.

    En los años que van de la década final del siglo XVIII a 1833 se entrelazaron, por tanto, en España diversos procesos: las guerras, la descomposición financiera, territorial, política e ideológica de las instituciones de la Monarquía y un largo período de redefinición de los mercados y de mercantilización de la vida social. Las mutaciones
    de la sociedad hispana resultantes de todos esos procesos son decisivas para entender tanto el liberalismo corno el carlismo.

    El adoctrinamiento que los liberales pretendieron lograr a través de «la difusión y el arraigo de conceptos» prescindió conscientemente de todo elemento mítico, a pesar de conservar el ritual (fiestas y púlpito, fundamentalmente, fueron profusamente
    utilizados para propagar las ideas liberales). Por el contrario, la fuerza simbólica del código movilizador carlista «Dios, Patria, Rey» aprovechaba los elementos míticos fundamentales que hasta entonces habían hecho posible la convivencia política en la Monarquía española. Como ya afirmara Torras: «Un mundo sin rey, igual que un mundo sin religión, era un mundo desquiciado, presa del caos y de la arbitrariedad de
    que los débiles y los pobres eran víctimas principales».

    http://www.ahistcon.org/docs/ayer/ayer38_03.pdf

  31. José Jarauta dice:

    Tradiciones y retroproyecciones:

    «Las partidas realistas comenzaron, ya en la primavera de 1821, la práctica de fusilar sistemáticamente a los prisioneros, práctica que desarrollarán a lo largo de toda la rebelión realista tanto en el frente Norte como en Valencia y Cataluña.
    . Así, en octubre de 1822, los jefes realistas Zabala y Gorostidi fusilaron a quemarropa en Navarra al coronel Sebastián Fernández, Dos Pelos -guerrillero de la guerra de la Independencia-, y a 104 de sus hombres.

    Pues bien, la práctica de fusilar a los prisioneros no fue debida a una particular crueldad de las partidas realistas, sino a su debilidad militar: como nunca controlaron, salvo por pocos días, un pueblo o una comarca, los realistas se veían obligados a huir de un lado para otro perseguidos por las tropas liberales y, en estas circunstancias, los prisioneros terminaban por convertirse en un peso muerto que frenaba su marcha. Así, el cura realista Andrés Martín, cronista de la rebelión realista de Navarra, señaló claramente las razones del fusilamiento de Dos pelos y sus hombres: perseguidos por el general liberal Carlos Espinosa, tuvieron que elegir entre matarlos o «cederles la presa interesante que llevaban».

    el ejército liberal comenzó, especialmente a partir de la segunda mitad de 1822, a fusilar a prisioneros realistas. El objetivo de esta práctica, que era consecuencia también de la lógica militar, era doble. Por un lado, responder a los fusilamientos hechos por las partidas realistas, aunque generalmente en una proporción menor, con el fin de frenarlos. Y, por otro, mandar un claro aviso a los campesinos que estuvieran rumiando la posibilidad de incorporarse a la rebelión realista.

    Y el segundo aspecto más destacable de la violencia ejercida por las tropas liberales fue la brutalidad que emplearon contra pueblos acusados de ayudar a la rebelión, fuera esta ayuda voluntaria o, más frecuentemente, forzada por el miedo a los castigos de las partidas realistas, tal y como hemos visto.. Bien conocido es el caso de Castellfollit de Riubregós, donde el navarro Espoz y Mina, después de conquistar la plaza a los realistas en octubre de 1822, fusiló a algunos vecinos y destruyó e incendió el pueblo, dejando entre las cenizas la inscripción: «Aquí existió Castellfullit. Pueblos, tomad ejemplo. No abriguéis a los enemigos de la Patria».

    .http://www.euskomedia.org/PDFAnlt/vasconia/vas26/26041048.pdf
    .

  32. libertadexpresión dice:

    Un caso real reciente: Hace no mucho me enteré por una de las fuentes que una empresa vasca se puso en contacto con la sede de una multinacional porque no quería comprar a su delegación en España sino que quería comprar directamente a la central, desde donde le respondieron que era política de empresa. Al vasco la política de empresa le traía sin cuidado y amenazó con no comprar sus productos, a lo que desde la multinacional le contestaron CON UN: ¡ ADIÓS Y NO VUELVAS!

  33. José Jarauta dice:

    «A la muerte del último Monarca, toda España se dividió en dos campos: el uno, con el Infante D. Carlos: en el uno, con el Infante D. Carlos, estaba el absolutismo; en el otro estaba la libertad con la Reina Isabel; allí la Inquisición, el bando apostólico, la muerte del país; aquí el progreso, la dignidad de los pueblos, la resurreción de la patria; allí el pasado con todos sus abusos, con todas sus iniquidades; aquí el porvenir con sus reformas , con sus adelantos, con su grandeza, con su poesía.»

    O’Donnell y su tiempo; C. Navarro y Rodrigo, Madrid, 1869.

    «Por aquellas fechas, el jefe de la caballería carlista, Carlos O’Donnell, recibió una herida mortal de bala ante las murallas de Pamplona cuando intentaba desalojar a unos cristinos que ocupaban un puente. Acompañado por su hermano Juan fué trasladado a Basauri para ser atendido por un médico inglés llamado Burgess y que había llegado días antes al campo carlista. Con la bala alojada en el abdomen Carlos dijo a su hermano:

    «Me doy cuenta de que debo decir adiós al mundo, ya se han ido tres O’Donnell en esta guerra, su sangre ha sido derramada tanto en el campo del derecho como en el del mal, cuando no se tiene ya esperanza el vivir es un oprobio y el morir un deber.»

    Juan, también oficial de de caballería, seguiría el triste destino de los O’Donnell. El 16 de julio de 1835 resultaría herido en la batalla de Mendigorría, aunque pudo recuperarse para ser apresado,meses después, en Cataluña. Prisionero en el castillo de Montjuich junto a otros 160 compañeros carlistas, la plebe fanática asaltó la cárcel y ajustició a todos ellos despedazando bárbaramente sus cuerpos por las calles de Barcelona. Leopoldo, el tercero de los hermanos O’Donnell, fué coronel en el ejército cristino y en la batalla de Arquijas perdió una pierna luchando contra los carlistas. Fué el más longevo de ellos y llegó a fundar un partido político, La «Unión Liberal», con el cual presidió varias veces el gobierno español entre 1856 y 1866. »

    BITARTE. Humanidades e Historia del Conflicto Político Vasco-Navarro. p 156.

    Las bullangas de Barcelona o el sacudimiento de un pueblo oprimido por el despotismo ilustrado, J.del Castillo, Barcelona, 1837.

    «Les bullangues de Barcelona durant la primera guerra carlina», Josep M. Ollé i Romeu, 1994.

    «En diciembre de 1833 se había creado en Vitoria un cuerpo franco con el nombre de Celadores de Álava. Su misión consistía en mantener el orden en los pueblos de Álava que vivían bajo el peligro constante que suponía la presencia de Zumalacárregui y su cuerpo de Aduaneros. El día del ataque contra Vitoria los Celadores se encontraban acuartelados en Gamarra, pequeña localidad situada a 4 kilómetros al norte de Vitoria.

    Zumalacárregui se acercó, al amanecer el día 16 de marzo de 1834 y viniendo desde Navarra, a Vitoria, donde se le unieron los batallones carlistas alaveses. Disponía de unos tres mil hombres. Envió contra los Celadores de Álava un escuadrón de caballería y dos compañías de infantería a Gamarra.
    Con el resto de sus recursos inició el ataque por las cuatro puertas de la ciudad. Los «adictos» que esperaba le ayudasen desde el interior de la ciudad aparentemente no existían, porque los carlistas no recibieron ninguna ayuda de su parte. El ataque carlista fracasó, debiendo retroceder con grandes bajas. Un texto contemporáneo informa: «se ha dado sepultura a unos cuarenta cadáveres facciosos».

    Los aproximadamente 200 Celadores de Álava ofrecieron fuerte resistencia, pero, abandonados por su comandante y oficiales y con más de treinta bajas, se rindieron bajo la promesa de que sus vidas serían respetadas. Los prisioneros fueron conducidos a Heredia en una marcha de 25 kilómetros hacia el este. Al enterarse Zumalacárregui (que se retiraba hacia Navarra) de esta circunstancia, ordenó que fuesen puestos en capilla y fusilados al día siguiente. El comandante alavés Bruno de Villarreal trató vanamente de exponer al jefe carlista «las tristes consecuencias que ocasionaría tan terrible orden». El caudillo carlista, sin embargo, se mostró inflexible. Aún consiguió Villarreal, a espaldas de Zumalacárregui, que dos de los celadores presos, conocidos suyos, fuesen ocultados y salvasen la vida, pero con los restantes se ejecutó la orden. El general carlista José Ignacio de Uranga anotó, escueto como siempre, en su diario: «Día 17. Permanecimos en Heredia donde se fusilaron 118 peseteros».

    http://es.wikipedia.org/wiki/Fusilamientos_de_Heredia

  34. José Jarauta dice:

    «¿Por qué se recurrió a la guerra? Tal vez haya que buscar la respuesta en un marco histórico donde la tolerancia y la comprensión eran aún un bien escaso, más todavía cuando lo que se discutía era la forma de percibir el mundo. Las guerras napoleónicas inauguraron un modo de lucha en el que no se trataba de vencer, sino de destruir al adversario, radicalmente equivocado. No había que capturar la bandera, rendir la resistencia y honrar al vencido: había que exterminarlo porque encarnaba el error, el mal absoluto. No en vano, señala Jordi Canal, al hablar de los liberales como “negros” estaban simbolizando un mal moral, la negrura del alma, la abyección de unos principios. En 1833 comenzó una guerra casi sin prisioneros, en la que los derrotados sabían que su destino era generalmente la muerte, como recoge Oscar Wilde en su cuento Ego te absolvo. Una guerra civil en estas condiciones hacía prever lo que ocurrió: que la crueldad fue frecuente y provocó incluso la intervención extranjera para atenuar los excesos (convenio lord Eliot, abril de 1835).

    Esta primera guerra, entre 1833 y 1839-40 fue una encarnación del principio romántico y una manifestación del componente internacional del carlismo y sus principios. Tanto en el lado carlista como en el liberal se contó con voluntarios y adheridos no tanto a la figura de uno u otro monarca como a lo que encarnaban. Al lado carlista se sumaron muchos en defensa de la tradición ya perdida en sus países. En esta guerra el carlismo estuvo presente por buena parte de España, aunque ya se definieron con claridad los que iban a ser bastiones del carlismo: País Vasco, Navarra, Cataluña y Levante-Maestrazgo, territorios en los que el dominio carlista no era completo, pero sí gozaba de un amplio respaldo social en torno a un lema ya definido: “Dios, Patria, Rey”. En él se recogían amplios ideales, poco definidos en términos ideológicos y sin un pleno desarrollo conceptual, pero muy efectivos desde el punto de vista simbólico y muy atractivos frente a la consolidación del sistema liberal. Terminada en 1839 en muchos territorios y definitivamente en 1840, esta guerra no supuso la derrota de las ideas defendidas, sino más bien un aplazamiento.

    La ocasión se presentó de nuevo en 1868, al hilo de un estallido revolucionario que reflejó en España las inquietudes que planteaba toda Europa. La diferencia es que en el resto del continente las alternativas ya no eran más que propuestas inviables, nostálgicas evocaciones de un mundo en trance de desaparición. Sin embargo, España aún encarnaba como ningún otro país europeo todos los tópicos del exotismo y la particularidad, la diferencia respecto a la norma. Y en ella el carlismo volvió a reunir a muchos partidarios que rechazaban el parlamentarismo, la secularización y los principios liberales en la economía y que vieron en el carlismo una vía para impedir su avance.

    Frente a la amenaza que consideraban revolucionaria, planteaban una reacción que en esta ocasión buscó apoyarse en todos los elementos del cuatrilema: la defensa de la religión como eslabón principal, la reivindicación de Carlos VII como monarca tradicional frente al candidato liberal e hijo del rey italiano, criticado por haber incorporado los Estados Pontificios al reino de Italia; la defensa de los fueros frente al centralismo de un liberalismo ya consolidado y la lucha frente a las revueltas cubana y cantonal. Más limitado geográficamente, el movimiento de los seguidores de Carlos VII cayó derrotado y la promesa de regreso del pretendiente quedó flotando sobre la localidad navarra de Valcarlos. El romanticismo que encarnaba la alternativa global al liberalismo y sus diversas formas perdió su capacidad de sustituirlo y con ella, se dejó por el camino los fueros vascos. Su reivindicación, mantenida por el carlismo tras la guerra, fue adoptada también por el naciente nacionalismo vasco.»

    http://www.unav.es/nuestrotiempo/temas/carlistas-un-romanticismo-perdurable

  35. José Jarauta dice:

    Esta primera carlistada también atrajo el interés internacional. La simpatía y la participación activa de los liberales se dirigió al campo de los cristinos, mientras que las monarquías absolutistas de la Santa Alianza (Prusia, Austria, Rusia) defendieron la causa de los carlistas. Voluntarios europeos acudieron a España, legiones extranjeras quedaron a disposición de los contrincantes, unidades navales extranjeras intervinieron en los combates – eso sí: evitando cuidadosamente cualquier intervención «oficial»-: todos estos factores reflejan la dimensión internacional de la primera gran guerra civil en España, la que en este sentido tuvo muchos puntos en común con la otra gran guerra que cien años más tarde (1936-1939) iba a enfrentar a los españoles. La Cuádruple Alianza, constituída en 1834 entre Inglaterra, Francia, España y Portugal debe entenderse como la base moral de la política de apoyo occidental-liberal en favor del sistema español, como una manifestación contra la Santa Alianza. En el bando opuesto, el sistema de Estados conservador liderado por Metternich rompió todas sus relaciones con Madrid y prestó una importante ayuda moral y finaciera a la causa del pretendiente Carlos. Los Rotschild de París y Londres aprovecharon hábilmente el dilema español para asegurarse el monopolio de la explotación de las minas de mercurio de Almadén como contrapartida por sus empréstitos concedidos al gobierno de Madrid.

    Mientras en los campos de batalla se producía la decisión militar en la confrontación entre liberalismo y absolutismo, en el centro político se realizaba el acceso al poder de los «oligarcas del liberalismo», los moderados , que lograron una delimitación de los derechos monárquicos por la representación popular. La regenta se dió muy pronto cuenta de que debía apostar más decididamente de lo previsto en favor de las fuerza liberales: exceptuando el bando absolutista, todos los demás sectores coincidían en su exigencia de convocar las Cortes. La guerra contra Don Carlos hizo necesaria una inmediata estabilización de la situación política. María Cristina comprendió enseguida la peligrosidad de la situación y nombró nuevo presidente del gobierno al liberal Martínez de la Rosa, un hombre que ya había demostrado su talante moderado durante el Trienio Constitucional.


    Este cambio de gobierno marca el momento histórico el el que la Corona renuncia a la continuación del absolutismo, declarándose dispuesta a ampliar el sistema político con la integración de los liberales, permitiendo así la participación de la burguesía en el poder y ganándose de esta forma elapoyo de la misma para una monarquía constitucional encabezada por Isabel. El símbolo de este nuevo sistema político fué el Estatuto Real de 1834 otorgado por la regenta, con lo que se institucionalizó en España la monarquía constitucional (hasta 1931). La base social de la monarquía se reclutó entre los grandes terratenientes y la (alta) burguesía cuya preponderancia en las Cortes quedó asegurada gracias a un sufragio censitario extremadamente alto («democracia de la aristocracia»). El sufragio censitario reflejó asimismo el temor de la Corona ante la participación de representantes populares libremente electos en la toma de decisiones políticas…»

    pp 42-43. España, entre tradición y modernidad: Política, Economía, Sociedad, (Siglos XIX y XX), Walther L. Bernecker, 2009

  36. José Jarauta dice:

    …el autor sitúa a mediados del siglo XVIII el inicio de la «cuestión foral». En efecto. tanto el absolutismo monárquico como posteriormente el constitucionalismo liberal resultaban poco complacientes con el mantenimiento de unos particularismos locales, cuya legitimación original combinaba el pactismo medieval con una serie de mitemas -independencia originaria, voluntaria entrega, pactismo de origen medieval, monoteísmo primitivo, vascoiberismo, etc.- que pulverizó casi de inmediato la crítica ilustrada. Reconstruir la compleja metamorfosis ideológica del fuerismo, sus nuevas fuentes doctrinales, la participación de los distintos grupos sociales y las fases del proceso, constituyen otros tantos desafíos que se plantea el autor. En definitiva, pretende explicar el constante reacomodo del discurso legitimador del viejo sistema, desde su formulación primigenia hasta la versión transaccionista definitiva, que posibilitara al término de la primera guerra carlista la constitucionalización del régimen foral.

    La estructura expositiva del texto se articula en tres partes siguiendo una secuencia temporal. La primera, que coincide exactamente con el capítulo I y abarca la segunda mitad del «siglo de las luces», gira en torno a la deslegitimación del viejo discurso foralista. El robustecimiento del poder absoluto del monarca, el escalpelo de la crítica ilustrada y la propia dinámica social vasca, que desde algunos sectores cuestiona abiertamente aspectos tan cruciales y decisivos como el libre comercio o el monopolio del poder provincial por los notables rurales, cuartea un discurso hasta ese momento unitario. El jesuita Larramendi y sus epígonos –desde Fontecha a Novia de Salcedo pasando por Aranguren, Moguel, Erro y Astarloa- apuestan por el mantenimiento de un foralismo tradicionalista que aúna la más rancia y antiilustrada escolástica de raíz neo-medieval con, y esto es lo novedoso, la defensa de un prerromanticismo cultural incipiente. En el polo opuesto se sitúa Valentín de Foronda. Desde una concepción ilustrada y proliberal, este alavés que fue cónsul en Filadelfia aboga por la abolición de los fueros en nombre de la igualdad jurídica de todos los ciudadanos y la unificación del mercado nacional. A medio camino entre ambos se encuentra Manuel de Aguirre, que en sus «Cartas y discursos del Militar Ingenuo» propone una visión modernizada y renovadora del fuero, mucho mas acorde ideológicamente con los nuevos tiempos. Desde una óptica contractualista interpreta la «constitución vizcaína» como la plasmación del contrato social roussoniano, y la sociedad política que de ella se deriva como una democracia de base rural. Al buscarle una filiación liberal, Aguirre no sólo modifica radicalmente las bases doctrinales del discurso foralista.También es el inventor de una nueva tradición: el pasado democrático de los vascos.

    Fernández Sebastián constata las primeras manifestaciones de una opinión pública que empieza a manifestase a través de una prensa, todavía más política y militante que meramente informativa. Si a nivel general el conflicto ideológico dominante viene presidido por la dialectica absolutismo/liberalismo, en el País Vasco éste se complica por la pugna constitución-fueros, que acaba moldeando ese triple discurso de matriz foralista. La tercera y última parte, dedicada a la prensa periódica editada en Euskal erria durante la primera guerra carlista, se interesa sobre todo por precisar las fases de esa transmutación interna, de intención decididamente transaccionista que permite aclimatar el árbol foral al régimen constitucional.

    de las conclusiones destacan en primer lugar las limitaciones del liberalismo español, en la línea ya apuntada por Javier Corcuera, Pablo Fernández Albaladejo, Mari Cruz Mina o José María Portillo. El fermento igualitario y centralista, jacobino en definitiva, del radicalismo gaditano bien pronto quedó neutralizado por el influjo conjunto del historicismo alemán y del doctrinarismo francés. Mas la confluencia al final de los años 30 entre el moderantismo español y su vertiente específicamente vasca, de raíz liberal foralista tras la derrota del absolutismo monárquico que daba cobijo al foralismo tradicional, era tanto una cuestión doctrinal como política.Moderados y fueristas estaban interesados en el triunfo de un liberalismo menos radical, complaciente con determinados hábitos y prácticas sociales propios de la sociedad estamental y, por tanto, asumible ideológicamente por la antigua aristocracia feudal, en cuyas manos continuaron los resortes de poder aun después de la revolución. Al desnaturalizar completamente la constitución vigente, el reconocimiento del orden provincial por la ley de 25 de octubre de 1839 formaba parte de la estrategia moderada para desgastar a los progresistas. Pero también suponía reconocer en las provincias vascas la hegemonía de los notables rurales, que controlaban ayuntamientos, juntas generales y diputaciones de fuero.

    Fernández Sebastián , Javier: La génesis del fuerismo. Prensa e ideas políticas en la crisis del Antiguo Régimen (País Vasco, 1750-1840), Siglo XXI de España, Madrid, 1991,568 pp.

    J. M. Ortiz de Orruño Legarda.

    http://www.historiacontemporanea.ehu.es/s0021-con/es/contenidos/boletin_revista/00021_revista_hc07/es_revista/adjuntos/07_22.pdf

  37. José Jarauta dice:

    Trayectorias:

    El aristócrata tolosano Manuel José de Zavala, conde de Villafuertes, es una de las figuras más interesantes de Guipúzcoa, y por extensión de todo el País Vasco, en la primera mitad del siglo XIX. Además de varias veces Diputado General de la Provincia, Prócer del Reino en Madrid en 1834-1835, Corregidor Político (delegado de Gobierno) en Guipúzcoa en 1839-1840 (1), el Conde de Villafuertes destaca por los dos hechos singulares: fue la persona encargada de aplicar en Guipúzcoa la «Constitución de Cádiz», durante los dos primeros periodos constitucionales de la historia española (1813-1814, 1820-1823); y en el tramo final de la guerra carlista de 1833-1839, fue miembro fundamental de la «Junta de Bayona» formada por el Gobierno para apoyar la famosa Bandera «Paz y Fueros», levantada en 1838 por el escribano Muñagorri con objeto de promover en el carlismo vasco el abandono de las armas y de la causa de Don Carlos a cambio de la confirmación de los Fueros. Esta idea pacificadora y fuerista enarbolada e 1838-1839 por Villafuertes y otros patricios liberales conservadores, sería de gran influencia posterior, configurando durante décadas las relaciones con el Poder central y también la reconciliación interna de la sociedad vasca en clave fuerista, hasta la nueva ruptura que (por causas ajenas a la cuestión foral) supuso la última guerra carlista de 1872-1876.

    …personaje con una intensa vida política en la primera mitad del siglo XIX en Guipúzcoa, en cuyo período ocupó importante cargos políticos,fue un hombre representativo de la nobleza hacendada ilustrada, heredera de la Real Sociedad Bascongada de los amigos del País y exponente, en este sentido, de una cierta mentalidad reformista e impulsora del progreso, que tenía sus raíces en el siglo XVIII. Fuerista de primera línea, liberal en lo político dentro de su versión más templada y, por tanto, adscrito al partido moderado, Villafuertes estuvo enfrentado al carlismo, del que padeció represalias durante la primera guerra. Sin embargo, y una vez desaparecido el Conde, los cambios políticos vividos durante este siglo, que tuvieron su punto de inflexión con la revolución de 1868, acentuaron el perfil más conservador de su familia, hasta ver a sus descendientes figurar en las filas carlistas en la segunda guerra. No fueron los únicos en seguir esta trayectoria y otros componentes significativos de la nobleza rural guipuzcoana transitaron por el mismo camino, demostrando las limitaciones de su liberalismo y el predominio de su componente moderado-conservador.

    A través de sus vivencias políticas pasamos revista a los acontecimientos más relevantes de las sociedad guipuzcoana, aplicando una visión abierta de ida y vuelta, que conecta los avatares que se registraron en España con lo acaecido en esta provincia. Es, pues, también una buena vía para captar desde el ámbito local acontecimientos esenciales que tuvieron lugar en aquel periodo como la paulatina desaparición del Antiguo Régimen y el desarrollo de la revolución liberal-burguesa así como sus pautas e insuficiencias. La segunda parte del libro está dedicada al análisis de la empresa «Paz y Fueros», sostenida por el gobierno e impulsada por los liberales fueristas vascos con el objeto de socavar el carlismo y acabar la guerra con los menores costes.


    El estudio revela la debilidad del Estado tanto en su faceta absolutista como en la liberal, incapaz en esta segunda versión de establecer el modelo centralizador que propugnaba, haciendo concesiones y dejando en pie buena parte de un entramado foral que chocaba abruptamente con las ideas igualitarias características de su ideario. Resulta patente el tratamiento prudente que a lo largo de esta período tuvo el poder central para con estas provincias, alejado de cualquier imputación jacobina y muy diferente, por tanto, de las experiencia francesa. De la lectura del libro se desprende algo ya expuesto en otras publicaciones: las buenas relaciones existentes entre lo gobernantes y los grupo dominantes del País Vasco, así como la notable influencia que éstos ejercían en el ejecutivo, lo que no quiere decir que esas relaciones no estuvieran exentas de tensiones dada la diferencia de intereses que defendían.

    Se incide en puntos sobre los que últimamente la historiografía vasca han realizado notables contribuciones (Mina, Orruño, Fernández Sebastián, Portillo, Rubio, etc.), aportando Cajal nuevos ejemplos y explicaciones con una ejemplar fundamentación y riqueza de contenidos. Se aborda, entre otros puntos, la trascendencia del Fuero en la sociedad vasca y su asunción por los liberales vascos, que en aquella complicada cuyuntura fueron decididos partidarios de su mantenimiento. En el Conde de Villafuertes primaba su condición de fuerista sobre la de monárquico y liberal conservador (en este orden), y es que si el régimen foral tenía importantes implicaciones para el País Vasco, más aun las tenía para las élites gobernantes. Situándose dentro de una acreditada corriente historiográfica, Cajal recuerda la instrumentalización que del Fuero hicieron los grupos dominantes, para los cuales venía a ser una especie de garante de su posición privilegiada, aunque quizá no hubiera estado de más que hubiera valorado en mayor medida la popularidad que gozaba en la sociedad en general.

    Ante posibles cercenamientos del régimen foral, las élites dominantes del País Vasco adoptaron una doble estrategia que pasaba, por un lado, por mantener una postura de adaptabilidad con respeto al poder central, buscando una fluida relación con el, en la idea de que la mutua coexistencia era la mejor herramienta para el sostenimiento del Fuero; pero asimismo, y a medida que el sistema constitucional se dotaba de nuevos instrumentos doctrinales y normativos, hubo un esfuerzo por parte de estas elites por proporcionar al fuerismo de nuevo un sustento teórico con el que hacer frente a iniciativas centralizadoras. A la par, se fue dando entre esos grupos liberales moderados una radicalización en la defensa del régimen foral, una intransigencia en la que se marginaban posiciones positibilistas, lo que en definitiva resultó perjudicial al cerrar vías de posibles modificaciones pactadas. Cajal propone un cambio de perspectiva de manera que a la hora de analizar los avatares del régimen foral se evalúe también la actitud de las elites vascas y su cerrazón a la actualización de un sistema que parecía inevitable -cuando menos desde la lógica liberal- su profunda mutación.

    Resulta igualmente interesante la descripción de las tensiones que vivía la sociedad guipuzcoana bajo el régimen foral, tensiones tanto hacia fuera como hacia dentro. Hacia fuera con el poder central en una pugna ya no sólo por mantener el sistema foral, sino por acumular y ampliar nuevas funciones. Pero también rivalidades internas con un enfrentamiento que oponía -en un episodio bastante conocido- a la burguesía donostiarra con los propietarios rurales del interior de la provincia, cuyas diferencias se sustanciaban en torno a determinadas normas forales y a las contrapuestas ideas que tenían acerca de su modificación. Una vez que se dieron tales modificaciones, se produjo -como narra Cajal- una unanimidad de la sociedad guipuzcoana en torno al fuero y a su permanencia. Hubo, pues, en la sociedad vasca de mediados del siglo XIX un sustrato que enlazaba a los distintos sectores, un poso común que creó un espacio compartido de opinión, que saltó hecho añicos con el sexenio democrático. Fueron también años de generación de nuevas identidades, de desarrollo de sentimientos vasquistas, pero sin que ello implicara afirmaciones excluyentes o de rechazo al otro. Vemos al Conde de Villafuertes sentirse hondamente fuerista y al propio tiempo profundamente español, asumiendo sin dificultades y angustias en doble patriotismo, que le permitía defender el régimen peculiar de estas provincias al tiempo que se sentía estrechamente vinculado con la nación española.

    http://www.archivozavala.org/libro_pazyfueros.htm

  38. José Jarauta dice:

    «Desde comienzos del siglo XIX hasta principios del XX la familia Lasala, de San Sebastián, extiende una verdadera tela de araña financiera por todo el mundo en conexión con grandes nombres del capitalismo mundial como los Astor de Nueva York o los Rotschild de Londres. Posteriormente el heredero de la Fortuna, Fermín Lasala y Collado, tendrá una destacada proyección internacional a través de la alta política española. Así, por ejemplo, se encontrará en el centro mismo del reparto de Marruecos entre España y Francia entre 1900 y 1905.

    Fermín Lasala y Urbieta, llegado al punto álgido de esa Gran Carrera sobre la cuál vamos a hablar en este apartado, trataba de demostrar su nobleza en el año 1830, con el fin de seguir medrando en el enrarecido clima político de la monarquía absoluta de Fernando VII a la que ya le quedaba poco tiempo de existencia. Gracias a esas gestiones sabemos que él, y por tanto su hermano Juan Bautista, reclamaban ser descendientes no de simples mercaderes sino de personas nobles. Concretamente de Antoine Lassalle y su mujer dame Marie-Anne Combez, originarios, en efecto, de la localidad de Albens en la Baja Navarra y casados en el año 1752.

    Según nos dice Mikel Urquijo, Fermín Lasala y Urbieta, que aparece prácticamente de la nada en la plaza de San Sebastián, empezó a trabajar en una de las casas de comercio de esa ciudad guipuzcoana, la de los santanderinos Collado, dirigidos en ese momento por la matriarca del clan, Cayetana Collado. Al parecer se trataba de un joven de inteligencia despierta porque desde detrás de ese mostrador en muy poco tiempo logra amasar una aparente fortuna en bienes inmuebles en el San Sebastián de esa época. Así, en 1821 ya ha realizado la compraventa de uno de los edificios destruidos por el incendio de 1813, obteniendo 13.500 reales de vellón de beneficio. Seis años después las cosas le han ido tan bien que es admitido a la sociedad de la casa comercial “Viuda de Collado e hijos”. Apenas un año después y, a pesar de la oposición inicial de Cayetana Collado, se casará con Rita Collado, la hija de sus antiguos patrones que, como ella misma revela en su correspondencia personal, no tenía duda alguna acerca de que era el hombre capaz de labrar su felicidad.

    No se equivocaba, de ninguna manera, Rita Collado. Al menos por lo que se refería a la capacidad de su futuro marido de proveerla de una buena situación material.
    En efecto, a pesar de su muerte relativamente prematura en el año 1853, desde la fecha de su boda hasta entonces su fortuna no dejó de incrementarse durante los años de la primera guerra carlista, que lo encuentra, como a muchos otros liberales donostiarras, implicado en la gestión municipal de la primera ciudad en declararse —y, lo que es más importante, armarse— para defender la monarquía constitucional de Isabel II.

    Algunas veces resulta evidente que las operaciones son un tanto inescrupulosas. Como ocurre con las contratas que establece el comerciante donostiarra para abastecer a las tropas de la reina Isabel II por cuya causa parece haber apostado. Su hijo, en un gesto que le honra, no quiso destruir la correspondencia en la que se detallaba que el pan con el que había abastecido al ejército liberal destacado en el Norte había sido arrojado por sus oficiales al río Oria dada la mala calidad del mismo…
    Nada de esto, sin embargo, le impedirá continuar con sus negocios y seguir subiendo, peldaño tras peldaño, en esa esfera o contar con el favor de la propia reina Isabel II, que no dudará en nombrarlo caballero de la Orden de Carlos III o en admitirlo —junto con uno de sus cuñados de la familia Collado— en uno de los Consejos de la nueva monarquía liberal. Concretamente el que se debía aplicar a buscar soluciones para modernizar y mejorar la economía española. Era el año 1847. Apenas quedaban diez para su muerte. Para cuando ésta llegó había acumulado mucho más poder político —era prácticamente imposible elegir otro diputado para que representase en el Congreso de los Diputados al distrito de San Sebastián— y una inmensa fortuna. Así su hijo, del que después hablaremos, recibió fábricas de harina en las que la vieja maquinaría hidráulica había sido sustituida por vapor, tierras de las que sacar el trigo con el que fabricar esa harina, barcos en que cargarla junto con cientos de emigrantes que iban a cruzar el Atlántico hacia Cuba y los países del cono sur, pequeños astilleros en los que repararlos o construir otros nuevos y lo que quizás era más importante: numerosas participaciones en negocios de fabricación de hierro, empresas comerciales y empresas de transportes. Especialmente ferrocarriles. Una afición esta última en la que parecía haberle introducido su hermano Juan Bautista y que su hijo tendría muy en cuenta, aumentando su cartera de inversión con decididas participaciones en los ferrocarriles franceses, españoles, austríacos..

    En efecto, los Lasala parecían saber bien desde la década de los cuarenta del siglo XIX que el ferrocarril, capaz de transportar a mayor distancia, en mayor cantidad y en menor tiempo los bienes llevados hasta entonces de un mercado a otro en barcos y carruajes, era un negocio rentable y con mucho futuro. La correspondencia entre los dos hermanos Lasala, el afincado en Nueva York y el que había permanecido en San Sebastián, no dejaba lugar a dudas: Estados Unidos y su red de transportes por rail iniciada en 1830 reportarían grandes beneficios. Fermín Lasala y Urbieta no lo dudó y compró a su hermano acciones por valor de varias decenas de miles de dólares de aquella época, pasando a engrosar la lista de los propietarios del ferrocarril “Mohawk and Hudson” que estaba trayendo el progreso al estado en el que hoy reside la principal plaza financiera de nuestro mundo. Incluso persuadió a varios guipuzcoanos más para que permitieran que Juan Bautista gestionase sus inversiones en esa misma compañía. El papel de su hermano en la “Mohawk and Hudson”, como se deduce tanto de esa correspondencia como de la lista de inversores que aún se conserva en una de las bibliotecas de la capital del estado de Nueva York, no era desde luego menor, figurando entre los propietarios con mayor número de acciones en aquel negocio relativamente nuevo. Comodamente instalado al lado de familias de grandes “brahamanes” neoyorkinos como los Astor. De hecho, Juan Bautista Lasala, conocido como John Baptist por sus nuevos socios comerciales, acabaría, con los años, siendo un prominente miembro de esa sociedad. Lo bastante como para que el “New York Times” le dedicase un obituario en el día de su muerte.

    La carrera política no fue descuidada en absoluto. De hecho la manía archivística del futuro duque de Mandas y Villanueva nos permite conocer que sus administradores llevaban en las mismas hojas la compraventa de materias primas y bienes manufacturados, o el tráfico comercial que saliendo desde San Sebastián recalaba en Londres o Hamburgo después de hacer escalas en Uruguay o La Habana para descargar emigrantes y harina, y la de los votos que permitieron a Fermín Lasala hijo sentarse en los escaños del Congreso de los Diputados de Madrid tantas veces como quiso entre los años de 1854 y 1876, cuando su firme alianza política con el hombre fuerte de la monarquía española restaurada tras la revolución de 1868, le abrió las puertas del Senado, del ministerio de Fomento y de puestos de mayor consideración aún. Como ocurrió con las embajadas de París y de Londres en el período de 1890 a 1905.

    Ciertamente las fronteras entre el ascenso político, social y económico del hijo quedan tan desdibujadas como en el caso del padre. Así el matrimonio de Fermín Lasala y Collado con la noble italiana Cristina Brunetti le permitió acceder en el momento oportuno a los títulos de duque de Mandas y Villanueva que, a su vez, debieron facilitarle mucho las cosas para acceder a la grandeza de España y a la categoría de gentilhombre del nuevo rey restaurado y de su heredero Alfonso XIII. Una cómoda escala de mano —junto a, una vez más, la estrecha amistad de Cánovas del Castillo— para acceder a las embajadas de París y Londres en las que, como veremos, desempeñó un papel clave para entender la Historia del imperialismo español posterior al mal llamado Desastre de 1898.
    Aquella boda, a su vez, parece que le permitió infiltrarse sutilmente en pingües operaciones en los ferrocarriles austríacos. Emboscada financiera a la que se añadían otras algo más oscuras, como la llamada operación franco-egipcia que, más que probablemente, se debía referir a la construcción del Canal de Suez. Algo que no tendría nada de extraño teniendo en cuenta que su madre había mantenido una estrecha relación con los Lesseps de Bayona, cuando él y ella estuvieron refugiados en la capital labortana, huyendo de la primera guerra carlista.
    ..

    Ya al menos desde el año 1862 el entonces joven millonario sabía que los intereses coloniales de España pasaban por África tanto como por mantener sus posiciones en el Pacífico y en las Antillas. Es en esas fechas en las que, como el resto de los guipuzcoanos, participa en la tarea de armar un batallón que unido a las fuerzas españolas tomará el Norte de Marruecos y abrirá así esos vastos y ricos territorios al arbitrio de esa potencia.

    Una brillante intuición que rematará años después, poco antes y sobre todo poco después de que España pierda Cuba y Filipinas en la guerra de 1898. Su labor como representante de esa potencia en París y Londres —de 1890 a 1892 y de 1895 a 1897 en la primera de ambas capitales y de 1900 a 1905 en la segunda—, confirmará todos los avances realizados por España entre 1862 y esas fechas tanto en el Oeste de África como en el Norte. En ambos lugares, primero en competencia y después enteramente de acuerdo con los franceses y los británicos, España restañará sus heridas y mantendrá su presencia imperial prácticamente intacta hasta los procesos de descolonización de los años cincuenta del siglo pasado.16
    Todo ello se realizó en buena medida gracias a la astucia y la buena mano diplomática de Fermín Lasala y Collado que así culminaba aquella Gran Carrera iniciada por su tío y su padre a comienzos del siglo XIX, pasando de ser un simple actor del sistema capitalista, que eclosiona en esas fechas tras la consolidación de sucesivas revoluciones burguesas, a crear con sus propias manos el marco de esa economía-mundo —o globalizada o mundializada— en la que con tanta soltura, y éxito, supieron moverse estos bajonavarros transplantados a Gipuzkoa entre el siglo XVIII y el XIX.

    http://www.euskonews.com/0576zbk/kosmo57601es.html

  39. José Jarauta dice:

    Con la desaparición de las aduanas interiores que dificultaban el acceso de la burguesía vasca al mercado nacional español, a partir de 1841, ésta empezó a invertir en negocios fabriles. La industrialización adquiere progresivamente mayor protagonismo, produciéndose otros fenómenos que influirían en los cambios sociales y políticos operados en el País Vasco: urbanización, movimientos migratorios, nuevas estructuras sociales, nuevas mentalidades, nuevas ideologías,…

    La guerra carlista había impedido a los liberales vascos participar en las divisiones y luchas surgidas en el liberalismo español, manteniéndose unidos contra el enemigo común que representaba para ellos el poderoso movimiento carlista. A pesar de la beligerancia donostiarra contra el sistema foral, la mayoría de los liberales vascos no veían con desagrado ciertas atribuciones administrativas y políticas que los fueros contemplaban. Por lo tanto, liberales y carlistas se declaraban, a su manera, fueristas. Para el liberalismo, el fuero era simplemente un autogobierno que nunca debía obstaculizar los intereses económicos del país, debiéndose adaptar a los cambios ocurridos en el seno de la sociedad y adaptarse a las nuevas ideologías. El fuero no era para ellos el baluarte del mantenimiento de la sociedad tradicional, que era lo que defendían los carlistas.
    El Convenio de Vergara (agosto de 1839) y la Ley de 25 de octubre de 1839, dejaban abierta la vía de una posible reforma de los Fueros para su engarce constitucional. La intentona insurreccional de los moderados, apoyados en las Diputaciones forales, en 1841, impulsó a Espartero a la supresión de los fueros y la implantación de las aduanas en la costa, mediante decreto. Apartado del poder en 1843 los liberales vascos protestaron ante el gobierno moderado. Se obtuvo un compromiso favorable al mantenimiento de un régimen foral reformado, fue considerada una victoria liberal vasca. Este fue el acto fundacional de una nueva era
    en la que las elites vascas se reconciliaron sobre la base común del mantenimiento del sistema foral, que le dio al país estabilidad y un amplio consenso político. Se introdujeron cambios en el sistema electoral, desapareció el llamado pase foral, se produjo la unificación judicial y se mantuvo el traslado de las aduanas a la costa, lo que abría a los vascos el mercado nacional español. Se afianzaba así un régimen
    liberal vasco que protagonizaría el arranque del proceso industrializador El idealismo constitucional de los años mozos de insignes liberales como el conde de Villafuertes, daba paso a un fuerismo reformista. Él, que había presidido las diputaciones provinciales creadas por los regímenes liberales de 1812 y 1820, siendo jefe político de Guipúzcoa, se había tenido que escapar al exilio en 1823. Sin embargo, en 1838 formaba parte ya de la Junta de Bayona, plataforma de apoyo al movimiento pacifista iniciado por Muñagorri bajo la bandera de “Paz y Fueros”. En diciembre de 1838, lanzaron un manifiesto de apoyo a esa campaña afirmando que era imposible alcanzar la paz en las Provincias Vascas y Navarra sin los fueros.

    A pesar de que ningún artículo de la Constitución de 1837 ofrecía cabida a los fueros en el seno del Estado liberal que en ese momento se definía sobre la idea de unidad y uniformidad de códigos legales, Villafuertes y otros liberales vascos defendían la pervivencia de un particularismo jurídico típico del Antiguo Régimen. Es más, Villafuertes llegó a renegar de su apoyo al sistema constitucional instaurado en 1812 calificándolo de anárquico. El deseo de paz era tan grande, que las Cortes que el 25 de octubre de 1839 confirmaban los fueros vascos “sin perjuicio de la unidad constitucional de la monarquía”, eran de mayoría progresista. Este paradójico apoyo a la pervivencia del régimen foral, dotándolo así de una legalidad constitucional inédita hasta entonces, y haciendo suya la tesis fuerista de que los fueros no fueron causa de la guerra carlista ni bandera exclusiva de Don Carlos, siginificó a ojos de muchos carlistas vascos que la derrota de éste no tenía por qué suponer la supresión de los fueros.

    La trayectoria ideológica de Villafuertes ejemplifica la de otros muchos notables vascos de formación y pensamiento ilustrado que se habían alineado con el liberalismo gaditano, aunque la expriencia del Trienio Liberal en los años 20 con la práctica desmantelación del régimen foral (aduanas a la costa, implantación de los repartos fiscales y levas militares, extensión de la nueva organización judicial, etc.),
    les alejó definitivamente del partido progresista. Estos liberales fueristas comprendieron el naufragio foral que se avecinaba, así que tomaron por bandera política la inserción del régimen foral en el nuevo Estado liberal, aceptando la introducción en él de las reformas necesarias para hacer posible la convivencia entre tradición y modernidad. Alumbraron una nueva ideología, el fuerismo, y la erigieron con éxito
    incuestionable en alternativa al progresismo y al carlismo. El fuerismo vasco y el moderantismo español llegaron a constituir una alianza duradera entre sí y con la Corona, asegurando una paz duradera y una estabilidad hacía tiempo desconocida en el reino. Al fin y al cabo, compartían un mismo ideal de sociedad fundado sobre principios jerárquicos y de orden.Sin embargo, no todos los liberales vascos se sumaron al nuevo partido fuerista, Los progresistas como Joaquín María de Ferrer, Miguel Antonio Zumalacárregui, Eustasio Amilibia (alcalde de San Sebastián durante 10 años) y otros, se alejaron de este nuevo partido, que sin embargo tuvo la virtud de atraerse a diversos sectores que lo convirtieron en a fuerza política predominante en Guipúzcoa. Ferrer era un destacado líder liberal guipuzcoano que llegaría a ser ministro de Espartero,
    y que en 1836 acusó a Villafuertes de traicionar los principios liberales. Ferrer, a la vez que guipuzcoano, se consideraba “buen español y liberal a toda prueba”.Para los progresistas consecuentes, el fuerismo era un movimiento demasiado cercano al carlismo, y es que el fuerismo trató de situarse en el centro del panorama político, frente a los extremos ocupados por los tradicionalistas y los revoluciona-rios. De hecho, el fuerismo atajó con éxito todos los intentos gubernamentales para negociar la reforma del régimen foral que se indicaba en la ley de 25 de octubre de 1839, y utilizó hábilmente la amenaza de un nuevo levantamiento carlista para erigirse en interlocutor único posible del país, capaz de evitar una nueva guerra civil.

    El gobierno de Espartero (1841-1843) convenció a los progresistas donostiarras de que el progresismo hacia peligrar ciertas atribuciones forales que interesaba conservar (exención del papel sellado, arrendamientos de impuestos provinciales, derecho de avería, libre introducción de tabaco y sal para el consumo….). Así que conseguido lo que pedían, abandonaron progresivamente su radicalismo. En 1841 se mostraron partidarios de una reforma radical de las instituciones forales, pero no de su completa abolición. Algo estaba cambiando y, en 1844, la Diputación invitó a San Sebastián a acudir a una Junta General que debía designar a los comisionados que la Provincia enviaría a Madrid para discutir el arreglo foral con el gobierno de Narváez.

    Manuel María Elizechea (1801-1875). La larga pugna por el triunfo del liberalismo: las Provincias Vascongadas y la cuestión foral (1833-1875).pp 70-72.
    Iñigo Imaz Martínez.

    http://www.errenteria.net/es/ficheros/40_5960es.pdf

  40. José Jarauta dice:

    Pactos:

    «La ley de 25 de octubre de 1839 redefinió el debate Fueros-Constitución: importaba ahora a las Provincias dejar claro que en la unidad constitucional de la monarquía cabían los fueros vascos independientemente de que pudiera entenderse que el texto de 1837 los hubiera o no suprimido. Porque la ley de 25 de octubre de 1839, y no la Constitución establecía, según los fueristas, las reglas del juego y el marco del debate; era –decían– una ley de rango constitucional, que constitucionalizaba la foralidad; la Junta General de Vizcaya de 4 de julio de 1844 afirmaría que esta ley «es un acta adicional a la ley constitucional del Estado, y en este concepto se encumbra a una región superior a la de las leyes ordinarias»42; «ley constitutiva y fundamental» la denominaría la Junta General de Álava en noviembre de 1877. Establecía además ante los ojos de los fueristas un nuevo pacto originario que fijaba las reglas del juego, y al que quedaban obligados Cortes y gobierno: «jamás los únicos Poderes Soberanos de la Nación española tuvieron durante los siguientes sesenta años desembarazado el ejercicio de sus facultades después de esta Ley que Navarra y Vasconia apellidaron paccionada», explica el influyente liberal guipuzcoano Fermín Lasala en sus memorias43.

    También el gobierno actuó como si esta ley constitucionalizara la foralidad, aceptando las reglas del juego por ella marcadas y tratando, en varias ocasiones en los años cuarenta y primeros cincuenta, de proceder a la modificación prevista con el objeto de adaptar el orden foral al marco constitucional, siempre infructuosamente. Que las Provincias se resistieran a ello presentando un frente unido ante lo que denunciaban como agresión a la foralidad, y que lo hicieran con éxito, no cambia el hecho de que ni el Gobierno ni las Cortes procedieran como si se hubiera producido una abolición de la foralidad en la Constitución de 1837 o debiera producirse en desarrollo suyo.

    No cambiaron las cosas cuando en 1845 unas Cortes ordinarias de mayoría moderada abordaron una reforma en profundidad de la Constitución de 1837 y resultó de ello un nuevo texto constitucional. La Constitución de 1845, promulgada el 23 de mayo, volvió a guardar silencio respecto a los fueros vascongados –los navarros ya no planteaban problemas de encaje constitucional pues habían sido sustituidos por una autonomía administrativa y fiscal negociada en 1841– pero dejó claro en su artículo cuarto que «unos mismos códigos regirán en toda la Monarquía». No obstante, también aquí volvía a incluirse un artículo adicional sobre las provincias de Ultramar idéntico al de la Constitución de 1837. Además, ese silencio sobre la foralidad vasca, habiendo mediado la ley de 25 de octubre de 1839, ponía algo de manifiesto: la admisión de la foralidad en el orden constitucional que ésta había sancionado no era impugnada, nada cambiaba respecto a lo establecido en la citada ley. Y precisamente porque nada cambiaba las Provincias también guardaron silencio: la promulgación de esta Constitución no generó el debate sobre compatibilidades que se había producido en anteriores ocasiones.

    La excepcional coyuntura política abierta con la revolución Gloriosa de 1868 cambió la situación que hemos descrito: el nuevo texto constitucional que promulgaron las Cortes el 5 de junio de 1869, democrático y descentralizador, reabrió el debate Fueros-Constitución introduciendo nuevos ingredientes. Invitadas a participar en los actos de promulgación, las tres diputaciones vascongadas –dominadas ahora por los carlistas– se reunieron en conferencia foral el mismo día 5 y se negaron a ello bajo la consideración de que «la constitución contiene preceptos contrarios a los fueros, buenos usos y costumbres del país vascongado, por lo que no son ejecutables en el mismo en conformidad a la ley de 25 de Octubre de 1839» y de que todo lo que tenía que ver con estos temas era competencia de las juntas generales; no mediara una autorización y encargo expreso de ellas, decían, no podían tomar parte en tal acto. Y acordaron dirigir un recurso a las Cortes o al Gobierno exponiendo que la libertad religiosa decretada por el artículo 21 de la Constitución era contraria a los Fueros.»

  41. José Jarauta dice:

    Ignoro si éste «Florilegio» de hechos, autores e interpretaciones, resultado de la exhumación de recuerdos y lecturas varias le está resultando de interés a alguien. Me gustaría saberlo, quizás sea un ejercicio fútil, aunque a mí me ayude a aclararme en algunas ideas.

  42. José Jarauta dice:

    Se me había olvidado citar la fuente:

    «El País Vasco ante la reforma liberal o el debate Fueros-Constitución (1808-1876).»
    Coro Rubio Pobes, Anales de Historia Contemporánea, ISSN 0212-6559, Nº. 20, 2004.

    http://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=1018658

  43. […] Artículo de Pablo Simón, politologo, Doctor en Ciencias Políticas por la Universitat Pompeu Fabra, ejerce de investigador y profesor en la UPF a la par que desarrolla tareas divulgativas fuera de la academia. Colaborador de la web Politikon.es […]

  44. Arkaitz Garcia dice:

    Hablando de los nacionalismos me gustaría hablaros un poquito de mi que soy vasco, yo me siento vasco por que siento que esta tierra es diferente a la española, ni mejor ni peor, tengo sangre española y estoy orgulloso de ello, aquí nadie me ha dicho que no soy vasco por tener 100% sangre española, miento algunos nacionalistas españoles si me lo dicen, aquí un negro de Nigeria que lleva viviendo 10 años en Bermeo y que habla a sus hijos en euskera esta considero mas vasco que un Antonio Basagoiti que se atraganta cuando escucha euskera, mezclar nacionalismo vasco con la raza es a día de hoy una tontería, decir también que soy gay, lo digo por que muchos en España se piensan que los vascos y mas concretamente los votantes del PNV son conservadores y ultracatolicos pero la verdad es que el PNV estaba a favor de los matrimonios homosexuales mucho antes que el PSOE, también a favor de la adopción o a favor del aborto, siento que la sociedad vasca es de las mas progresistas de Europa y de eso si estamos orgullosos, cuando nos dicen que lo moderno es quitar fronteras me hace mucha gracia, yo no he estudiado mucho pero veo las diferencias entre las fronteras culturales que dan color al mundo y en definitiva enriquecen al mundo y las fronteras económicas como las que nos separa a los europeos y a los africanos, existe en España un sentimiento de rechazo hacia las fronteras culturales que se dan en su propio territorio pero absoluta indiferencia hacia las fronteras que separa a países ricos y países pobres, yo que solo quiero que en el mundo existan fronteras culturales por que a todo el mundo nos gusta viajar a otros países para ver culturas diferentes tengo que justificarme, pero el español que vive en un país donde materializa sus fronteras económicas poniendo vallas a los africanos no se tiene que justificar absolutamente de nada, si alguien piensa que me han lavado la cabeza decir que aquí tenemos la suerte de poder leer todo tipo de artículos, vemos tv española, nos educan nacionalistas vascos y nacionalistas españoles, tenemos familiares del PP y de Bildu, etc y en Madrid en cambio el 100% de la educación, prensa, tv, etc va en una misma dirección nacionalismo español, yo creo que nosotros tenemos un abanico mas amplio, por hacer una ultima comparación el nacionalismo vasco cree en las naciones creadas con los votos del pueblo, mientras que el nacionalismo español cree en las naciones creadas con guerras, conquistas, sangre, reyes y flechas, nosotros no tenemos miedo a la democracia, si el pueblo vasco decide que quiere seguir perteneciendo a España que así sea. Lo siento por mi forma de escribir, me regalaron la ESO, abrazos psicológicos.

  45. […] Artículo de Pablo Simón, politologo, Doctor en Ciencias Políticas por la Universitat Pompeu Fabra, ejerce de investigador y profesor en la UPF a la par que desarrolla tareas divulgativas fuera de la academia. Colaborador de la web Politikon.es. […]

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